Sabiendo
que, tras el escarceo que había tenido con LALI en el jardín, le
resultaría imposible dormir, PETER se encaminó lentamente hacia la casa y
entró en la biblioteca. Encendió la lámpara de aceite, fue directamente
hacia la garrafa de brandy y se bebió dos copas en rápida sucesión.
El fuerte licor se filtró por sus venas, relajándole en alguna medida. Aliviado, se sirvió otra copa bien llena y se dejó caer en una de las butacas orejeras que había junto a la chimenea.
«¿Qué diablos estoy haciendo?».
Dio otro sorbo al brandy y se dio cuenta, muy a su pesar, de que le
temblaban las manos. Estaba sumamente excitado, nervioso y
condenadamente incómodo en aquellos pantalones tan estrechos.
Él ya
sabía que besar a LALI sería un error antes de hacerlo, pero por alguna
razón insondable no había sido capaz de controlarse. Había algo en
aquella mujer, algo que no podía definir, que le atraía como la luz a
las mariposas nocturnas.
«¡Maldita sea! ¡Esa mujer me ha dejado temblando!».
Dio otro sorbo al brandy, intentando quitarse de la cabeza la imagen de
LALI mientras la estrechaba entre sus brazos. Fracasó estrepitosamente.
Era dulce. Increíblemente dulce y sensible. Casi podía oírla suspirando
su nombre, sus ojos nublados por la creciente pasión.
Con un
gemido, reclinó la cabeza en el respaldo de la butaca y cerró los ojos,
dejándose embargar completamente por el recuerdo de sus besos. Nunca
había besado a una mujer tan alta, y tenía que admitir que había sido
una experiencia única. Todas sus curvas se adaptaban a las formas de su
cuerpo como las piezas de un puzzle, encajando perfectamente. Si ella no
hubiera salido corriendo del jardín, sabe Dios lo que habría ocurrido.
LALI le excitaba como ninguna otra mujer le había excitado hasta
entonces. Cuando le rodeó el cuello con los brazos y se apretó contra
él, a James estuvieron a punto de fallarle las rodillas.
De dónde
había sacado las fuerzas para contenerse de arrancarle la ropa y hundir
su virilidad en su acogedora calidez era algo que PETER no sabría nunca.
Conocía a muchos hombres que se dejaban llevar por sus pasiones y
tomaban decisiones imprudentes basadas en las necesidades corporales en
vez de en la razón. Normalmente PETER no tenía ese tipo de problemas,
pero besar a LALI había sido, sin lugar a dudas, algo que llevaba el
sello de las necesidades corporales. A pesar de que la cabeza le decía
que no la besara, a pesar de que la lógica le gritaba que era una
decisión imprudente, había hecho caso omiso de lo que le dictaba la
razón.
«Y ahora, mira cómo estás, bebiendo brandy a media noche,
todavía inquieto e incapaz de conciliar el sueño. Y todo por culpa de
una solterona que se ha quedado para vestir santos».
Si los miembros
de su club pudieran verle en ese momento, soñando despierto con una
inocente muchachita de pueblo, se partirían de risa a su costa.
«Pero no es sólo una muchachita de pueblo que se ha quedado para vestir
santos -le interrumpió su voz interior-. Exceptuando a ROCIO, ella es la
única persona realmente buena que has conocido en toda tu vida. Lo
comparte todo con todo el mundo: su familia, sus amigos e incluso los
desconocidos, y sin pedir nada a cambio. ¿Qué tipo de persona haría algo
así?».
Un ángel.
«Pero mira todos sus defectos».
Su
comportamiento, su ropa, su familia… harían rasgarse las vestiduras a
las damas de la alta sociedad. Pero, aun así, de algún modo aquella
mujer le había calado muy hondo. Y, ¡maldita sea!, aquello no le gustaba
lo más mínimo. Y lo que también le preocupaba sobremanera era que LALI
pareciera tan alterada cuando salió corriendo del jardín.
Frustrado,
PETER apuró el brandy y se levantó. Deambuló nerviosamente de un lado a
otro. Tenía que afrontar la realidad. La única razón de que se hubiera
quedado en la casa de los ESPOSITO era que alguien pretendía matarle.
Regresaría a Londres dentro de unas semanas y, sin lugar a dudas, no
volvería a ver a LALI nunca más. El tiempo que iba a tener que pasar en
el campo debería invertirlo en pensar en la forma de capturar a su
asesino, no en besarse con una mujer en el jardín. Pero parecía estar
resultándole muy difícil recordar por qué estaba allí. No tenía ningún
sentido iniciar ningún tipo de aventura con aquella mujer. Tal vez si
ella tuviera más experiencia y supiera coquetear siguiendo sus reglas,
se plantearía la posibilidad de pasar aquella estancia forzada en
Halstead entre sus brazos. Pero no tenía ningún interés en seducir a una
virginal solterona.
PETER se detuvo y miró hacia abajo, clavando la
mirada en su excitación todavía visible y torció el gesto en una
expresión de medio arrepentimiento. Bueno, tenía que admitirlo, deseaba
seducirla. Pero no iba a hacerlo. Su vida estaba en Londres, y no había
espacio en su mundo para la señorita LALI ESPOSITO ni su pandilla de
ruidosos hermanos. Lo único que tenía que hacer era mantenerse lo más
alejado posible de ella y controlarse cuando la tuviera cerca. No más
besos. Ni uno más. Nunca más. Había permitido que las cosas se le fueran
de las manos aquella noche, un error que no se podía repetir. Asintió
enérgicamente con la cabeza y se encaminó hacia su alcoba.
Seguro
que no le costaba demasiado controlar sus deseos carnales durante un par
de semanas. Luego, en cuanto volviera a Londres, se refugiaría en los
complacientes brazos de su amante y se olvidaría de aquel deseo
enfermizo de poseer a una sencilla chica de campo.
«Ya lo creo. En cuanto sacie mis deseos con mi amante, todos mis pensamientos sobre LALI se desvanecerán completamente».
Su voz interior le dijo: «¡Lo dudo mucho!», pero, con grandes esfuerzos, él consiguió ignorarla.
LALI estaba tumbada en su cama, mirando al techo fijamente, reviviendo
la última hora, la hora más maravillosa y más vergonzante de toda su
vida. Sus emociones oscilaban constantemente entre la euforia y la
vergüenza.
Un escalofrío le recorrió el espinazo al evocar el
contacto con la boca de PETER, el calor de su cuerpo, aquel olor a
limpio mezclado con toques picantes y aroma de madera que sólo le
pertenecía a él. El calor le inundó las venas y se le concentró en el
vientre. Después de vivir veintiséis años sin tener la más remota idea
de cómo se sentía el deseo, PETER se lo había enseñado en cuestión de
minutos.
Aquel extraño calor, doloroso y placentero al mismo tiempo…
Aquel palpitar del corazón… Aquel cosquilleo que invadía todos sus
sentidos… Eso era el deseo. Se llevó las yemas de los dedos a los
labios, ligeramente hinchados, y se los palpó.
«¡Santo Cielo! ¿Qué pensará de mí?», se preguntó.
Al evocar su desenfrenada reacción a sus besos y a sus caricias, se le
encendieron las mejillas. Pero él había abrumado completamente todos sus
sentidos. Ella no podría haber contenido aquella reacción tan
desinhibida, del mismo modo que no se puede arrancar la luna del cielo.
BENJAMI AMADEOS nunca le había hecho sentirse de aquel modo, como si
toda ella fuera de mantequilla y estuvieran a punto de fallarle las
piernas. De hecho, lo que sentía por PETER hacía palidecer sus
sentimientos adolescentes hacia BENJAMI, como si nunca hubieran
existido.
Mientras _LALI se iba dando cuenta del significado de
aquel pensamiento, su corazón se saltó un latido. Sentándose de un salto
en el borde de la cama, se apretó las palmas contra sus calientes
mejillas, entre horrorizada y consternada por el descubrimiento. Se
estaba enamorando de PETER LANZANITIEL.
«Enamorarme. ¡Santo Dios! ¿Es eso posible?».
Se dejó caer hacia atrás y se obligó a hacer varias inspiraciones
profundas para tranquilizarse. Hacía tiempo que se había quitado de la
cabeza la idea de encontrar a un hombre a quien amar y con quien
compartir la vida. Había sabido salir adelante sola cuando BENJAMI la
abandonó y, mirando hacia atrás, no podía culparle por no haber querido
hacerse cargo de toda la familia ESPOSITO. La responsabilidad, como ella
bien sabía, era como para intimidar a cualquiera. Ella había pasado
todos aquellos años entregada en cuerpo y alma a su familia, sus días
completamente ocupados en llevar la casa y educar a sus hermanos.
