sábado, 18 de julio de 2015

CAPITULO 6

  Cuando llego a casa, mi Curro me recibe. Es un encanto. Leo la nota en que mi
hermana me explica que le ha dado la medicación y sonrío. Qué mona es.
  Tras quitarme la ropa me pongo algo más cómodo y me preparo algo de comer.
Cocino unos ricos macarrones a la carbonara, me lleno el plato y me siento en el
sofá a ver la tele mientras los devoro.
  Cuando acabo con todo el plato, me recuesto en el sofá y, sin darme cuenta, me
sumerjo en un sueño profundo hasta que un sonido estridente me despierta de
repente. Adormilada, me levanto y el pitido vuelve a sonar. Es el telefonillo.
  —¿Quién es? —pregunto, frotándome los ojos.
  —LALI. Soy PETER.
  Entonces, me despierto rápidamente. Miro el reloj. Las seis en punto. ¡Por favor!
Pero ¿cuánto he dormido? Me pongo nerviosa. Mi casa está hecha un desastre. El
plato con los restos de la comida sobre la mesa, la cocina empantanada y yo tengo
una pinta horrible.
  —LALI, ¿me abres? —insiste.
  Quiero decirle que no. Pero no me atrevo y, tras resoplar, aprieto el botón.
Rápidamente cuelgo el telefonillo. Sé que tengo un minuto y medio más o menos
hasta que suene el timbre de la puerta de mi casa. Como Speedy González salto
por encima del sillón. No me dejo los dientes en la mesa de milagro. Cojo el plato.
Salto de nuevo el sillón. Llego a la cocina y, antes de que pueda hacer un
movimiento más, oigo el timbre de mi puerta. Dejo el plato. Le echo agua para que
no se vean los restos.
  ¡Oh, Dios, está todo sin fregar!
  El timbre vuelve a sonar. Me miro en el espejo. Tengo el pelo enmarañado. Lo
arreglo como puedo y corro a abrir la puerta.
  Cuando abro, jadeo por las carreras que me he metido y me sorprendo al ver a
Eric vestido con un vaquero y una camisa oscura. Está guapísimo. Siento cómo su
mirada me recorre y pregunta:
  —¿Estabas corriendo?
  Como si fuera tonta, me apoyo en la puerta. Menudas carreras me acabo de
meter. Él me mira de arriba abajo. Estoy a punto de gritarle: «¡Ya lo sé! Estoy
horrible». Pero me sorprende cuando me dice:
  —Me encantan tus zapatillas.
  Me pongo roja como un tomate al mirar mis zapatillas de Bob Esponja que mi
sobrina me regaló. PETER entra sin que yo lo invite. Curro se acerca. Para ser un gato
es muy sociable. PETER se agacha y lo acaricia. A partir de ese momento Curro se
convierte en su aliado.
  Cierro la puerta y me apoyo en ella. Curro es tan maravilloso que no puedo dejar
de sonreír. PETER me mira, se levanta y me entrega una botella.
  —Toma, preciosa. Ábrela, ponla en una cubitera con bastante hielo y coge dos
copas.
  Asiento sin rechistar. Ya está dando órdenes.
  Al llegar a la cocina, saco la cubitera que me regaló mi padre, echo hielo en ella,
abro la botella y, al meterla en el hielo, me fijo con curiosidad en las pegatinas
rosas y leo «Moët Chandon Rosado».
  —Dijiste que te gustaba la fresa —escucho mientras siento cómo me pasa la
mano por la cintura para acercarme a él—. En el aroma de ese champán domina el
aroma de fresas silvestres. Te gustará.
  Extasiada por su cercanía, cierro los ojos y asiento. Me pone como una moto. De
pronto, me da la vuelta y quedo apoyada entre el frigorífico y él. Mi respiración se
agita. Él me mira. Yo lo miro y entonces hace eso que tanto me gusta. Se agacha,
acerca su lengua a mi labio superior y lo repasa.
  ¡Dios, qué bien sabe!
  Abro mi boca a la espera de que ahora me repase el labio de abajo, pero no. Me
equivoco. Me levanta entre sus brazos para tenerme a su altura y luego mete su
lengua directamente en mi boca con una pasión voraz.
  Incapaz de seguir colgada como un chorizo, enrosco mis piernas en su cintura y,
cuando él pega su entrepierna en el centro de mi deseo, me derrito. Sentir su
excitación dura y caliente sobre mí me hace querer desnudarlo. Pero entonces
separa su boca de la mía y me pregunta:
   —¿Dónde está lo que te he regalado hoy?
   Vuelvo a ponerme colorada.
   ¿Este hombre sólo piensa en sexo? Vale, yo también.
   Sin embargo, incapaz de no responder a sus inquisidores ojos, respondo:
   —Allí.
   Sin soltarme, mira en la dirección que le he dicho. Camina hacia allí conmigo
enlazada a su cuerpo y me suelta. Abre el sobre, saca lo que hay en él y rompe el
plástico del embalaje, primero de una cosa y luego de la otra. Mientras lo hace, no
me quita ojo y eso que respira con más intensidad. Me agita.
   —Coge el champán y las copas.
   Lo hago. Este tío va al grano. Cuando acaba de sacar los artilugios de su
embalaje camina hacia la cocina y los mete bajo el grifo. Luego, los seca con una
servilleta de papel y vuelve de nuevo hacia mí y me coge de la mano.
   —Llévame a tu habitación —me dice.
   Dispuesta a llevarlo hasta el mismísimo cielo en mis brazos si fuera necesario, lo
conduzco por el pasillo hasta llegar ante la puerta de mi habitación. La abro y ante
nosotros queda expuesta mi bonita cama blanca comprada en Ikea. Entramos y me
suelta la mano. Dejo el champán y las dos copas sobre la mesilla, mientras él se
sienta en la cama.
   —Desnúdate.
   Su orden me hace salir del limbo de fresas y burbujitas en el que él me había
sumergido y, todavía excitada, protesto:
   —No.
   Sin apartar su mirada de mí, repite sin cambiar su gesto:
   —Desnúdate.
   Chamuscada en el horno de emociones en el que me encuentro, niego con la
cabeza. Él asiente. Se levanta con cara de mala leche. Tira los artilugios que lleva en
su mano sobre la cama.
   —Perfecto, señorita ESPOSITO.
   ¡Buenoooo!
   ¿Volvemos a las andadas?
  Al verlo pasar por mi lado, reacciono y lo agarro por el brazo. Tiro de él con
fuerza.
  —¿Perfecto qué, señor LANZANI? —le pregunto, envalentonada.
  Con gesto altivo, mira mi mano en su brazo. Entonces, lo suelto.
  —Cuando quiera comportarse como una mujer y no como una niña, llámeme.
  Eso me enciende.
  Me fastidia.
  ¿Quién se ha creído ese presuntuoso?
  Yo soy una mujer. Una mujer independiente que sabe lo que quiere. Por ello
respondo en los mismos términos:
  —¡Perfecto!
  Aquella contestación lo desconcierta. Lo veo en sus ojos y en su mirada.
  —¿Perfecto qué, señorita ESPOSITO?
  Sin cambiar mi semblante serio, lo miro e intento no desmayarme por la tensión
que acumulo en mi cuerpo.
  —Cuando quiera comportarse como un hombre y no creerse un ser
todopoderoso al que no se le puede negar nada, quizá lo llame.
  ¿He dicho «quizá lo llame»? Madre mía, pero ¿qué es eso de «quizá»?
  Deseo a aquel hombre.
  Deseo desnudarme.
  Deseo que se desnude.
  Deseo tenerlo entre mis piernas y voy yo y le suelto: «Quizá lo llame».
  Una tensión endemoniada se cierne entre los dos. Ninguno parece querer dar su
brazo a torcer, cuando mi mano busca la de él y éste, sorprendiéndome, la agarra.
Lentamente y con cara de mala leche, se acerca a mí y me besa. Me pone su gesto
serio.
  ¡Vaya, me encanta!
  Me succiona los labios con deleite y yo le respondo poniéndome de puntillas. De
nuevo se separa y se sienta en la cama. No hablamos. Sólo nos miramos. Me quito
las zapatillas de Bob Esponja. Sin pestañear, le sigue el pantalón corto que llevo y a
continuación la camiseta. Me quedo ante él en ropa interior. Al ver que él respira
con profundidad, me siento poderosa. Eso me gusta. Me excita. Nunca he hecho
una cosa así con un desconocido, pero descubro que me encanta.
