sábado, 25 de julio de 2015

CAPITULO 32

  A las once y media, mi amiga Rocío pasa a buscarme y juntas vamos a ver a su
sobrino. Como me ha dicho mi padre, el niño es precioso. A la una ya estamos de
vuelta en casa y nos bañamos en la piscina. El agua está fresquita y muy rica.
  Rocío me cuenta sus cosas e intenta interrogarme sobre BENJAMIN. Pero en
cuanto ve que no quiero hablar sobre el tema, lo deja estar y hablamos de otras
cosas. A las dos y media, mi amiga regresa a su casa y yo me quedo tirada en la
piscina. Suena mi teléfono. Un mensaje. Es BENJAMIN para invitarme a comer.
Rechazo la invitación y me tiro en la hamaca a escuchar música.
  Mi móvil pita de nuevo. Maldigo. Lo cojo pero me quedo sin aire cuando leo:
«¿Tomas algo conmigo?». ¡Es PETER!
  El corazón me palpita.
  PETER está en Madrid y yo a demasiados kilómetros de él. Cojo la Coca-Cola y
bebo. La garganta de pronto se me ha quedado seca y el móvil vuelve a sonar otra
vez.
  «Sabes que no soy paciente. Responde.»
  Con las manos temblorosas comienzo a teclear, pero ¡no doy una! Finalmente
consigo poner: «Estoy de vacaciones».
  Lo envío y las tripas se me encogen hasta que oigo que el móvil pita y leo su
respuesta. «Lo sé. Muy bonita la puerta roja del chalet de tu padre.»
  Cuando leo eso, doy un chillido, suelto el móvil, cojo un pareo y corro hacia la
puerta como alma que lleva el diablo. En mi carrera, arraso las sillas del patio y me
dejo la cadera, pero no me importa.
  ¡PETER está allí!
  Abro rápidamente la puerta pero es tal mi ceguera que no veo ningún coche que
pueda ser de él, hasta que un pitido me hace mirar a mi derecha y veo un hombre
sobre una imponente moto. Se baja de ella, se quita el casco y sus ojos y su boca me
sonríen.
  Sin importarme nada, ni nadie, corro hacia él y me tiro a sus brazos. Es tal mi
impulso que estamos los dos a punto de rodar por el suelo, pero nada,
absolutamente nada me importa. Sólo lo abrazo y me estremezco cuando vuelvo a
oír su voz en mi oído:
  —Pequeña... te he echado de menos.
  Estoy nerviosa. ¡Histérica!
  PETER, ¡mi PETER!, está entre mis brazos. En Jerez. En la puerta de la casa de mi
padre. Me ha buscado. Me ha encontrado y eso es lo único que quiero pensar.
  Cuando me separo de él, siento su mirada recorrer mi cuerpo y entonces soy
consciente de mi estado.
  —PETER, podías haber avisado. Mira qué pintas tengo.
  Él no contesta. Sólo me mira y entonces me agarra de la nuca y me acerca a él,
dispuesto a darme un apasionado beso que hace que todo Jerez tiemble.
  —Estás preciosa, cariño.
  ¡Ay, Dios! Me va a dar algo ¡Y encima me llama cariño!
  —¿Cómo está tu brazo? —pregunta de pronto.
  Lo levanto y le enseño la marca de la plancha.
  —Perfecto.
  PETER hace un gesto con la cabeza y lo invito a pasar a mi casa.
  Me sigue y le ofrezco una cerveza. La rechaza y pide agua. Lo hago esperar en la
piscina mientras me visto. Se resiste pero le hago entender que es la casa de mi
padre y que puede aparecer en cualquier momento. Acepta mis explicaciones y
accede a mi petición. Tardo en vestirme cinco minutos. Unos vaqueros, un top y
arreando.
  Cuando aparezco, PETER me mira.
  —Has recibido un par de mensajes de BENJAMIN.
