¿Le hemos hablado sobre nuestro cocinero, Pierre? - Le preguntó LALI, intentando reprimir una sonrisa.
- Callie me habló de él, pero no había tenido el… El placer de conocerlo.-
- Era él - Dijo Nathan innecesariamente.
- Lo suponía - Contestó PETER en tono de guasa - ¿Cenará con nosotros?-
- Pierre sabe que puede comer en la mesa con nosotros cuando quiera - Dijo LALI - Pero sólo lo hace en contadas ocasiones. Dice que la constante informalidad de nuestras comidas le produce dispepsia.-
Dirigió una mirada de soslayo a sus dos hermanos.
PETER consideró de inmediato que, por muy incorrecto que hubiera estado, era evidente que aquel hombre no estaba loco.
- ¿A qué gata se refería?-
- Tenemos una gata europea jaspeada que se llama Berta. El lugar que más le gusta de toda la casa es la cocina. Por desgracia, es bastante revoltosa. Pierre amenaza con «cocinagla» a la cazuela varias veces por semana.-
PETER echó un breve vistazo a su plato y suspiró aliviado.
«Cordero. Sin lugar a dudas, es cordero. ¡Gracias a Dios!».
- No se preocupe - Dijo Callie, tocándole la manga - En el fondo Pierre quiere mucho a Berta. Nunca la cocinaría a la cazuela.-
- Eso es una buena noticia - Dijo PETER - Tanto para mí como para Berta.-
Hubo una carcajada generalizada y luego siguieron comiendo. PETER fue contestando cuando le preguntaban, pero la mayor parte del tiempo estuvo callado, escuchando la animada conversación. Aquella mesa parecía un gran debate. LALI hacía de moderadora, procurando que todo el mundo tuviera la oportunidad de hablar. Anticipaba discusiones e introducía nuevos temas en los pocos momentos en que se hacía el silencio. PETER se debatía entre si aquella atmósfera ruidosa e informal le resultaba entretenida o inaguantable. Pero de lo que sí estaba seguro al final de la cena era de que, con tanto ruido, parecía que iba a estallarle la cabeza.
- ¿Se encuentra bien, señor LANZANITIEL? - Preguntó LALI arrugando la frente - Se ha puesto bastante pálido.-
- Me temo que me duele un poco la cabeza - Admitió PETER.
- Ha tenido un día muy ajetreado - Dijo ella inmediatamente - ¿Quiere que le prepare una infusión?-
- No, muchas gracias. Estoy seguro de que sólo necesito dormir un poco - Se levantó y se inclinó hacia delante - Gracias por la cena. Ha sido muy, eh… Interesante.-
LALI sonrió.
- Nos ha encantado que nos haya podido acompañar. Que descanse, señor LANZANITIEL.-
- Buenas noches, señor LANZANITIEL - Repitió todo el mundo mientras PETER salía de la habitación.
Él se detuvo en el umbral y contestó:
- Buenas noches a todos.-
Una vez en su alcoba, PETER se estiró en la cama sin quitarse las botas siquiera. Le dolía la cabeza y le palpitaban las costillas y el hombro. Pero, por muy agotado que estuviera, no conseguía conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los ojos veía a una sonriente joven de rizos castaños y ojos cristalinos… Y largas piernas… Y unos labios que pedían a gritos que alguien los besara. Se le aceleró el pulso y notó que se le reactivaban los genitales.
Se le escapó un gemido y miró el reloj. Sólo eran las nueve de la noche.
«¡Maldita sea! –pensó-. Va a ser una noche muy, muy larga.»
Aquella misma noche, sobre las once, LALI bajó sigilosamente las escaleras. No se arriesgó a encender una vela hasta que hubo cerrado la puerta del despacho de su padre tras de sí. No quería tener que inventarse ninguna excusa para explicar su presencia en el caso de que alguien se despertara.
Una vez que la habitación estuvo bañada por una suave luz, se sentó en la desgastada silla que había delante del escritorio. No estaba segura de qué habitación amaba más: la biblioteca o aquel despacho. Todas las pertenencias de su padre estaban exactamente donde él las había dejado. Su pipa reposaba sobre un cenicero de cristal macizo que había sobre una mesita de cerezo y sus mapas estaban ordenadamente apilados junto a la chimenea. LALI deslizó los dedos sobre los pergaminos, imaginando el fresco olor a mar y tabaco que siempre acompañaba a su padre.
