miércoles, 28 de diciembre de 2016

CAPITULO 45


Miró por la ventana el paisaje que corría hacia atrás. Los pastos estaban secos y
marrones y los árboles habían perdido su elegante follaje. Una llovizna brumosa
oscurecía su visión del terreno y una humedad que calaba los huesos se le había
posado encima como si fuera una funesta cortina gris. Era muy deprimente. Suspiró
llena de melancolía.
—El clima agradable de España es mucho más acogedor. Y Andros es un
paraíso comparado con esto.
Peter se rió.
—Me siento inclinado a coincidir contigo. Aun así, ésta es la tierra que me vio
nacer, y debo informar periódicamente a mi reina y vigilar mis propiedades.
—¿Qué va a ser de mí cuando te vuelvas a hacer a la mar? —preguntó Lali
preocupada por lo poco que la valoraba como esposa.
Peter frunció el ceño. En serio, ¿qué va a ser de ella?, se preguntó a sí mismo.
Maldita sea, menudo lío. Él no pensaba casarse hasta que estuviera listo para dejar la
vida a bordo y sentar cabeza. Para entonces, tenía planeado hacer la ronda por
aquellos aburridos eventos sociales y encontrar una novia entre las jóvenes promesas
del mercado del matrimonio. Él había pensado encontrar a una que fuese rica, que se
conformase con estar confinada en el campo, criando a sus hijos mientras él atendía a
la reina y se echaba una amante en Londres para mantener el aburrimiento a raya.
Por desgracia, lo habían obligado a casarse contra su voluntad con una española
de mucho carácter, cuyo fiero temperamento y cuya belleza arrebatadora lo tenían en
constante contradicción. La pura realidad era que la quería, pero la pregunta que ella
le había hecho lo inquietaba.
—Cuando vuelva a hacerme a la mar, tú te quedarás en la Residencia de los
Lanzani.
Lali abrió la boca para protestar, pero Peter la detuvo con un beso. No lo
pudo evitar. Los labios de ella, ligeramente humedecidos y resplandecientes, lo
estaban tentando. Tan perturbadores pero tan irresistibles como la fruta prohibida.
Se la subió al regazo y acopló la boca sobre la de ella en un beso capaz de pararle a
cualquiera el corazón. Los labios de él fueron todo menos delicados cuando le fue
abriendo la boca con la lengua para poder saborear la dulce esencia de ella. Le
encantaba su sabor, y el sentimiento de tenerla entre los brazos, porque era sólido,
cálido y reconfortante. Era casi como si ella...
No, no iba a ponerse a pensar en eso. Su vida ya era lo bastante complicada sin
preguntarse si Lali sentía algo especial por él. Deseo sexual, eso seguro; pero no se
atrevía a contemplar otras cosas. Por supuesto, sus propias ansias de sexo hacia su
fogosa esposa española tampoco eran cuestionables. Su debilidad por Lali era
motivo más que suficiente para poner distancia entre ambos antes de que perdiera
irrevocablemente el sentido. Su resentimiento contra los españoles le hacía imposible
cuidar de ella, ¿acaso no era eso cierto?
Pero, con Lali retorciéndose provocativa sobre su regazo, le resultaba difícil
acordarse de los sentimientos amargos de venganza. Las manos de ella le agarraban
de los hombros y tiraba de él para apretarse más mientras su boca tomaba por asalto
la de ella. Los gimoteos de placer ahogado que soltaba Lali casi lo hicieron
enloquecer.
Se desprendió del beso y se la quedó mirando. Los ojos de ella eran tan oscuros
y estaban tan llenos de promesas eróticas que se tiró de cabeza dentro de aquellas
profundidades sin importarle las consecuencias.
—Bruja —le susurró con aspereza, sinceramente convencido de que ella lo
había embrujado. ¿Cómo podía haberle hecho perder el norte de aquella manera, si
no era con alguna brujería?
—No soy una bruja, Peter —replicó Lali suspirando sin aliento—. Soy sólo
una mujer que... —Se mordió la lengua. No iba a ganar nada diciéndole que lo
amaba pero, en cambio, podía perderlo todo. Antes de admitir tal cosa, tenía que
convencerlo de que no era su enemiga.
—...Una mujer, de sangre caliente y naturaleza tempestuosa, que satisface
cierta necesidad que yo tengo —terminó Peter .
La volvió a besar con la boca caliente y llena de exigencias mientras le levantaba
el vestido hasta los muslos, dando vía libre a sus más fervientes deseos.
—A ti te gusta lo que te hago, mi amor. —La mano de él encontró el suave nido
de entre sus piernas y le acarició con los dedos la carne tierna y húmeda de sus
partes más íntimas. Le hundió la cabeza en el pecho, dejando un círculo mojado en la
tela del corpiño—. Yo también lo disfruto.
Lali tomó aliento y lo retuvo. Las caricias íntimas que él le estaba haciendo la
estaban dejando aturdida.
—Tu arrogancia es abrumadora.
Él avanzó con dedos certeros hacia el dulce calor de su sexo, y soltó un gruñido
cuando el miembro se le endureció tanto que por poco le revienta el lazo de los
pantalones.
—Maldita ropa diseñada por hombres sin perspectiva —musitó, recolocándose
para acomodar aquella erección de enormes proporciones—. Cómo pretenderán que
nos demos ningún homenaje con toda esta impedimenta de capas y más capas de
ropa apretada.
Lagli gimió de decepción.
Peter la oyó y se rió.
—Eso no quiere decir que no te pueda complacer. —Empujó el dedo hacia
adentro y Lali se sacudió convulsivamente.
Una vez que hubo recuperado el pulso normal, empezó a apretarse contra los
dedos que la acariciaban, obligándole a meterse aún más adentro. Cuando el pulgar
de él encontró su perla palpitante de sensibilidad, ella entró en la erupción de un
violento clímax. Él continuó con ella hasta que el último temblor hubo abandonado
su cuerpo. Entonces, le subió del todo el vestido y se abrazó con fuerza a ella.
—¿Te ha gustado, mi amor?
Lali se ruborizó, enardecida.
—Ya sabes tú que sí. Pero, ¿y tú, qué? —Le metió mano, decidida a hacer por él
lo mismo que él acababa de hacer por ella.

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