PETER
anduvo por el sendero con la mente ofuscada. Faltaban veinte minutos
para que PABLO y sus hombres llegaran a sus puestos, pero no podía
soportar quedarse más tiempo en el salón de baile. El empalagoso
ambiente que se respiraba en la fiesta le había hecho sentirse como un
animal enjaulado.
Si avanzaba a paso lento, llegaría al lugar acordado sólo unos pocos minutos antes; y ¿Qué
podían importar unos pocos minutos? Quería acabar con aquello de una
vez por todas. Quería desenmascarar a quien fuera que quisiera matarle
para poder seguir con su vida. Con un poco de suerte, el culpable
atacaría aquella noche y sería apresado. Entonces podría continuar con
su vida.
«¿Pero en qué diablos consiste mi vida? ¿Más fiestas? ¿El juego? ¿Las mujeres?»
Se le escapó un amargo quejido. No tocaba a una mujer desde su regreso a
Londres. Y no había sentido el menor deseo de hacerlo. Había ido a ver a
su amante la noche anterior, esperando quitarse a LALI de la cabeza,
pero, una vez allí, no había podido hacer nada. Monique Delacroix podría
seducir a las estrellas para que bajaran del cielo con su hermoso
rostro y sus voluptuosas y sensuales curvas, pero PETER no soportó que
le tocara. Su beso le dejó frio y con un sabor desagradable en la boca.
Cuando ella le acarició a través de los pantalones, él tembló, pero no
de deseo, sino de asco. Le pidió un brandy, hilvanó una rápida excusa y
se fue. Y allí estaba él, paseando por el asqueroso jardín de flores de
su hermana e intentando quitarse de la cabeza a la persona en quien no
podía dejar de pensar. LALI...
Ella ocupaba todos sus pensamientos,
llenaba cada recoveco de su mente, y no había nada que la pudiera
apartar de allí. Si sólo...
-PETER.-
PETER se quedó helado y luego farfulló una blasfemia y pensó: «¡Maldita sea, hasta oigo su voz!»
Siguió andando. Había dado menos de dos pasos cuando volvió a oír que
alguien le llamaba. Se volvió y miró fijamente a la mujer que se le
acercaba, sin creerse lo que veían sus ojos. Sacudió enérgicamente la
cabeza como si quisiera borrar aquella visión, convencido de que sus
ojos le estaban engañando.
«Debo de estar borracho», pensó.
Pero
era imposible, sólo se había bebido una copa de champán. La visión
siguió avanzando, deteniéndose aproximadamente a un metro de él.
- Hola, PETER-
Era real. No era ninguna aparición ni tampoco el producto de su
imaginación. Se trataba de LALI. Su ángel. De pie ante él, con el
vestido azul pálido que él le había regalado, los ojos luminosos y
brillantes y una tímida e insegura sonrisa en los labios. PETER cerró
los ojos y tragó saliva, bombardeado por una tormenta de sentimientos
contradictorios. Confusión. Extrañeza. Alegría. Abrió los ojos de par en
par y la miró, recorriendo su figura de arriba abajo con la mirada.
«¡Dios! ¡Qué hermosa es! Y cómo la he echado de menos».
Pero, ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Cómo lo había encontrado…? A PETER se le paró el corazón.
«¡Dios mío! Debe de estar embarazada. Por eso me ha seguido la pista».
Multitud de emociones volvieron a bombardearle.
«LALI. ¡Embarazada!»
Se le desbocó el corazón y empezó a latirle con más fuerza. Le embargó
un júbilo que no tenía ningún derecho a sentir. Estaba a punto de correr
hacia ella, abrazarla con todas sus fuerzas y no dejarla marchar nunca
más, cuando recuperó súbitamente la razón. Dentro de sólo unos minutos
iban a tenderle una trampa a un asesino, un asesino que podía estar lo
bastante loco o lo bastante desesperado como para matar también a LALI
si estaba en medio. Según sus datos, era posible que alguien le
estuviera siguiendo los pasos justo en ese momento. No podía poner la
vida de LALI en peligro. Tenía que quitársela de encima. Y cuanto antes
mejor.
- Quiero que vuelvas a la fiesta. Ahora.-
Ella negó con la cabeza.
- Tengo que hablar contigo.-
- ¿Cómo diablos me has encontrado?-
- A través de tu hermana.-
- ¿Mi hermana?-
«¡Maldita sea», pensó, «Vaya lío que ha organizado ROCIO!»
- Vete. De inmediato.-
- No. No pienso moverme de aquí.-
PETER apretó los puños.
«¡Maldita testaruda!»
Si le ocurría algo a LALI, mataría a ROCIO con sus propias manos. Y
parecía que, a aquel paso, tendría que cargar literalmente a LALI hasta
la mansión. Pero antes tenía que saberlo.
