martes, 13 de diciembre de 2016

CAPITULO 33


Don MARIANO pareció enfadarse al oír aquello. 
—¡Vas a aprender a tener cuidado con lo que dices! ¿Por qué iba yo a querer 
hacerles daño a tus hermanos, cuando me han devuelto a mi mancillada futura 
esposa? ¿Acaso no soy afortunado? —se burló—. A estas horas, La Habana entera 
está murmurando que la prometida de MARIANO MARTINEZ es la barragana del infame
Diablo.
LALI retrocedió, sobrecogida.
—Si eso es lo que sentís, ¿por qué no me habéis mandado de vuelta a España
con mis hermanos?
MARIANO se rió con malicia.
—¿Y haber dejado que tus hermanos le devolvieran la dote a tu padre? No soy
imbécil, LALI. Además, eres una mujer hermosa y deseable. Habría sido una tontería
por mi parte no quedarme con tu dote y dejar que me complacieras con ese
cuerpecito tan tentador que tienes. Estoy deseando ver lo que te ha enseñado el
pirata ese.
A LALI la sacudió un sentimiento de inquietud.
—¿Estaban mis hermanos al tanto de vuestros sentimientos?
—Tus hermanos me consideran el colmo de la amabilidad y de la generosidad
por haberles quitado las miserias de su hermana de encima. Pocos hombres son tan
indulgentes. Y, además, la recompensa que recibieron por capturar al Diablo les
aflojó en gran medida las conciencias.
LALI se levantó desafiante.
—No me voy a casar con vos. Os podéis quedar con mi dote. Me vuelvo a casa
en el primer barco que zarpe.
—¿Y arruinar mi reputación de hombre honorable? Ah, no, querida. Hace
mucho que está planeada esta unión. Tu padre la espera.
—¿Aún me queréis a pesar de... a pesar de...?
—¿...A pesar de haber sido completamente deshonrada por el Diablo? —
terminó crudamente él—. Tu cuerpo me interesa, LALI, eso no lo puedo negar.
Pareces inocente, pero tienes fuego bajo esa apariencia. Quiero explorar ese fuego,
querida. Pero ¿casarnos? —Soltó una risa amarga—. Las mujeres como tú son dignas
de la cama de un hombre, pero no de llevar su apellido o darle hijos. Vas a ser mi
amante.
—¡De eso nada! —saltó LALI, indignada.
Don MARIANO la miró de cerca.
—Me pregunto —musitó— si protestaste tanto cuando el pirata te convirtió en
su fulana.
Ella se alzó bruscamente con la intención de salir de su vil presencia.
—Siéntate, querida, no montes un numerito delante de los criados. —Él cogió la
servilleta, la sacudió y se la puso sobre el regazo—. Ya lo discutiremos después de la
cena. No quiero que se me altere la digestión.
—Yo ya no tengo hambre, don MARIANO. Si me disculpáis, me voy a mi habitación
a preparar mi equipaje. Me marcho en el primer barco que zarpe.
Con un gesto brutal, él la agarró por la cintura, haciendo que el dolor le
arrancara un grito de los labios.
—He dicho que te sientes.
LALI se sentó de malos modos, frotándose la cintura en el punto donde los
dedos de él le habían amoratado la carne.
Él sonrió.
—Eso está mejor.
Los sirvientes entraron desfilando y sirvieron la elegante cena con toda la
pompa y el boato propios del estatus del gobernador general. Comieron en silencio,
MARIANO a grandes bocados y LALI a duras penas. Lo más sorprendente era que los
miedos de LALI no eran por lo que le pudiera pasar a ella, sino a PETER. Si a PETER
ella le importaba tan poco, ¿cómo iba a lograr convencerlo de que le perdonara la
vida a PETER?
—Tomaremos café en mi alcoba —dijo MARIANO apartando la silla de LALI.
LALI habría deseado estar en cualquier lugar donde no tuviera que verse a
merced de MARIANO. ¿Cómo había podido su padre hacerle una cosa así?
—Ven, querida, hay cosas que tenemos que aclarar.
LALI le precedió subiendo las escaleras, con el corazón saliéndosele del pecho y
las rodillas que le fallaban. Lo único que quería aclarar con don MARIANO era la
liberación de PETER. Y para ello no necesitaba la intimidad de su alcoba. ¿Qué iba a
hacer si él pretendía meterla en su cama aquella misma noche? ¡No podría
soportarlo! No iba a ser capaz.
El saloncito de la alcoba de don MARIANO era pequeño e íntimo, decorado con ricos
muebles oscuros y muy sólidos. La noche era cálida y las ventanas, que daban a un
balcón, estaban abiertas para que corriera la brisa del mar. Percibió el olor a flores
que se elevaba del jardín tapiado que había debajo. Se sentó con cautela al borde del
pequeño sofá, observando con preocupación cómo don MARIANO se sentaba a su lado.
—Bueno, ¿por dónde íbamos? —retomó MARIANO—. Ah, sí, ya me acuerdo. —Le
puso la mano en la mejilla y se la acarició con el reverso del dedo. LALI se puso
tensa. Un gesto que debía entrañar ternura resultó, en cambio, feo y mezquino—.
Estaré encantado de que seas mi amante.
—Don MARIANO, no podéis estar hablando en serio. Mi padre confía en vos. Se
quedaría espantado si supiera cómo me estáis tratando.
—Don Eduardo te ha dejado bajo mi custodia, LALI. Ha insultado mi orgullo al
ofrecerme esa dote que no podía rechazar. Él sospechaba que estabas echada a perder
y ha querido deshacerse de ti para evitarse la vergüenza de tu lamentable
comportamiento con el pirata. Lo que haga yo ahora contigo es asunto mío.

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