El camino
de regreso a Jerez es ameno y divertido. Escuchar a mi padre y a sus
amigos contar chistes es para morirse de risa. ¡Qué
gracia tienen los jodíos! Al llegar
a Jerez, BENJAMIN insiste en tomar algo con la
excusa de que hay que celebrar el
triunfo. Declino la invitación y, cuando llegamos a
mi casa, sin cambiarme ni nada,
bajo mi moto del remolque, agarro el trofeo y salgo
disparada para la villa, donde
me espera PETER.
Cuando
llego a la puerta, llamo y, dos segundos después, la enorme cancela
blanca se abre. Acelero mi moto y subo por el
caminito rodeado de pinos. A lo
lejos, veo la casa y a PETER. Parece hablar por
teléfono. Acelero, hago una derrapada,
un trompo y cuando el polvo me rodea, paro la moto,
lo miro y levanto mi trofeo,
orgullosa.
—Te lo has
perdido. Te has perdido mi triunfo.
PETER no
sonríe, cierra el móvil, se da la vuelta y entra en el interior de la casa.
Sorprendida
por su seca reacción, me bajo de la moto y lo sigo. Me enferma
cuando se pone tan hermético. En mi camino me quito
las gafas y el casco y lo dejo
sobre una mesa. PETER está en la cocina bebiendo
agua. Espero que regrese antes de
atacar.
—¿Cómo
puedes haberte ido sin decirme nada?
—Estabas
muy ocupada.
—Pero,
PETER... yo quería que estuvieras allí.
—Y yo
quería que tú no hicieras esas locuras.
—PETER... escucha...
—No.
Escucha tú. Si tienes que volver a ir a dar saltos con la moto a cualquier
otro lugar, no cuentes conmigo, ¿entendido?
—Valeeeee...
pero, venga, no te enfades. No seas un niño.
Mis palabras
lo hieren y se enfurece aún más.
—Te dije que
no quería que te pusieras en peligro y tú has continuado con tu
jueguecito sin pensar en cómo me podía sentir. Te
podías haber matado delante de
mis ojos y yo no podría haber hecho nada para
impedirlo. Por Dios, ¿cómo puedes
ser tan inconsciente?
Se aparta de
mi lado. Su reacción me parece excesiva.
—No soy una
inconsciente. Sé muy bien lo que hago.
—Sí,
claro... no me cabe la menor duda. Y, por si fuera poco, encima tengo que
soportar a ese tal BENJAMIN.
—Ah, no...
eso sí que no, guapito —replico enfurecida—. No me parece bien que
me reproches lo del motocross pero, fíjate, ¡hasta
lo puedo entender! Pero que me
reproches las palabras de BENJAMIN, no, ¡eso sí que
no!
—¡«Nuestra
chica»!, dice el imbécil —farfulla furioso—. No ha parado de hacer
comentarios incómodos todo el rato ante mí. Si no le
he partido la cara ha sido por
respeto a tu padre y al suyo, porque si por mí
hubiera sido... —Y antes de que yo
pueda replicar, me pregunta—: Dijiste que habías
tenido algo con él, ¿seguís
teniéndolo?
No respondo.
No quiero revelarle lo que BENJAMIN me dijo que sabía de él, ni lo
que hubo entre nosotros, pero PETER insiste:
—Respóndeme,
¿qué ha habido entre ese tipo y tú?
—Algo. Pero
fue sin importancia y...
—¿Algo? ¿Qué
es ese algo? —exige con voz gélida.
—¿Acaso te
he pedido yo a ti un listado de todas tus amiguitas de juegos? —le
pregunto, sorprendida por el cariz que está tomando
la conversación—. Si mal no
recuerdo, tú fuiste el primero que quiso tener algo
conmigo sin...
—Sé muy bien
a lo que te refieres. Pero creo que eres lo suficientemente madura
como para entender que eso entre nosotros ha
cambiado.
—¿Ah, sí?
Sin cambiar
su gesto, gruñe.
—Te acabo de
hacer una pregunta. Yo siempre he sido sincero contigo. Cuando
regresé en tu busca desde Asturias me preguntaste si
había jugado con NATALIE y
yo fui sincero. ¿No puedes serlo tú ahora?
—De
acuerdo. Entre BENJAMIN y yo ha habido sexo.
—¿Y ahora?
¿En los días que has estado aquí antes de que yo llegara?
—Nada...
—No me lo
creo.
—En Madrid
me acosté con él, pero aquí no. —PETER maldice, y yo prosigo—:
Aquí sólo ha habido un par de besos y...
—Ese tipo
no es el típico que se conforma con besos. He visto cómo te miraba y,
cuando ha dicho lo de compartir la cerveza, ¡Dios...
lo hubiera machacado!
Enfadada
por sus palabras y por cómo me grita, respondo:
—Quizá él
no se conformara con besos, pero yo sí. Nunca me he comportado con
él como me comporto contigo porque él no es como tú,
maldita sea. Y, ¿sabes? Me
voy. No quiero escuchar más tonterías por tu parte o
te juro que no te lo voy a
perdonar. Cuando te relajes me llamas por teléfono y
quizá... sólo quizá yo te
perdone el numerito que me acabas de montar.
Dicho esto
me doy la vuelta, agarro el casco y las gafas de la moto y aún con el
trofeo en las manos salgo de la casa, arranco mi
moto y me marcho. El camino de
pinos lo hago con la rabia instalada en mi rostro
¿Quién se ha creído PETER para
hablarme así? ¿Por qué yo no le exijo nada y él a mí
sí? Cuando llego a la cancela
blanca veo que se abre para que salga. Acelero, pero
antes de traspasarla, freno de
nuevo y grito de frustración. Me bajo de la moto y
doy un par de patadas en el aire.
Mataría a PETER cuando se pone así.
La cancela
blanca se cierra tras unos instantes y, durante unos minutos, cierro los
ojos furiosa mientras me pongo de cuclillas en el
suelo. PETER me agota y sus
constantes cambios de humor me vuelven loca. Me
desconcierta con sus palabras y
sus hechos. No sé nunca lo que quiere y menos aún
cómo proceder.
De pronto
oigo un ruido ronco acercarse. Levanto la cabeza y veo a PETER que, con
su moto, se dirige hacia mí. Cuando llega a mi
altura, detiene la moto, pone la pata
de cabra y se baja. Me mira.
—¿Cómo
puedes ser tan frío?
—Con
práctica.
Resoplo y,
sin poder contener mi furia, me levanto del suelo.
—Me
desesperas, PETER. No puedo con tu manera de ser. A veces te comería a
besos, pero otras te mataría. Y ésta es una de esas
veces. Siempre te crees el rey del
mundo. El rey de la razón. El rey del universo. Eres
un cabezón, un mandón, un
intransigente y...
—Tienes
razón.
Su
respuesta me sorprende.
—¿Puedes
repetir lo que has dicho?
PETER
sonríe.
—Tienes
razón, pequeña. Me he pasado. He pagado contigo mi nerviosismo al
verte saltar con esa maldita moto y los comentarios
nada acertados de tu amigo
BENJAMIN. —Cuando ve que voy a decir algo, me
interrumpe—: No quiero volver a
hablar de ese tipo. Aquí lo importante somos tú y
yo. Y por eso iba a buscarte.
Su sonrisa.
¡Oh, Dios...! Su sonrisa. Qué guapo está cuando sonríe. Sin necesitar
nada más, me acerco a él.
—¿Por qué
tenemos que discutir por todo?
—No lo sé.
—Discutimos
por todo menos por el sexo.
—Mmmm...
buen comienzo, ¿no?
Ambos
soltamos una risotada y PETER me coge. Me besa los nudillos.
—¿Sigues
enfadado?
—Mucho.
—¿De
verdad?
—Con lo que
has hecho hoy, me has quitado diez años de vida.
—Exagerado.
—Sonrío.
PETER
asiente, se le oscurece la mirada y cierra los ojos.
—LALI, mi
hermana Hannah se mató hace tres años practicando deportes de
riesgo. Ella era como tú, una chica joven llena de
energía y vitalidad. Un día me
invitó a ir con ella y sus amigos a hacer puenting.
Lo pasábamos bien hasta que su
cuerda... y... yo... yo no pude hacer nada por
salvar su vida.
Las carnes
se me abren. Aquello es terrible. Vio morir a su hermana. Lo que me
acaba de confesar me hace entender la angustia que
ha vivido mientras yo
disfrutaba dando saltos y derrapando con el
motocross. Consciente de su dolor,
quiero decirle algo, pero se me vuelve a adelantar:
—Ése es el
motivo real por el que no pude seguir viendo lo que hacías.
—Lo
siento... yo... yo no sabía.
—Lo sé,
cariño. —Me abraza con desesperación y murmura—: Ahora sonríe, por
favor. Necesito que sonrías y que no me preguntes
por nada de lo que te he
explicado. Duele. Duele demasiado y no quiero
recordarlo, ¿de acuerdo?
Muevo la
cabeza, en un gesto de comprensión y, sin hablar nada más, Eric me
besa con auténtica pasión. Sonrío, intento no pensar
en la tragedia que me acaba de
explicar y me dejo llevar por mi amor. Minutos
después, coge el trofeo que aún
llevo entre mis manos y lo mira.
—Te voy a matar,
morenita. Qué rato más malo me has hecho pasar.
—PETER...
es motocross, ¿qué esperabas?
Sonríe, me
suelta y se monta en su moto con el trofeo en las manos.
—Volvamos a
casa, campeona. Vamos a celebrar como se merece tu triunfo.
Massssss
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