PETER observó cómo Lucy se reunía con Marshall. La orquesta empezó a tocar una nueva melodía, y los dos se dirigieron hacia la pista de baile.
PETER entró a pasos largos en el vestíbulo y salió del edificio a toda prisa.
La caminata de tres cuartos de hora hasta la casa de los ESPOSITO ofreció a PETER la oportunidad que tanto necesitaba para pensar.
Sabía que aquella noche había hecho lo mejor que podía hacer por el bien de LALI, pero, de todos modos, se sentía como un canalla. Estaba tan hermosa, con el rostro ruborizado e irradiando felicidad, tan increíblemente encantadora con su nuevo vestido. Había deseado tanto tocarla, besarla, cogerla en brazos y llevársela a un lugar íntimo donde pudieran estar los dos solos... Pero ¿Cómo iba a hacerlo yéndose a la mañana siguiente? Era un canalla, pero no tan canalla como para eso.
La idea de su inminente marcha le llenó de una profunda sensación de vacío, y sintió una fuerte opresión en el pecho. Se había encariñado mucho con los ESPOSITO en aquella breve estancia en su casa. Con todos ellos. Sobre todo con LALI.
«¡Maldita sea!», pensó.
Encariñarse era un eufemismo rayano con el ridículo. La admiraba. La respetaba. Le gustaba tremendamente.
Le importaba. Muchísimo.
Entró en la casa de los ESPOSITO. Grimsley no estaba en la puerta, de modo que PETER asumió que se había retirado a su alcoba. Buscó a LALI en la biblioteca y en el despacho, pero los dos estaban vacíos, de modo que supuso que se había acostado. Decidió esperar. Ya hablaría con ella a la mañana siguiente antes de partir. Así tendría toda la noche para pensar en las palabras adecuadas, aunque dudaba que existieran.
Mientras subía las escaleras, se aflojó el cuello de la camisa. Cuando entró en su alcoba, se quitó rápidamente la chaqueta y la dejó caer, junto con la corbata, sobre la butaca que había junto a la chimenea. Estaba desabrochándose la camisa cuando vio la cama por el rabillo del ojo. Sus dedos se detuvieron súbitamente y miró fijamente en aquella dirección.
El vestido que le había regalado a LALI estaba desparramado sobre la cubierta.
Como si estuviera hipnotizado, se acercó a la cama. El precioso vestido estaba cuidadosamente extendido sobre la cama, con una nota encima del suave tejido. Al lado del vestido, perfectamente apilados, LALI había dejado la combinación, las medias y los zapatos.
PETER alargó el brazo y cogió la nota.
Señor LANZANITIEL,
Quiero darle las gracias por este precioso vestido y sus complementos, pero tras reconsiderarlo, opino que sería impropio aceptar un regalo tan elaborado y personal.
Mañana debo ir a un pueblo vecino para visitar a una amiga de la familia que está enferma y pasaré allí la noche. Puesto que sus heridas parecen estar bastante curadas, creo que sería mejor que usted se hubiera ido para cuando yo esté de vuelta pasado mañana.
Cuidarle ha sido un placer para mí y para toda mi familia y estamos muy contentos por su pronta recuperación. Por favor, acepte mis felicitaciones por su buena salud y mis más sinceros deseos de que siga así.
Cordialmente,
LALI ESPOSITO.
PETER volvió a leer la nota, mientras su opresión en el pecho iba en aumento hasta que sintió como si un piano le estuviera aplastando los pulmones.
Le estaba echando. Le había devuelto su regalo y le pedía que se marchara antes de que ella volviera a casa.
La cabeza le decía que LALI estaba haciendo lo correcto. Era mejor así. Cuando ella regresara, él se habría marchado. Sin tristes despedidas. Sin tener que admitir sus mentiras.
Pero su corazón sabía que no podía marcharse de ese modo.
Sin saber lo que iba a decirle, PETER cogió precipitadamente el vestido y los complementos, salió de la alcoba y cerró la puerta tras él.
PETER entró a pasos largos en el vestíbulo y salió del edificio a toda prisa.
La caminata de tres cuartos de hora hasta la casa de los ESPOSITO ofreció a PETER la oportunidad que tanto necesitaba para pensar.
Sabía que aquella noche había hecho lo mejor que podía hacer por el bien de LALI, pero, de todos modos, se sentía como un canalla. Estaba tan hermosa, con el rostro ruborizado e irradiando felicidad, tan increíblemente encantadora con su nuevo vestido. Había deseado tanto tocarla, besarla, cogerla en brazos y llevársela a un lugar íntimo donde pudieran estar los dos solos... Pero ¿Cómo iba a hacerlo yéndose a la mañana siguiente? Era un canalla, pero no tan canalla como para eso.
La idea de su inminente marcha le llenó de una profunda sensación de vacío, y sintió una fuerte opresión en el pecho. Se había encariñado mucho con los ESPOSITO en aquella breve estancia en su casa. Con todos ellos. Sobre todo con LALI.
«¡Maldita sea!», pensó.
Encariñarse era un eufemismo rayano con el ridículo. La admiraba. La respetaba. Le gustaba tremendamente.
Le importaba. Muchísimo.
Entró en la casa de los ESPOSITO. Grimsley no estaba en la puerta, de modo que PETER asumió que se había retirado a su alcoba. Buscó a LALI en la biblioteca y en el despacho, pero los dos estaban vacíos, de modo que supuso que se había acostado. Decidió esperar. Ya hablaría con ella a la mañana siguiente antes de partir. Así tendría toda la noche para pensar en las palabras adecuadas, aunque dudaba que existieran.
Mientras subía las escaleras, se aflojó el cuello de la camisa. Cuando entró en su alcoba, se quitó rápidamente la chaqueta y la dejó caer, junto con la corbata, sobre la butaca que había junto a la chimenea. Estaba desabrochándose la camisa cuando vio la cama por el rabillo del ojo. Sus dedos se detuvieron súbitamente y miró fijamente en aquella dirección.
El vestido que le había regalado a LALI estaba desparramado sobre la cubierta.
Como si estuviera hipnotizado, se acercó a la cama. El precioso vestido estaba cuidadosamente extendido sobre la cama, con una nota encima del suave tejido. Al lado del vestido, perfectamente apilados, LALI había dejado la combinación, las medias y los zapatos.
PETER alargó el brazo y cogió la nota.
Señor LANZANITIEL,
Quiero darle las gracias por este precioso vestido y sus complementos, pero tras reconsiderarlo, opino que sería impropio aceptar un regalo tan elaborado y personal.
Mañana debo ir a un pueblo vecino para visitar a una amiga de la familia que está enferma y pasaré allí la noche. Puesto que sus heridas parecen estar bastante curadas, creo que sería mejor que usted se hubiera ido para cuando yo esté de vuelta pasado mañana.
Cuidarle ha sido un placer para mí y para toda mi familia y estamos muy contentos por su pronta recuperación. Por favor, acepte mis felicitaciones por su buena salud y mis más sinceros deseos de que siga así.
Cordialmente,
LALI ESPOSITO.
PETER volvió a leer la nota, mientras su opresión en el pecho iba en aumento hasta que sintió como si un piano le estuviera aplastando los pulmones.
Le estaba echando. Le había devuelto su regalo y le pedía que se marchara antes de que ella volviera a casa.
La cabeza le decía que LALI estaba haciendo lo correcto. Era mejor así. Cuando ella regresara, él se habría marchado. Sin tristes despedidas. Sin tener que admitir sus mentiras.
Pero su corazón sabía que no podía marcharse de ese modo.
Sin saber lo que iba a decirle, PETER cogió precipitadamente el vestido y los complementos, salió de la alcoba y cerró la puerta tras él.
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