- ¿Esperas un hijo? ¿Por eso has venido?-
Ella se puso lívida.
- No - Susurró.
- ¿Entonces por qué...?-
Se le quebró la voz cuando le asaltó una idea que le heló la sangre. Se
impuso la realidad, aplastándole con su implacable peso. Conocía
demasiado bien la naturaleza humana y sabía que, si LALI le había buscado
después del daño que debía de haberle hecho abandonándola de aquella
forma, era porque, como todo el mundo, quería sacar tajada de la
situación.
«¡Dios mío, qué estúpido he sido! Es igual que la
multitud de aristócratas cazadoras de fortunas y buscadoras de títulos
que me sale a cada paso».
Una gélida rabia le hizo apretar los puños.
«¿Cómo he podido ser tan idiota y tan ingenuo?»
La miró con los ojos entornados.
- ¿Sabes quién soy?-
- Sí. Sé que eres el marqués de Glenfield.-
PETER le contestó con voz gélida.
- ¿Por eso has venido? Averiguaste que era rico y de buena familia y te
imaginaste que podrías sacar tajada. ¿Qué pasa? ¿No ganas lo suficiente
vendiendo relatos para alimentar a todas esas bocas hambrientas? ¿Acaso
vienes a reclamar los varios miles de libras que crees que te debo por
haberme salvado la vida? ¿O tal vez por «los servicios prestados»? - La
repasó de arriba abajo con una mirada inconfundiblemente insultante - No
tengo la costumbre de pagar los favores sexuales, pero fuiste un
interesante pasatiempo. Lamentablemente para ti, ahora voy un poco justo
de efectivo, pero contactaré con mi agente para que te pague mañana.-
El rostro de LALI se había puesto pálido como la muerte.
- ¿Cómo puedes decirme esas cosas tan horribles? - Susurró mientras se
le quebraba la voz - ¡Dios mío! ¡No te conozco! ¿Quién eres?-
A PETER se le escapó una risa llena de amargura.
- Como tú misma acabas de decir, soy el marqués de Glenfield. Y, en
calidad de tal, no tengo el deseo ni la intención de proseguir esta
discusión. Cualquier relación que hayamos podido tener es cosa del
pasado. Sugiero que lo tengas presente y que te mantengas alejada de
mí.-
LALI permaneció completamente inmóvil durante varios segundos. Luego levantó la barbilla, echando chispas por los ojos.
- ¿Cómo demonios he podido equivocarme tanto sobre ti? Eres un hombre frío y horrible. Un completo desconocido.-
Tras dirigirle una última y fulminante mirada, con una expresión que
reflejaba elocuentemente su desprecio y su rencor, se dio la vuelta.
De repente, a PETER le asaltó la duda. La indignación, el enfado de
LALI... parecían tan auténticos. ¿La había malinterpretado? Alargó la
mano y retuvo a LALI sujetándola del brazo.
- LALI, yo...-
La palma de la mano de LALI se estrelló contra la mejilla de PETER con un ruido seco.
Soltándose bruscamente de PETER, LALI se frotó el brazo en el lugar
donde él la había tocado como si intentara eliminar la sensación de
aquel contacto en su piel.
- Como tú mismo acabas de decir, eres el
marqués de Glenfield - Le devolvió sus mismas palabras, con el pecho
hacia delante y echando fuego por los ojos - Y, en calidad de tal, no
tengo el deseo ni la intención de proseguir esta discusión. Cualquier
relación que hayamos podido tener es cosa del pasado. No quiero tener
nunca la desgracia de volverte a ver.-
La mirada despectiva que le dirigió podría haber prendido fuego a un bosque.
- Sugiero que lo tengas presente y que te mantengas alejado de mí.-
Habiendo dicho esto, se dio la vuelta y se alejó sendero abajo, con los puños apretados a ambos lados del cuerpo.
A PETER le ardía la cara en el lugar donde la mano de LALI le había
dejado la marca de la bofetada, pero aquel escozor no era nada comparado
con el terrible dolor que se le clavaba en lo más profundo de su alma.
Sintió como si, de repente, se le hubieran secado las entrañas y se
moría por dentro cuando se dio cuenta de que acababa de cometer un
terrible e imperdonable error.
Tras pasar sólo dos semanas en
Londres, rodeado de sus colegas superficiales e interesados, se había
olvidado de que realmente existía gente como LALI.
Le había mirado
como si le odiara. Y no la podía culpar por ello. Él también se odiaba a
sí mismo. Inmovilizado por la angustia, la miró fijamente mientras se
alejaba. Y contempló cómo LALI salía de su vida, para siempre.
Eres un estúpido! Subís mas?! Una maratooon!
ResponderEliminarSubí más!!!
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