Los únicos cambios que había introducido en la habitación eran algunas pinturas de Callie, que LALI había enmarcado y colgado de las paredes, y el nuevo contenido del inmenso escritorio de caoba. Aparte de los papeles personales de Tripp ESPOSITO, sus cajones guardaban ahora el secreto de LALI.
LALI se apretó las sienes con sendos dedos índices y se las frotó intentando aliviar el palpitante dolor de cabeza que le atormentaba. Estaba agotada. Le escocían los ojos y no había nada que deseara más que tumbarse en la cama a descansar. Pero tenía trabajo pendiente.
Introdujo la mano en el bolsillo, sacó una llave y abrió un cajón. Extrajo una pila de papeles y pasó la mano sobre la página superior. “Las aventuras de un capitán de barco”, de H. Tripp.
«El trabajo que amo, el trabajo que detesto», musitó mientras preparaba el material de escritura.
Si no hubiera estado tan agotada, se habría reído de la ironía. Le encantaba escribir aquellos relatos. Divulgar las aventuras de ficción del capitán Haydon Mills, basadas en las anécdotas con que su padre había obsequiado a toda la familia, le producía una gran satisfacción personal y una profunda sensación de logro.
Pero también le partía el corazón. Odiaba tener que mentir a su familia, pero, si alguien descubría que el autor de los relatos de aventuras que se publicaban en todos los números de la revista para hombres más famosa de Inglaterra era una mujer, perdería su única fuente de ingresos. Un escalofrío le recorrió el espinazo de sólo pensarlo. Los chicos se verían obligados a buscarse un empleo y a dejar los estudios. Vio a Lucy como institutriz o niñera, echando a perder su juventud y su oportunidad de formar una familia. ¿Y qué sería de Callie y tía JUSTINA? Sin mencionar a Winston, Grimsley y Pierre. La situación financiera de la familia dependía enteramente de ella y, si tenía que mentir para sacar adelante a su familia, pues mentiría.
La única persona que sabía quién era H. Tripp era su editor, el señor Timothy, y él le había pedido encarecidamente que lo guardara en secreto. En opinión del señor Timothy, un secreto deja de serlo cuando lo conocen más de dos personas. Aquellos relatos le reportaban unos suculentos beneficios y él era demasiado avaricioso para renunciar a ellos y demasiado listo para arriesgarse a perderlos.
Por descontado, si el señor Timothy hubiera sabido desde el principio que H. Tripp era una mujer, nunca le habría comprado el primer relato. Cuando descubrió el engaño, su escuálido rostro se puso lívido. El único motivo por el que la siguió contratando era que la tirada de la revista había aumentado con cada nuevo relato. Ambos eran conscientes de los riesgos que entrañaría, tanto para la empresa del señor Timothy como para la seguridad financiera de la familia ESPOSITO, que alguien averiguara la verdad. Y LALI estaba decidida a no poner en peligro su única fuente de ingresos.
Se sentó cómodamente en la silla y se puso manos a la obra. Estuvo las dos horas siguientes escribiendo sin parar, inmersa en aquel mundo trepidante que ella misma había creado. Cuando hubo acabado la próxima entrega, guardó los papeles en el cajón, lo cerró con llave y apagó la vela de un soplo. Se levantó y arqueó su dolorida espalda, luego se dirigió a las puertaventanas que daban al patio y miró el oscuro cielo nocturno.
La luna llena proyectaba un suave resplandor sobre los jardines, y LALI sintió la imperiosa necesidad de salir afuera unos minutos. Estaba agotada y le dolían los ojos, pero, puesto que su mente seguía activa, inmersa en el relato que acababa de escribir, sabía que le costaría bastante conciliar el sueño.
Abrió las puertaventanas y salió al exterior. La dulce fragancia de las rosas embargó sus sentidos. Incapaz de resistirse a la llamada de aquella embriagadora fragancia, tomó uno de los senderos de piedra.
Respirando profundamente, dejó que el fresco aire de la noche la llenara de una agradable sensación de paz. LALI amaba aquel jardín. Lo había plantado su madre hacía años, y las dos habían pasado muchas horas juntas cuidando amorosamente las flores. Aunque siempre se sentía más cerca de su madre cuando estaba en él, también sentía más hondamente su ausencia cuando paseaba entre las flores y arbustos que ella tanto había amado.
