Con el lunes
comienza la semana laboral. No he vuelto a saber nada de BENJAMIN
y casi que lo agradezco. Cada vez que pienso lo que
hice me avergüenzo. Soy una
cabrona con todas las letras. Me aproveché de la
debilidad que siente por mí y, en
cuanto conseguí lo que quise, lo dejé sin pensar en
sus sentimientos.
Miro mi
correo mil veces, dos mil, tres mil, pero PETER no contesta. Da la callada
por respuesta y eso me enfurece más. Definitivamente
no le importo. He sido un
rollito más para él y tengo que asumirlo. ¡Soy
imbécil!
Mi jefa
llega y hoy está especialmente impertinente. Miguel intenta quitármela
de encima y lo hace de la mejor forma que sabe.
¡Sexo! Yo me hago la tonta y hago
como que no me entero de nada. En el fondo, hoy le
agradezco a Miguel que la
tenga ocupada.
Los días
pasan y mi tatuaje apenas me molesta. He seguido todas las
instrucciones que Nacho me dio, y aún lo llevo bajo
el plástico que él me puso.
Continúo sin
noticias de PETER.
Mi jefa,
como siempre, sigue tan simpática. Me llena la mesa de trabajo hasta el
último día y yo, como buena pringada, me lío con él.
Si hay algo que mi padre me
ha enseñado es a no dejar nada a medias nunca.
El jueves
salgo con mis amigos a tomar unas cervezas. Nacho está entre ellos y
me pregunta por mi tatuaje. Es el único que lo sabe
y me niego a que lo sepa nadie
más. Quedo con él en pasar el viernes por su estudio
para que lo vea.
¡Y por fin
es viernes!
En unas
horas cojo las vacaciones.
Sigo sin
saber nada de PETER y del supuesto viaje a las delegaciones, por lo que lo
doy por olvidado. Tras darle mil vueltas a la
cabeza, decido no pensar en ello. Algo
imposible, pues PETER no me abandona.
Cuando
apago mi ordenador y me despido de mis compañeros, casi no me lo
creo. Voy a estar casi un mes fuera de aquella
oficina, de aquel ambiente, y eso me
apetece una barbaridad. Cuando salgo, voy
directamente a ver a Nacho. Me ve el
tatuaje y me indica que ya me puedo quitar el
plástico que lo protege.
Al llegar a
casa, tengo un mensaje de mi hermana en el contestador.
Me pide que
me quede con mi sobrina dos noches. Tiene planes con AGUSTIN.
Incapaz de hacer lo contrario, le digo que sí. Mi
hermana está desatada y eso me
hace sonreír.
A las nueve
de la noche, mi tremenda sobrina llega a casa y se hace dueña de la
televisión, mientras mi hermana, entre suspiros y
aspavientos, me cuenta sus
últimas hazañas sexuales. Cuando se va, mi sobrina
me pide que llame a TelePizza
y juntas nos comemos una pizza de jamón de York mientras
me hace tragarme los
absurdos dibujos de Bob Esponja. ¿Por qué le
gustarán?
A las doce,
agotada de tanto Bob Esponja, Calamardo y de oír «burguer-cangre-
burguer», nos vamos a la cama. Luz se empeña en
dormir conmigo y yo accedo,
encantada.
El domingo
por la mañana, mi hermana aparece más feliz que una perdiz, y tras
decirme «¡Ya te contaré!», se marcha con prisas con
mi sobrina. Mi cuñado la
espera en doble fila en el coche.
Aquella
noche, tras un día tirada en el sofá, observo mi maleta. Al día siguiente
me voy para Jerez a pasar unos días con mi padre. Me
bebo un vaso de agua y me
meto en la cama aunque, antes de apagar la luz de la
lamparita, miro los labios
marcados de PETER en ella. Apago la luz y decido
dormir. Lo necesito.
Mi llegada
a Jerez, a la casa de mi padre, como siempre es motivo de algarabía
en el vecindario. Lola, la jarandera, me abraza;
Pepi, la de la bodega, me besuquea.
El Bicharón y el Lucena, cuando me ven, dan triples
mortales de alegría. Todos me
quieren. Mi padre es un hombre muy apreciado. Tiene
el típico taller de coches y
motos de toda la vida, «Taller ESPOSITO», y es más
conocido aquí que el vino fino.
Por la
tarde, mientras me estoy dando un bañito en la maravillosa piscina que mi
padre ha puesto en la casa, aparece Fernando.
Mientras nado hacia el borde, me
fijo en sus pantalones blancos y en la camisa de
lino naranja que lleva. Está tan
guapo como siempre y esos colores a su tono de piel
le vienen fenomenal. Sonríe.
Eso es buena señal.
—Hola,
jerezana.
—¡Holaaaaaaa!
—Ya era hora
de que regresaras al hogar, ¡descastá!
