sábado, 24 de diciembre de 2016

CAPITULO 37

Desde que ella regresó del calabozo, don Mariano la había dejado tranquila en sus
aposentos. Informó alegremente a Lali de que había decidido reprimir su lujuria
hasta después de que su marido hubiera sido ejecutado. Una mujer sollozando le
arruinaría la libido.
Lali agradecía aquel pequeño respiro y dedicó el resto de la tarde a sus
plegarias. Si por medio de la simple oración pudiera salvar a Peter , éste tendría la
redención asegurada. Desgraciadamente, los caminos del Señor son misteriosos, y
ella tampoco pretendía llegar a comprenderlos. Dios había hecho que se enamorase
del pirata, ¿no?
Haciendo caso omiso de la bandeja de comida que le habían llevado a su
habitación al ver que no se presentaba para la cena, Lali siguió arrodillada hasta
bien entrada la noche. Cuando el cansancio hizo que se tambalease, mareada, y vio
que corría el riesgo de desplomarse, dejó el reclinatorio y atravesó dando tumbos la
puerta que daba a la terraza desde la que se veía el jardín. Qué apacible parecía,
pensó estirando los músculos entumecidos. Tenía las entrañas más retorcidas que un
sacacorchos; ni siquiera la oración había conseguido disipar la tensión que la
atenazaba. Pero el pensamiento demoledor de la muerte inminente de Peter la
hizo volver al reclinatorio.
Peter trepó por la tapia del jardín y cayó como un peso muerto en el suelo al
otro lado. El dolor le recorrió el cuerpo entero; sentía su propio cuerpo como si se le
estuviese cayendo a pedazos. Apretó los dientes y se esforzó en ponerse de pie y
reunir las pocas fuerzas que le quedaban. Mirando hacia arriba, vio una fila de
ventanas oscuras que daban a una terraza en el segundo piso. Supuso que la mayoría
de aquellas habitaciones serían dormitorios, y se preguntó cómo demonios iba a
encontrar el de Lali. Como se la encontrara en la cama con Martinez se iba a dar el
gustazo de matar a aquel malnacido. Rezó para tener fuerzas.
Seguía mirando fijamente las ventanas del segundo piso cuando una pequeña
silueta apareció en la terraza. Tomó aliento con tal ímpetu que se hizo daño en las
costillas y parpadeó perplejo varias veces, temiendo que los ojos le estuvieran
jugando una mala pasada. ¡Lali! Anonadado, vio cómo ella se estiraba,
contemplaba el jardín durante un instante y luego se daba la vuelta y desaparecía
dentro de la habitación que había justo detrás de ella. Si Peter había dudado
alguna vez de la existencia de Dios, ya jamás volvería a dudar.
Peter se acercó sigilosamente a la casa totalmente decidido, apreciando con
satisfacción la gruesa hiedra que trepaba por la pared de ladrillo de la mansión.
Parecía lo suficientemente firme y fuerte como para aguantar su peso. No dudó ni
consideró las posibles consecuencias cuando se agarró a la hiedra y trepó, con mucho
dolor, hacia arriba, sin darse cuenta de que Riera lo seguía de cerca y había
escalado la tapia del jardín a tiempo de ver a Peter ascendiendo cauteloso por la
hiedra hacia la terraza del segundo piso. Riera atravesó con sigilo el jardín,
observando con el corazón en un puño cómo Peter se ponía a salvo al llegar arriba.
directamente el interior de la habitación en la que había desaparecido Lali. Un cirio
colocado a los pies de una estatua de la Santa Virgen iluminaba con luz trémula y
tenue la figura arrodillada de Lali. Tenía los ojos cerrados y la cabeza piadosamente
inclinada. Si Peter no la conociera bien, pensaría que era la más santa de las
mujeres. Se había dejado engañar una vez, pero se juró que eso no iba a volver a
pasar. ¡Conque monja, ¿eh?! Lo que era es una bruja en celo incapaz de esperar para
tener a otro hombre entre los muslos tras haber sido liberada de su virginidad. Había
caído en la cama de Martinez como una ciruela madura sin esperar siquiera a que su
marido estuviera muerto. El odio le recorrió el cuerpo entero como una criatura viva
que palpitaba. Sintió la tentación de retorcerle ese pescuezo tan adorable. Pero un
sentimiento al que prefirió no enfrentarse lo disuadió de estrangular a su esposa.
Peter entró en la habitación. A pesar del cansancio, sin tener en cuenta su
estado debilitado y su cuerpo brutalmente malherido, fue dando pasos ligeros y
silenciosos para acercarse a Lali. Ya estaba tan cerca de ella que podía oler el dulce
aroma de su carne y sentir que el calor que irradiaba lo iba a devorar. La lascivia se
apoderó de él, y tuvo que reprimir un gruñido. Aquélla era la mujer que deseaba su
muerte, se recordó a sí mismo. Aquélla era la mujer que se había arrojado ansiosa a
los brazos de Martinez .
—Lali —se agachó susurrando su nombre.
Lali lo oyó y volvió la cabeza. Estaba completamente aturdida. Soltó un
