Me despierto
sobresaltada.
Miro el
reloj. Las cuatro y treinta y ocho.
Estoy sola
en la cama. ¿Dónde está PETER?
Me asusto.
No quiero que se haya ido. Me levanto con rapidez. Cuando llego al
salón veo que se echa unas gotas en los ojos, se
mete algo en la boca y da un trago
del vaso de agua. Después se sienta, se pone los
cascos de mi iPod para escuchar
música y cierra los ojos. Lo observo durante unos
minutos y sonrío. ¡Está
escuchando música!
Al oírme,
abre los ojos y se levanta.
—¿Estás
bien?
Mientras me
trago las lágrimas de felicidad por ver que aún está allí, me toco el
brazo y respondo:
—Sí. Es sólo
que, al no verte, creí que te habías marchado.
PETER
sonríe.
—Duermo
poco. Ya te lo dije.
—Oye... He
visto que te tomabas algo, ¿qué era?
—Una
aspirina. Me duele la cabeza —responde con una encantadora sonrisa.
Convencida
con su respuesta, me dirijo a la cocina. Necesito beber agua.
Cuando abro
el frigorífico, veo las trufas y se me antoja comerme alguna. Bebo
agua, pongo un par de trufas en un plato y regreso
al salón. PETER, que está sentado
en el sillón, sonríe al verme.
—Golosa.
Divertida,
le devuelvo la sonrisa y me doy cuenta de que su gesto es cansado.
Normal, no duerme. Me siento a su lado.
—Me encanta
esta canción.
Le quito
uno de los cascos, me lo pongo en mi oreja y oigo la voz de Malú.
—A mí
también. La letra me recuerda a nosotros.
Él asiente.
Yo cojo una de las trufas con la mano y comienzo a mordisquearla.
Sonríe.
¡Dios! ¡Me
encanta verlo sonreír!
—¿Puedo
probar la trufa?
—Claro.
Y, cuando
veo que va a darle un mordisco a la trufa que tengo en mis manos, la
acerco a mi boca, la restriego en mis labios y
murmuro:
—Ya puedes
probar.
Vuelve a
sonreír. Se le ilumina la mirada y obedece sin rechistar. Sus labios
toman los míos y, con una calma y placidez que me
pone a mil, los chupa, los lame
y lo finaliza con un dulce beso.
—Exquisita... la trufa también.
Cuando dice
eso, suelto el resto de la trufa en el platito que he dejado encima de
la mesa y me levanto. Me quito el pijama y, sólo con
las bragas puestas, me siento a
horcajadas sobre él.
Hasta el
momento tenía tres adicciones. La Coca-Cola, las fresas y el chocolate.
Pero ahora le sumo una más fuerte y poderosa llamada
PETER. Lo deseo... Lo deseo y
lo deseo. Da igual la hora, el momento o el lugar...
lo deseo.
Sorprendido
por aquello, se quita los cascos.
—¿Qué
haces, LALI?
—¿Tú qué
crees?
—Me duele
la cabeza, nena...
Como
respuesta, lo beso. Un beso caliente, cargado de erotismo y lleno de
anhelos.
—LALI...
—Te deseo.
—LALI,
ahora no...
—PETER,
ahora sí. Te deseo con exigencias. Con demanda. Con pretensión. Quiero
que me folles. Quiero que disfrutes de mí. Quiero
todo lo que tú desees y lo quiero
ahora.
Se acomoda
en el sillón y, con cuidado, me rodea con sus brazos la cintura. Lo
miro y veo que no esperaba mis exigencias y que lo
vuelven loco. Mis caderas
toman vida propia y se mueven sobre él. Su respuesta
es inmediata. Noto cómo
crece su duro pene y eso me activa más.
Una de sus
manos abandona mi cintura para subir por mi espalda hasta llegar a
mi pelo. Lo agarra y tira de él. Sí... ¡ése es PETER!
Mi cuello
queda totalmente expuesto ante su boca y lo chupa. Lo lame con
ansiedad, con capricho y me hace suspirar de placer.
Su otra
mano abandona mi cintura y llega hasta mis pechos, que quedan ante él.
Su boca carnosa se dirige hacia ellos. Los chupa.
Los devora. Me mordisquea los
pezones y los endurece. Me aviva.
Me suelta
el pelo y puedo volver a mirarlo a la cara. Sus manos están a cada lado
de mis pechos y, con reclamación, los junta y los
aprieta para meterse los dos
pezones en la boca.
—Me vuelves
loco...
—Tú a mí
más, aunque a veces eres un gilipollas.
Sonríe. Me
pego a él.
—LALI... tu
brazo. Cuidado. Vas a hacerte daño.
Su
preocupación por mí me chifla. Cuando va a tomar las riendas de la situación,
le sujeto las manos y susurro cerca de su boca:
—No...PETER...
tu castigo por no haber cooperado conmigo hace unas horas en mi
cama, será que yo mando.
—¿Mi
castigo?
—Sí. Creo
que voy a tener que empezar a castigarte como tú a mí.
—Ni lo
sueñes, pequeña.
Su mirada
cargada de erotismo consigue enajenarme.
Durante
unos segundos, se resiste a dejar que sea yo quien lleve la batuta, quien
lo posea, pero al final noto que sus manos regresan
a mis piernas y, mientras las
pasea por ellas, murmura:
—De
acuerdo... pero sólo por hoy.
Decido
jugar a su juego y me dejo llevar por el morbo. Cojo sus manos y las
retiro de mis muslos mientras le ordeno.
—Prohibido
tocar.
Gesticula.
Quiere protestar y frunzo el ceño.
Cuando veo
que se queda quieto, me agarro los pechos y los acerco a su boca. Se
los ofrezco. Lo obligo a que primero me chupe uno y
después el otro y, cuando mis
pezones vuelven a estar tiesos, se los retiro de la
boca y sonrío. PETER gruñe.
—Dame tu
mano —le pido.
Me la
entrega y la paseo por mi pierna hasta llegar a la cara interna de mis
muslos. Le dejo tocarme y pronto introduce un dedo
bajo mis bragas. Dejo que se
encapriche más de mí y, cuando se anima, lo obligo a
que saque el dedo y se lo
llevo a su propia boca.
—Resbaladiza y húmeda, como a ti te gusta.
Intenta
cogerme de nuevo por la cintura y le doy un manotazo.
—Prohibido
tocar, señor LANZANI.
—Señorita ESPOSITO...
modere sus órdenes.
Sonrío,
pero él no. Eso me gusta.
Subo mi
mano izquierda hasta su cuello, la meto entre el sillón y él y le agarro
del pelo con cuidado. No quiero que le duela más la
cabeza. Su cuello queda
expuesto totalmente ante mí, mientras siento el
latido de su corazón entre mis
piernas.
—Señor LANZANI,
no olvide que ahora mando yo.
Saco mi
lengua y le chupo el cuello. Me deleito con su sabor y finalmente acabo
en su boca. Adoro su boca. Le devoro los labios y
oigo un gemido gutural salir de
su interior.
—Me
encantan tus ojos —murmuro—. Son preciosos.
—Yo los
odio.
Me hace
gracia su comentario. PETER tiene unos maravillosos ojos verdes que estoy
segura que causan furor allá por donde vaya. Cada
segundo que pasa me siento
más alterada, acerco mis pechos de nuevo a su boca
y, cuando él me los va a
chupar, se los retiro. Sin dejar de mirarlo a los
ojos, me escurro entre sus piernas y,
con cuidado de no darme en el brazo, meto mi mano
bajo sus calzoncillos, agarro
su caliente pene y sus duros testículos y saco todo
ello al exterior.
¡Oh, Dios!
Es impresionante.
El poderoso
latido de aquel grueso glande hinchado hace que la vagina me
tiemble de impaciencia. Y cuando acerco mi boca
hasta su rosado capullo y me lo
introduzco, lo siento temblar a él. Mi lengua,
deseosa, pasea por su pene y le
reparto cientos de dulces besos cargados de erotismo
y perversión. Juego mimosa
hasta que sus jadeos por lo que le hago me hacen
mirarlo y veo que tiene la cabeza
recostada en el sofá y los ojos cerrados. Su
mandíbula está tensa y tiembla de gozo.
¡Oh, sí... sí! De pronto, noto sus manos en mi
cabeza y digo para que me escuche:
—Imagina
que estamos en el club de intercambio y alguien nos mira y se muere
porque tú le permitas tocarme, mientras me haces el
amor con la boca delante de
él. ¿Te gusta?
—Sssí...
—consigue decir mientras enreda sus dedos entre mi pelo.
Noto sus
caderas moverse y su pene se acomoda aún más en mi boca. Eso me da
fuerzas para continuar mientras siento cómo todo él
se contrae de placer. Con
delicadeza, mordisqueo alrededor de su capullo y me
paro en una finita tela. Mi
lengua se desliza por ella consiguiendo que PETER se
mueva y resople y más cuando
finalmente la agarro con mis labios y tiro de ella.
Como si de
un helado se tratara, lo chupo, lo degusto. Recuerdo la trufa que hay
sobre la mesa y sonrío. Cojo un poco con mi dedo, lo
unto en su pene mientras me
recreo y murmuro que otro día será él quien unte esa
trufa en mi clítoris para que
otros me chupen. PETER jadea, muerto de placer.
Con mi otra
mano libre le agarro los testículos y se los toco. PETER tiene un
espasmo, después otro y sonrío al oírlo resoplar.
Anhelante
de su pene, regreso a él. Lo meto con mimo en mi boca, pero ya está
tan enorme e hinchado que no cabe, por lo que decido
subir y bajar mi lengua por
él mientras el sabor a trufa me hace disfrutar más y
más. Le enloquece lo que hago,
lo que le digo, así que lo repito una y otra vez
hasta que sus jadeos son más
continuos y fuertes. Sus caderas me acompañan, sus
dedos en mi pelo se tensan y
me embiste en la boca.
La
sensación me embriaga. Estoy poseyéndolo con mi boca y me gusta tenerlo
entre mis manos y bajo mi merced. Pongo una de mis
manos sobre sus marcados
abdominales y le clavo las uñas. Eso lo hace jadear
más mientras sus caderas no
paran de moverse. Agarro su glande endurecido con
mis manos y comienzo a
masturbarlo con embestidas potentes, como a él le
gustan, mientras fantaseo sobre
lo que otro hombre me estaría haciendo a mí.
El cuerpo
de PETER se contrae una y otra vez, pero se niega a dejarse llevar.
—Súbete en
mí, LALI... Por favor, hazlo.
Su voz
implorante y mi deseo por él me llevan a obedecerlo.
Me siento a
horcajadas sobre él y entonces me penetra. Estoy mojada y
resbaladiza. Se encaja totalmente en mí y los dos
gritamos.
—¡Dios,
nena, con lo que dices me vuelves loco!
Mimosa y
dispuesta a todo, lo miro.
—Eso
quiero... Jugar contigo a todo lo que quieras porque tu placer es el mío y
yo deseo probarlo todo contigo.
—LALI...
—jadea.
—Todo... PETER...
todo.
Noto cómo
se abre paso en mi interior. Enloquecida, me sujeto a sus hombros
mientras él me agarra con posesión del culo y con su
demanda me hace subir y
bajar para encajarse en mí una y otra vez mientras
me mira y me come por el
deseo.
Su glande
duro y caliente, entra y sale de mí con desesperación, mientras mi
vagina se contrae y lo succiona. Muevo las caderas
frenéticamente y tiemblo
mientras PETER, con movimientos devastadores y
duros, continúa llevándome hasta
el clímax.
Mis pechos
saltan ante él y, cuando su boca me agarra un pezón y me lo muerde
al tiempo que me penetra, un orgasmo devastador toma
mi cuerpo. Mientras, él
me colma de largas embestidas hasta que no puedo más
y lo oigo sisear mi nombre
entre jadeos y contracciones. Cuando todo acaba y
quedo sobre él extasiada y
húmeda, me doy cuenta de una gran verdad. Estoy
total y completamente
sometida y enamorada de él.
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