domingo, 26 de julio de 2015

CAPITULO 42

  Un par de horas después, NICO baja a recogernos a la playa. Está de buen
humor y, mientras nos encaminamos hacia el coche, me dice que PETER está
descansando. Yo asiento. Me niego a preguntar nada. Bastante rayada estoy ya con
el tema de las llamadas de aquellas mujeres como para preguntar nada más.
Cuando llegamos al chalet me dirijo directamente hacia la piscina. Si PETER está
descansando, no quiero molestar.
  NICO y EUGE desaparecen y me quedo sola en la piscina. Cojo mi iPod y me
pongo los auriculares. Escucho a Jessie James tumbada en una de las hamacas y
canturreo. Media hora después, Eric aparece por la puerta, parapetado tras unas
oscuras gafas de sol. Se para a mi lado. No lo miro. No lo saludo. Sigo enfadada
con él. Durante más de diez minutos permanecemos en silencio hasta que él me
quita un auricular.
  —Hola, morenita.
  Con un gesto que denota mi cabreo, le quito el auricular de la mano y me lo
pongo de nuevo. Al ver mi poca predisposición para hablar, se sienta
cómodamente en una de las hamacas que están frente a mí, se pone los brazos en la
cabeza y me mira. Me mira... Me mira... Me mira y, al final, le increpo:
  —Por tu bien, deja de mirarme.
  —¿O? ¿Me vas a pegar?
  Resoplo. Le daría un bofetón con toda la mano abierta.
  —Mira, PETER, ahora la que no quiere tu cercanía soy yo. Vete a paseo.
  Él sonríe y eso me cabrea más.
  Me levanto y él hace lo mismo. Y, sin pensar en nada más, lo empujo y cae
vestido a la piscina.
   —Pero LALI, ¿qué haces? —protesta.
   Con rapidez, cojo mi bolsa de la playa y corro a la habitación. Cuando entro en
ella, voy directa a la ducha, allí veo el neceser abierto de PETER y por primera vez me
fijo en los frascos de pastillas que hay. ¿Qué es eso? Pero antes de que pueda
acercarme para leer qué pone, lo oigo entrar en el baño y comienza a quitarse la
ropa mojada.
   —Vamos a ver, LALI, ¿qué te pasa?
   No lo miro. Paso por su lado y respondo mosqueada:
   —Nada que te importe.
   —De ti me importa todo, pequeña.
   Sentirlo tan relajado, cuando yo estoy que echo humo, me hace mirarlo cabreada.
   —PETER, cuando estoy enfadada, es mejor que no me hables, ¿vale?
   —¿Por qué?
   —Porque no.
   —¿Y por qué no?
   —Pero, vamos a ver, ¿tú eres tonto? ¿No ves que me estás cabreando más?
   —Si quieres, le digo a EUGE que le haces una limpieza general ahora mismo. Te
conozco y sé que cuando estás cabreada te gusta limpiar la casa.
   Al escuchar aquello, gruño. No estoy de humor. Él se acerca a mí y se agacha,
colocándose a mi altura.
   —Me paso media vida pidiéndote disculpas. Pero merece la pena por el solo
hecho de estar contigo y ver tu cara cuando me perdonas.
   Intenta besarme y yo me muevo.
   —¿Otra vez la cobra?
   Su comentario, en especial su cara, finalmente me hacen sonreír.
   —Sí, y como no te alejes, además de la cobra, te vas a llevar un guantazo.
   —¡Vaya! Me encanta ese carácter tuyo tan español...
   —Pues a mí, tu cabezonería alemana me saca de quicio, ¡cabezón!
   Acto seguido me coge por la cintura, me tumba en la cama y me besa. La toalla
se queda por el camino y estoy desnuda. Intento rechazar su boca, pero su fuerza
es mucho mayor que la mía y, cuando consigue meter su lengua en ella, ya ha
podido con mi voluntad y con mi cabreo, y respondo a sus besos con avidez.
   —Así me gusta... —me dice—. Que seas una fiera a la que, cuando yo quiero,
domestico.
   Aquel comentario tan machista me hace darle un mordisco en el hombro y él se
encoge, me mira y me muerde en el cuello.
   —¡Serás bestia...!
   —Para ti siempre, pequeña. ¡Somos como la bella y la bestia! Por supuesto, la
bella eres tú y la bestia soy yo.
   Ese comentario vuelve a hacerme sonreír y, tras aceptar gustosa el beso de la
paz, me doy cuenta de que no tiene buena cara.
   —¿Estás bien, PETER?
   —Sí. Pero aquí la importante eres tú, no yo.
   —No, señor LANZANI, no. Se está usted equivocando. Aquí el que se
encontraba mal hace unas horas y no tiene buen aspecto es usted. Si alguien se
tiene que preocupar aquí es una servidora, no usted.
   PETER se quita de encima de mí y se pone a mi lado, frente a mi cara.
   —Eres preciosa.
   —No me vengas con zalamerías, PETER... y responde, ¿qué ocurre? Acabo de ver
en tu neceser varios botes de pastillas y...
   —Eres la mujer más bonita e interesante que he tenido el placer de conocer.
   —¡PETER! ¿Quieres que te insulte y te dé una patada?
   —Mmmmm... me encanta la guerrera que llevas en tu interior.
   Sin perder mi sonrisa, le acaricio el pelo.
   —Da igual lo que digas. No voy a cambiar de tema. ¿Qué ocurre? ¿Qué son esas
medicinas que tienes en tu neceser?
   —Nada.
   —Mientes.
   —¿Tú crees?
   —Sí... yo creo. Y que sepas que me estás cabreando otra vez.
   Sus ojos me miran y sé que lucha por contestar a mis preguntas. Finalmente
murmura sin mucha convicción:
   —No pasa nada. No quiero preocuparte.
   —Pues me preocupas.
   Durante unos instantes, que se me hacen eternos, piensa... piensa... piensa y
finalmente dice:
   —LALI... hay cosas que no sabes y...
   —Cuéntamelas y las sabré.
   De pronto sonríe y choca su nariz contra la mía en un gesto amoroso.
   —No, cariño. No puedo o sabrás tanto como yo.
   Sigo sin entenderlo y cada vez soy más consciente de que me oculta algo.
   —Escucha, cabezón...
   —No, escucha tú... —Pero luego se arrepiente de lo que va a decir y me revuelve
el pelo—. ¡Ah... morenita!, ¿qué voy a hacer contigo?
   Deseosa de que confíe totalmente en mí, le abro mi corazón.
   —Encapricharte de mí tanto como yo lo estoy de ti. Quizá, al final, hasta me
quieras y dejes de ocultarme tus secretitos.
   Espero una risa. Una contestación inmediata. Pero PETER cierra los ojos y con el
rostro serio responde:
   —No puedo, LALI. Si despierto las emociones, sólo sentiré dolor y te lo haré sentir
a ti.
   —Pero ¿qué tontería es ésa? —protesto.
   PETER, al ver mi gesto, intenta cambiar de conversación.
   —Mañana ¿qué te apetece que hagamos?
   Me siento en la cama y me retiro el pelo de la cara.
   —PETER LANZANI, ¿qué es eso de que, si despiertas los sentimientos, los dos
sufriremos?
   —La verdad.
   —Mis sentimientos ya se han despertado y ante eso nada se puede hacer. Me
gustas. Me enloqueces. Me encantas. Y no mientas, sé que yo consigo el mismo
efecto en ti. Lo sé. Me lo dice tu cara, tus ojos cuando me miran, tus manos cuando
me acarician y tu posesión cuando me haces el amor. Y ahora dime de una maldita
vez qué son esas medicinas.
   Su mandíbula se contrae y, con un movimiento enérgico, se levanta de la cama.
Voy tras él. Lo sigo hasta el baño, donde se echa agua en la cabeza, coge el neceser,
lo cierra y lo estrella contra la pared. Sin saber qué pasa, lo miro, interrogándolo
con mis ojos.
   —¿Qué ocurre? ¿Qué he dicho para que te pongas así? ¿Esto tiene algo que ver
con las llamadas de la tal Marta y de la tal PAU? ¿Quiénes son? Porque mira, he
intentado callarme, ser prudente y no preguntar, pero... pero ¡ya no puedo más!
   PETER  no me mira. Sale del baño y se para junto a la ventana. Voy detrás de él y me
planto delante de su cara.
   —No huyas de mí. Tú y yo estamos en esta habitación y quiero que seas
totalmente sincero conmigo y me digas lo que te pasa. Joder, PETER, no te estoy
pidiendo amor eterno. Sólo necesito saber qué te ocurre y quiénes son esas
mujeres.
   —Basta, LALI. No quiero seguir hablando.
   Me desespero y, al ver mi cuerpo desnudo en el cristal del armario, decido
vestirme. Me pongo unas bragas, una camiseta rosa y un corto peto vaquero.
Después me vuelvo hacia él.
   —Vamos a ver, ¿de qué es de lo que no quieres seguir hablando?
   —¡He dicho que basta! Por hoy, mi cupo de numeritos ya está lleno.
   —¿Tu cupo de numeritos? Pero ¿de qué estás hablando?
   —Me incomodan tus preguntas.
   Pero yo ya me he envalentonado y soy como un miura que entra a matar.
   —¿Que te incomodan mis preguntas? ¡Anda, mi madre...! Pues que sepas que a
mí me incomoda tu falta de respuestas. Cada día te entiendo menos.
   —No pretendo que me entiendas.
   —¿Ah, no?
   —No.
   Deseo estamparle en la cabeza la lámpara que tengo al lado. Cuando contesta tan
a la defensiva, me saca de mis casillas.
   —¿Sabes? Casi te tenía olvidado, después de que desaparecieras de mi vida, pero
cuando apareciste en la puerta de casa de mi padre...
   —¿Olvidado? —sisea cerca de mi cara—. ¿Cómo me podías tener olvidado y
tatuarte lo que te has tatuado en el cuerpo?
   Tiene razón.
   La frase que me he tatuado es nuestra, y no me veo capaz de rebatirle ese
argumento.
   —De acuerdo, me tatué esa frase por ti. Apenas te conocía cuando lo hice, pero
algo en mi interior me decía que eras alguien importante en mi vida y quería tener
en mi cuerpo algo que fuera sólo de nosotros dos y que durara para siempre.
  —¿De nosotros dos?
  —Sí —grito colérica.
  —Me vas a decir que cuando te acuestes con otro, vea esa frase y te la repita, ¿te
vas a acordar de mí?
  —Probablemente.
  —¿Probablemente?
  —¡Sí! —grito como una loca—. Probablemente me acuerde de ti y cada vez que
un hombre me diga «Pídeme lo que quieras», cuando lo lea en mi cuerpo,
conseguiré ver tus ojos y disfrutar lo que disfruto contigo cuando accedo a tus
caprichos y hacemos el amor.
  Mis palabras lo hieren. Su cara se contrae y da un puñetazo a la pared.
  —Esto es un error. Un error imperdonable por mi parte. Debería haber dejado
que continuaras tu vida con BENJAMIN o con el que quisieras.
  —¡PETER! ¿De qué estás hablando?
  Se mueve por la habitación como un león enjaulado. Su rostro, pétreo.
  —Recoge tus cosas. Te vas.
  —¿Me estás echando?
  —Sí.
  —¡¿Cómo?!
  —Quiero que te vayas.
  —¡¿Qué?!
  —Llamaré un taxi para que te lleve hasta la casa de tu padre.
  Alucinada por la contestación, grito:
  —¡Y una chorra! No llames a un taxi, que no lo necesito.
 PETER  deja de moverse. Me mira y siento el dolor en sus ojos. ¿Qué le ocurre? No
lo entiendo. Tengo ganas de llorar. Las lágrimas pugnan por salir de mis ojos pero
las contengo. Él se da cuenta y se acerca a mí.
  —LALI
  —Me acabas de echar, PETER, ¡ni me toques!
  —Escucha, nena...
  —No me toques... —replico despacio.
  Se detiene a un metro de mí y se pasa las manos por el pelo, nervioso.
  —No quiero que te vayas... pero...
  Ese «pero» no me gusta. Odio esa puñetera palabra. Nunca depara nada bueno.
  —Mira, mejor me voy. Con «pero» y sin «pero», ¡Me voy!
  —Cariño... escúchame.
  —¡No! No soy tu cariño. Si fuera tu cariño no me hablarías como me has hablado
y serías sincero conmigo. Me explicarías quiénes son Marta y PAU. Me explicarías
por qué no puedo mencionar a tu padre y, sobre todo, me dirías qué son esas
puñeteras medicinas que guardas en tu neceser.
  —LALI... por favor. No lo hagas más difícil.
  Convencida de que quiero irme, cojo mi mochila y comienzo a meter mis cuatro
pertenencias en ella. Veo de reojo que me está mirando. Vuelve a mostrarse
inflexible, su cara se contrae y las manos le tiemblan. Está nervioso, pero como yo
estoy furiosa.
  —Eres un imbécil egocéntrico que sólo piensa en ti... en ti y en ti.
  —LALI
  —Olvídate de mi nombre y sigue mandándote mensajes con esas mujeres.
Seguro que ellas saben más de ti que yo.
  —Maldita sea, mujer, ¿quieres dejar de gritar? —vocea.
  —No. No me da la gana. Te grito porque quiero, porque te lo mereces y porque
lo necesito. ¡Gilipollas! Al final le tendré que dar la razón a BENJAMIN.
  Está claro que no esperaba esa frase.
  —¿En qué le tendrás que dar la razón?
  —En que me utilizarías y luego pasarías de mí.
  —¿Eso te ha dicho ese imbécil?
  —Sí. Y me acabo de dar cuenta de que dice la verdad.
  La desesperación lo hace alejarse de mí mientras despotrica como un loco.
  La puerta se abre y NICO y EUGE  entran. Nuestros gritos los han debido de
alertar. EUGE se pone a mi lado e intenta tranquilizarme y NICO va junto a su
amigo. Pero PETER no quiere hablar, sólo blasfema en alemán y sus gritos se
escuchan hasta en la Cochinchina. Sorprendida por aquello, EUGE tira de mí y me
lleva hasta la cocina. Allí me da un vaso de agua y me quita la mochila de las
manos.
   —No te preocupes, NICO  lo tranquilizará.
   Enfadada con el mundo en general, bebo agua y respondo:
   —Pero, EUGE, yo no quiero que NICO lo tranquilice. Quiero ser yo la que lo
haga y, sobre todo, quiero enterarme de por qué es tan hermético con su vida. No
puedo preguntar nada. No me contesta ninguna pregunta. Y encima, cuando se
enfada, se larga corriendo o me echa de su lado, como en este caso.
   —¿Qué ha ocurrido?
   —No lo sé. Estábamos bromeando, hablando y, de pronto, le he preguntado por
unos medicamentos que he visto en su neceser y por los mensajes y las llamadas
telefónicas que recibe continuamente de PAU y Marta.
   Rompo a llorar. La tensión por fin se relaja y puedo llorar. EUGE me abraza, me
sienta junto a ella en la cocina y murmura:
   —LALI... tranquilízate. Estoy segura de que lo vuestro es una discusión de
enamorados y ya está.
   —¿Enamorados? —gimoteo—. Pero ¿has oído lo que te he dicho?
   —Sí. Lo he oído muy bien. Y aunque PETER no te lo diga, te repito lo que te dije
hace unas horas en la playa. Está loco por ti. Sólo hay que ver cómo te mira, cómo
te trata y cómo te protege. Lo conozco desde hace más de veinte años, somos
amigos de toda la vida y créeme cuando te digo que sé que él siente algo muy
fuerte por ti.
   —¿Y por qué lo sabes?
   —Porque lo sé, PETER. Confía en mí y, en cuanto a esas mujeres, no te preocupes.
Créeme.
   En ese instante aparece NICO por la puerta, me mira y murmura con gesto
incómodo:
   —LALI... PETER quiere que subas a la habitación.
   —No. Ni hablar. Que baje él.
   Mi contestación los desconcierta. Se miran y NICO insiste:
   —Por favor, sube, quiere hablar contigo.
   —No. Que baje él —insisto—. Pero bueno, ¿quién se ha creído el marquesito
para que yo tenga que ir detrás de él como una idiota? No. No subo. Si quiere, que
baje él.
  —LALI... —susurra EUGE.
  —Por favor —suplico deseosa de marcharme de allí—, necesito que me llaméis a
un taxi. Por favor...
  EUGE y él se miran alarmados y NICO indica:
  —LALI, PETER ha dicho que...
  Con la rabia instalada en mi rostro, en mis venas y en todo mi ser, replico:
  —Lo que diga PETER me importa un bledo, lo mismo que yo le importo a él. Por
favor, llama un taxi. Sólo te pido eso.
  —No pongas palabras en mi boca que yo no he dicho —dice PETER, que aparece
por la puerta.
  Lo miro. Me mira y volvemos a comportarnos como dos rivales.
  —EUGE, por favor, llama a un taxi —exijo.
  NICO y EUGE se miran. No saben qué hacer. PETER, ofuscado, no se acerca a mí.
  —LALI, no quiero que te vayas. Sube conmigo a la habitación y hablaremos.
  —No. Ahora soy yo la que no quiere hablar contigo y se quiere ir. Me niego a
que me utilices más, ¡se acabó!
  PETER cierra los ojos y respira con fuerza. Mi última frase le ha dolido, pero decide
no contestar. Cuando abre los ojos no me mira.
  —EUGE, por favor, llama a un taxi.
  Dicho esto, se da la vuelta y se va. Diez minutos después, un taxi llega hasta la
puerta de la casa. PETER no ha vuelto a aparecer. Me despido de NICO y EUGE y,

con todo el dolor de mi corazón, me voy. Necesito alejarme de allí y de él.

1 comentario: