Cuando llego
a casa, mi Curro me recibe. Es un encanto. Leo la nota en que mi
hermana me explica que le ha dado la medicación y
sonrío. Qué mona es.
Tras
quitarme la ropa me pongo algo más cómodo y me preparo algo de comer.
Cocino unos ricos macarrones a la carbonara, me
lleno el plato y me siento en el
sofá a ver la tele mientras los devoro.
Cuando acabo
con todo el plato, me recuesto en el sofá y, sin darme cuenta, me
sumerjo en un sueño profundo hasta que un sonido estridente
me despierta de
repente. Adormilada, me levanto y el pitido vuelve a
sonar. Es el telefonillo.
—¿Quién es?
—pregunto, frotándome los ojos.
—LALI. Soy PETER.
Entonces, me
despierto rápidamente. Miro el reloj. Las seis en punto. ¡Por favor!
Pero ¿cuánto he dormido? Me pongo nerviosa. Mi casa
está hecha un desastre. El
plato con los restos de la comida sobre la mesa, la
cocina empantanada y yo tengo
una pinta horrible.
—LALI, ¿me
abres? —insiste.
Quiero
decirle que no. Pero no me atrevo y, tras resoplar, aprieto el botón.
Rápidamente cuelgo el telefonillo. Sé que tengo un
minuto y medio más o menos
hasta que suene el timbre de la puerta de mi casa.
Como Speedy González salto
por encima del sillón. No me dejo los dientes en la
mesa de milagro. Cojo el plato.
Salto de nuevo el sillón. Llego a la cocina y, antes
de que pueda hacer un
movimiento más, oigo el timbre de mi puerta. Dejo el
plato. Le echo agua para que
no se vean los restos.
¡Oh, Dios,
está todo sin fregar!
El timbre
vuelve a sonar. Me miro en el espejo. Tengo el pelo enmarañado. Lo
arreglo como puedo y corro a abrir la puerta.
Cuando abro,
jadeo por las carreras que me he metido y me sorprendo al ver a
Eric vestido con un vaquero y una camisa oscura.
Está guapísimo. Siento cómo su
mirada me recorre y pregunta:
—¿Estabas
corriendo?
Como si
fuera tonta, me apoyo en la puerta. Menudas carreras me acabo de
meter. Él me mira de arriba abajo. Estoy a punto de
gritarle: «¡Ya lo sé! Estoy
horrible». Pero me sorprende cuando me dice:
—Me encantan
tus zapatillas.
Me pongo
roja como un tomate al mirar mis zapatillas de Bob Esponja que mi
sobrina me regaló. PETER entra sin que yo lo invite.
Curro se acerca. Para ser un gato
es muy sociable. PETER se agacha y lo acaricia. A
partir de ese momento Curro se
convierte en su aliado.
Cierro la
puerta y me apoyo en ella. Curro es tan maravilloso que no puedo dejar
de sonreír. PETER me mira, se levanta y me entrega
una botella.
—Toma,
preciosa. Ábrela, ponla en una cubitera con bastante hielo y coge dos
copas.
Asiento sin
rechistar. Ya está dando órdenes.
Al llegar a
la cocina, saco la cubitera que me regaló mi padre, echo hielo en ella,
abro la botella y, al meterla en el hielo, me fijo
con curiosidad en las pegatinas
rosas y leo «Moët Chandon Rosado».
—Dijiste que
te gustaba la fresa —escucho mientras siento cómo me pasa la
mano por la cintura para acercarme a él—. En el
aroma de ese champán domina el
aroma de fresas silvestres. Te gustará.
Extasiada
por su cercanía, cierro los ojos y asiento. Me pone como una moto. De
pronto, me da la vuelta y quedo apoyada entre el
frigorífico y él. Mi respiración se
agita. Él me mira. Yo lo miro y entonces hace eso
que tanto me gusta. Se agacha,
acerca su lengua a mi labio superior y lo repasa.
¡Dios, qué
bien sabe!
Abro mi boca
a la espera de que ahora me repase el labio de abajo, pero no. Me
equivoco. Me levanta entre sus brazos para tenerme a
su altura y luego mete su
lengua directamente en mi boca con una pasión voraz.
Incapaz de
seguir colgada como un chorizo, enrosco mis piernas en su cintura y,
cuando él pega su entrepierna en el centro de mi
deseo, me derrito. Sentir su
excitación dura y caliente sobre mí me hace querer
desnudarlo. Pero entonces
separa su boca de la mía y me pregunta:
—¿Dónde está lo que te he regalado hoy?
Vuelvo a
ponerme colorada.
¿Este
hombre sólo piensa en sexo? Vale, yo también.
Sin
embargo, incapaz de no responder a sus inquisidores ojos, respondo:
—Allí.
Sin
soltarme, mira en la dirección que le he dicho. Camina hacia allí conmigo
enlazada a su cuerpo y me suelta. Abre el sobre,
saca lo que hay en él y rompe el
plástico del embalaje, primero de una cosa y luego
de la otra. Mientras lo hace, no
me quita ojo y eso que respira con más intensidad.
Me agita.
—Coge el
champán y las copas.
Lo hago.
Este tío va al grano. Cuando acaba de sacar los artilugios de su
embalaje camina hacia la cocina y los mete bajo el
grifo. Luego, los seca con una
servilleta de papel y vuelve de nuevo hacia mí y me
coge de la mano.
—Llévame a
tu habitación —me dice.
Dispuesta a
llevarlo hasta el mismísimo cielo en mis brazos si fuera necesario, lo
conduzco por el pasillo hasta llegar ante la puerta
de mi habitación. La abro y ante
nosotros queda expuesta mi bonita cama blanca
comprada en Ikea. Entramos y me
suelta la mano. Dejo el champán y las dos copas
sobre la mesilla, mientras él se
sienta en la cama.
—Desnúdate.
Su orden me
hace salir del limbo de fresas y burbujitas en el que él me había
sumergido y, todavía excitada, protesto:
—No.
Sin apartar
su mirada de mí, repite sin cambiar su gesto:
—Desnúdate.
Chamuscada
en el horno de emociones en el que me encuentro, niego con la
cabeza. Él asiente. Se levanta con cara de mala
leche. Tira los artilugios que lleva en
su mano sobre la cama.
—Perfecto,
señorita ESPOSITO.
¡Buenoooo!
¿Volvemos a
las andadas?
Al verlo
pasar por mi lado, reacciono y lo agarro por el brazo. Tiro de él con
fuerza.
—¿Perfecto
qué, señor LANZANI? —le pregunto, envalentonada.
Con gesto
altivo, mira mi mano en su brazo. Entonces, lo suelto.
—Cuando
quiera comportarse como una mujer y no como una niña, llámeme.
Eso me
enciende.
Me fastidia.
¿Quién se ha
creído ese presuntuoso?
Yo soy una
mujer. Una mujer independiente que sabe lo que quiere. Por ello
respondo en los mismos términos:
—¡Perfecto!
Aquella
contestación lo desconcierta. Lo veo en sus ojos y en su mirada.
—¿Perfecto
qué, señorita ESPOSITO?
Sin cambiar
mi semblante serio, lo miro e intento no desmayarme por la tensión
que acumulo en mi cuerpo.
—Cuando
quiera comportarse como un hombre y no creerse un ser
todopoderoso al que no se le puede negar nada, quizá
lo llame.
¿He dicho
«quizá lo llame»? Madre mía, pero ¿qué es eso de «quizá»?
Deseo a
aquel hombre.
Deseo
desnudarme.
Deseo que se
desnude.
Deseo
tenerlo entre mis piernas y voy yo y le suelto: «Quizá lo llame».
Una tensión
endemoniada se cierne entre los dos. Ninguno parece querer dar su
brazo a torcer, cuando mi mano busca la de él y
éste, sorprendiéndome, la agarra.
Lentamente y con cara de mala leche, se acerca a mí
y me besa. Me pone su gesto
serio.
¡Vaya, me
encanta!
Me succiona
los labios con deleite y yo le respondo poniéndome de puntillas. De
nuevo se separa y se sienta en la cama. No hablamos.
Sólo nos miramos. Me quito
las zapatillas de Bob Esponja. Sin pestañear, le
sigue el pantalón corto que llevo y a
continuación la camiseta. Me quedo ante él en ropa
interior. Al ver que él respira
con profundidad, me siento poderosa. Eso me gusta.
Me excita. Nunca he hecho
una cosa así con un desconocido, pero descubro que
me encanta.
