domingo, 20 de marzo de 2016

CAOITULO 23

Al oírla murmullar su nombre tan apasionadamente, a él se le escapó otro hondo y dolorido gemido. PETER le besó ávida e intensamente la larga columna del cuello y, cuando la blusa le impidió avanzar, desenredó los dedos de los rizos de LALI y le abrió rápidamente varios botones de la blusa.
Los labios de PETER acariciaron el acelerado pulso de LALI en la base de la garganta y luego siguieron descendiendo hasta hundirse en las voluptuosas curvas de sus senos, que sobresalían sobre el encaje de la combinación. PETER inhaló profundamente y luego acarició con la lengua la piel de terciopelo y olor a rosas de LALI.
«¡Dios mío! –pensó- ¡Tiene el tacto de un ángel y sabe a gloria!»
Mientras LALI se aferraba a los hombros de PETER, él le deslizó lentamente los labios cuello arriba. Cuando su boca encontró de nuevo la de LALI, ella separó los labios, acogiendo el fuerte empuje de la lengua de PETER con un empuje similar en sentido contrario.
Él se sentía como si alguien le hubiera prendido fuego por dentro. Sus palmas recorrieron incansablemente la espalda de LALI, deslizándose hacia abajo para apresarle las nalgas, levantarla y apretarla fuertemente contra su creciente y dolorosa excitación. La sensación de los prominentes senos de LALI aplastados contra su tórax, con los pezones endurecidos como puntiagudas crestas, llevó al cuerpo de PETER al límite.
Su control, un aspecto de su personalidad en que siempre había podido confiar, estaba suspendido al borde de un abismo. Tenía el miembro tan tenso como un puño apretado y le dolía a rabiar. Las manos le temblaban con la acuciante necesidad de apresar los senos de LALI… E ir descendiendo… Bajo sus pantalones.
A menos que pensara despojarla de sus ropas, estirarla sobre la tierra húmeda y tomarla allí mismo, en el jardín de rosas, tenían que parar. Ya.
Con muchas reticencias y no menos fuerza de voluntad, PETER levantó la cabeza y emitió un hondo y entrecortado suspiro en un intento de recuperar el aliento. Miró a LALI y fue incapaz de contener la oleada de satisfacción masculina al contemplar la mirada aturdida y rebosante de deseo de LALI.
- ¡Santo Dios! - Dijo ella casi sin aliento - No tenía ni idea de que besarse pudiera ser tan… Tan…-
Su voz se desvaneció por completo.
- ¿Tan… Qué? - Preguntó PETER con un ronco susurro que no reconoció como su voz.
La mantuvo bien apretada contra su cuerpo, con un brazo alrededor de su cintura, mientras le apartaba un rizo de la ruborizada mejilla con la otra mano.
- Tan emocionante. Tan embriagador - Suspiró - Tan absolutamente maravilloso.-
- ¿No te había besado nunca nadie?-
Aquella respuesta tan espontánea y temblorosa convenció a PETER de que LALI había sido sincera, pero ella tampoco era ninguna chiquilla. Seguro que alguien la había besado antes.
- Sólo BENJAMI AMADEOS.-
- ¿Quién es BENJAMI AMADEOS?-
- Un joven del pueblo. Estuvimos prometidos durante un tiempo.-
A PETER aquello le sentó como un jarro de agua fría.
- ¿Prometidos?-
- Sí.-
- ¿Y te besó? - Le preguntó PETER, mientras su enfado iba creciendo más inexplicablemente a cada momento.
LALI asintió.
- Sí, ya lo creo. Varias veces, de hecho.-
- ¿Y qué pasó? ¿Por qué no se casaron?-
Ella dudó antes de responder.
- Cuando falleció mi padre, informé a BENJAMI de que no dejaría a mis hermanos cuando nos casáramos, y sus sentimientos hacia mí cambiaron. Me dejó bien claro que, aunque yo le importaba, no estaba dispuesto a cargar con toda mi familia. Me pidió que dejara a mis hermanos con tía JUSTINA, pero yo me negué - LALI movió repetidamente la cabeza en señal de negación - ¡Santo Dios! ¡Si tía JUSTINA necesita casi tantos cuidados como Callie! Tras mi negativa, BENJAMI se fue de viaje al continente. No le he vuelto a ver desde entonces, aunque creo que volvió a Halstead hace poco.-
- Entiendo.-
La mirada de PETER sondeó la de LALI. Sus ojos expresaban con diáfana claridad sus sentimientos. Reflejaban el daño que le había hecho aquel hombre. Un repentino deseo de partirle la cara al egoísta de BENJAMI AMA-lo-que-fuera, se apoderó de PETER. La imagen de otro hombre besándola, poniéndole las manos encima, llenó a PETER de una desagradable pero no por ello menos intensa oleada de celos y posesividad.
- Realmente te enseñó a besar.-
«El muy canalla».
Frunció el ceño en una mueca de malhumor mientras le dominaba el enfado.
«¿Le habrá enseñado algo más?»
LALI abrió los ojos de par en par.
- Ah… Pero BENJAMI no… Me refiero a que él nunca. Nosotros nunca…-
- ¿Nunca qué?-
- BENJAMI nunca me besó como me acabas de besar tú - Dejó escapar impulsivamente.
El imperioso deseo de PETER de partirle la cara a BENJAMI -lo-que-fuera se apaciguó considerablemente.
- ¿Ah, no?-
- Tú eres el único que… - LALI bajó la cabeza.
A PETER le embargó la compasión y se le hizo un nudo en la garganta cuando se la imaginó ofreciendo su corazón a un imbécil insensible que la había rechazado porque era demasiado buena y generosa para abandonar a sus hermanos pequeños bajo el cuidado de una tía anciana y medio chiflada.
Estaba a punto de decirle que BENJAMI AMADEOS era un imbécil, cuando ella dio un gritito sofocado.
- ¡Santo Dios! ¡La blusa!-
Poniéndose de espaldas a PETER, LALI empezó inmediatamente a abrocharse los botones y a arreglarse la ropa.
- ¡Dios mío! ¡Qué debes de pensar de mí!-
«Creo que eres maravillosa», dijo PETER para sus adentros.
Aquel pensamiento le vino súbitamente a la mente, cogiéndole desprevenido. Nunca había pensado nada semejante sobre ninguna mujer. ¿Maravillosa?
«Maldita sea, debo de estar perdiendo la cabeza».
Cuando LALI se dio la vuelta, PETER contuvo un gemido. Con las prisas, se había abrochado la blusa incorrectamente, y la melena, despeinada, le colgaba sobre los hombros, confiriéndole un atractivo aire salvaje. El acuciante deseo de volverla a besar le golpeó en los genitales, dejándole sin habla.
- Debo irme - Dijo ella, con su voz a un paso del pánico - Buenas noches.-
Y se fue corriendo por el sendero como si la persiguiera el mismísimo diablo.
PETER soltó un sonoro suspiro largamente reprimido. El perfume de LALI seguía impregnándolo todo. Todavía sentía la huella de su cuerpo sobre el suyo.
«¡Maldita sea!»
Había salido a pasear por el jardín para tranquilizar su agitada mente. Pero ahora su mente estaba más agitada que nunca, y encima el cuerpo le dolía con una imperiosa necesidad.
«¿En qué diablos estaba pensando?».
Pero él sabía perfectamente en qué estaba pensando.
Y ahora que conocía su sabor, su tacto, no sabía cómo dejar de pensar en ella.
Acababa de comprobar que descansar y relajarse en el campo estaba sobrevalorado. De hecho, probablemente tanta relajación le acabaría matando.

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