Estuvo un rato paseando por el jardín y se olvidó de la fatiga mientras disfrutaba de la paz de la noche. A LALI le encantaba pasear por allí mientras el resto de la familia dormía. Sus días eran siempre tan febriles y estaban tan llenos de actividad y de niños, con sus necesidades y sus clases, que le gustaba saborear aquellos momentos de soledad.
Cuando llegó a su banco de piedra favorito, se sentó de cara a la casa. Se le escapó un suspiro. El tejado necesitaba urgentemente una reparación. Mantener una casa del tamaño de la de los ESPOSITO resultaba caro, algo de lo que no había tardado en percatarse tras la muerte de su padre. Incluso manteniendo muchas de las habitaciones cerradas, el mero hecho de reparar las averías y mantener la casa en un estado razonablemente aceptable requería una suma considerable.
LALI estimó que el pago que había recibido del señor Timothy en su viaje a Londres hacía una semana debería bastar para mantener a la familia durante los próximos meses. Hasta podría reservar un poco de dinero para comprarle algún vestido nuevo a Lucy. Quería estar segura de que Lucy tenía las máximas oportunidades de atraer a un joven adecuado para no convertirse en una solterona como ella. Una joven tan encantadora como su hermana se merecía tener hijos y formar su propia familia. Y, a menos que le fallara la intuición, Marshall Wentbridge, el médico del pueblo, estaba loquito por Lucy.
Para su regocijo, LALI se había percatado de que siempre que su hermana se acercaba a menos de seis metros de Marshall, al joven se le ponían las orejas rojas y la cara colorada como un tomate y que empezaba a tartamudear y balbucear. A pesar de su timidez, Marshall era un buen hombre.
«Es amable, considerado y también bastante atractivo».
LALI tenía la esperanza de que no tardará mucho en formalizar su relación con Lucy.
Dejando escapar otro suspiro, LALI pensó en que Marshall Wentbridge no era el único hombre atractivo que había en Halstead en aquel momento.
También estaba el señorPETER LANZANITIEL.
—
- Callie me habló de él, pero no había tenido el… El placer de conocerlo.-
- Era él - Dijo Nathan innecesariamente.
- Lo suponía - Contestó PETER en tono de guasa - ¿Cenará con nosotros?-
- Pierre sabe que puede comer en la mesa con nosotros cuando quiera - Dijo LALI - Pero sólo lo hace en contadas ocasiones. Dice que la constante informalidad de nuestras comidas le produce dispepsia.-
Dirigió una mirada de soslayo a sus dos hermanos.
PETER consideró de inmediato que, por muy incorrecto que hubiera estado, era evidente que aquel hombre no estaba loco.
- ¿A qué gata se refería?-
- Tenemos una gata europea jaspeada que se llama Berta. El lugar que más le gusta de toda la casa es la cocina. Por desgracia, es bastante revoltosa. Pierre amenaza con «cocinagla» a la cazuela varias veces por semana.-
PETER echó un breve vistazo a su plato y suspiró aliviado.
«Cordero. Sin lugar a dudas, es cordero. ¡Gracias a Dios!».
- No se preocupe - Dijo Callie, tocándole la manga - En el fondo Pierre quiere mucho a Berta. Nunca la cocinaría a la cazuela.-
- Eso es una buena noticia - Dijo PETER - Tanto para mí como para Berta.-
Hubo una carcajada generalizada y luego siguieron comiendo. PETER fue contestando cuando le preguntaban, pero la mayor parte del tiempo estuvo callado, escuchando la animada conversación. Aquella mesa parecía un gran debate. LALI hacía de moderadora, procurando que todo el mundo tuviera la oportunidad de hablar. Anticipaba discusiones e introducía nuevos temas en los pocos momentos en que se hacía el silencio. PETER se debatía entre si aquella atmósfera ruidosa e informal le resultaba entretenida o inaguantable. Pero de lo que sí estaba seguro al final de la cena era de que, con tanto ruido, parecía que iba a estallarle la cabeza.
- ¿Se encuentra bien, señor LANZANITIEL? - Preguntó LALI arrugando la frente - Se ha puesto bastante pálido.-
- Me temo que me duele un poco la cabeza - Admitió PETER.
- Ha tenido un día muy ajetreado - Dijo ella inmediatamente - ¿Quiere que le prepare una infusión?-
- No, muchas gracias. Estoy seguro de que sólo necesito dormir un poco - Se levantó y se inclinó hacia delante - Gracias por la cena. Ha sido muy, eh… Interesante.-
LALI sonrió.
- Nos ha encantado que nos haya podido acompañar. Que descanse, señor LANZANITIEL.-
- Buenas noches, señor LANZANITIEL - Repitió todo el mundo mientras PETER salía de la habitación.
Él se detuvo en el umbral y contestó:
- Buenas noches a todos.-
Una vez en su alcoba, PETER se estiró en la cama sin quitarse las botas siquiera. Le dolía la cabeza y le palpitaban las costillas y el hombro. Pero, por muy agotado que estuviera, no conseguía conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los ojos veía a una sonriente joven de rizos castaños y ojos cristalinos… Y largas piernas… Y unos labios que pedían a gritos que alguien los besara. Se le aceleró el pulso y notó que se le reactivaban los genitales.
Se le escapó un gemido y miró el reloj. Sólo eran las nueve de la noche.
«¡Maldita sea! –pensó-. Va a ser una noche muy, muy larga.»
Aquella misma noche, sobre las once, LALI bajó sigilosamente las escaleras. No se arriesgó a encender una vela hasta que hubo cerrado la puerta del despacho de su padre tras de sí. No quería tener que inventarse ninguna excusa para explicar su presencia en el caso de que alguien se despertara.
Una vez que la habitación estuvo bañada por una suave luz, se sentó en la desgastada silla que había delante del escritorio. No estaba segura de qué habitación amaba más: la biblioteca o aquel despacho. Todas las pertenencias de su padre estaban exactamente donde él las había dejado. Su pipa reposaba sobre un cenicero de cristal macizo que había sobre una mesita de cerezo y sus mapas estaban ordenadamente apilados junto a la chimenea. LALI deslizó los dedos sobre los pergaminos, imaginando el fresco olor a mar y tabaco que siempre acompañaba a su padre.
Los únicos cambios que había introducido en la habitación eran algunas pinturas de Callie, que LALI había enmarcado y colgado de las paredes, y el nuevo contenido del inmenso escritorio de caoba. Aparte de los papeles personales de Tripp ESPOSITO, sus cajones guardaban ahora el secreto de LALI.
LALI se apretó las sienes con sendos dedos índices y se las frotó intentando aliviar el palpitante dolor de cabeza que le atormentaba. Estaba agotada. Le escocían los ojos y no había nada que deseara más que tumbarse en la cama a descansar. Pero tenía trabajo pendiente.
Introdujo la mano en el bolsillo, sacó una llave y abrió un cajón. Extrajo una pila de papeles y pasó la mano sobre la página superior. “Las aventuras de un capitán de barco”, de H. Tripp.
«El trabajo que amo, el trabajo que detesto», musitó mientras preparaba el material de escritura.
Si no hubiera estado tan agotada, se habría reído de la ironía. Le encantaba escribir aquellos relatos. Divulgar las aventuras de ficción del capitán Haydon Mills, basadas en las anécdotas con que su padre había obsequiado a toda la familia, le producía una gran satisfacción personal y una profunda sensación de logro.
Pero también le partía el corazón. Odiaba tener que mentir a su familia, pero, si alguien descubría que el autor de los relatos de aventuras que se publicaban en todos los números de la revista para hombres más famosa de Inglaterra era una mujer, perdería su única fuente de ingresos. Un escalofrío le recorrió el espinazo de sólo pensarlo. Los chicos se verían obligados a buscarse un empleo y a dejar los estudios. Vio a Lucy como institutriz o niñera, echando a perder su juventud y su oportunidad de formar una familia. ¿Y qué sería de Callie y tía JUSTINA? Sin mencionar a Winston, Grimsley y Pierre. La situación financiera de la familia dependía enteramente de ella y, si tenía que mentir para sacar adelante a su familia, pues mentiría.