Instintivamente me acerco a él. Lo tiento. Veo que cierra los ojos y
acerca su
nariz a mis braguitas. Doy un paso atrás y noto que
se mosquea. Sonrío con malicia
y él me imita. Con una sensualidad que yo no sabía
que tenía, me bajo un tirante
del sujetador, luego el otro y vuelvo a acercarme a
él. Esta vez me agarra con
fuerza por las nalgas y ya no puedo escapar. Vuelve
a acercar su nariz a mis
braguitas y me estremezco cuando siento su aliento y
un dulce mordisco en mi
depilado monte de Venus.
Sin hablar,
levanta la cabeza y con una mano me saca del sujetador el pecho
derecho. Me acerca más a él y se mete el pezón en su
boca con un gesto posesivo.
¡Dios! Estoy tan excitada que voy a gritar. Juguetea
con mi pecho mientras yo le
revuelvo el pelo y lo aprieto contra mí. Vuelvo a
sentirme poderosa. Sensual.
Voluptuosa. Me miro en los espejos de mi armario y
la imagen es, como poco,
intrigante. Morbosa. Cuando creo que voy a explotar,
me separa de él y, sin
necesidad de que diga nada, sé lo que quiere. Me
quito el sujetador y las bragas y
quedo totalmente desnuda ante él. Durante unos
segundos veo cómo me recorre
con su mirada hasta que dice:
—Eres
preciosa.
Oír su
ronca voz cargada de erotismo me hace sonreír y, cuando él me tiende la
mano, yo se la acepto. Se levanta. Me besa y siento
sus poderosas manos por todo
mi cuerpo. Me deleito. Me tumba en la cama y me
siento pequeña. Pequeñita. PETER
LANZANI me
mira altivo y un gemido sale de mi interior en el momento en que
él me coge de las piernas y me las separa.
—Tranquila,
LALI, lo deseas.
Se quita la
camisa y vuelvo a gemir. Aquel hombre es impresionante con su
sensual torso. Aún con los pantalones puestos se
pone a cuatro patas sobre mí y
coge uno de los artilugios que me ha regalado.
—Cuando un
hombre regala a una mujer un aparatito de éstos —murmura,
mientras me lo enseña—, es porque quiere jugar con
ella y hacerla vibrar. Desea
que se deshaga entre sus manos y disfrutar
plenamente de sus orgasmos, de su
cuerpo y de toda ella. Nunca lo olvides. —Como
siempre, asiento como una tonta
y él prosigue—: Esto es un vibrador para tu
clítoris. Ahora cierra los ojos y abre las
piernas para mí —susurra—. Te aseguro que tendrás un
maravilloso orgasmo.
No me
muevo.
Estoy
asustada.
Nunca he
utilizado un vibrador para el clítoris y oír lo que él me dice me
avergüenza, pero me excita. PETER ve la indecisión
en mis ojos. Pasa su mano
delicadamente por mi barbilla y me besa. Cuando se
separa de mí pregunta:
—LALI, ¿te
fías de mí?
Lo miro
durante unos segundos. Es mi jefe. ¿Debo fiarme de él?
Tengo miedo
a lo desconocido. ¡No lo conozco! Ni sé lo que me va a hacer.
Pero estoy
tan excitada que, finalmente, vuelvo a asentir. Me besa e, instantes
después, desaparece de mi vista. Siento cómo se
acomoda entre mis piernas
mientras yo miro el techo y me muerdo los labios.
Estoy muy nerviosa. Nunca he
estado tan expuesta a un hombre. Mis relaciones
hasta ese momento han sido de lo
más normales y ahora, de repente, me encuentro
desnuda en mi habitación,
tumbada en la cama y abierta de piernas para un
desconocido que encima ¡es mi
jefe!
—Me encanta
que estés totalmente depilada —susurra.
Me besa la
cara interna de los muslos mientras con delicadeza me acaricia las
piernas. Tiemblo. Luego me las dobla y cierro los
ojos para no observar la imagen
grotesca que debo dar. Entonces siento sus dedos por
mi vagina. Eso vuelve a
estremecerme y, cuando su caliente boca se posa en
ella, doy un salto.PETER
comienza a mover su lengua como cuando lo hace sobre
mi boca. Primero un
lengüetazo, después otro y mis piernas,
inconscientemente, se abren más. Su
lengua va a mi clítoris. Lo rodea. Lo estimula y, en
el momento en que se hincha, lo
coge con los labios y tira de él. Jadeo.
Escucho un
runrún. Un extraño ruido que pronto identifico como el vibrador.
Eric lo pasa por la cara interna de mis muslos y
tiemblo de excitación. Y, cuando lo
pasa por mis labios vaginales, un electrizante
gemido me hace abrir los ojos.
—Pequeña,
te gustará —lo oigo decirme.
Y tiene
razón.
¡Me gusta!
Esa
vibración, acompañada del morbo del momento, me enloquece. Con cuidado
abre los pliegues de mi sexo y coloca aquel aparato
sobre mi bultito, sobre mi
clítoris. Me muevo. Es electrizante. Segundos
después, lo retira y siento su lengua
succionarme con avidez. Pocos después, su boca se
retira y vuelvo a sentir la
vibración. Esta vez no encima de mi clítoris, sino
al lado. De pronto, un calor
enorme comienza a subirme del estómago hacia arriba.
Siento que voy a estallar de
placer, cuando me doy cuenta de que la vibración ha
subido de potencia. Ahora es
más fuerte, más devastadora. Más intensa. El calor
se concentra en mi cara y en mi
sien. Respiro agitadamente. Nunca había sentido ese
calor. Nunca me había
sentido así. Me siento como una flor a punto de
abrirse al mundo.
¡Voy a
explotar!
Y cuando no
puedo más, un gemido incontrolable sale de mi boca. Cierro las
piernas y me arqueo, convulsionándome, mientras él
retira el vibrador de mi
clítoris. Durante unos segundos boqueo como un pez.
¿Qué ha
pasado?
Al sentir
que él se tumba sobre mí y toma mi boca resurjo de mis cenizas y lo
beso. Lo deseo. Le devoro la boca en busca de más.
—Pídeme lo
que quieras —escucho que me dice mientras me sigue besando.
Su voz, su
tono al decir aquella insinuante frase me excita aún más. Le tomo la
palabra y toco su cinturón.
—Necesito
tenerte dentro ¡ya!
Mi petición
parece convertirse en su urgencia.
—¿Tomas
algún tipo de anticonceptivo? —pregunta.
—Sí. La
píldora.
—Aun así
—murmura—, me pondré preservativo.
Rápidamente
se quita los pantalones y los calzoncillos. Se queda totalmente
desnudo ante mí y me estremezco de placer. PETER es
impresionante. Fuerte y
varonil. Su pene escandalosamente duro y erecto está
preparado para mí. Alargo
mi mano y lo toco. Suave. Él cierra los ojos.
—Para un
segundo o no podré darte lo que quieres.
Obediente,
le hago caso mientras veo que rasga con los dientes el envoltorio de
un preservativo. Se lo coloca con celeridad y se
tumba sobre mí sin hablar. Me
coloca las piernas sobre sus hombros y sin dejar de
mirarme a los ojos me penetra
lentamente hasta el fondo.
—Así,
pequeña, así. Ábrete para mí.
Inmóvil
bajo su peso, le permito entrar en mi interior.
¡Oh, sí, me
gusta!
Su pene
duro y rígido me enloquece y siento cómo busca refugio con
desesperación dentro de mí. Me ensarta hasta el
fondo y yo jadeo cuando
bambolea las caderas.
—¿Te gusta
así?
Asiento.
Pero él exige que le hable y para hasta que respondo:
—Sí.
—¿Quieres
que continúe?
Deseosa de
más, estiro mis manos, agarro su culo y lo lanzo hacia mí. Sus ojos
brillan, lo veo sonreír y yo me arqueo de placer. PETER
es poderoso y posesivo. Su
mirada, su cuerpo, su virilidad pueden conmigo y
cuando comienza una serie de
rápidas envestidas y siento su mirada ardiente me
corro de placer. Instantes
después me baja las piernas de sus hombros y me las
pone a ambos lados de sus
piernas. El juego continúa. Coge mis caderas con sus
fuertes manos.
—Mírame,
pequeña.
Abro los
ojos y lo miro. Es un dios y yo me siento una simple mortal entre sus
manos.
—Quiero que
me mires siempre, ¿entendido?
No puedo
evitar volver a asentir como una boba y no le quito el ojo de encima
mientras, enardecida de nuevo, veo cómo se hunde una
y otra vez en mi interior.
Ver su expresión y su fuerza me enloquece. Abro mis
piernas todo lo que puedo
para darle más cabida y noto cómo mi útero se
contrae. Tras varios envites que me
rompen por dentro y me revuelven por completo, PETER
cierra los ojos y se corre tras
un gruñido sexy, mientras me aprieta contra él.
Finalmente cae sobre mí.
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