Lali atravesó la entrada ricamente ornamentada de la mansión del gobernador
general a las cinco en punto de la tarde. El coche que don Mariano le había prometido
la estaba esperando. El corazón se le salía del pecho del miedo y de la emoción
mientras el cochero la ayudaba a subir al fastuoso carruaje. No vio a don Mariano por
ningún sitio, y eso a Lali la reconfortó. Quería hablar con Peter a solas. Puede
que aquélla fuese la última vez que lo veía con vida.
El trayecto hasta la prisión fue muy corto; Lali se dio cuenta de que podría
haber ido perfectamente a pie. La cárcel estaba emplazada en un edificio bajo
construido rudimentariamente con bloques de piedra. Las únicas ventanas que tenía
estaban situadas en lo alto del muro, donde los presos no pudieran ver sino un
pedazo de cielo. Supo lo mal que se debía de sentir Peter y eso hizo que su
intención de encontrar una forma de ayudarlo se intensificara.
El cochero abrió la puerta y Lali se apeó del carruaje. Momentos más tarde, la
puerta del calabozo se abrió cuan grande era y don Mariano salió a recibirla. Lali
perdió la compostura.
—Tan puntual como de costumbre, querida —dijo don Mariano con una sonrisa
insulsa.
—¿Qué hacéis vos aquí?
—Estoy interrogando al prisionero —se le agrandó la sonrisa—. El pirata nos lo
está poniendo difícil. Me temo que mis hombres y yo hemos puesto demasiado celo
en tratar de reducirlo.
Lali bajó la mirada hacia el látigo que llevaba enrollado en la mano derecha.
Lo había tenido escondido tras la espalda y no había dejado que ella lo viera hasta
que él lo juzgó oportuno. Daba la impresión de que atormentar a Lali con lo que le
había hecho a Peter le producía un placer profano.
—¡Dios! ¡Le habéis pegado! ¿Cómo habéis podido hacerlo?
La voz de Peter adquirió un tono amenazador.
—¿Cómo habría podido no hacerlo? Me robó algo que nunca voy a poder
recuperar, Antes de que vaya mañana a la horca le volveré a pegar, y le pegaré una y
otra vez hasta que considere que ha sufrido lo suficiente. Pasa, querida, ya se habrá
recuperado de su desmayo y debe de estar listo para seguir con su castigo.
—Por favor, no le peguéis más —suplicó Lali—. ¿Acaso no ha sufrido ya
bastante?
Peter apretó los dientes.
—No, ni por asomo. —Le lanzó a ella una mirada brutal y luego esbozó una
sonrisa mezquina—. Ayudarlo es cosa tuya.
—¡Decidme lo que tengo que hacer! Haré lo que sea. Lo que sea.
—Pues tienes que decirle al Diablo que te has convertido en mi amante porque
así lo has querido. Que lo odias y que me suplicaste que lo castigara por haberte
mancillado. Le dirás que te alegras de que vaya a morir.
A Lali se le hizo un nudo en la garganta.
—¡No! ¡Eso no es verdad!
—Aun así, le vas a repetir todo lo que te acabo de decir. Si no lo haces, le darán
una paliza cada hora hasta que muera. ¿Es eso lo que deseas que le ocurra a tu
amante?
—¿Por qué lo hacéis? ¿Qué beneficio podéis obtener vos de todo esto?
—Satisfacción —dijo don Mariano adusto—. Lo que me gustaría es descuartizarlo
lentamente, arrancarle las manos, los pies y todos los miembros para hacerle sufrir
las penurias del infierno por lo que os ha hecho a España y a ti. Al rey Felipe le da
igual cómo muera, con tal de que muera. Ya estoy siendo bastante clemente con él.
Lali se tambaleó peligrosamente y estuvo a punto de desmayarse. Don Mariano
era un desalmado muy astuto. No sabía lo que era la piedad. Pero sabía que ella no
iba a permitir que torturaran cruelmente a Peter, que diría o haría lo que fuera
necesario para evitarle más sufrimiento. Que mentiría, incluso.
—Si hago lo que decís, ¿liberaréis a Peter ?
Don Mariano se la quedó mirando como si estuviera loca de remate.
—¡Liberarlo! Jamás! Lo que estoy dispuesto a hacer es ordenar que dejen de
darle palizas y concederle una muerte digna.
Un sollozo se adueñó de la garganta de Lali. Lo que le ofrecía era muy poco.
Asquerosamente poco. Pero, con tal de conseguir que Peter tuviera una muerte
pacífica, estaba dispuesta a mentir. Y luego, antes de que don Mariano la metiera en su
cama, ella seguiría a Peter al mundo de los muertos. Vivir sin Peter ya no era
opción para ella.
—Muy bien, haré lo que me pedís. ¿Puedo ver a Peter a solas?
—No me fío de ti, querida. Vamos juntos —le dio el látigo a uno de los guardias
y condujo a Lali hacia dentro del edificio.
El fétido hedor de la muerte y del sufrimiento asedió a Lali cuando atravesó la
sala de guardias para entrar en los pasillos oscuros, tan fríos y húmedos, de los
calabozos. Las puertas macizas de madera estaban trancadas desde fuera y gruesas
paredes de piedra separaban unas celdas de otras. Una rejilla pequeña situada a
escasa altura en cada una de las puertas servía para que los guardias les pasasen la
comida a los presos. Don Mariano se detuvo de pronto ante una puerta cerrada y uno
de los guardias se apresuró a correr el cerrojo.
—Trae una antorcha —ordenó don Mariano .
La antorcha llegó y abrieron la puerta de una patada.
La luz reveló una escena propia del mismísimo infierno. Cuando Lali vio a
Peter, un grito se le quedó suspendido en la garganta. Aún seguía encadenado a la
pared, tal y como don Mariano lo había dejado un rato antes. Tenía la espalda hecha un
desastre; tremendos moratones y abundantes cortes le recorrían profusamente los
hombros y el tórax. Don Mariano le dio a Lali un apretón en el brazo a modo de
advertencia, y el grito que ella estaba a punto de soltar se le ahogó violentamente en
la garganta.
Peter giró la cabeza lentamente hacia la luz. El cuerpo le abrasaba y la cabeza
le palpitaba. Envuelto en un halo de dolor punzante, vio a Lali de pie al lado de
don Mariano. Ella lo miró sin decir nada y a él el dolor se le convirtió en una ira
incandescente. Se humedeció los labios tratando de reunir suficiente saliva para que
se le aflojase la garganta reseca.
—¿Para qué has traído a tu barragana, Martinez ? ¿No ha creído tu palabra
cuando le has dicho que se estaba haciendo lo que ella había ordenado?
Don Mariano esbozó una sonrisa desagradable.
—Le advertí que no eras un espectáculo agradable de ver pero ella insistió en
comprobar con sus propios ojos que el castigo se está impartiendo tal y como ella lo
había deseado. —Se volvió hacia Lali—. Cuéntale, querida, cuéntale al bueno del
capitán lo que piensas de él exactamente.
Lali cerró los ojos para reunir el valor necesario para decir las cosas que
detendrían la tortura de Peter .
—Os odio por lo que me hicisteis, Capitán.
—Venga, Lali, ¿no hay nada más que le quieras decir? —La mano de don
Mariano le apretó brutalmente el brazo.
Lali hizo una mueca de dolor.
—Soy la amante de don Mariano . Gracias a vos, nunca podré convertirme en su
esposa. Es un... es un amante maravilloso.
Lo último lo añadió más en beneficio de don Mariano que de Peter. Cualquier
cosa con tal de apaciguar a aquel monstruo cruel y aliviar el sufrimiento de su
amado.
Don Mariano le echó una sonrisa complacida.
—Ah, querida, eres un tesoro. Estoy encantado contigo, en la cama y fuera de
ella. ¿Te parece que el Diablo ha sufrido ya bastante por echar tu vida a perder?
—Oh, sí —dijo ella rápidamente, mucho más rápido de lo que le habría gustado
a don Mariano —. Ya estoy satisfecha. Lo único que deseo ya es que muera.
La sonrisa de don Mariano se volvió amarga.
—Eres demasiado buena, querida. Salgamos de este lugar inmundo. Tenemos
cosas mejores en las que emplear nuestro tiempo que conversar con un condenado.
Cuando lo vio tender aquella mano fina, de uñas acicaladas, y acariciarle el
pecho a Lali, a Peter le entraron ganas de matarlo. Y luego le entraron ganas de
matar a Lali. Era consciente de que se merecía que lo odiase por lo ásperamente que
había despreciado su inocencia, pero ¿acaso no se daba cuenta de que él se
preocupaba sinceramente por ella? Él estaba dispuesto a reconocer que se había
valido de la seducción para ganársela, pero ella había participado también con
mucha voluntad. Había creído que conocía a Lali pero, evidentemente, no había
llegado más allá de la superficie de su naturaleza perversa.
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