¿Y ahora qué? - Preguntó Callie, acunando a la muñeca envuelta en una toalla - La ropa de la señorita Josephine todavía está mojada, y sigue sin brazos.-
- ¿Tienes más ropita? - Preguntó PETER, en un mar de confusiones.
- No, la señorita Josephine sólo tiene un vestidito.-
- Hum...-
PETER se frotó la barbilla con la mano, preguntándose cómo podía resolver el problema de la falta de vestuario de la señorita Josephine.
- Tal vez podríamos coserle los brazos - Sugirió Callie.
- ¿Coser?-
- Sí. Creo que eso sería lo mejor.-
- ¿Tienes los, eh... Utensilios adecuados para coser? - Preguntó él, rezando para que la respuesta de Callie fuera negativa.
- Sí.-
Callie cogió lo necesario de una cestita que tenía junto a la cama y se lo pasó a PETER. PETER observó el hilo y la aguja que reposaban sobre la palma de su mano. Su consternación no habría sido mayor si le hubieran puesto una tarántula en la mano.
Aunque era evidente que los brazos de la señorita Josephine tenían que coserse a su cuerpo, PETER no tenía ni la más remota idea de cómo hacerlo.
- ¿Sabes enhebrar agujas? - Preguntó.
- Por supuesto que sí - Callie cogió el hilo y la aguja, se acercó al fuego y, sumamente concentrada, enhebró la aguja e hizo un nudo en un extremo del hilo - Aquí la tiene - Añadió mientras alargaba la aguja enhebrada hacia PETER.
PETER cogió la aguja y la miró como si se tratara de una serpiente.
«¡Dios mío! ¡En menudo lío me he metido!»
Pero, por difícil que pareciera la empresa, él se tenía por un hombre de recursos. Seguro que se las podía arreglar para dar un par de puntos. Echó una rápida mirada a su alrededor, como si pretendiera asegurarse de que ninguno de los miembros más preciados de la alta sociedad londinense estuviera agazapado tras las sombras, preparado para pillarle in fraganti y censurarle por conducta impropia. El marqués de LANZANI cosiéndole los brazos a una muñeca... James sabía que, si era lo bastante imbécil como para explicarle a alguien aquel episodio, de todos modos, no le creerían.
- Bueno, vamos allá.-
Flexionando las piernas, se sentó en el suelo cerca del fuego. Callie se sentó a su lado, y los dos juntos fueron cosiéndole los brazos a la señorita Josephine. La pequeña sostenía los brazos mientras PETER daba una serie de torpes e irregulares puntadas, haciendo un gran esfuerzo por mantener los labios cerrados cada vez que se clavaba la puntiaguda aguja en el dedo.
- Es mejor que no se pinche demasiado, señor LANZANITIEL, o acabará con un tatuaje.-
- ¿Qué?-
- Así es como se hacen los tatuajes, ¿Sabe? Con agujas. Oí a Winston y a Grimsley hablar sobre ello. Primero te bebes algo que se llama Blue Ruin hasta que te sientes un poco atontado, luego te pinchan con agujas y después te vas con tus amigos a una casa de citas - Ladeó la cabeza en señal de interrogación - ¿Qué es una casa de citas?-
PETER soltó la muñeca y estuvo a punto de atragantarse.
- Es un lugar adonde, bueno... Van caballeros y señoritas a... Eh, a... Jugar.-
- ¡Qué divertido! Me encantan los juegos. ¿Crees que en Halstead habrá alguna casa de citas adonde pueda ir yo?-
PETER se tapó la boca con las manos y musitó una palabrota para sus adentros.
- Sólo está permitida la entrada a los adultos.-
La mera idea de que aquel tipo de vulgaridades pudiera manchar algún día a aquella inocente niña le revolvió las tripas.
Callie lo miró decepcionada.
- Bueno... Tal vez cuando sea mayor.-
Poniéndole las manos en sus estrechos hombros, PETER la miró a los ojos y se esforzó por encontrar las palabras adecuadas.
- Las señoritas decentes y... Limpias no van a casas de citas. Nunca.-
A Callie se le pusieron los ojos como platos.
- ¿Qué? ¿Quiere decir que es un lugar adonde van las señoritas que no se bañan?-
- ¿Bañarse? Eh, bueno, sí. Eso.-
Callie arrugó su naricita chata.
- Entonces no me verán por allí. Me encanta jugar en la bañera. LALI me deja quedarme hasta que se me empieza a arrugar la piel - Bajó la mirada y se fijó en la muñeca que estaba en la alfombrilla entre ellos dos - ¿Y si acabamos de curar a la señorita Josephine?-
PETER aprovechó la oportunidad y cogió la muñeca con el mismo celo con que un perro hambriento corre tras un hueso. Y empezó a coser como si le fuera en ello la vida, rezando porque a Callie no se le ocurriera hacerle más preguntas.
- Ya está - Dijo él por fin, haciendo un nudo y cortando el hilo con los dientes. Levantó la muñeca para que Callie la pudiera inspeccionar.
«No está mal. Nada mal».
Aunque le dolían los dedos, estaba orgulloso de sí mismo.
«¿Y qué más da si los brazos de la muñeca están un poco torcidos y uno es más largo que otro? La cuestión es que ahora tiene brazos».
- ¡Tiene un aspecto magnífico! - Dijo Callie y después emitió un hondo suspiro.
Sus ojos rebosaban gratitud. Una profunda sensación de logro y autocomplacencia invadió a PETER.
- Sí, lo tiene. Ahora veamos cómo está su ropa. Tal vez ya se haya secado.-
Callie fue a buscar el vestidito de la muñeca.
- Sólo tiene los bordes un poco húmedos.-
- Perfecto. Sugiero que vistamos a la señorita Josephine y la acostemos.-
- Opino lo mismo. Ha tenido una noche agotadora.-
PETER sujetó la muñeca mientras Callie le introducía el vestido por la cabeza. Y se lo abrocharon entre los dos.
- Gracias, señor LANZANITIEL - Dijo Callie, abrazando a la muñeca contra su pecho - Le ha salvado la vida a la señorita Josephine y siempre le estaré agradecida - Se acercó la muñeca al oído y escuchó, con los ojos abiertos de par en par. Luego miró a PETER - A la señorita Josephine le gustaría darle un beso y un abrazo.-
PETER hincó una rodilla en el suelo enfrente de Callie. Ella acercó la carita de porcelana de la muñeca a la mejilla de James e hizo el sonido de un beso.
- Gracias, señor LANZANITIEL - Dijo Callie con voz aguda, simulando ser la señorita Josephine - Le quiero.-
A PETER se le hizo un nudo en la garganta, un nudo que le resultó casi insoportable cuando Callie se abalanzó sobre él, le rodeó el cuello con sus bracitos y lo abrazó con todas sus fuerzas. Al principio, PETER dudó, pero luego apretó a la pequeña contra su pecho, mientras sentía que se le expandía el corazón ante semejante muestra de gratitud.
«¡Qué sensación tan distinta abrazar a un niño! Distinta, increíble y maravillosamente enternecedora».
- Yo también le quiero, señor LANZANITIEL - Le susurró en el cuello.
Le dio un jugoso beso en la mejilla sacando mucho los labios y luego se retiró y le sonrió, con los ojos brillantes.
«¡Maldita sea! Esta niña va a acabar por desmontarme».
PETER carraspeó y, de algún modo, consiguió esbozar una sonrisa.
- Creo que ya es hora de que tú y la señorita Josephine se vayan a la cama - Dijo con voz ronca, embargado por la emoción.
Callie se subió a la cama y PETER las arropó a ella y a la señorita Josephine. No estaba seguro de haberlo hecho correctamente, pero Callie bostezó inmediatamente y cerró los ojos. Al poco rato, tenía la respiración profunda y regular propia del sueño.
PETER se quedó de pie junto a la cama durante varios minutos, observándola. Un halo resplandeciente de rizos oscuros y brillantes rodeaba la preciosa carita de Callie, las pestañas proyectaban sombras en forma de media luna sobre sus regordetas mejillas, y su boquita de piñón parecía robada de un querubín.
