A las once y
media, mi amiga Rocío pasa a buscarme y juntas vamos a ver a su
sobrino. Como me ha dicho mi padre, el niño es
precioso. A la una ya estamos de
vuelta en casa y nos bañamos en la piscina. El agua
está fresquita y muy rica.
Rocío me
cuenta sus cosas e intenta interrogarme sobre BENJAMIN. Pero en
cuanto ve que no quiero hablar sobre el tema, lo
deja estar y hablamos de otras
cosas. A las dos y media, mi amiga regresa a su casa
y yo me quedo tirada en la
piscina. Suena mi teléfono. Un mensaje. Es BENJAMIN
para invitarme a comer.
Rechazo la invitación y me tiro en la hamaca a
escuchar música.
Mi móvil
pita de nuevo. Maldigo. Lo cojo pero me quedo sin aire cuando leo:
«¿Tomas algo conmigo?». ¡Es PETER!
El corazón
me palpita.
PETER está
en Madrid y yo a demasiados kilómetros de él. Cojo la Coca-Cola y
bebo. La garganta de pronto se me ha quedado seca y
el móvil vuelve a sonar otra
vez.
«Sabes que no soy paciente. Responde.»
Con las
manos temblorosas comienzo a teclear, pero ¡no doy una! Finalmente
consigo poner: «Estoy de vacaciones».
Lo envío y
las tripas se me encogen hasta que oigo que el móvil pita y leo su
respuesta. «Lo sé. Muy bonita la puerta roja del
chalet de tu padre.»
Cuando leo
eso, doy un chillido, suelto el móvil, cojo un pareo y corro hacia la
puerta como alma que lleva el diablo. En mi carrera,
arraso las sillas del patio y me
dejo la cadera, pero no me importa.
¡PETER está
allí!
Abro
rápidamente la puerta pero es tal mi ceguera que no veo ningún coche que
pueda ser de él, hasta que un pitido me hace mirar a
mi derecha y veo un hombre
sobre una imponente moto. Se baja de ella, se quita
el casco y sus ojos y su boca me
sonríen.
Sin
importarme nada, ni nadie, corro hacia él y me tiro a sus brazos. Es tal mi
impulso que estamos los dos a punto de rodar por el
suelo, pero nada,
absolutamente nada me importa. Sólo lo abrazo y me
estremezco cuando vuelvo a
oír su voz en mi oído:
—Pequeña...
te he echado de menos.
Estoy
nerviosa. ¡Histérica!
PETER, ¡mi PETER!,
está entre mis brazos. En Jerez. En la puerta de la casa de mi
padre. Me ha buscado. Me ha encontrado y eso es lo
único que quiero pensar.
Cuando me
separo de él, siento su mirada recorrer mi cuerpo y entonces soy
consciente de mi estado.
—PETER,
podías haber avisado. Mira qué pintas tengo.
Él no
contesta. Sólo me mira y entonces me agarra de la nuca y me acerca a él,
dispuesto a darme un apasionado beso que hace que
todo Jerez tiemble.
—Estás
preciosa, cariño.
¡Ay, Dios!
Me va a dar algo ¡Y encima me llama cariño!
—¿Cómo está
tu brazo? —pregunta de pronto.
Lo levanto y
le enseño la marca de la plancha.
—Perfecto.
PETER hace un
gesto con la cabeza y lo invito a pasar a mi casa.
Me sigue y
le ofrezco una cerveza. La rechaza y pide agua. Lo hago esperar en la
piscina mientras me visto. Se resiste pero le hago
entender que es la casa de mi
padre y que puede aparecer en cualquier momento.
Acepta mis explicaciones y
accede a mi petición. Tardo en vestirme cinco
minutos. Unos vaqueros, un top y
arreando.
Cuando
aparezco, PETER me mira.
—Has
recibido un par de mensajes de BENJAMIN.
Resoplo y,
antes de poder responder, PETER me atrae hacia él y me besa con
posesión. Sus besos me hacen entender que me ha
echado tanto de menos como yo
a él, y eso me gusta. Aunque aún me tiene que
explicar muchas cosas. Entre besos,
entramos en la cocina. PETER me sube a la mesa para
continuar su reguero de besos,
mientras me aprieta contra él.
Calor...
tengo un calor horroroso y más cuando baja su cabeza y me muerde los
pechos por encima del top. El ansia viva nos puede.
Nos consume y al final soy yo
la que, olvidándome de dónde estoy, de mi padre y de
la Virgen de Triana que
preside la cocina, le abro el vaquero, meto mis
manos bajo los calzoncillos y lo toco.
Le exijo más.
PETER,
avivado por mis caricias, me desabrocha el vaquero, tira de él y me lo quita.
A éste le siguen las bragas y siento el frío de la
mesa sobre mis nalgas. Continúo
sentada sobre la mesita y observo cómo se pone con
rapidez un preservativo. Veo
mi tatuaje pero él no lo ve. Está cegado por el
sexo. ¡Me gusta!
Me atrae
hacia él. Con las respiraciones entrecortadas y el deseo instalado en la
mirada, coloca su pene en la entrada de mi vagina,
lo introduce unos centímetros y
después me agarra del trasero y con un certero
movimiento lo introduce
totalmente en mi interior, mientras veo que se
muerde el labio.
Sí... Sí...
Sí... Necesitaba sentir a PETER.
Sin hablar,
me coge en volandas para ponerme más a su altura y me apoya
contra el frigorífico. Lo beso... me besa con
desesperación y sus acometidas fuertes
y profundas contra mí me hacen gritar de puro
placer. Una... dos... tres... Mi
cuerpo lo recibe gustoso... cuatro... cinco...
seis... ¡Quiero más! De nuevo, mi
carne arde, mi vagina tiembla por su posesión y yo
jadeo y me corro entre sus
brazos. Soy feliz. Muy feliz y no quiero pensar en
nada más mientras dejo que él
me tome como le gusta. Como nos gusta. Rudo,
posesivo y varonil.
Tras varias
potentes embestidas en las que siento que me va a romper, PETER se
echa hacia atrás y suelta un gruñido. Deja caer su
cabeza sobre mi hombro y,
durante unos minutos, los dos permanecemos apoyados
en el frigorífico.
—¿Qué haces
aquí, PETER?
—Me moría
por volverte a verte.
Escuchar
aquello me hace cerrar los ojos. Adoro escuchar aquello pero no
entiendo por qué no ha venido a verme antes.
Finalmente me besa, me baja al suelo
y pasamos por el baño para asearnos un poco antes de
salir de la casa de mi padre
entre besos y risas. Me pide que vayamos a comer a
algún lado y al llegar hasta la
espectacular moto que ha traído pregunto:
—¿Es tuya?
No responde.
Se encoge de hombros y me entrega el otro casco para que me lo
ponga.
—¿Te dan
miedo?
Me pongo el
casco que él me da.
—Miedo no,
respeto.
PETER sonríe. Se monta y arranca la moto.
—Agárrate a
mí con fuerza. Si en algún momento tienes miedo, me lo dices, ¿de
acuerdo?
Asiento y
emprende la marcha.
Le indico
por las calles de Jerez y comemos en el restaurante de Pachuca, una
amiga de mi padre. Ésta, al verme entrar tan bien
acompañada, me guiña el ojo y
nos lleva hasta la mejor mesa que tiene. Luego me
besuquea y me regaña por ir tan
poco a visitarla, mientras observo que PETER teclea
algo en el móvil. Cuando por fin
termina con sus besos y reproches, nos entrega la
carta.
—Niña, pide
el salmorejo, que hoy me ha salido de escándalo.
Miro a PETER
y pregunto:
—¿Te gusta
el salmorejo?
—¿Eso qué
es? —pregunta divertido
—Mira,
siquillo —le explica la Pachuca—, es una especie de gaspasito pero más
consentraíto. Si te gusta la verdura, te aseguro que
el salmorejo de la Pachuca te
gustará.
Los dos
respondemos al unísono: ¡salmorejo para los dos!
—¿Y de
segundo qué nos ofreces?
La Pachuca
sonríe y dice:
—Tengo atún
ensebollaíto que quita tó er sentío, o chuletitas. ¿Qué preferís?
—Atún
—responde PETER.
—Yo también.
Cuando se
marcha la Pachuca, PETER me mira y extiende sus manos por encima de
la mesa para coger las mías. No decimos nada. Sólo
nos miramos hasta que él
rompe el hielo:
—Soy un
gilipollas.
—Exacto. Lo
eres.
Ese
comentario me demuestra que recibió mis correos.
—Quiero que
sepas que me volví loco al recibir tu último correo.
Le suelto
las manos.
—Te lo
merecías.
—Lo sé...
—Hice lo
que me pediste. Y como tu secuaz no podía ver lo que hacía dentro de
la habitación, decidí ser yo quien te lo enseñara.
Miro sus
manos. Sus nudillos se ponen tensos. Se blanquean.
—Admito mi
error, pero ver lo que vi no me gustó.
Eso me
sorprende. Me recuesto sobre la silla.
—¿No te
gustó ver cómo jugaba con otro?
PETER me mira. Su mirada se torna sombría.
—No, si en
ese juego no estaba yo.
Me niego a
confesarle que para mí sí estaba en ese juego.
—¿Me
perdonas?
—No lo sé.
Lo tengo que pensar, Iceman.
—¿¡Iceman!?
Sonrío,
pero no le revelo que fue Miguel quien le puso el mote.
—Tu
frialdad en ocasiones te convierte en un hombre de hielo. ¡Iceman!
Asiente.
Clava su mirada en mí y me exige que le dé de nuevo la mano.
—Te pido
disculpas por no haberte llamado en todo este tiempo. Pero créeme si
te digo que he estado muy liado.
—¿Por qué
no podías?
Lo piensa.
Lo piensa... Lo piensa y, finalmente, parece haber dado con la
respuesta:
—Prometo
que la próxima vez te llamaré.
Intento
poner cara de enfado. No me ha respondido, pero no puedo estar
enfadada con él. Estoy tan... tan feliz porque me
haya buscado y esté allí conmigo
que sólo puedo sonreír como una tonta y dejarme
llevar por la felicidad. Mi móvil
suena. Es BENJAMIN. PETER ve el nombre que se
enciende en la pantalla.
—Cógelo, si
quieres.
—No...
ahora no. —Apago el móvil.
La comida,
como bien dijo la Pachuca, está buenísima. El salmorejo está de lujo.
Y el atún, de relujo. Cuando salimos del restaurante
miro el reloj. Las cuatro y
cuarto. Entonces me acuerdo de que a las cinco he
quedado con mi padre.
—¿Te apetece
conocer el circuito de Jerez?
PETER me
acerca a él y susurra cerca de mi boca:
—Pequeña,
por apetecerme, me apetece otra cosa. Vamos, he alquilado una villa
que...
—¿Has
alquilado una villa?
—Sí. Quiero
estar cerca de ti.
Su cercanía,
su voz y su sugerencia me hacen jadear. Por mi cabeza cruza la idea
de correr a la villa, pero no. No lo voy a hacer por
mucho que me apetezca. No.
—He quedado
con mi padre a las cinco en el circuito. ¿Te apetece conocerlo?
—¿A tu
padre?
—Sí. A mi
padre. Pero, tranquilo, ¡no se come a los alemanes!
Mi
comentario vuelve a hacerlo sonreír. Y, tras darme un azote, me entrega el
casco.
—Vayamos a
conocer a tu padre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario