ROCIO no podía dormir.
Se había retirado poco después de la cena, esperando que su ausencia
ofreciera a PABLO la oportunidad de estirar a PETER de la lengua y quizá
sonsacarle lo que tanto le preocupaba.
Estaba muy preocupada por su
hermano. Desde su regreso hacía dos semanas, no había vuelto a ser el
mismo. El PETER de antes era cínico y arrogante y parecía estar de
vuelta de todo, pero también sabía ser simpático, divertido e ingenioso y siempre tenía una palabra cariñosa para ella.
Ahora apenas hablaba con alguien y, cuando lo hacía, siempre respondía
en tono cortante y con monosílabos. Si decía más de dos o tres palabras
seguidas, las acompañaba de una mirada gélida y daba por concluida la
conversación. Cuando no estaba mirando a alguien con cara de pocos
amigos, estaba bebiendo.
Pero lo que más alarmaba a ROCIO era
aquella mirada de apesadumbrada resignación en sus ojos. Era casi como
si nada ni nadie le importara lo más mínimo.
Cuando llevaba una hora
dando vueltas en la cama, ROCIO no podía aguantar aquella inactividad
por más tiempo. Sencillamente, tenía que saber qué estaba ocurriendo. Se
puso la bata y bajó cautelosamente las escaleras.
Se detuvo fuera
del salón y pegó la oreja a la puerta. Silencio. Hizo girar lentamente
el pomo intentando no hacer ruido y vio que el salón estaba vacío.
Avanzó por el pasillo hasta la biblioteca.
Se deslizó con sigilo, el
sonido de sus pasos amortiguado por la gruesa alfombra persa. Al
detenerse junto a la puerta de la biblioteca, oyó un inconfundible
murmullo de voces. Triunfante y sin el menor atisbo de culpa, se
arrodilló y miró a través del ojo de la cerradura. Oscuridad.
«¡Maldita sea! Debe de estar puesta la llave».
Apretó la oreja contra la puerta, pero las palabras se oían apagadas y distorsionadas.
Sin darse por vencida, ROCIO se dirigió a toda prisa hacia el despacho
teniendo cuidado de no derribar o golpear ninguna mesa. Cuando llegó a
la puerta que unía ambas habitaciones, contuvo la respiración e hizo
girar apenas el pomo. Para su regocijo, éste no se resistió. Abrió la
puerta con sumo cuidado un par de centímetros y apretó la oreja contra
la rendija. Le llegó la voz de PABLO:
«¿...Consideras que beber
hasta la inconsciencia es el mejor remedio a seguir? Sea quien sea, la
persona que ha intentado matarte está ahí fuera, esperando otra
oportunidad. Apenas podrás defenderte si estás como una cuba».
A ROCIO se le heló la sangre y se cubrió la boca con la mano para enmudecer un grito sofocado.
«¡Santo Dios! Alguien está intentando matar a PETER!»
Volviendo a pegar la oreja a la rendija, escuchó atentamente toda la
conversación, aumentando su asombro con cada minuto que pasaba.
Cuando finalizó la conversación, ROCIO miró por la abertura de la puerta
y vio a PABLO intentando levantar de la butaca a PETER, que parecía
estar borracho como una cuba. Cerró silenciosamente la puerta y se
encaminó hacia su aposento.
Corrió por el pasillo de una forma
bastante impropia de una condesa. Luego, utilizando un método que
escandalizaría a las damas de la alta sociedad, se levantó el camisón y
la bata hasta los muslos y subió las escaleras de dos en dos, sin
detenerse en su loca carrera hasta que estuvo bien oculta bajo las
sábanas de su cama. Cerró los ojos e hizo un esfuerzo por respirar más
pausadamente, pues sabía que PABLO vendría a hablar con ella. Su esposo
sabía las ganas que ella tenía de saber qué era lo que tanto le
preocupaba a PETER.
Al cabo de varios minutos, oyó abrirse la puerta
que conectaba su suite con la de su esposo. Victoria notó cómo se
hundía el borde de la cama bajo el peso de PABLO cuando éste se sentó.
Abrió los ojos y le sonrió en la semioscuridad.
- Debía haber imaginado que todavía estarías despierta - Dijo él en tono risueño.
- Me muero de ganas de saber lo que te ha contado PETER - Le contestó
incorporándose - ¿Te ha explicado qué es lo que tanto le preocupa?-
PABLO dudó un momento y luego dijo:
- Me temo que PETER ha bebido demasiado. Le he ayudado a subir las
escaleras y lo he dejado en la habitación de invitados azul.-
- Entiendo - Dijo ROCIO.
Era evidente que PABLO no pensaba repetirle la conversación que acababa de mantener con PETER.
«Debe de formar parte del código de honor entre caballeros no contar las confidencias hechas con unas copas de más».
Afortunadamente ROCIO no necesitaba que nadie se lo explicara. Y, por
descontado, tampoco tenía por qué contarle ella a PABLO lo que sabía.
- Tenía tantas esperanzas de que averiguaras lo que tanto parece
atormentar a mi hermano - Dijo ROCIO fingiendo el mejor de sus suspiros -
Me gustaría tanto poderle ayudar.-
PABLO la abrazó y le dio un beso en la frente.
- PETER se pondrá bien - Le dijo intentando tranquilizarla - Créeme, no
hay nada que puedas hacer para ayudarle, salvo tener paciencia con él.
Pronto volverá a ser el mismo PETER de siempre.-
ROCIO se acurrucó contra el pecho de su marido, con una sonrisa furtiva en los labios.
«¿Que no hay nada que pueda hacer para ayudarle? Eso ya lo veremos».
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ResponderEliminarSubí más!!
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