martes, 12 de abril de 2016

CAPITULO 62

ROCIO no podía dormir.
Se había retirado poco después de la cena, esperando que su ausencia ofreciera a PABLO la oportunidad de estirar a PETER de la lengua y quizá sonsacarle lo que tanto le preocupaba.
Estaba muy preocupada por su hermano. Desde su regreso hacía dos semanas, no había vuelto a ser el mismo. El PETER de antes era cínico y arrogante y parecía estar de vuelta de todo, pero también sabía ser simpático, divertido e ingenioso y siempre tenía una palabra cariñosa para ella.
Ahora apenas hablaba con alguien y, cuando lo hacía, siempre respondía en tono cortante y con monosílabos. Si decía más de dos o tres palabras seguidas, las acompañaba de una mirada gélida y daba por concluida la conversación. Cuando no estaba mirando a alguien con cara de pocos amigos, estaba bebiendo.
Pero lo que más alarmaba a ROCIO era aquella mirada de apesadumbrada resignación en sus ojos. Era casi como si nada ni nadie le importara lo más mínimo.
Cuando llevaba una hora dando vueltas en la cama, ROCIO no podía aguantar aquella inactividad por más tiempo. Sencillamente, tenía que saber qué estaba ocurriendo. Se puso la bata y bajó cautelosamente las escaleras.
Se detuvo fuera del salón y pegó la oreja a la puerta. Silencio. Hizo girar lentamente el pomo intentando no hacer ruido y vio que el salón estaba vacío. Avanzó por el pasillo hasta la biblioteca.
Se deslizó con sigilo, el sonido de sus pasos amortiguado por la gruesa alfombra persa. Al detenerse junto a la puerta de la biblioteca, oyó un inconfundible murmullo de voces. Triunfante y sin el menor atisbo de culpa, se arrodilló y miró a través del ojo de la cerradura. Oscuridad.
«¡Maldita sea! Debe de estar puesta la llave».
Apretó la oreja contra la puerta, pero las palabras se oían apagadas y distorsionadas.
Sin darse por vencida, ROCIO se dirigió a toda prisa hacia el despacho teniendo cuidado de no derribar o golpear ninguna mesa. Cuando llegó a la puerta que unía ambas habitaciones, contuvo la respiración e hizo girar apenas el pomo. Para su regocijo, éste no se resistió. Abrió la puerta con sumo cuidado un par de centímetros y apretó la oreja contra la rendija. Le llegó la voz de PABLO:
«¿...Consideras que beber hasta la inconsciencia es el mejor remedio a seguir? Sea quien sea, la persona que ha intentado matarte está ahí fuera, esperando otra oportunidad. Apenas podrás defenderte si estás como una cuba».
A ROCIO se le heló la sangre y se cubrió la boca con la mano para enmudecer un grito sofocado.
«¡Santo Dios! Alguien está intentando matar a PETER!»
Volviendo a pegar la oreja a la rendija, escuchó atentamente toda la conversación, aumentando su asombro con cada minuto que pasaba.
Cuando finalizó la conversación, ROCIO miró por la abertura de la puerta y vio a PABLO intentando levantar de la butaca a PETER, que parecía estar borracho como una cuba. Cerró silenciosamente la puerta y se encaminó hacia su aposento.
Corrió por el pasillo de una forma bastante impropia de una condesa. Luego, utilizando un método que escandalizaría a las damas de la alta sociedad, se levantó el camisón y la bata hasta los muslos y subió las escaleras de dos en dos, sin detenerse en su loca carrera hasta que estuvo bien oculta bajo las sábanas de su cama. Cerró los ojos e hizo un esfuerzo por respirar más pausadamente, pues sabía que PABLO vendría a hablar con ella. Su esposo sabía las ganas que ella tenía de saber qué era lo que tanto le preocupaba a PETER.
Al cabo de varios minutos, oyó abrirse la puerta que conectaba su suite con la de su esposo. Victoria notó cómo se hundía el borde de la cama bajo el peso de PABLO cuando éste se sentó. Abrió los ojos y le sonrió en la semioscuridad.
- Debía haber imaginado que todavía estarías despierta - Dijo él en tono risueño.
- Me muero de ganas de saber lo que te ha contado PETER - Le contestó incorporándose - ¿Te ha explicado qué es lo que tanto le preocupa?-
PABLO dudó un momento y luego dijo:
- Me temo que PETER ha bebido demasiado. Le he ayudado a subir las escaleras y lo he dejado en la habitación de invitados azul.-
- Entiendo - Dijo ROCIO.
Era evidente que PABLO no pensaba repetirle la conversación que acababa de mantener con PETER.
«Debe de formar parte del código de honor entre caballeros no contar las confidencias hechas con unas copas de más».
Afortunadamente ROCIO no necesitaba que nadie se lo explicara. Y, por descontado, tampoco tenía por qué contarle ella a PABLO lo que sabía.
- Tenía tantas esperanzas de que averiguaras lo que tanto parece atormentar a mi hermano - Dijo ROCIO fingiendo el mejor de sus suspiros - Me gustaría tanto poderle ayudar.-
PABLO la abrazó y le dio un beso en la frente.
- PETER se pondrá bien - Le dijo intentando tranquilizarla - Créeme, no hay nada que puedas hacer para ayudarle, salvo tener paciencia con él. Pronto volverá a ser el mismo PETER de siempre.-
ROCIO se acurrucó contra el pecho de su marido, con una sonrisa furtiva en los labios.
«¿Que no hay nada que pueda hacer para ayudarle? Eso ya lo veremos».

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