  Resoplo y, antes de poder responder, PETER me atrae hacia él y me besa con
posesión. Sus besos me hacen entender que me ha echado tanto de menos como yo
a él, y eso me gusta. Aunque aún me tiene que explicar muchas cosas. Entre besos,
entramos en la cocina. PETER me sube a la mesa para continuar su reguero de besos,
mientras me aprieta contra él.
  Calor... tengo un calor horroroso y más cuando baja su cabeza y me muerde los
pechos por encima del top. El ansia viva nos puede. Nos consume y al final soy yo
la que, olvidándome de dónde estoy, de mi padre y de la Virgen de Triana que
preside la cocina, le abro el vaquero, meto mis manos bajo los calzoncillos y lo toco.
Le exijo más.
  PETER, avivado por mis caricias, me desabrocha el vaquero, tira de él y me lo quita.
A éste le siguen las bragas y siento el frío de la mesa sobre mis nalgas. Continúo
sentada sobre la mesita y observo cómo se pone con rapidez un preservativo. Veo
mi tatuaje pero él no lo ve. Está cegado por el sexo. ¡Me gusta!
  Me atrae hacia él. Con las respiraciones entrecortadas y el deseo instalado en la
mirada, coloca su pene en la entrada de mi vagina, lo introduce unos centímetros y
después me agarra del trasero y con un certero movimiento lo introduce
totalmente en mi interior, mientras veo que se muerde el labio.
  Sí... Sí... Sí... Necesitaba sentir a PETER.
  Sin hablar, me coge en volandas para ponerme más a su altura y me apoya
contra el frigorífico. Lo beso... me besa con desesperación y sus acometidas fuertes
y profundas contra mí me hacen gritar de puro placer. Una... dos... tres... Mi
cuerpo lo recibe gustoso... cuatro... cinco... seis... ¡Quiero más! De nuevo, mi
carne arde, mi vagina tiembla por su posesión y yo jadeo y me corro entre sus
brazos. Soy feliz. Muy feliz y no quiero pensar en nada más mientras dejo que él
me tome como le gusta. Como nos gusta. Rudo, posesivo y varonil.
  Tras varias potentes embestidas en las que siento que me va a romper, PETER se
echa hacia atrás y suelta un gruñido. Deja caer su cabeza sobre mi hombro y,
durante unos minutos, los dos permanecemos apoyados en el frigorífico.
  —¿Qué haces aquí, PETER?
  —Me moría por volverte a verte.
  Escuchar aquello me hace cerrar los ojos. Adoro escuchar aquello pero no
entiendo por qué no ha venido a verme antes. Finalmente me besa, me baja al suelo
y pasamos por el baño para asearnos un poco antes de salir de la casa de mi padre
entre besos y risas. Me pide que vayamos a comer a algún lado y al llegar hasta la
espectacular moto que ha traído pregunto:
  —¿Es tuya?
  No responde. Se encoge de hombros y me entrega el otro casco para que me lo
ponga.
  —¿Te dan miedo?
  Me pongo el casco que él me da.
  —Miedo no, respeto.
 PETER  sonríe. Se monta y arranca la moto.
  —Agárrate a mí con fuerza. Si en algún momento tienes miedo, me lo dices, ¿de
acuerdo?
  Asiento y emprende la marcha.
  Le indico por las calles de Jerez y comemos en el restaurante de Pachuca, una
amiga de mi padre. Ésta, al verme entrar tan bien acompañada, me guiña el ojo y
nos lleva hasta la mejor mesa que tiene. Luego me besuquea y me regaña por ir tan
poco a visitarla, mientras observo que PETER teclea algo en el móvil. Cuando por fin
termina con sus besos y reproches, nos entrega la carta.
  —Niña, pide el salmorejo, que hoy me ha salido de escándalo.
  Miro a PETER y pregunto:
  —¿Te gusta el salmorejo?
  —¿Eso qué es? —pregunta divertido
  —Mira, siquillo —le explica la Pachuca—, es una especie de gaspasito pero más
consentraíto. Si te gusta la verdura, te aseguro que el salmorejo de la Pachuca te
gustará.
  Los dos respondemos al unísono: ¡salmorejo para los dos!
  —¿Y de segundo qué nos ofreces?
  La Pachuca sonríe y dice:
  —Tengo atún ensebollaíto que quita tó er sentío, o chuletitas. ¿Qué preferís?
  —Atún —responde PETER.
  —Yo también.
  Cuando se marcha la Pachuca, PETER me mira y extiende sus manos por encima de
la mesa para coger las mías. No decimos nada. Sólo nos miramos hasta que él
rompe el hielo:
  —Soy un gilipollas.
  —Exacto. Lo eres.
  Ese comentario me demuestra que recibió mis correos.
  —Quiero que sepas que me volví loco al recibir tu último correo.
   Le suelto las manos.
   —Te lo merecías.
   —Lo sé...
   —Hice lo que me pediste. Y como tu secuaz no podía ver lo que hacía dentro de
la habitación, decidí ser yo quien te lo enseñara.
   Miro sus manos. Sus nudillos se ponen tensos. Se blanquean.
   —Admito mi error, pero ver lo que vi no me gustó.
   Eso me sorprende. Me recuesto sobre la silla.
   —¿No te gustó ver cómo jugaba con otro?
  PETER  me mira. Su mirada se torna sombría.
   —No, si en ese juego no estaba yo.
   Me niego a confesarle que para mí sí estaba en ese juego.
   —¿Me perdonas?
   —No lo sé. Lo tengo que pensar, Iceman.
   —¿¡Iceman!?
   Sonrío, pero no le revelo que fue Miguel quien le puso el mote.
   —Tu frialdad en ocasiones te convierte en un hombre de hielo. ¡Iceman!
   Asiente. Clava su mirada en mí y me exige que le dé de nuevo la mano.
   —Te pido disculpas por no haberte llamado en todo este tiempo. Pero créeme si
te digo que he estado muy liado.
   —¿Por qué no podías?
   Lo piensa. Lo piensa... Lo piensa y, finalmente, parece haber dado con la
respuesta:
   —Prometo que la próxima vez te llamaré.
   Intento poner cara de enfado. No me ha respondido, pero no puedo estar
enfadada con él. Estoy tan... tan feliz porque me haya buscado y esté allí conmigo
que sólo puedo sonreír como una tonta y dejarme llevar por la felicidad. Mi móvil
suena. Es BENJAMIN. PETER ve el nombre que se enciende en la pantalla.
   —Cógelo, si quieres.
   —No... ahora no. —Apago el móvil.
   La comida, como bien dijo la Pachuca, está buenísima. El salmorejo está de lujo.
Y el atún, de relujo. Cuando salimos del restaurante miro el reloj. Las cuatro y
cuarto. Entonces me acuerdo de que a las cinco he quedado con mi padre.
  —¿Te apetece conocer el circuito de Jerez?
  PETER me acerca a él y susurra cerca de mi boca:
  —Pequeña, por apetecerme, me apetece otra cosa. Vamos, he alquilado una villa
que...
  —¿Has alquilado una villa?
  —Sí. Quiero estar cerca de ti.
  Su cercanía, su voz y su sugerencia me hacen jadear. Por mi cabeza cruza la idea
de correr a la villa, pero no. No lo voy a hacer por mucho que me apetezca. No.
  —He quedado con mi padre a las cinco en el circuito. ¿Te apetece conocerlo?
  —¿A tu padre?
  —Sí. A mi padre. Pero, tranquilo, ¡no se come a los alemanes!
  Mi comentario vuelve a hacerlo sonreír. Y, tras darme un azote, me entrega el
casco.

  —Vayamos a conocer a tu padre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario