sábado, 24 de diciembre de 2016

CAPITULO 40

Durante los siguientes días, Lali languideció en la mayor de las desidias. No
veía a nadie excepto a Nico Riera , que le llevaba las comidas, y al pinche de
cocina que se ocupaba de que el camarote estuviera limpio y de que Lali tuviera
agua para bañarse. Ninguno de aquellos dos hombres parecía inclinado a entablar
conversación. No veía nunca a Peter , quien se suponía estaría demasiado
enfadado todavía para poder consolarla. Se acordó de las lesiones que él tenía y
temió que sus numerosas heridas no estuvieran siendo tratadas adecuadamente.
Cuando intentó enterarse por Stan, él se negó a contarle nada del estado de Peter,
dejándola más intranquila que nunca con sus preocupaciones.
Peter fue informado de las pesquisas de Lali acerca de su estado de salud y
no sintió más que desprecio por su fingido interés. ¿Acaso esperaba ganarse su
simpatía haciéndose la arrepentida? Él no era tan ingenuo. ¿Por qué, entonces, la
estaba evitando deliberadamente?, le preguntó su conciencia. Porque todavía quería
a la hechicera española, respondió sinceramente. A pesar de todas las mentiras que le
había contado, él se acordaba de la dulzura con la que había respondido a sus
caricias y de la exquisitez con la que había gemido y se había retorcido debajo de él;
el calor y la tersura de su cuerpo cuando él se hundía hasta el fondo en ella. ¡Maldita
sea! Estaba casi loco de deseo.
Tómala, le apremiaba una vocecita que tenía dentro. Es tuya. Él tenía todo el
derecho del mundo a llevársela a la cama como y cuando quisiera. No, le advertía
aquella misma voz. Te va a embrujar. Su sangre española te va a contaminar. Te va a
cautivar con su dulce cuerpo y te va a hacer caer en la tentación con su belleza sin tacha.
—¡Es mi mujer! —dijo Peter en voz alta, olvidándose de que estaba al timón
de su nave, donde otros podían oírlo.
—¿Habéis dicho algo, Capitán? —le preguntó un marinero que andaba por allí
cerca.
Sobresaltado, Peter sacudió la cabeza.
—Perdona, Stiles, estaba hablando solo. Tú sigue a lo tuyo. Espera —lo llamó
cuando el marinero ya se iba—; busca a Riera y dile que quiero que se ponga al
timón. Tengo algunos asuntos que resolver en mi camarote.
—"Asuntos que resolver"; ya lo creo —se burló Riera al coger la rueda del
timón, observando cómo Peter salía disparado hacia su camarote.
Tenía la esperanza de que Peter ya hubiese vuelto a tomar las riendas de sus
sentimientos por su esposa española. O eso, o que ya se hubiera decidido por un
castigo adecuado.
Peter abrió de golpe la puerta del camarote. Esta chocó contra la pared y él la
cerró de un portazo. Lali se puso de pie de un salto. ¿Había venido Peter por fin
a castigarla? Era lo bastante fuerte como para partirla en dos si así lo deseaba. Le
rogó a Dios que no lo hiciera.
—Peter ... —aquel nombre se le escapó de los labios en un suspiro
tembloroso.
Él sonrió tristemente.
—¿Esperabas a otro?
Ella tenía la garganta seca como el polvo.
—No te tengo miedo; te he dicho la verdad. No he sido la amante de don Mariano .
Yo misma me habría quitado la vida antes de permitirle que... que...
—¿Esperas que me crea eso?
—Me da lo mismo si te lo crees o no; es la verdad.
—Ah, Lali, siempre tan orgullosa y desafiante. ¿Todavía quieres ser monja?
—Sí, si tuviera todavía alguna posibilidad. Pero como soy una mujer casada, ya
no es posible. A no ser, claro, que les pagues para librarte de mí.
—Serías una monja pésima. —Se puso más cerca de ella, todavía más cerca,
obligándola a levantar la vista para mirarlo—. ¿Cómo iba yo a poder castigarte si te
encierras en un convento?
Le tocó a Lali la cara con mucha ternura, pero ella percibió el acero por debajo
de su caricia.
—No he hecho nada por lo que merezca ser castigada.
Los ojos de Peter adquirieron un brillo plateado.
—¿Y qué es lo que te mereces, monjita?
—Que me respetes. Soy tu esposa.
—Mi esposa. —Por más que fuera incapaz de reconocerlo, aquella palabra le
dejaba un sabor dulce en la boca—. No recuerdo haber deseado una esposa. Si
alguien me hubiera dicho que yo algún día tendría una esposa española, lo habría
partido en dos con mi espada. Y aun así, por más que me pese, estoy lleno de deseo
por ti, mi ardiente esposa española.
Lali se acercó a él con aquellos ojos seductores llenos de promesas y
esperanzas.
—¿Y eso es malo, Peter ? ¿Acaso mi sangre española me incapacita para ser tu
esposa? Eso no pareció importarte cuando me sedujiste en Andros. —Los ojos se le
oscurecieron por el dolor del rechazo—. Seducirme no fue más que un juego para ti,
¿verdad? —lo acusó—. Un juego que estabas decidido a ganar. Una vez que me
quitaste la inocencia, ya podías prescindir de mí.
—En Andros eras sólo una rehén, no mi esposa.
—Echaste a perder mi virginidad —arguyó Lali.
Peter le echó una sonrisilla maliciosa.
—Y disfruté de ello minuto a minuto. Igual que tú, Lali, admítelo.
—A diferencia de ti, Peter , yo no escondo la verdad. Te has jugado la vida
por mí: no puedo serte completamente indiferente.
Ella se le había acercado tanto que alcanzó a sentir cómo su dulce aliento le
acariciaba la mejilla; levantaba aquel mentón desafiante, poniéndole los labios lo
suficientemente cerca como para...

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