Afueras de Londres, 1820
Alguien lo estaba siguiendo.
PETER sintió que el pánico bajaba por su espalda y se instalaba, como
una pesada losa, en el estómago. Tiró bruscamente de las riendas para
detener en seco a Pericles e inspeccionó los alrededores, tratando de
captar cualquier sonido o movimiento. Estaba tan oscuro que apenas podía
distinguir el contorno del bosque que se extendía a ambos lados de la
desierta calzada. Una brisa con olor a pino refrescaba el aire de julio,
y cerca cantaba un coro de grillos. Nada parecía salir de lo corriente.
Pero estaba en peligro. Lo sabía.
Un escalofrío de mal presagio recorrió su cuerpo. Allí había alguien. Observándolo. Esperándolo.
«¿Cómo diablos habrán dado conmigo? Estaba seguro de haber salido de
Londres sin dejar rastro. -Torció el labio en una mueca de disgusto-. Y
todo por querer pasar unos días descansando en mi pabellón de caza
privado».
Un crujido de hojas secas interrumpió los pensamientos de
PETER. A sus oídos llegaron voces susurrantes. Un destello blanco
iluminó la oscuridad que lo envolvía. El estruendo de un disparo de
pistola rasgó el aire.
Un dolor punzante le atenazó el brazo. Emitió
un hondo gemido y apretó fuertemente los talones contra los flancos de
Pericles para hacerle entrar en el bosque. Corrieron a gran velocidad
sorteando árboles mientras sus perseguidores les pisaban los talones. A
pesar de todos los esfuerzos de PETER, los ruidos de los malhechores al
rozarse con la vegetación cada vez se oían más cerca.
Apretó
fuertemente los dientes intentando soportar el dolor que le irradiaba
del hombro y clavó todavía más los talones en los costados de Pericles.
«¡Maldita sea! No voy a morir aquí. Sean quienes sean esos indeseables,
no se saldrán con la suya. Lo han intentado antes y han fracasado. No
lo conseguirán esta noche».
Mientras corría a toda velocidad por el
bosque, PETER dio gracias a Dios por haber rechazado el ofrecimiento de
PABLO de acompañarle. PETER necesitaba estar solo, y su pequeño pabellón
de caza, un rústico refugio adonde acudía cuando quería encontrarse
libre de obligaciones, gente y responsabilidades, carecía de servicio.
Rogó a Dios que pudiera llegar allí. Vivo. Pero, si no lo conseguía, por
lo menos su mejor amigo, PABLO, no moriría con él.
- ¡Ahí está! ¡Justo enfrente!-
La voz ronca procedía justo de detrás de él. Una fina película de sudor
envolvió todo el cuerpo de PETER. El hedor metálico de la sangre -su
sangre- le llenó las fosas nasales, y le dio un vuelco el corazón. La
sangre manaba, caliente y pegajosa, empapándole la camisa y la chaqueta.
Notó que empezaba a marearse y apretó los dientes para luchar contra la
debilidad.
«¡Dios, maldita sea! ¡Me niego a morir así!» Pensó.
Pero, mientras se hacía aquella promesa, PETER se percató de la gravedad
de su situación. Estaba a kilómetros de cualquier lugar donde pedir
ayuda. Nadie, salvo PABLO, sabía dónde estaba, y Justin no esperaba
tener noticias suyas hasta dentro de por lo menos una semana. ¿Cuánto
tiempo pasaría hasta que alguien se enterara de que había muerto? ¿Dos
semanas? ¿Un mes? ¿Más? ¿Lo encontraría alguien en el bosque?
«No, mi única esperanza es escapar de esos indeseables».
Pero los indeseables estaban a punto de darle caza.
Sonó otro disparo. El impacto derribó a PETER del caballo. Dio un
alarido y cayó al suelo pesadamente, rodando sobre sí mismo por una
empinada pendiente. Las rocas cortantes le hirieron la piel. Los pinchos
de los arbustos le llenaron el cuerpo de rasguños sin ninguna
compasión.
Multitud de imágenes inundaron súbitamente su mente. La
mirada gélida e implacable de su padre; la risa sosa de su madre; el
borracho de su hermano, AGUSTIN -que ahora heredaría su título-, y la
tímida y apocada de la mujer de éste, CANDELA; la radiante sonrisa de su
hermana ROCIO cuando se casó con PABLO…
«Tantos reproches. Tantas heridas sin curar».
Su caída finalizó con un chapoteo de huesos rotos cuando aterrizó sobre
un riachuelo de aguas gélidas. Un dolor candente le atravesó de pies a
cabeza. Le engulló la oscuridad.
«No me puedo mover. ¡Me duele tanto! ¡Dios mío! Qué forma tan asquerosa y estúpida de morir».
LALI ESPOSITO conducía la calesa a paso uniforme mientras intentaba
ignorar su creciente incomodidad. Apretujada entre sus dos sirvientes en
un asiento pensado sólo para dos personas, apenas podía inhalar con sus
comprimidos pulmones. Cansada y agarrotada, ansiaba con todas sus
fuerzas un baño caliente y una cama blanda.
«Pero, en lugar de eso, tengo que conformarme con un camino lleno de baches y un asiento duro como una piedra».
Intentó mover los hombros, pero permanecieron firmemente apretados
entre Winston y Grimsley. Dejó escapar un suspiro de resignación. Iban a
llegar a casa con horas de retraso. Todo el mundo debía de estar
terriblemente preocupado por ellos. Y, si Winston y Grimsley no dejaban
de discutir, tendría que estrangularlos con sus propias manos, si es que
conseguía liberar los brazos de aquella camisa de fuerza. LALI había
tenido que coger las riendas a fin de separarlos para impedir que
llegara la sangre al río.
Una ráfaga blanca en la oscuridad captó la
atención de LALI, alejando sus pensamientos del asesinato y la
violencia. Entornó los ojos para aguzar la vista y miró hacia delante,
pero no vio nada. Exceptuando una enorme sombra que acechaba cerca de
una arboleda.
El miedo le secó completamente la boca. Tiró de las
riendas de Sansón, deteniendo en seco la calesa con un fuerte chirrido.
Luego señaló con un dedo tembloroso hacia los árboles y susurró:
- ¿Qué es eso?-
Grimsley entornó los ojos y miró hacia la oscuridad.
- ¿Qué? Yo no veo nada, señorita LALI.-
- Eso es porque llevas las malditas gafas encima de la calva, en vez de
en tu larga nariz - Masculló Winston en tono despectivo - Póntelas
donde deben estar y verás bien, viejo estúpido y mezquino.-
Grimsley se enderezó cuanto le permitían sus huesos, que amenazaban quebrarse.
- ¿A quién has llamado viejo estúpido?-
- A ti. Y te he llamado viejo estúpido y mezquino. Por lo visto, aparte de viejo estúpido y mezquino, eres sordo.-
- Bueno, es difícil oír nada sobre el fondo cacofónico de esa rueda que
se supone que has reparado - Contestó Grimsley levantando
arrogantemente la nariz.
- Por lo menos yo la he reparado - Winston
le devolvió el golpe - Y he hecho un trabajo condenadamente bueno.
¿Verdad, señorita LALI?-
LALI se mordió la cara interna de una
mejilla. Durante los tres años que el ex primer oficial de cubierta de
su padre llevaba viviendo con los ESPOSITO, LALI había intentado mejorar
la forma de hablar del ex marinero, aunque no siempre con éxito.
- Ha hecho un buen trabajo reparando la rueda, Winston, pero ahora mire hacia aquellos árboles.-
Volvió a señalar en la dirección de la sombra que se movía junto a la
arboleda. Un escalofrío de pavor le recorrió la columna vertebral.
- ¿Quién anda ahí? ¡Dios mío, ruego a Dios que no se trate de una banda de ladrones!-
LALI palpó disimuladamente la falda para asegurarse de que llevaba el
ridículo bien sujeto y oculto entre los pliegues del tejido.
«¡Santo
Dios! Cuando pienso en los riesgos que he corrido, las mentiras que he
tenido que decir para conseguir este dinero... No pienso entregárselo a
ningún salteador».
La invadió un profundo sentimiento de
culpabilidad. Nadie, incluyendo a Grimsley y a Winston, tenía la menor
idea del motivo de aquel viaje a Londres, y a ella le interesaba que las
cosas siguieran así. Odiaba tener que mentir y sabía que los secretos
llevaban a la falsedad, pero su familia necesitaba el dinero y ella era
la única responsable de su seguridad.
Luchando contra el miedo, que
iba en aumento, LALI miró alrededor. Nada parecía fuera de lo corriente.
La cálida brisa veraniega jugueteaba con su cabello, y ella se apartó
de la cara varios rizos rebeldes. El penetrante olor a pino le hizo
cosquillas en la nariz. Los grillos entonaban su ronca canción. Inspiró
profundamente para calmarse, y casi se ahoga. La enorme sombra se separó
de la arboleda y se les acercó.
LALI se quedó helada. Su mente le decía: «No te dejes llevar por el pánico», pero su cuerpo se negaba a obedecer.
«¿Dios, qué será de mi familia si muero en este camino oscuro y
solitario? Tía JUSTINA a duras penas puede cuidar de sí misma, y mucho
menos de mis cuatro hermanos pequeños. ¡Callie sólo tiene seis años! Y
Nathan y Andrew también me necesitan, al igual que Lucy».
La sombra se acercó más y el cuerpo entero de LALI respiró aliviado.
«Un caballo -se dijo- No es más que un caballo».
Winston le puso una mano en el hombro.
- No se preocupe, señorita LALI. Si hay algún indeseable ahí fuera, no
permitiré que le haga daño. Le prometí a su padre, que en paz descanse,
que la protegería de todo mal y lo haré - Añadió sacando pecho - Si hay
algún bandido ahí fuera, le romperé el escuálido cuello, le sacaré las
tripas con mis propias manos y lo ataré con sus propias vísceras. Le...-
LALI interrumpió la macabra diatriba de Winston con una tos seca.
- Gracias, Winston, pero no creo que haga falta. De hecho, parece ser
que nuestro «bandido» no es más que un caballo sin jinete.-
Grimsley
se rascó la cabeza y se dio cuenta de que llevaba las gafas encima de
la calva. Colocándoselas sobre el puente de la nariz, volvió a mirar
hacia la oscuridad.
- ¡Vaya! Ahí hay un caballo, parado en medio del camino. ¡Qué raro!-
- Lo acaba de decir la señorita LALI, cretino - Espetó Winston -
Aunque, la verdad, me sorprende que lo hayas visto antes de que te
muerda en ese culo tan huesudo que tienes
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