Al día
siguiente, cuando llego a la oficina y entro en el despacho de mi jefa para
buscar unos archivos, suspiro al recordar lo
ocurrido allí el día antes. Casi no he
dormido. Mi mente no ha parado de pensar en el señor
LANZANI y en lo
sucedido entre nosotros. La noche anterior, cuando
llegué a casa, vi en diferido el
partido Alemania-Italia. ¡Vaya partidazo de Italia!
Estoy deseando refregarle por la
cara a ese listillo la eliminación de su país.
Miguel
aparece y nos vamos juntos a desayunar. Allí se nos unen Paco y Raúl y
charlamos divertidos, mientras yo observo la puerta
de la entrada a la espera de
que PETER, el jefazo, el hombre que me invitó a
cenar y me puso como una moto,
aparezca. Pero no lo hace. Eso me desilusiona, así
que, en cuanto acabamos de
desayunar, regresamos a nuestros puestos de trabajo.
Al llegar al
despacho, Miguel se marcha a administración. Tiene que solucionar
algo que el señor LANZANI le pidió el día anterior.
Dispuesta a
enfrentarme a un nuevo día, enciendo mi ordenador cuando suena
mi teléfono. Es de recepción para indicarme que un
joven con un ramo de flores
pregunta por mí. ¡¿Flores?! Nerviosa, me levanto de
mi silla. Nunca nadie me ha
mandado flores y tengo clarísimo de quién son: LANZANI.
Con el corazón
latiendo a mil por hora veo que se abren las puertas del ascensor
y un joven con una gorra roja y un precioso ramo
mira la numeración de los
despachos. Pero, al darse cuenta de que lo estoy
mirando, aprieta el paso.
—¿Es usted
la señorita ESPOSITO? —pregunta al llegar frente a mí.
Quiero
gritar: «¡Sí! ¡Diosssssssssss...!».
El ramo es
espectacular. Rosas amarillas preciosas. ¡Divinas!
El joven de
la gorra roja me mira y, finalmente, asiento a su pregunta. Me tiende
el ramo y dice:
—Firme aquí
y, por favor, entréguele este ramo a la señora MERY DEL CERRO.
La
mandíbula se me cae al suelo.
¿¡Es para
mi jefa!?
Mi gozo en
un pozo. Mis breves segundos de felicidad por creerme alguien
especial se han borrado de un plumazo. Pero sin
querer dar a entender mi
decepción cojo el ramo, lo miro y casi lloro.
Hubiera sido tan bonito que hubiera
sido para mí...
Dejo el
ramo sobre mi mesa y firmo el papel que el chico me tiende. Una vez se
va el mensajero, llevo las preciosas flores hasta el
despacho de mi jefa. Las dejo
encima de su mesa y me doy la vuelta para marcharme.
Pero entonces siento que
me puede la curiosidad, así que me giro, busco entre
las flores la tarjeta. La abro y
leo: «MERY, la próxima vez, ¿repetimos? PETER LANZANI».
Leer eso me
pone furiosa. ¿Cómo que «repetimos»?
¡Por Dios!
Pero si parece el anuncio de las Natillas: «¿Repetimos?».
Rápidamente
dejo la notita en su sitio y salgo del despacho. Mi humor ahora es
negro. Espero que nadie me tosa en las próximas
horas o lo va a pagar muy caro.
Me conozco y soy una mala arpía cuando me enfado.
Sin poder
quitarme ese «¿Repetimos?» de la cabeza, comienzo a teclear un
informe en mi ordenador, cuando aparece mi jefa.
—Buenos
días, LALI. Pasa a mi despacho —me dice, sin mirarme.
¡No! Ahora
no. Pero me levanto y la sigo.
Cuando
entro y cierro la puerta ella ve el ramo de flores. Lo coge. Saca la tarjeta
y la veo sonreír. ¡Será imbécil! Me pica el cuello.
Jodido sarpullido.
—He hablado
con Roberto, de personal —me dice.
¡Ay, madre!
¿Me va a despedir?
—Va a haber
cambios en la empresa. Ayer tuve una reunión muy interesante con
el señor LANZANI y van a cambiar algunas cosas en
muchas de las delegaciones
españolas.
Escuchar
que tuvo una reunión interesante me molesta. Pero entonces, suena el
teléfono y lo cojo rápidamente.
—Buenos
días. Despacho de la señora MERY DEL CERRO. Le atiende su secretaria,
la señorita ESPOSITO. ¿En qué puedo ayudarlo?
—Buenos
días, señorita ESPOSITO —¡Es LANZANI!—. ¿Me podría pasar con su
jefa?
Con el
corazón a mil por hora, consigo balbucear:
—Un
momento, por favor.
Ni que
decir tiene que mi jefa, en cuanto le digo que es él, aplaude, no sólo con
las manos, y me indica que salga del despacho.
Aunque antes de salir la oigo decir:
—Holaaaaaaaaaaa. ¿Llegaste bien a tu hotel anoche?
¿Anoche?
¡¿Anoche?! ¿Cómo que anoche?
Cierro la
puerta.
Pero ¡si
anoche estuvo conmigo!
Entonces,
rápidamente, mi prodigiosa mente imagina lo que ocurrió. Ella era la
mujer con la que hablaba en el coche. Me dejó en
casa y se fue con ella. ¿Volvería al
Moroccio?
Cada
segundo que pasa estoy más enfadada. Pero ¿por qué? El señor
LANZANI y yo no tenemos nada. Sólo cenamos, me metió
mano por encima de
la ropa y presenciamos juntos un espectáculo sexual.
¿Eso me da derecho a estar
enfadada?
Regreso a
mi silla y vuelvo a teclear en el ordenador. Tengo que trabajar. No
quiero pensar. En ocasiones, pensar no es bueno, y
ésta es una de esas ocasiones. A
la una, mi jefa sale del despacho y, tras una mirada
con Miguel, él se levanta y se
marchan juntos. Sé lo que van a hacer. Fornicarán
como conejos durante las dos
horas para comer, vete a saber dónde.
Trabajo,
trabajo y más trabajo. Me centro en mi trabajo.
Estoy tan
cabreada que me pongo a hacerlo con mucho ímpetu y me quito de
encima un montón de papeleo. Sobre las dos y media
llega Óscar, uno de los
vigilantes jurado que hay en la puerta de la
empresa.
—Esto lo ha
dejado para ti el chófer del señor LANZANI —dice, entregándome
un sobre.
Boquiabierta, miro el sobre cerrado con mi nombre escrito. Asiento a
Óscar, y
éste se va. Me quedo un rato observando el sobre y,
sin saber por qué, abro un
cajón y lo guardo en él. No pienso abrirlo hasta el
lunes. Es viernes. Tengo jornada
continua y salgo a las tres.
El teléfono
suena. Lo cojo y, tras soltar toda la parafernalia de siempre, escucho
al otro lado:
—¿Has
abierto el paquete que te he enviado?
¡LANZANI!
No respondo y él añade:
—Te oigo
respirar. Contesta.
Por mi
mente pasa decirle mil cosas. La primera: «¡Mandón!». La segunda es
peor.
—Señor LANZANI,
me acaba de llegar y he decidido dejarlo para el lunes —
respondo finalmente.
—Es un
regalo para ti.
—No quiero
ningún regalo suyo —murmuro con un hilo de voz, sorprendida
por sus palabras.
—¿Por qué?
—Porque no.
—¡Ah!
Señorita ESPOSITO, esa contestación no me vale. Ábralo por favor.
—No
—insisto.
Lo oigo
resoplar... Lo estoy enfadando.
—Por favor,
ábrelo.
—¿Y por qué
tengo que abrirlo?
—LALI,
porque es un regalo que he comprado pensando en ti.
Vaya...
¿Vuelvo a ser LALI?
Y como soy
una blanda, una tonta y además una curiosa de remate, al final abro
el cajón, saco el sobre y tras rasgarlo miro en su
interior.
—¿Qué es
esto?
Lo oigo
reír.
—Dijiste
que estabas dispuesta a todo.
—¿Eh?
Bueno... yo...
—Te
gustarán, pequeña, te lo aseguro —me interrumpe—. Uno es para casa y
otro para que lo lleves en el bolso y lo puedas
utilizar en cualquier lugar y en
cualquier momento.
Al escuchar el tono de su voz al decir «en
cualquier momento», se me corta la
respiración. ¡Dios, ya estamos otra vez!
—Estaré en
tu casa a las seis —afirma antes de que yo pueda contestarle—. Te
enseñaré para qué sirven.
—No, no
estaré. Voy al gimnasio.
—A las seis.
La
comunicación se corta y yo me quedo con cara de tonta.
Mientras
oigo el pitido de la línea al otro lado del teléfono, deseo soltar por mi
boca cientos de improperios. Pero sólo los
escucharía yo. Él ya no está.
Enfadada,
cuelgo el teléfono. Miro de nuevo dentro del sobre y leo «Vibrador
Fairy. Estrella en Japón». En ese momento, mi cuerpo
reacciona y resoplo.
Finalmente lo guardo en el bolso y apoyo los codos
en la mesa y mi cabeza entre
mis manos.
—Debo parar
esto —digo en voz baja—. Pero ¡ya!
Masssssss
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