miércoles, 16 de marzo de 2016

CAPITULO 17


¿Está segura de que sabe hacerlo? - Le preguntó, siguiendo con la vista la navaja con bastante más que un poco de aprensión.
Ella sonrió.
- Sí. Le prometo que no le haré daño.-
- Pero…-
- Señor LANZANITIEL, me he complicado bastante la vida para salvarle la suya. No pienso rebanarle el cuello y echar a perder todo ese trabajo. Ahora, limítese a cerrar los ojos y relájese.-
A regañadientes, PETER hizo lo que le mandaban, decidiendo que probablemente sería mejor no mirar.
- ¿Qué diablos es eso? - Gritó PETER de repente, incorporándose.
- No es más que un paño empapado en agua caliente para dilatarle los poros - Respondió ella, mofándose de la evidente inquietud de PETER - Ahora sólo le pido que se esté quieto, o me temo que podría cortarle el cuello. No sería más que un accidente, pero con consecuencias tan fatales como dolorosas.-
Tragándose sus dudas, PETER se retrepó en la butaca y dejó que LALI le aplicara la toalla mojada en la cara. Repitió varias veces la operación y PETER tuvo que reconocer, aunque a regañadientes, que lo que le estaba haciendo LALI era agradable. Muy agradable, en verdad.
PETER mantuvo los ojos cerrados mientras LALI le extendía una gruesa capa de espuma sobre las mejillas, la mandíbula y el cuello, disfrutando de la caricia de la brocha en su piel y del agradable perfume del jabón.
- Estoy lista, señor LANZANITIEL l. ¿Promete permanecer completamente quieto?-
- ¿Promete usted no rebanarme el cuello o cortarme una oreja, señorita ESPOSITO? - Contraatacó él.
Abrió los ojos y se sumergió en las profundidades de las luminosas aguamarinas de LALI.
- Se lo prometo, si usted me lo promete - Contestó ella con una sonrisa.
PETER volvió a cerrar los ojos, sintiéndose extrañamente sosegado ante las dulces palabras de LALI y la ternura que había visto reflejada en sus ojos.
- Se lo prometo.-
- Excelente.-
Colocándole dos dedos en el mentón, LALI ejerció una suave presión. PETER colaboró estirando el cuello y girando levemente la cabeza hacia un lado.
Ella obró en silencio, un silencio sólo roto por las instrucciones que iba dando a PETER con delicadeza para que fuera moviendo la cabeza y el suave sonido que hacía la navaja al restregarla contra el paño después de cada pasada.
PETER fue relajándose. Tras las primeras pasadas, no tenía ninguna duda de que la señorita LALI ESPSOITO sabía muy bien cómo afeitar a un hombre, un hecho que PETER encontraba extrañamente perturbador. Hasta aquel preciso momento, nunca se había percatado de lo personal e íntimo que era el acto de afeitar a alguien. Cada vez que LALI se inclinaba sobre PETER, él olía la suave fragancia a flores que ella desprendía. Su ayuda de cámara, Sigfried, desde luego, no olía a flores. La dulzura de su voz, la suavidad de sus manos, la precisión de sus movimientos, lo dejaron completamente relajado y casi traspuesto. Hasta que abrió los ojos.
El rostro de LALI se encontraba sólo a unos centímetros del suyo, con el entrecejo fruncido en señal de concentración mientras le rasuraba el labio superior. Ella, por su parte, se mordía el labio inferior, otro signo evidente de la atención que estaba poniendo en la tarea. Su cálido aliento acariciaba el rostro de PETER, y el olor a canela lo inundaba todo.
LALI se inclinó hacia delante para alcanzar una toalla limpia y sus senos se apretaron contra la parte superior del brazo de PETER, lo que provocó que las partes íntimas de éste despertaran de inmediato.
PETER hizo un esfuerzo por mantener los ojos cerrados, pero le fue imposible. Estaba completamente anonadado ante la visión de LALI, su olor, su tacto.
Cuando ella hubo acabado de limpiarle toda la espuma de la cara, sus miradas se cruzaron. Ella lo miró largamente con tal fijeza que él tuvo la sensación de que, de repente, la piel se le había encogido.
PETER carraspeó y luego le preguntó:
- ¿Ha acabado?-
Ella asintió y él no pudo evitar que su mirada se deslizara hasta la boca de LALI. Realmente tenía la boca más apetitosa que había visto nunca. Aquellos labios carnosos y prominentes parecían hacerle señas, pidiéndole a gritos que los besara, y se imaginó a sí mismo inclinándose hacia delante, cubriendo aquella boca y acariciando la lengua de LALI con la suya. Sus pensamientos se interrumpieron súbitamente cuando notó que LALI le tocaba la mejilla, ahora suave, con la palma de la mano.
- Le encuentro extremadamente atractivo - Le susurró ella.
Sus dedos se deslizaron delicadamente por el rostro de PETER, como los de un ciego intentando memorizar cada rasgo.
PETER la observó, extasiado. Muchas mujeres habían alabado su aspecto físico en el pasado, pero él siempre había desestimado sus piropos, consciente de que no eran más que una forma de intentar atraparlo. O de obtener algo a cambio. Toda caricia que había recibido de una mujer había sido siempre premeditada y calculada. Hasta entonces.
Sabía a ciencia cierta que LALI no estaba flirteando con él. Su mirada casi transmitía reverencia, algo que a él le confundía. La forma en que lo tocaba era tierna, espontánea e inexperta. Él ya se había percatado de lo dada que era a prodigar caricias. El modo cariñoso con que despeinaba a sus hermanos dándoles un golpecito en la cabeza incluso cuando les regañaba. La delicadeza con que le apartaba a Callie los rizos de la frente. Él sabía cómo reaccionar ante una caricia de índole sexual, pero encontraba aquella forma tan inocente de tocarlo absolutamente inquietante. Ella no podía imaginar lo que le estaba haciendo. ¿O tal vez sí?
PETER entornó los ojos. Tal vez la señorita LALI ESPOSITO no fuera tan inocente como parecía. ¿Acaso existía una sola mujer en el mundo que no tuviese doblez? La experiencia le decía que aquello era, por lo menos, dudoso.
Él rompió el encanto enderezándose en la butaca y pasándose las manos por el rostro.
- ¿Le parezco atractivo?-
- Ya lo creo, señor LANZANITIEL. Creo que es el hombre más apuesto que he visto en mi vida - Se ruborizó mientras una sonrisa arqueaba las comisuras de sus labios - Pero seguro que ya se lo han dicho muchas personas.-
Los ojos de PETER se clavaron en los de ella, en busca de los consabidos signos del engaño femenino. No encontró ninguno.
- Algunas, supongo, pero nunca las creí.-
- Yo siempre intento decir la verdad.-
- Entonces, usted es la primera persona que conozco que lo intenta.-
- Me sabe muy mal por usted, señor LANZANITIEL. Mis padres nos enseñaron que la sinceridad es sumamente importante… Tal vez la cualidad más importante que puede poseer una persona.-
- ¿Ah, sí? Pues mis padres, mi padre en concreto, me enseñaron que no debo confiar en nadie - Su voz traslucía un deje de amargura - No recuerdo haber oído nunca la palabra sinceridad en su boca o en boca de mi madre.-
La mirada de LALI, visiblemente conmovida, se enterneció. Se apoyó en el borde de la butaca y acarició la mano de PETER.
- No sabe cuánto lo siento. Pero es evidente que usted sí confía en la gente. Las malas enseñanzas de sus padres no consiguieron ensombrecer su bondad natural.-
PETER intentó ocultar la expresión sarcástica de su rostro.