Sus palabras
y su sonrisa me dan a entender que está bien, que su enfado
conmigo está olvidado. Eso me reconforta. Salgo de
la piscina con mi biquini de
camuflaje y noto cómo recorre con sus ojos todo mi
cuerpo. Mi padre, que no ve su
mirada, se acerca por detrás.
—Mira quién
ha venido a verte, morenita. ¿Quieres una cervecita, BENJAMIN?
—Gracias,
Manuel, la tomaré encantado.
Mi padre se
va y nos deja solos. Nos miramos y le pregunto entre risas:
—¿Quéeeeeeeeeeee?
—Estás muy
guapa.
Encantada
por el piropo, murmuro mientras me seco la cara con una toalla:
—Graciasssssssss... tú también lo estás.
Me acerco a
él y le doy dos besos. Siento sus manos en mi cintura mojada y al ver
que no me suelta, le replico.
—Suéltame o
mi padre le irá con el cuento al tuyo y nos organizan la boda en
dos días.
—Si ésa es
la manera de verte más a menudo, ¡aceptaré!
Me río y él
me suelta. Nos sentamos en una de las sillas.
—¿Qué tal
todo?
—Bien. ¿Y
tú?
BENJAMIN
asiente. No quiere profundizar en lo que ocurrió. En ese momento,
aparece mi padre con dos cervezas y una Coca-Cola
para mí.
Durante un
buen rato, los tres charlamos junto a la piscina. A las ocho, BENJAMIN
me invita a cenar. Voy a decir que no, que no me
apetece, pero mi padre
rápidamente acepta por mí. A las nueve, ya
arreglada, salgo del chalet de mi padre
con BENJAMIN y me monto en su coche.
Me lleva a
un restaurante nuevo que han abierto en Jerez y disfrutamos de una
cena agradable. BENJAMIN es simpático y con él nunca
se acaban los temas de
conversación. Cuando salimos de allí nos vamos a una
terracita a tomar algo.
—LALI —me
dice, cuando menos me lo espero—, si te invito a venirte conmigo
unos días al Algarve, ¿aceptarías?
Casi me
atraganto. Lo miro y le pregunto:
—¿A qué
viene eso ahora?
BENJAMIN se
apoya en la mesa y me retira un mechón que me cae en los ojos.
—Ya lo
sabes.
Lo miro,
desconcertada. ¿Otra vez con lo mismo? Y, antes de que pueda decir
nada, se abalanza sobre mí y me da un beso. Su
lengua toma mi boca.
—Tu jefe no
es recomendable para ti.
¡Stop! ¿BENJAMIN
me está hablando de PETER?
— PETER
LANZANI no es el hombre que tú crees —me dice.
—¿De qué
estás hablando?
BENJAMIN me
acaricia el óvalo de la cara.
—Digamos que
se mueve en ambientes que no son sanos para ti.
Sin
necesidad de preguntar sobre lo que habla, lo entiendo. Pero la sangre se me
espesa al darme cuenta de que BENJAMIN curiosea en
mi vida. ¿Por qué
últimamente todos me espían? Lo miro a los ojos,
malhumorada.
—¿Y tú qué
sabes de mi jefe y de sus ambientes?
—LALI, soy
policía y para mí es muy fácil conocer ciertas cosas. PETER LANZANI es un rico
empresario alemán al que le gustan mucho las mujeres. Se
mueve en un ambiente muy selecto y me consta que le
gusta compartir algo más
que amistad.
Saber que BENJAMIN
conoce ciertas cosas de PETER me incomoda, me inquieta.
—Mira, no sé
de qué hablas, ni me importa —le replico, incapaz de callarme—.
Pero lo que no entiendo es qué haces tú hablándome
de mi jefe y de lo que hace en
su vida privada.
—LALI, tu
jefe no me importa, pero tú sí —aclara mirándome—. Y no quiero
que tomes una decisión equivocada. Sé quién eres, me
gustas y no quiero que
nadie pueda jorobar lo nuestro.
—¿Lo
nuestro? ¿Y qué es lo nuestro?
—Lo nuestro
es lo que tú y yo tenemos. Nos gustamos desde hace años y...
—Diosssssssss... Diosssssssssss... —murmuro horrorizada.
—LALI ese
hombre no...
—¡Se acabó!
No quiero oírte hablar de mi jefe, ni de mi vida privada,
¿entendido?
BENJAMIN
dice que sí con la cabeza y nos envuelve un silencio incómodo.
—Llévame a
casa o me iré sola, ¡elige! —le digo, levantándome.
Se levanta,
apura su copa y se saca las llaves del coche del bolsillo.
—Vamos.
Nos montamos
en su coche. Conduce y ninguno de los dos hablamos. Cuando
llegamos a la puerta de la casa de mi padre, para el
motor me mira y susurra:
—LALI,
piensa en lo que te he dicho.
Y
acercándose a mí, me besa. Me toma los labios con dulzura y yo en un
principio le respondo, pero, cuando PETER aparece en
mi cabeza, me aparto. Abro la
puerta del coche, me bajo y camino hacia la casa de
mi padre, maldiciendo.
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