La única persona que sabía quién era H. Tripp era su editor, el señor Timothy, y él le había pedido encarecidamente que lo guardara en secreto. En opinión del señor Timothy, un secreto deja de serlo cuando lo conocen más de dos personas. Aquellos relatos le reportaban unos suculentos beneficios y él era demasiado avaricioso para renunciar a ellos y demasiado listo para arriesgarse a perderlos.
Por descontado, si el señor Timothy hubiera sabido desde el principio que H. Tripp era una mujer, nunca le habría comprado el primer relato. Cuando descubrió el engaño, su escuálido rostro se puso lívido. El único motivo por el que la siguió contratando era que la tirada de la revista había aumentado con cada nuevo relato. Ambos eran conscientes de los riesgos que entrañaría, tanto para la empresa del señor Timothy como para la seguridad financiera de la familia ESPOSITO, que alguien averiguara la verdad. Y LALI estaba decidida a no poner en peligro su única fuente de ingresos.
Se sentó cómodamente en la silla y se puso manos a la obra. Estuvo las dos horas siguientes escribiendo sin parar, inmersa en aquel mundo trepidante que ella misma había creado. Cuando hubo acabado la próxima entrega, guardó los papeles en el cajón, lo cerró con llave y apagó la vela de un soplo. Se levantó y arqueó su dolorida espalda, luego se dirigió a las puertaventanas que daban al patio y miró el oscuro cielo nocturno.
La luna llena proyectaba un suave resplandor sobre los jardines, y LALI sintió la imperiosa necesidad de salir afuera unos minutos. Estaba agotada y le dolían los ojos, pero, puesto que su mente seguía activa, inmersa en el relato que acababa de escribir, sabía que le costaría bastante conciliar el sueño.
Abrió las puertaventanas y salió al exterior. La dulce fragancia de las rosas embargó sus sentidos. Incapaz de resistirse a la llamada de aquella embriagadora fragancia, tomó uno de los senderos de piedra.
Respirando profundamente, dejó que el fresco aire de la noche la llenara de una agradable sensación de paz. LALI amaba aquel jardín. Lo había plantado su madre hacía años, y las dos habían pasado muchas horas juntas cuidando amorosamente las flores. Aunque siempre se sentía más cerca de su madre cuando estaba en él, también sentía más hondamente su ausencia cuando paseaba entre las flores y arbustos que ella tanto había amado.
Estuvo un rato paseando por el jardín y se olvidó de la fatiga mientras disfrutaba de la paz de la noche. A LALI le encantaba pasear por allí mientras el resto de la familia dormía. Sus días eran siempre tan febriles y estaban tan llenos de actividad y de niños, con sus necesidades y sus clases, que le gustaba saborear aquellos momentos de soledad.
Cuando llegó a su banco de piedra favorito, se sentó de cara a la casa. Se le escapó un suspiro. El tejado necesitaba urgentemente una reparación. Mantener una casa del tamaño de la de los ESPOSITO resultaba caro, algo de lo que no había tardado en percatarse tras la muerte de su padre. Incluso manteniendo muchas de las habitaciones cerradas, el mero hecho de reparar las averías y mantener la casa en un estado razonablemente aceptable requería una suma considerable.
LALI estimó que el pago que había recibido del señor Timothy en su viaje a Londres hacía una semana debería bastar para mantener a la familia durante los próximos meses. Hasta podría reservar un poco de dinero para comprarle algún vestido nuevo a Lucy. Quería estar segura de que Lucy tenía las máximas oportunidades de atraer a un joven adecuado para no convertirse en una solterona como ella. Una joven tan encantadora como su hermana se merecía tener hijos y formar su propia familia. Y, a menos que le fallara la intuición, Marshall Wentbridge, el médico del pueblo, estaba loquito por Lucy.
Para su regocijo, LALI se había percatado de que siempre que su hermana se acercaba a menos de seis metros de Marshall, al joven se le ponían las orejas rojas y la cara colorada como un tomate y que empezaba a tartamudear y balbucear. A pesar de su timidez, Marshall era un buen hombre.
«Es amable, considerado y también bastante atractivo».
LALI tenía la esperanza de que no tardará mucho en formalizar su relación con Lucy.
Dejando escapar otro suspiro, LALI pensó en que Marshall Wentbridge no era el único hombre atractivo que había en Halstead en aquel momento.
También estaba el señorPETER LANZANITIEL.
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