«Yo también le quiero, señor LANZANITIEL».
«Que Dios me ayude».
PETER salió del dormitorio, cerrando silenciosamente la puerta tras él.
Cuando entró en su alcoba, PETER se fue directo a la garrafa de brandy.
«¡Estoy perdido! Los habitantes de esta casa van a acabar volviéndome loco».
No sabía cómo había ocurrido, pero cada uno de ellos se las habían apañado para, de alguna manera, colarse con la habilidad de un experto ladrón en su hastiado corazón y robarle un pedacito. Pero ninguno lo había logrado tan completamente como LALI.
«¡Dios! Ni siquiera creía que tuviera un alma hasta que ella me la despertó con su valiente compasión, su ternura y su afecto».
Ella era un ángel que le tentaba más allá de lo imaginable y le hacía sentir cosas que nunca había experimentado antes, cosas que ni tan siquiera era capaz de describir, que le estremecían íntimamente y le hacían sentir que iba a estallarle el corazón.
Dominado por la inquietud, PETER se bebió una copa de brandy y volvió a servirse otra enseguida. Era una buena cosa que tuviera que abandonar pronto la casa de los ESPOSITO. Se había implicado demasiado con aquella gente, en sus vidas y sus problemas. No podía permitir que le importaran… No. Era demasiado tarde.
«¡Maldita sea! Ya me importan. Todos ellos».
Intentó alejar sus pensamientos del rato que acababa de pasar con Callie, pero no lo consiguió. No sabía absolutamente nada sobre niñas pequeñas, pero, cuando la encontró llorando por su querida muñeca, notó que estaba a punto de partírsele el corazón. Si hubiera sido necesario, habría luchado contra dragones para que la pequeña volviera a sonreír.
Y lo había conseguido. Bajó la mirada y contempló sus dedos doloridos y no pudo evitar esbozar una sonrisa. Por lo menos no “le había salido” un tatuaje.
«¡Dios mío! Qué hermosura de niña. Tan abierta, sincera e inocente».
«Yo también le quiero, señor LANZANITIEL».
Nadie le había dicho antes aquellas palabras. Ni su madre, ni su padre, ni su hermana, ni ninguna de sus numerosas amantes. Nadie. Lo cierto era que él nunca había concedido ninguna importancia a aquellas tres breves palabras hasta que las había oído en boca de una niña de seis años que lo miraba con ojos brillantes y llenos de admiración, unos ojos que eran un duplicado exacto de los de su hermana mayor.
«Qué extraordinario que una niña tan pequeña haya experimentado el amor cuando yo, alguien que se supone que lo tiene todo, no lo ha hecho nunca».
PETER dio un buen trago al brandy, el fuerte licor le dejó un ardiente rastro de camino al estómago. Fuera como fuese, tenía que dejar de pensar en LALI. Pero, por mucho que lo intentaba, no podía alejar sus pensamientos de ella.
Recordó el rato que habían pasado a solas la noche anterior; LALI entregada y temblorosa entre sus brazos, experimentando su primer éxtasis pasional. La sedosa textura de su piel, con olor a rosas, la aterciopelada calidez de su feminidad contrayéndose alrededor de sus dedos, sus suspiros de placer, la caricia de sus labios...
Dentro de cuarenta y ocho horas estaría de vuelta en Londres, fuera de la vida de LALI. Se le revolvieron las tripas sólo de pensarlo y sintió un dolor que no se atrevió a nombrar. ¡Maldita sea! Aquella mujer se le había metido debajo de la piel y no sabía cómo sacársela de allí. Tenía que marcharse, por el bien de los dos.
Musitando con rabia una obscenidad, cogió la garrafa de brandy, se sirvió otra copa y se hundió en la butaca orejera que había enfrente de la chimenea con un sonoro suspiro.
Casi eran las cuatro de la madrugada. Se bebió el brandy y volvió a llenarse la copa. ¿Acabaría aquella noche alguna vez?
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