bufido de asombro, con la cara transida de una alegría increíble al ver a Peter allí,
de pie detrás de ella. Al darse cuenta de que no estaba soñando, de que era Peter
en carne y hueso, se agarró a él.
—Peter , ¿cómo...?
Peter actuó con rapidez, antes de que Lali pudiese gritar para avisar a Martinez. La golpeó en la mandíbula, y ella se apagó como una vela. Él lamentaba haber
tenido que recurrir a la violencia, pero no tenía elección. Si Lali lo odiaba, tal y
como había declarado durante su visita al calabozo, no dudaría en gritar pidiendo
auxilio. Y él no tendría nada que hacer contra los guardias de Martinez.
Peter soltó un gruñido de dolor al echarse a Lali al hombro. A pesar de su
debilidad, la adrenalina le corría por las venas, llenándolo de una fuerza que
necesitaba desesperadamente. Se dio cuenta demasiado tarde de que la bajada por la
pared de hiedra con Lali a cuestas, en las condiciones en las que se encontraba, le
iba a minar el poco vigor que le quedaba.
Apoyándose en la barandilla de la terraza, Peter miró hacia el jardín oscuro
que tenía debajo, preguntándose si tendría la fortaleza necesaria para llegar hasta
abajo con tanto peso. Ya había pasado una pierna por encima de la barandilla cuando
de entre las sombras de debajo de la terraza salió un hombre. Por un instante,
Morgan fue presa del pánico. Entonces, reconoció a Riera y se atrevió a volver a
respirar. Habría sido demasiado que sus hombres hubieran seguido sus órdenes,
pensó, no sin alegrarse infinitamente de ver a su contramaestre.
—Pásamela —susurró Riera , indicándole a Peter que dejase caer a Lali
en sus brazos.
Peter no dudó más que un instante antes de pasar el cuerpo inerte de Lali
por encima de la barandilla y dejarla caer con cuidado en los brazos de Riera . Él
mismo la siguió rápidamente, saltando la barandilla y descolgándose por la hiedra.
—Tú sigue, que yo llevo a Lali —susurró Riera asustado por la palidez
de Peter . Le sorprendió todo lo que Peter había sido capaz de hacer después de
las tremendas palizas que había resistido. Debía de haberle costado una voluntad y
una fortaleza enormes.
Llegaron a la tapia del jardín y Riera le pasó a Peter a la aún inconsciente
Lali mientras escalaba la tosca construcción de piedra. Ya había comprobado antes
que la entrada estaba firmemente cerrada contra los intrusos, obligándolos a
marcharse por el mismo camino por el que habían llegado. Riera llegó a lo alto,
maldijo en voz baja y volvió a bajar corriendo.
—Una patrulla —susurró, rogándole a Peter que fuese cauto mientras el
sonido de los pasos se acercaba.
Se agazaparon al pie de la tapia hasta que la patrulla hubo pasado. Entonces
Riera se levantó discretamente y se subió a lo alto de la tapia. Haciendo señas de
que ya se habían ido, estiró los brazos para que le alcanzara a Lali. Peter le pasó
su delicada carga a Riera , que esperó a que Peter llegara hasta donde él
estaba. Peter llegó a lo alto y se dejó caer al suelo del otro lado hecho un ovillo por
el dolor que lo traspasaba. Entonces, Riera transfirió a Lali a los brazos de
Peter para poder bajar al suelo él también. Ahora que estaban a salvo fuera del
jardín tapiado, los dos hombres huyeron escondiéndose entre las sombras hacia el
muelle. Estuvieron a punto de ser descubiertos y se vieron obligados a esconderse
cuando el sereno les pasó tan cerca que tuvieron que contener la respiración hasta
que estuvo fuera de su vista.
Llegaron al embarcadero justo cuando Lali empezaba a retorcerse en los
brazos de Peter . Ella gimió suavemente y él le tapó la boca con la mano,
previniéndola.
—Como grites, te retuerzo ese pescuezo sediento de sangre que tienes.
El chinchorro estaba esperándolos donde Riera lo había dejado. Todos
habían regresado sanos y salvos y estaban ansiosos por volver al Vengador. En cuanto
Riera , Peter y Lali estuvieron a bordo, los hombres desatracaron. Todos
sabían que era cuestión de minutos que descubrieran la fuga de Peter y dieran la
alarma. Con los cañones de tierra apuntándoles, el Vengador sería como un pato
posado en el agua.
Una vez que estuvieron a buena distancia de tierra, Peter le quitó la mano de la boca a Lali. Esta se frotó la mandíbula y se quedó mirándolo.
—No hacía falta que me pegases.
—Tenía que asegurarme de que no ibas a gritar para que viniera tu amante a
salvarte. Si te llego a encontrar en la cama con Martinez , lo habría matado.
—¡Dios santo! ¿Por qué iba yo a avisar a don Mariano ? Habría venido contigo por
mi propia voluntad si hubieras tenido la cortesía de preguntar. —La mirada se le
ablandó al mirarlo—. Rezaba para que ocurriera un milagro, pero no lo esperaba.

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