CAPITULO 10
Tras salir
del restaurante, PETER vuelve a cogerme de la mano con un gesto
posesivo, y yo me dejo llevar. Cada vez me gustan
más las sensaciones que me
provoca, a pesar de que estoy algo desconcertada por
su proposición.
Una parte
de mí quiere rechazarla, pero otra parte quiere aceptarla. Me gusta
PETER. Me gustan sus besos. Me gusta cómo me toca y
sus juegos. Caminamos en
busca de la sombra por los jardines del Palacio Real
mientras hablamos de mil
cosas, aunque de ninguna en profundidad.
—¿Te
apetece venir a mi hotel? —me pregunta de repente.
—¿Ahora?
Me mira.
Recorre mi cuerpo con lujuria y susurra con voz ronca:
—Sí. Ahora.
Estoy alojado en el hotel Villa Magna.
El estómago
se me contrae. Ir a una habitación con PETER supone ¡lo que supone!
Sexo... sexo... y sexo. Y, tras mirarlo unos
segundos, le digo que sí con la cabeza,
convencida de que es eso lo que quiero con él. Sexo.
Caminamos de la mano hasta
el parking.
—¿Me
dejarás conducir?
Me mira con
sus inquietantes ojos azules y acerca su boca a mi oído.
—¿Has sido
buena?
—Buenísima.
—¿Y vas a
volver a cantar?
—Con toda
seguridad.
Lo oigo
reír, pero no contesta. Cuando llegamos al parking y paga el ticket,
vuelve a mirarme y me entrega las llaves.
—Tus deseos
son órdenes para mí, pequeña.
Emocionada,
doy un salto a lo Rocky Balboa que vuelve a hacerlo sonreír. Me
pongo de puntillas y lo beso en los labios. Esta vez
soy yo quien le agarra de la
mano y tira de él en busca del Ferrari.
—¡Uooooooooo! —grito, emocionada.
Eric se
monta y se pone el cinturón.
—Bien, LALI
—me dice—. Todo tuyo.
Dicho y
hecho.
Arranco el
motor y pongo la radio. En seguida, la música de Maroon 5 llena el
interior del vehículo y, antes de que él toque el
volumen, lo miro y murmuro:
—Ni se te
ocurra bajarlo.
Pone los
ojos en blanco, pero sonríe. Está de buen humor. Salimos del parking y
me siento como si fuera una guerrera amazónica con
aquel impresionante coche
entre mis manos. Sé dónde está el hotel Villa Magna,
pero antes decido darme una
vueltecita por la M-30. PETER no habla, simplemente
me observa y aguanta
estoicamente el volumen de la radio y mis cánticos.
Media hora después, cuando
me doy por satisfecha, aminoro la marcha y salgo de
la M-30 para dirigirme al
hotel Villa Magna.
—¿Contenta
por el paseo?
—Mucho
—respondo, emocionada por haber conducido semejante coche.
Sus manos me
cosquillean las piernas y noto que se paran sobre mi monte de
Venus. Hace circulitos sobre él y me humedezco al
instante. Escandalizada, quiero
cerrar las piernas.
—Espero que
dentro de media hora estés todavía más contenta —me dice.
Eso me hace
reír mientras noto sus manos juguetonas apretando mi sexo a través
del vaquero. Eso me pone más y más, y, cuando
llegamos a la puerta del Villa
Magna y nos bajamos del coche, me agarra de la mano,
me quita las llaves y se las
entrega al portero. Después tira de mí hasta llegar
a los ascensores. Una vez en su
interior, el ascensorista no necesita preguntarnos
nada: sabe perfectamente dónde
nos tiene que llevar. Al llegar a la última planta,
se abren las puertas del ascensor y
leo: «Suite Royal».
Al entrar,
respiro el lujo y el glamur en estado puro. Muebles color café, jardín
japonés... Entonces me doy cuenta de que hay dos
puertas en la suite. Las abro y
descubro dos fantásticas habitaciones con enormes
camas king size.
—¿Por qué
utilizas una suite doble?
Eric se
acerca a mí y se apoya en la pared.
—Porque en
una habitación juego y en la otra duermo —murmura.
De pronto,
unos golpes en la puerta llaman mi atención y entra un hombre de
mediana edad. PETER lo mira y dice:
—Tráiganos
fresas, chocolate y un buen champán francés. Lo dejo a su elección.
El hombre
asiente y se marcha. Yo todavía estoy en estado de shock mientras
observo el placer de lo exclusivo. Nos alejamos unos
metros de la puerta y
caminamos por la habitación. Yo me dirijo
directamente a una terraza. Abro las
puertas y salgo.
Pronto
siento a Eric detrás de mí. Me coge por la cintura y me aprieta contra él.
Después baja su cabeza y siento sus labios repartir
cientos de dulces besos por mi
cuello. Cierro los ojos y me dejo llevar. Noto sus
manos por debajo de mi camiseta
y cómo éstas se agarran con fuerza a mis pechos. Los
masajea y comienzo a vibrar.
Ha sido entrar en la habitación y ya siento que me
quiere poseer. Lo apremia la
prisa. Lo apremia hacerlo ya.
—PETER,
¿puedo preguntarte algo?
—Sí.
A cada
segundo que pasa me siento más húmeda por las cosas que me hace
sentir.
—¿Por qué
vas tan de prisa?
Me mira...
me mira... me mira y, finalmente, dice:
—Porque no
quiero perderme nada y menos aún tratándose de ti. —Un jadeo
sale por mi boca y ahora es él quien pregunta—:
¿Llevas el vibrador en el bolso?
Al
recordarlo maldigo en silencio.
—No
—respondo.
Él no
contesta y, sin que yo me mueva, noto que me desabrocha el botón del
vaquero y me baja la cremallera. Introduce su mano
bajo mis bragas, traspasa mi
húmeda hendidura, posa un dedo sobre mi clítoris y
comienza a moverlo. Lo
estimula.
—Dije que
siempre lo llevaras encima, ¿lo recuerdas?
—Sí.
—¡Ah,
pequeña...! Debes recordar los consejos que te doy si quieres que
podamos disfrutar plenamente del sexo.
Asiento,
totalmente subyugada, cuando su dedo se para y lo saca lentamente de
debajo de mis bragas. Quiero pedirle que continúe.
En cambio, me acerca el dedo a
la boca.
—Quiero que
sepas cómo sabes. Quiero que entiendas por qué estoy loco por
volver a devorarte.
Sin
necesidad de nada más, muevo el cuello y meto su dedo en mi boca. El sabor
de mi sexo es salado.
—Hoy,
señorita ESPOSITO —vuelve a murmurar en mi oído—, pagarás por no haber
traído el vibrador y haber frustrado uno de mis
juegos.
—Lo siento
y...
—No. No lo
sientas, pequeña —murmura—. Jugaremos a otra cosa. ¿Te atreves?
—Sí...
—suspiro, más excitada a cada instante que pasa.
—¿Estás
segura?
—Sí...
—¿Sin
límites?
—Sado no.
Lo oigo
sonreír, cuando vuelven a escucharse unos golpes en la puerta. PETER se
aparta de mí y, al volverme, veo que un camarero nos
trae una preciosa mesa de
cristal y plata con lo que había pedido.PETER descorcha el champán, sirve dos copas
y, acercándome una, brinda conmigo.
—Brindemos
por lo bien que lo vamos a pasar jugando, señorita ESPOSITO.
Lo miro. Me
mira.
Siento cómo
mi cuerpo reacciona ante la palabra «juego». Si viera esa mirada
suya en Facebook no dudaría en darle al «Me gusta».
Al final sonrío, choco mi
copa contra la suya y asiento con toda la seguridad
que puedo.
—Brindo por
ello, señor LANZANI.
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