domingo, 26 de julio de 2015

CAPITULO 39

   Tres días después, seguimos en Zahara de los Atunes y nos animan a que nos
quedemos más tiempo en el chalet. Al final aceptamos encantados. PETER recibe
varias llamadas y mensajes de una tal Marta y cada vez me tengo que morder más
la lengua para no saltar: «¿Quién es esa mujer que llama tanto?».
   Al cuarto día, EUGE y yo decidimos bajar una noche a Zahara para tomar unas
copas. Los chicos juegan al ajedrez y prefieren quedarse en el chalet
tranquilamente.
   Llegamos a un pub llamado «lacosita». Allí nos pedimos unos cubatas y nos
sentamos a charlar en la barra. Hablar con EUGE es fácil. Ella es divertida,
charlatana y encantadora.
   —¿Llevas mucho tiempo casada con NICO?
   —Ocho años. Y cada día estoy más contenta de haberlo atropellado.
   —¿Cómo?
   EUGE se carcajea y me aclara:
   —Lo conocí porque lo atropellé con el coche.
   Eso me hace reír.
   —Cuéntamelo ahora mismo —le exijo—. Quiero saberlo todo.
   EUGE da un trago a su bebida y comienza a relatármelo:
   —Ambos íbamos a la facultad de medicina en Núremberg. Y el primer día que
llevé mi coche a la facultad, cuando fui a aparcar, no lo vi y lo atropellé. Por suerte,
no le hice nada salvo algún moratón al caer y poco más. Eso sí... fue un flechazo en
toda regla y, a partir de ese día, no nos hemos separado.
   Ambas reímos y vuelvo a preguntar:
  —Oye, y el tema de los juegos, ¿quién fue el que lo propuso?
  —Yo.
  —¿Tú?
  Ella asiente.
  —Tenías que haber visto su cara la primera vez que le hablé de ello. Se negó en
redondo. Pero un día lo invité a una de las fiestas donde yo solía juntarme con
gente que jugaba, le presenté a EUGE y, bueno... a partir de ese día ¡le gustó!
  —¡¿PETER?!
  —Sí. Él y yo somos amigos de toda la vida y nos movíamos por el mismo círculo.
Algo que, como habrás visto, continuamos haciendo. Por cierto, creo que ya sabes
que fui yo la que ese día en el hotel...
  —Sí... me lo dijo PETER.
  —Para mí fue un placer complaceros a los dos.
  Al recordar algo, pregunto:
  —Oye... ¿tú fuiste a la rueda que organizó PABLO la otra noche?
  —Sí —ríe EUGE—. Me encantan ese tipo de juegos y a NICO lo vuelven loco.
  —¿Y no te da cosa?
  —¿Cosa? —se sorprende—. ¿Por qué?
  —No sé... ¿No te parece denigrante estar allí para satisfacer los deseos de los
hombres? Vosotras os desnudáis. Vosotras sois las entregadas. Vosotras sois las
que... pues eso.
  EUGE suelta una carcajada y se retira el flequillo de la cara.
  —No, cielo. El morbo que me provoca el momento me encanta. Me vuelve loca
cómo me desean, cómo me entrega mi marido, cómo me poseen los demás. Me
gusta y le gusta a NICO. Eso es lo que cuenta, que a ambos nos guste y
disfrutemos de ello.
  Quiero preguntarle más cosas sobre los juegos, sobre PETER, PAU o Marta, pero
suena la clásica canción Love is in the air de John Paul John y EUGE grita
emocionada:
  —Me encanta esta canción. ¡Vamos a bailar!
  Divertidas, las dos salimos a la pequeña pista donde comenzamos a contonear
las caderas al son de aquella bonita canción, mientras soy consciente de que varios
de los hombres que se encuentran allí nos observan. Somos dos mujeres jóvenes
solas y los moscones acechan.
   Sobre las tres de la madrugada, EUGE y yo decidimos regresar al chalet. Estamos
agotadas. Caminamos hasta el BMW que hemos dejado aparcado en el parking de
la playa y dos de los moscones salen a nuestro encuentro.
   —Vaya... vaya... aquí están las dos bailonas del pub.
   Al mirarlos, los identifico y sonrío.
   —Si no queréis líos, más vale que os quitéis de nuestro camino.
   EUGE me mira. En su rostro veo la inseguridad. Estamos en el parking de la
playa y no hay ni una alma. Yo no me dejo llevar por el miedo, agarro a EUGE  del
codo y continúo andando en dirección al coche.
   —Eh... venid a aquí, guapas. Estáis cachondas y queremos daros lo que queréis.
   —Venga va... idos a la mierda —suelto.
   Los hombres continúan tras nosotras. Se nota que van bebidos y siguen con sus
toscas insinuaciones.
   Cuando llegamos hasta el coche, exijo a EUGE que me dé las llaves. Esta tan
nerviosa que apenas atina a dármelas. Se las quito de la mano y entonces siento
que uno de esos tipos está detrás de mí y pone su mano en mi trasero. Echo el codo
hacia atrás y le doy un codazo en el esternón. EUGE grita y el joven maldice. El otro
intenta agarrar a EUGE y, para ello, me empuja y caigo sobre la arena. Eso ya
remata mi enfado y me levanto rápidamente.
   El que me ha tocado el trasero se acerca para sujetarme, pero yo soy más rápida
que él y le asesto un puñetazo en la mandíbula que lo hace gritar. Yo grito también,
pero de dolor. Me he destrozado los nudillos. Sin embargo, el tipo se levanta y me
tira de nuevo al suelo. Mis nudillos doloridos dan contra la arena y las piedras y se
raspan. Eso me encoleriza y decido acabar con aquella tontería. Me levanto del
suelo con la adrenalina por las nubes, me pongo en posición ante el tío, le doy un
nuevo puñetazo en la mejilla y una patada en la boca del estómago. Después,
agarro al tipo que sujeta por el pelo a EUGE, le doy la vuelta y le suelto una patada
que lo hace volar unos metros. Miro a EUGE y digo:
   —Vamos. Monta en el coche.
   Los dos hombres están en el suelo y aprovechamos para huir. En cuanto salimos
del aparcamiento de la playa y llegamos a una calle donde hay gente sentada en las
terrazas detengo el coche. Me vuelvo hacia EUGE  y le retiro el pelo de la cara.
   —¿Estás bien?
   EUGE, aún algo asustada, asiente.
   —¿Dónde has aprendido a defenderte así?
   —Kárate. Mi padre nos apuntó a mi hermana y a mí cuando éramos pequeñitas.
Siempre dijo que teníamos que aprender a defendernos de la gentuza y, mira,
¡tenía razón!
   —Ha sido flipante. ¡Eres mi heroína! —sonríe Frida—. Esos tipos se han llevado
su buen merecido y... ¡Oh, Dios mío, LALI, tu mano!
   Ambas miramos mi mano derecha. Tiene los nudillos rojos, desollados e
hinchados. La muevo lo mejor que puedo e intento quitarle importancia.
   —No es nada... no te preocupes. Pero necesitaré hielo para bajar la hinchazón.
¿Conduces tú, que yo no puedo?
   —Por supuesto.
   EUGE se baja del coche y yo me corro hacia su asiento. Nada más montarse,
acelera el coche y nos dirigimos hacia el chalet.
   Cuando llegamos, veo que hay luz en el salón y, dos segundos después, los
chicos aparecen para recibirnos. Ambas nos reímos pero, a medida que nos
acercamos, PETER ve mi mano y acelera el paso.
   —¿Qué te ha pasado?
   Voy a responder, cuando EUGE se adelanta.
   —Cuando hemos salido del pub, unos tipos han intentado propasarse con
nosotras. Menos mal que LALI ha sabido defendernos. ¡Ha sido increíble! No veas
qué patadas y puñetazos les ha dado. Por cierto, hay que ponerle hielo en la mano
¡ya!
   La cara de PETER  es un poema mientras EUGE escenifica una y otra vez lo ocurrido
y habla sin parar. Está tan impresionada por ello que no puede parar. NICO, al
ver que las dos estamos bien, abraza a su mujer. PETER continúa a un metro de mí
con gesto adusto. Noto la angustia por el susto en su mirada. Finalmente, para
intentar quitar hierro al asunto, le doy un beso.
   —Tranquilo. No ha sido nada. Sólo unos idiotas que querían que yo les
zumbase.
   —Monta en el coche, LALI —exige PETER de pronto.
   —¡¿Cómo?!
   Le quita las llaves de la mano a EUGE, frenético.
  —Me vas a decir quiénes han sido esos hijos de su madre y se las van a ver
conmigo.
  NICO y EUGE se colocan rápidamente a su lado. Andrés le quita las llaves y
EUGE dice:
  —¿Se puede saber adónde vas?
  —A darles su merecido a esos tipos. Dame las llaves, NICO.
  EUGE respira con dificultad. Sus ojos están furiosos.
  —Maldita sea, PETER —digo, dispuesta a que olvide esa tontería—. No ha pasado
nada. ¿Qué quieres? ¿Que realmente pase algo que luego tengamos que lamentar?
  Mi grito hace que me mire. De un portazo cierra la puerta del coche, camina
hacia mí y mientras pasa su mano por mi cintura, murmura:
  —¿Estás bien?
  —Sí... tranquilo. Sólo necesito agua oxigenada para limpiarme los raspones y
hielo para la hinchazón.
  —Dios, pequeña... —murmura posando su frente contra la mía—. Te podía
haber pasado algo...
  —EUGE... no ha pasado nada. Es más, tenías que haber visto cómo han quedado
esos tipos. —Y, mientras NICO y EUGE entran en casa, añado—: Los he
machacado.
  Me abraza. Me aprieta contra él y mete su cara en mi cuello. Durante unos
minutos permanecemos así.
  —Recuerda lo que te dije: campeona de kárate.
  Noto que sonríe y cómo sus músculos se relajan. Finalmente me da un dulce
beso en los labios.

  —Ah... pequeña, ¿qué voy a hacer contigo?

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