   Instintivamente me acerco a él. Lo tiento. Veo que cierra los ojos y acerca su
nariz a mis braguitas. Doy un paso atrás y noto que se mosquea. Sonrío con malicia
y él me imita. Con una sensualidad que yo no sabía que tenía, me bajo un tirante
del sujetador, luego el otro y vuelvo a acercarme a él. Esta vez me agarra con
fuerza por las nalgas y ya no puedo escapar. Vuelve a acercar su nariz a mis
braguitas y me estremezco cuando siento su aliento y un dulce mordisco en mi
depilado monte de Venus.
   Sin hablar, levanta la cabeza y con una mano me saca del sujetador el pecho
derecho. Me acerca más a él y se mete el pezón en su boca con un gesto posesivo.
¡Dios! Estoy tan excitada que voy a gritar. Juguetea con mi pecho mientras yo le
revuelvo el pelo y lo aprieto contra mí. Vuelvo a sentirme poderosa. Sensual.
Voluptuosa. Me miro en los espejos de mi armario y la imagen es, como poco,
intrigante. Morbosa. Cuando creo que voy a explotar, me separa de él y, sin
necesidad de que diga nada, sé lo que quiere. Me quito el sujetador y las bragas y
quedo totalmente desnuda ante él. Durante unos segundos veo cómo me recorre
con su mirada hasta que dice:
   —Eres preciosa.
   Oír su ronca voz cargada de erotismo me hace sonreír y, cuando él me tiende la
mano, yo se la acepto. Se levanta. Me besa y siento sus poderosas manos por todo
mi cuerpo. Me deleito. Me tumba en la cama y me siento pequeña. Pequeñita. PETER
LANZANI  me mira altivo y un gemido sale de mi interior en el momento en que
él me coge de las piernas y me las separa.
   —Tranquila, LALI, lo deseas.
   Se quita la camisa y vuelvo a gemir. Aquel hombre es impresionante con su
sensual torso. Aún con los pantalones puestos se pone a cuatro patas sobre mí y
coge uno de los artilugios que me ha regalado.
   —Cuando un hombre regala a una mujer un aparatito de éstos —murmura,
mientras me lo enseña—, es porque quiere jugar con ella y hacerla vibrar. Desea
que se deshaga entre sus manos y disfrutar plenamente de sus orgasmos, de su
cuerpo y de toda ella. Nunca lo olvides. —Como siempre, asiento como una tonta
y él prosigue—: Esto es un vibrador para tu clítoris. Ahora cierra los ojos y abre las
piernas para mí —susurra—. Te aseguro que tendrás un maravilloso orgasmo.
   No me muevo.
   Estoy asustada.
   Nunca he utilizado un vibrador para el clítoris y oír lo que él me dice me
avergüenza, pero me excita. PETER ve la indecisión en mis ojos. Pasa su mano
delicadamente por mi barbilla y me besa. Cuando se separa de mí pregunta:
   —LALI, ¿te fías de mí?
   Lo miro durante unos segundos. Es mi jefe. ¿Debo fiarme de él?
   Tengo miedo a lo desconocido. ¡No lo conozco! Ni sé lo que me va a hacer.
   Pero estoy tan excitada que, finalmente, vuelvo a asentir. Me besa e, instantes
después, desaparece de mi vista. Siento cómo se acomoda entre mis piernas
mientras yo miro el techo y me muerdo los labios. Estoy muy nerviosa. Nunca he
estado tan expuesta a un hombre. Mis relaciones hasta ese momento han sido de lo
más normales y ahora, de repente, me encuentro desnuda en mi habitación,
tumbada en la cama y abierta de piernas para un desconocido que encima ¡es mi
jefe!
   —Me encanta que estés totalmente depilada —susurra.
   Me besa la cara interna de los muslos mientras con delicadeza me acaricia las
piernas. Tiemblo. Luego me las dobla y cierro los ojos para no observar la imagen
grotesca que debo dar. Entonces siento sus dedos por mi vagina. Eso vuelve a
estremecerme y, cuando su caliente boca se posa en ella, doy un salto.PETER
comienza a mover su lengua como cuando lo hace sobre mi boca. Primero un
lengüetazo, después otro y mis piernas, inconscientemente, se abren más. Su
lengua va a mi clítoris. Lo rodea. Lo estimula y, en el momento en que se hincha, lo
coge con los labios y tira de él. Jadeo.
   Escucho un runrún. Un extraño ruido que pronto identifico como el vibrador.
