miércoles, 22 de julio de 2015

CAPITULO17



   Mi jefa se vuelve loca cuando PETER  la informa de que yo lo acompañaré en su
viaje a las delegaciones. Miguel se alegra de no ser él. Mi jefa intenta convencerlo
de mil formas para que yo no lo acompañe. Argumenta cosas como mi falta de
experiencia o mi poco tiempo en la empresa, pero al final desiste. PETER manda y ella
debe aceptarlo. ¡Toma ya!
   Llamo a mi padre el miércoles y le explico mi retraso de las vacaciones por el
viaje. Le parece bien y me anima a hacer un buen trabajo. Si él supiera el trasfondo
de todo, me metía en una caja y la embalaba para que no pudiera salir. Mi
hermana, en cambio, se enfada conmigo. Marcharme durante varias semanas fuera
de Madrid para ella es desquiciante. ¿A quién le va a explicar sus problemas?
   El jueves, Eric pasa a recogerme con su chófer a las seis de la mañana. Viajamos
en su avión privado y tanto lujo me escandaliza. Parece que acabo de salir del
pueblo. Miro todo con tanta curiosidad, que creo que PETER hace esfuerzos por no
reír.
   Cuando llegamos a Barcelona, un coche nos recoge en el aeropuerto del Prat y
nos lleva directos al hotel Arts. ¡Casi nada! Lo mejorcito de la ciudad. Allí nos
alojamos en la última planta en dos suites. Ha cumplido su promesa: habitaciones
separadas. Cuando el botones cierra la puerta tras de mí y me quedo en medio de
aquella enorme habitación, miro a mi alrededor. Todo es grande, espacioso. Y lo
mejor, hay unos grandes ventanales que me permiten ver el mar.
   Alucinada por el lujo que me rodea, suelto mi maleta y me acerco a la ventana.
¡Increíble! Tras disfrutar durante un rato del paisaje, comienzo a buscar y a
curiosear. Abro la nevera y veo chocolate. Me lanzo a por él. Cuando descubro la
zona de mi habitación donde se encuentra la cama, un silbido de camionero sale de
mí. ¡Es preciosa! Grandes ventanales que dan al mar y moqueta violeta a juego con
un diván precioso. La cama es enorme y me tiro en plancha sobre ella. ¡Qué
pasada! El baño es otra maravilla. Madera clara y una bañera rodeada por espejos.
¡Morboso!
   Al salir del baño, el teléfono suena. Es PETER.
   —¿Qué tal tu suite?
   —Alucinante. Enorme. Es como cinco veces mi casa —me mofo.
   Oigo cómo ríe al otro lado de la línea.
   —En media hora te espero en recepción —me dice—. No olvides los
documentos.
   Llego a recepción puntual y veo a PETER hablando con una mujer. Alta, glamurosa
y rubia. Rubísima. Cuando él me ve, me invita a acercarme a ellos y nos presenta:
   —NATALIE, ella es mi secretaria, la señorita ESPOSITO.
   La tal NATALIE me hace un escaneo en profundidad y me da mal rollito, pero, en
un gesto de profesionalidad, las dos nos damos la mano y PETER añade en alemán:
   —Señorita ESPOSITO, la señorita PEREZ ha venido desde Berlín. Ella estará unos días
con nosotros. NATALIE es la encargada de ver si podemos suministrar nuestro
medicamento en el Reino Unido.
   Sonríe mientras la rubia de piernas largas mueve su cabeza en gesto afirmativo.
Sin embargo, percibo algo raro en su mirada. No sé lo que es, pero no me gusta. Un
hombre se acerca a nosotros y nos indica que nuestro vehículo nos espera. Los tres
caminamos hacia una enorme limusina negra. PETER se sienta junto a aquella mujer y
se olvida de mí. Eso me inquieta. Pero lo que más me molesta es percibir que entre
ellos hubo o hay algo. Me lo dicen las miradas de la rubia. De todas formas, como
soy una profesional, mantengo la compostura mientras miro por la ventanilla e
intento pensar en mis cosas.
   Cuando llegamos a las oficinas centrales de Barcelona, nos recibe el jefe de la
delegación, Xavi Dumas. Nada más verme, me sonríe, y luego saluda al jefazo y a
NATALIE.
   —Hola, LALI —se dirige a mí, después de saludarlos—. ¡Qué alegría volver a
verte!
   —Lo mismo digo, señor Dumas.
   Seguidamente, me saluda Jimena, su secretaria.
   —LALI, ¿por qué no me has dicho que venías?
   —Porque hasta ayer no sabía que tendría que venir —respondo mientras la
abrazo.
   Jimena, con el gesto divertido, observa a PETER, para luego mirarme a mí con
picardía.
   —Vaya, vaya, con el jefazo alemán... ¡Está potentón!
   Ambas nos reímos, pero nos dirigimos sin demora hacia una salita que ella me
indica.
   Instantes después, varios directivos, entre los que se encuentran PETER y NATALIE,
entran en la estancia. Es una sala rectangular de paneles oscuros y una cristalera
que da a un monte. En el centro de la estancia hay una larga mesa con varias sillas
y, en un lateral, varias mesitas más pequeñas. Me siento a una de esas mesitas y
PETER preside la mesa justo frente a mí. Su mirada implacable me hace recordar el
mote que le puso Miguel: Iceman. Al recordarlo, no puedo evitar sonreír.
   La reunión comienza y Jimena, avisada por su jefe, se levanta de mi lado y se
sienta a la mesa. Su jefe quiere que ella traduzca todo lo que él vaya diciendo para
la tal NATALIE. Atiendo a lo que dicen y observo que Jimena es una excelente
traductora. Pero ocurre algo que me sorprende. En un momento dado, el señor
Dumas menciona al padre de PETER y éste, muy serio pero también muy
educadamente, le pide que no vuelva a nombrarlo. ¿Qué habrá pasado entre padre
e hijo? Una hora después, mientras la reunión continúa su curso, recibo un mensaje
en mi portátil.
   De: PETER LANZANI
   Fecha: 5 de julio de 2012 10.38
   Para: LALI ESPOSITO
   Asunto: Tu boca
   Querida señorita ESPOSITO, ¿le ocurre algo? Su boca la delata.
   PS: Es usted la mujer más sexy de la reunión.
   PETER LANZANI
   Sin mover mi cabeza, lo observo a través de mis pestañas. ¿Tendrá morro? Lleva
ignorándome desde que aparecí en la recepción del hotel y ahora me viene con
ésas. Así que decido responderle el correo.
   De: LALI ESPOSITO
  Fecha: 5 de julio de 2012 10.39
  Para: PETER LANZANI
  Asunto: Estoy trabajando
  Estimado señor PETER LANZANI, le agradecería que me dejara trabajar.
LALI ESPOSITO
  Sé que lo recibe. Lo veo mirar con interés a la pantalla y cómo se curva la
comisura de sus labios. Al cabo de pocos segundos, teclea de nuevo y yo recibo
otro correo.
  De: PETER LANZANI
  Fecha: 5 de julio de 2012 10.41
  Para: ESPOSITO
  Asunto: ¿Enfadada?
  Sus palabras me desconcentran, ¿está enfadada por algo?
  PS: Ese traje le sienta fenomenal.
 PETER LANZANI
  Me muevo en mi silla, incómoda. ¿Tanto se me nota? Intento sonreír,
avergonzada, pero mi boca se niega. Durante unos minutos atiendo a la reunión
hasta que mi ordenador me indica que he recibido otro mensaje.
  De: PETER LANZANI
  Fecha: 5 de julio de 2012 10.46
  Para: LALI ESPOSITO
  Asunto: Usted decide
  Le advierto, señorita ESPOSITO, que si no contesta a mi correo en cinco minutos,
pararé la reunión.
  PS: ¡Lleva tanga bajo la falda!
PETER LANZANI
  Al leer aquello, abro los ojos como platos, aunque intento mantener la calma. Se
está tirando un farol. Le encanta picarme. Sonrío y lo reto con la mirada. Él no
sonríe. El tiempo pasa y yo me relajo. Lo veo mirar su ordenador e imagino que
está escribiéndome otro correo cuando de repente interrumpe la reunión:
  —Señores, acabo de recibir un correo que he de responder de inmediato. Un
contratiempo y les pido disculpas por ello. —Y, levantándose, añade—: ¿Serían
todos tan amables de dejarnos a solas unos minutos a mi secretaria y a mí? Y, por
favor, por nada del mundo quiero que nos interrumpan. Mi secretaria los avisará
cuando hayamos acabado.
  Me quiero morir.
  ¿Está loco?
  Abro los ojos tanto como me es posible y veo que todos los directivos recogen
sus carpetas y se marchan. Jimena me guiña un ojo y sigue a su jefe. La última en
abandonar la sala es la tal NATALIE. Me mira con cara de perro y, tras decirle a PETER
en alemán «Estaré fuera», cierra la puerta tras de sí.
  Todavía sentada en mi silla lo miro sin comprender nada. PETER cierra su portátil,
se repanchinga en su silla y clava su mirada en la mía.
  —Señorita ESPOSITO, venga aquí.
  Me levanto como un resorte y me dirijo hacia él, gesticulando por la sorpresa.
  —Pero... Pero ¿cómo has podido hacerlo?
  Me mira, sonríe y no contesta.
  —¿Cómo has podido parar una reunión? —insisto.
  —Te di cinco minutos.
  —Pero...
  —La reunión la has parado tú —me contesta.
  —¡¿Yo?!
  PETER responde afirmativamente y, justo cuando me paro frente a él, me coge de la
mano y, aún sentado, me coloca entre sus piernas. Luego me empuja y me hace
sentar sobre la mesa. Ante él. Acalorada, miro a mi alrededor en busca de cámaras
cuando él dice:
  —La habitación no tiene cámaras pero no está insonorizada. Si gritas, todos
sabrán lo que ocurre.
  Voy a protestar, ya que a cada instante que pasa me encuentro más alucinada,
cuando PETER se acerca a mí y hace eso que tan loca me vuelve. Saca su lengua, la
pasa por mi labio superior. Me mira. Después vuelve a pasarla por mi labio
inferior, me lo muerde hasta que yo abro la boca y finalmente me besa. Me
succiona la boca de tal manera que me deja sin aliento y, como siempre, caigo a sus
pies. Me tumba en la mesa y me sube la falda. Sus manos ascienden lentamente por
mis muslos hasta que siento que llegan a mis caderas. Entonces agarra el tanga y
me lo quita.
  —Mmmm... Me alegra saber que llevas tanga.
  Disfruto el momento y entro como una loba en el juego.
  Me paso la lengua por los labios y quiero gritar «¡¡¡Sí!!!». Mi gesto lo estimula y
enloquece. Abro mis piernas con descaro pidiéndole más y él levanta la cabeza, sin
mover el resto de su cuerpo.
  —¿Llevas en el bolso lo que te dije que debías llevar siempre?
  Cierro los ojos y maldigo con frustración.
  —Me lo he dejado en el hotel.
  Mi reacción lo hace sonreír. Me incorpora de la mesa sin apenas tocarme, a
excepción de la cara interna de mis muslos.
  —Lo siento, pequeña. Estoy seguro de que la próxima vez no lo olvidarás.
  Lo miro, bloqueada.
  ¿Me va a dejar así?
  Me da un azote en el trasero cuando me bajo de la mesa.
  —Señorita ESPOSITO, debemos continuar con la reunión. Y, por favor, no vuelva a
interrumpirla.
  Siento las mejillas arreboladas y el deseo por todo lo alto mientras él es el rey del
control. Eso me encoleriza. Lo sabe. Me agarra de la mano y me acerca a él en un
gesto posesivo.
  —En cuanto terminemos la reunión te quiero desnuda en el hotel. De momento,
me quedo con tu tanga.
  —¡¿Cómo?!
  —Lo que oyes.
  —Ni hablar. Devuélvemelo.
  —No.
  —PETER, por favor. ¿Cómo voy a estar sin tanga?
  Se levanta. Sonríe con malicia y se encoge de hombros.
  —Muy fácil. ¡Estando!
  Me coloca bien la falda. Me empuja hacia la puerta e insiste.
  —Vamos. Diles que entren. La reunión es importante.
  Histérica y a punto de que me dé un «pumba», sólo puedo resoplar.
  ¿Cómo me puede estar pasando esto a mí?
  Finalmente, cierro los ojos, camino con seguridad hacia la puerta y antes de abrir
me vuelvo hacia él.
  —Ésta me la pagas.
  PETER ni se inmuta.
  Un minuto después, la reunión continúa y todo vuelve a la normalidad. Todo,
excepto que no llevo tanga.

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