Ninguno de los caballeros del pueblo era de su agrado y, de todos modos,
ella sabía que era demasiado alta, demasiado normalita y demasiado poco
convencional para que ningún hombre se fijara en ella. Con tan poco
entre lo que elegir, había apartado de su mente cualquier esperanza de
romanticismo y de amor.
Hasta que PETER LANZANITIEL entró en su vida.
Aquel hombre había ocupado constantemente sus pensamientos desde que lo
encontró tendido sobre un riachuelo. Incluso cuando estaba postrado en
el lecho, entre convulsiones febriles y cerca de la muerte, LALI había
sentido algo, un indescriptible e inexplicable vínculo que la unía a él.
Cuando al fin se despertó y ella pudo mirarle a los ojos, aquellos
preciosos ojos de color verde oscuro, le dio un brinco el corazón.
Ahora, después de pasar varios días con él, sus sentimientos se estaban
haciendo cada vez más fuertes. Aparte de ser el hombre más imponente
desde el punto de vista físico que ella había visto nunca, PETER tenía
algo que la fascinaba. El hecho de que no tuviera familia le encogía el
corazón. Sí, PETER tenía un aire de tristeza, una vulnerabilidad
interior que la atraía como el néctar a las abejas. Deseaba con todas
sus fuerzas desterrar aquellas sombras que acechaban tras sus ojos y
oscurecían su mirada.
Ella se había dado cuenta de que PETER a veces
se quedaba helado cuando ella lo tocaba, como si las caricias tiernas y
afectuosas fueran algo completamente desconocido para él. Le recordaba a
la gatita con una pata rota que había recogido cuando era niña. Ella se
había desvivido cuidando de aquella pobre y necesitada criatura. La
llevó al establo, le curó la pata y la llamó Petunia. Cuidó y alimentó a
aquel peludo animalillo con todo su amor, poniendo todo su corazón, su
alma y su compasión en la tarea. Petunia, que no tenía amigos y estaba
completamente sola en el mundo, se deleitó ante tantas atenciones. A
pesar de que alguna vez le bufó y le sacó las uñas, LALI nunca perdió la
paciencia y pronto se hicieron uña y carne. Petunia murió cuando LALI
tenía dieciséis años, y ella se pasó varios días llorando su muerte.
PETER le recordaba a aquella gatita, herida y desesperadamente
necesitada de amor y compasión, aunque él ni siquiera lo supiera.
«Tal vez le pueda curar por dentro, además de por fuera. Tal vez nadie
haya sido realmente bueno con él, tal vez nadie le haya querido de
verdad».
Su mente se empezó a acelerar. Quizá, si le mostraba a
James lo que era el amor de una familia, tal vez querría quedarse a
vivir en Halstead.
«Tal vez le acabe importando tanto como él me importa a mí».
En aquel momento LALI se dio cuenta de que si PETER no se quedaba, si
se iba dentro de dos semanas como tenía pensado, a ella se le partiría
el corazón. ¿Qué probabilidades había de que él también se enamorara de
ella y quisiera quedarse? LALI negó con la cabeza. Un hombre ya la había
dejado plantada por las responsabilidades que suponía compartir la vida
con ella. Nada había cambiado, ella nunca se plantearía la posibilidad
de abandonar a su familia.
Y luego estaba la cuestión de su secreta
profesión. ¿Cómo podía siquiera plantearse la posibilidad de iniciar una
relación romántica en tales circunstancias? Y, además, no podía hacerse
ninguna ilusión en lo que se refiere a su atractivo femenino. Nunca
había tenido ninguno.
«No te olvides de cómo te ha besado», le interrumpió su voz interior.
Aquel beso. ¿Cómo iba a olvidarlo? Y lo cierto es que, mientras la
besaba, PETER también parecía estar disfrutando. Tal vez no era tan poco
atractiva como pensaba… LALI descartó inmediatamente aquella idea con
un gesto de negación. No, categóricamente, los encantos femeninos no
eran su fuerte.
¿Llegaría a importarle a PETER algún día? LALI
volvió a negar con la cabeza. Las probabilidades no estaban precisamente
a su favor. Pero, independientemente de cuáles fueran sus
probabilidades de éxito, ¿Acaso no merecía la pena arriesgarse?
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