Eric lo pasa por la cara interna de mis muslos y tiemblo de excitación. Y, cuando lo
pasa por mis labios vaginales, un electrizante gemido me hace abrir los ojos.
   —Pequeña, te gustará —lo oigo decirme.
   Y tiene razón.
   ¡Me gusta!
   Esa vibración, acompañada del morbo del momento, me enloquece. Con cuidado
abre los pliegues de mi sexo y coloca aquel aparato sobre mi bultito, sobre mi
clítoris. Me muevo. Es electrizante. Segundos después, lo retira y siento su lengua
succionarme con avidez. Pocos después, su boca se retira y vuelvo a sentir la
vibración. Esta vez no encima de mi clítoris, sino al lado. De pronto, un calor
enorme comienza a subirme del estómago hacia arriba. Siento que voy a estallar de
placer, cuando me doy cuenta de que la vibración ha subido de potencia. Ahora es
más fuerte, más devastadora. Más intensa. El calor se concentra en mi cara y en mi
sien. Respiro agitadamente. Nunca había sentido ese calor. Nunca me había
sentido así. Me siento como una flor a punto de abrirse al mundo.
   ¡Voy a explotar!
   Y cuando no puedo más, un gemido incontrolable sale de mi boca. Cierro las
piernas y me arqueo, convulsionándome, mientras él retira el vibrador de mi
clítoris. Durante unos segundos boqueo como un pez.
    ¿Qué ha pasado?
   Al sentir que él se tumba sobre mí y toma mi boca resurjo de mis cenizas y lo
beso. Lo deseo. Le devoro la boca en busca de más.
   —Pídeme lo que quieras —escucho que me dice mientras me sigue besando.
   Su voz, su tono al decir aquella insinuante frase me excita aún más. Le tomo la
palabra y toco su cinturón.
   —Necesito tenerte dentro ¡ya!
   Mi petición parece convertirse en su urgencia.
   —¿Tomas algún tipo de anticonceptivo? —pregunta.
   —Sí. La píldora.
   —Aun así —murmura—, me pondré preservativo.
   Rápidamente se quita los pantalones y los calzoncillos. Se queda totalmente
desnudo ante mí y me estremezco de placer. PETER es impresionante. Fuerte y
varonil. Su pene escandalosamente duro y erecto está preparado para mí. Alargo
mi mano y lo toco. Suave. Él cierra los ojos.
   —Para un segundo o no podré darte lo que quieres.
   Obediente, le hago caso mientras veo que rasga con los dientes el envoltorio de
un preservativo. Se lo coloca con celeridad y se tumba sobre mí sin hablar. Me
coloca las piernas sobre sus hombros y sin dejar de mirarme a los ojos me penetra
lentamente hasta el fondo.
   —Así, pequeña, así. Ábrete para mí.
   Inmóvil bajo su peso, le permito entrar en mi interior.
   ¡Oh, sí, me gusta!
   Su pene duro y rígido me enloquece y siento cómo busca refugio con
desesperación dentro de mí. Me ensarta hasta el fondo y yo jadeo cuando
bambolea las caderas.
   —¿Te gusta así?
  Asiento. Pero él exige que le hable y para hasta que respondo:
  —Sí.
  —¿Quieres que continúe?
  Deseosa de más, estiro mis manos, agarro su culo y lo lanzo hacia mí. Sus ojos
brillan, lo veo sonreír y yo me arqueo de placer. PETER es poderoso y posesivo. Su
mirada, su cuerpo, su virilidad pueden conmigo y cuando comienza una serie de
rápidas envestidas y siento su mirada ardiente me corro de placer. Instantes
después me baja las piernas de sus hombros y me las pone a ambos lados de sus
piernas. El juego continúa. Coge mis caderas con sus fuertes manos.
  —Mírame, pequeña.
  Abro los ojos y lo miro. Es un dios y yo me siento una simple mortal entre sus
manos.
  —Quiero que me mires siempre, ¿entendido?
  No puedo evitar volver a asentir como una boba y no le quito el ojo de encima
mientras, enardecida de nuevo, veo cómo se hunde una y otra vez en mi interior.
Ver su expresión y su fuerza me enloquece. Abro mis piernas todo lo que puedo
para darle más cabida y noto cómo mi útero se contrae. Tras varios envites que me
rompen por dentro y me revuelven por completo, PETER cierra los ojos y se corre tras

un gruñido sexy, mientras me aprieta contra él. Finalmente cae sobre mí.

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