- Y dígame, ¿Cómo diablos ha llegado a esa conclusión?-
- Usted confía en su amigo PABLO. Y confía en mí.-
- ¿Ah, sí?-
- Por supuesto - Un brillo malicioso iluminó los ojos de LALI - Si no hubiera confiado en mí, ¿Habría permitido que le pusiera una navaja en la garganta?-
«¿Cómo ha conseguido convertir una conversación seria en una charla desenfadada?», se preguntó PETER.
- Eso no ha sido por confianza, sino por desesperación. Esa dichosa barba me picaba como un diablo.-
PETER intentó fruncir el entrecejo mientras hablaba, pero le costó enormemente mantener una expresión seria.
Ella puso los brazos en jarras y levantó las cejas.
- ¿O sea que está diciendo que no confía en mí?-
PETER pensó en picarla, pero, de repente, se dio cuenta de que, a pesar del tono chistoso que había empleado LALI, había cierto deje de seriedad en su voz. ¿Que si confiaba en ella? Por supuesto que no. Él no confiaba en nadie. Bueno, salvo tal vez en PABLO. Y en ROCIO. Pero… ¿En LALI? ¿Por qué iba a confiar en ella? ¡Apenas la conocía!
Abrió la boca, pero la volvió a cerrar inmediatamente. PETER le había salvado la vida. No tenía ni idea de quién era él -creía que era un mero tutor sin pena ni gloria-. No tenía ninguna otra razón para ayudarle que la bondad de su corazón. Era obvio que no pretendía obtener nada a cambio. ¿Cuál era la palabra que definía a una persona así? PETER rebuscó en su cerebro y al fin dio con la palabra que buscaba y que estaba tan poco acostumbrado a utilizar… Generosa. LALI era generosa. Y leal. Una persona digna de confianza.
Por primera vez en su vida, alguien distinto de PABLO o ROCIO-y además del sexo femenino- le estaba tratando con sinceridad, ternura y amabilidad, y sin esperar nada a cambio. Era algo que nunca le había ocurrido a JUAN PEDRO LANZANI, octavo marqués de LANZANI. Pero le estaba ocurriendo a PETER LANZANITIEL, tutor. Aquella súbita revelación sacudió a PETER como si acabara de caerle un rayo encima, dejándole sin habla. Era extraordinario que un plebeyo pudiera tener algo que no tenía un marqués.
- Por favor, discúlpeme, señor LANZANITIEL.-
El suave susurro de la voz de LALI sacó a PETER de su ensimismamiento.
- Sólo estaba bromeando, pero es evidente que le he hecho sentir incómodo con mi pregunta - Le miró con ojos serios y redondos y añadió - Lo siento.-
- Al contrario, señorita ESPOSITO. Soy yo quien debe disculparse. Usted sólo me ha mostrado una suprema bondad. Es obvio que usted es una persona digna de mi confianza.-
PETER no pudo evitar percatarse del placer con que recibió aquellas palabras LALI, que volvió a ruborizarse.
- Bueno, ahora que hemos acabado con su barba - Dijo con una risita nerviosa - Debo dejarle. Tengo unas cuantas tareas que completar antes de que vuelvan los niños.-
- Por supuesto. Gracias otra vez por afeitarme. Me siento casi humano.-
Se pasó las palmas por las mejillas, ahora suaves.
- Y parece ser que no estoy sangrando, y mis orejas siguen en su sitio.-
Ella esbozó una breve sonrisa.
- Lo prometido es deuda.-
Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta.
- ¿Señorita ESPOSITO?
LALI se detuvo en el umbral y se volvió.
- ¿Sí?-
PETER no estaba seguro de por qué la había llamado.
- Eh, bueno… La veré a la hora de cenar - Dijo, sintiéndose ridículo.
Una sonrisa iluminó el rostro de LALI y se le formaron dos encantadores hoyuelos en las mejillas.
- Sí, señor LANZANITIEL. A las seis en punto. Le sugiero que descanse hasta entonces.-
Luego salió de la habitación, cerrando suavemente la puerta tras de sí.
«¡Maldita sea! -pensó PETER- ¡No podré esperar tanto!»

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