Durante seis
días, mi mundo es de color de rosa. Vivo en un país multicolor
como la abeja Maya y me siento como una princesa,
tipiti-tipitesa, rodeada de dos
personas que me quieren y me protegen.
BENJAMIN
continúa con sus llamadas y, en su último mensaje, me indica que sabe
que PETER LANZANI está conmigo en Jerez. Eso me
molesta. Enterarme de que
Fernando sabe sobre la vida de PETER no es plato de
buen gusto, pero decido
callarme. Si le explico algo a PETER, seguro que
empeoro la situación.
Él y mi
padre se llevan de maravilla y aunque, al principio, mi padre se enfadó
con él por haber alquilado una villa, al final
entiende que somos adultos y
necesitamos intimidad.
Los amigos y
vecinos de mi padre rápidamente apodan a PETER como «el
Frankfurt», por aquello de ser alemán y eso a él le
hace gracia. El carácter español,
especialmente el andaluz, es tan diferente al
alemán, que veo la sorpresa
continuamente en sus ojos.
Mi padre,
día a día, se emociona con PETER. Noto que le gusta, lo respeta y lo
escucha y eso dice mucho de él. Incluso algunas
tardes se van juntos de pesca y
regresan encantados y felices. En esos días siempre
que puedo me escapo para
correr y derrapar un poco con mi moto. Me encanta
hacerlo y lo disfruto mogollón.
Una de esas
tardes aparece BENJAMIN con su moto. Se cruza en mi camino.
Ambos nos paramos.
—¿Te has
vuelto loca? ¿Qué hace ese tipo aquí?
Molesta por
la intromisión, me quito las gafas de protección del casco.
—Te estás
pasando. A ti no te importa lo que él hace aquí.
BENJAMIN se
baja de la moto y se acerca a mí.
—Por el
amor de Dios, LALI, ¿sabe tu padre que ése es tu jefe?
—No.
—¿Y cuándo
se lo vas a decir?
A cada
instante que pasa me voy enfadando más.
—Cuando me
dé la gana.
BENJAMIN se
mueve con rapidez, se acerca a mí, me coge del cuello, posa su
frente sobre la mía y murmura:
—LALI… yo
te quiero.
—BENJAMIN
no...
Sin
separarse de mí, sigue hablando:
—Te quiero
sólo para mí, en exclusividad. Ese tipo no te quiere como yo,
piénsalo por favor y...
Le doy un
empujón y me separo de él.
—Quiero
continuar mi camino, BENJAMIN. Quítate de en medio, ¿de acuerdo?
—¿Me estás
diciendo que prefieres la compañía de ese hombre a la mía? —
murmura, sin apartarse un ápice y con actitud
intimidatoria—. Ese tipo te está
utilizando y, cuando se aburra de ti, te dejará a un
lado como ha hecho con cientos
de mujeres. Para él eres una más, mientras para mí
eres especial, ¿no lo ves? Te
creía más lista, LALI, por el amor de Dios.
No quiero
ser cruel como él lo está siendo conmigo. Quiero a BENJAMIN. Es un
buen amigo. Pero por PETER siento algo tan fuerte
que no lo puedo obviar. Al ver mi
silencio, se da la vuelta y se monta en su moto,
malhumorado.
—De
acuerdo. Estréllate contra la pared tú solita.
Dicho esto
se va y me deja desconcertada y con un sabor amargo en la boca.
El séptimo
día, mi padre me recuerda el evento de motocross de todos los años
en Puerto Real, un pueblo cercano a Jerez. Al
recordarlo se me hace cuesta arriba.
Ese año prefiero disfrutar de PETER y de su
compañía, pero al ver la ilusión de mi
padre y sus amigos por que yo asista y participe,
claudico y animo a PETER a
acompañarnos.
Papá
siempre quiso tener un hijo. Un varón. Pero la vida le dio dos hijas.
Aunque yo, con mi locura, creo haber resarcido esa
carencia.
Eric en un
principio no sabe muy bien a lo que vamos. Me deja claro que no le
gustan los deportes de riesgo. Yo sonrío y lo
engaño. ¿Qué le voy a hacer?
Pero cuando
ve mi moto en el remolque y a mi padre junto a sus dos amigos del
alma, el Lucena y el Bicharrón, hablar sobre saltos,
derrapes y demás entiende
perfectamente lo que voy a hacer. Su gesto me
demuestra su incomodidad.
—No quiero
que hagas lo que dicen —murmura a escasos metros de ellos.
—Escucha,
PETER. Para mí lo que dicen es pan comido. Llevo practicando
motocross desde que tenía seis años. Y mira, tengo
veinticinco, y sigo enterita.
Su rostro y
su boca me muestran la tensión que siente.
—Te prometo
que lo pasarás bien —insisto—. Tú ven y ya verás, ¿de acuerdo?
—Vaya,
vaya, vaya —escucho de repente detrás de mí—. Mi preciosa motera
jerezana.
Me vuelvo y
me encuentro con BENJAMIN. Su comentario no me gusta nada. Mis
tripas se contraen, pero intento que no se me note.
El Bicharrón mira a su hijo y
después a PETER. Siento que está tan tenso como yo,
pero hago de tripas corazón y
sonrío.
—BENJAMIN,
él es PETER. PETER, él es BENJAMIN.
Ambos se
dan la mano y yo, que estoy en medio, veo su incomodidad. Se retan
con las miradas. Dos rivales. Dos hombres y yo en
medio como los jueves. Por
suerte, mi padre da una palmada al aire e indica que
debemos marcharnos.
BENJAMIN se apunta y PETER rápidamente me hace saber
que nos seguirá en su moto.
Yo decido acompañarlo.
Cuando mi
padre, el Lucena, el Bicharrón y BENJAMIN se montan en el coche y
arrancan, PETER me pasa uno de los cascos.
—No me
gusta ese tal BENJAMIN.
—¿Celoso?
—¿He de
estarlo?
Incómoda
por lo que sé, le doy un beso en los labios.
—Para nada,
cariño.
Cuando
llegamos al lugar donde se va a celebrar la carrera, mi padre y sus
amigos comienzan a saludar a todo el mundo y yo
también. Conocemos al noventa
por ciento de los corredores y acompañantes de todos
los años que hemos
participado en ese tipo de carreras. A las diez y
media, Cristina, la organizadora
del motocross femenino, me entrega mi dorsal, el 51,
y me indica que a las doce es
la primera eliminatoria.
Eric no
habla. Sólo me observa. A cada segundo que pasa veo en sus ojos la
inquietud e intento relajarlo. Pero cuando aparezco
vestida con mi mono rojo de
cuero, las protecciones, las botas, los guantes y el
casco, se queda blanco como la
cera.
—¿Me puedes
explicar qué haces así vestida? —pregunta con enfado.
—¿No te
parezco sexy? —Sonrío.
No contesta
a mi pregunta.
—LALI. No
quiero que lo hagas. Esto es un deporte de riesgo.
—¡Venga
ya...! No digas tonterías —Sonrío de nuevo e intento no darle
importancia.
BENJAMIN,
que nos observa y sé que nos escucha, se acerca a nosotros y con una
sonrisa de lo más falsa dice:
—Vamos,
preciosa... dale gas y déjalos a todos sin habla.
—Eso haré
—respondo.
BENJAMIN,
que lleva dos cervezas en la mano, le pregunta a PETER:
—¿Quieres
una? —Y sin darle tiempo a responder, continúa—: Toma. Esta
cerveza enterita para ti. La otra para mí. Yo no
comparto nada.
Ese
comentario me subleva. Pero ¿qué hace ese inconsciente?
PETER no
habla pero puedo percibir su desagrado mientras BENJAMIN se dirige a él:
—¿Sabes que
«nuestra chica» es especialista en saltos y derrapajes?
—No.
—Pues
prepárate, porque, si no lo sabías, hoy te va a quedar bien claro.
Dicho esto,
BENJAMIN se acerca a mí y me da un beso en la cara.
—Vamos,
preciosa. ¡Cómetelos!
En cuanto
nos quedamos solos, PETER me mira, molesto.
—¿A qué
venía eso de «nuestra chica» y lo de «compartir la cerveza»?
—No lo sé
—respondo incrédula por lo sucedido.
PETER no es
tonto y nota como yo la mala baba en las palabras de BENJAMIN.
Resopla, maldice y aparta su mirada de él.
—Te vas a
hacer daño, LALI. No sé cómo tu padre te permite hacer esto.
Eso me hace
reír. Señalo a mi padre, que está con sus dos amigos haciendo los
últimos arreglos de mi moto.
—¿De verdad
crees que mi padre está preocupado?
PETER lo
mira. Lo estudia durante unos segundos y acaba dándose cuenta de la
felicidad en su rostro.
—Vale...
pero el hecho de que él no esté preocupado, no quiere decir que yo no
deba estarlo.
Sonrío, me
acerco más a él y, sin importarme que BENJAMIN nos mire, me subo a
una caja que hay en el suelo para estar a su altura
y acerco mi boca a la suya.
—Tú
tranquilo... pequeño. Sé lo que hago.
Consigo que
PETER curve los labios y casi sonría. Le doy un beso que me sabe a
gloria.
—Por tu bien
—me dice, serio—, más vale que sepas lo que haces o te juro que
luego te lo haré pagar.
—Mmmmm...
¡eso me encanta!
—LALI...
hablo en serio —insiste.
—Venga
vaaaaaaaa... si esto para mí es un paseíto de naaaaaaaaaa.
No sonríe.
Yo sí.
Escucho la
voz de mi padre que me llama. Tengo que salir a pista. Doy un rápido
beso a PETER, me bajo de la caja y suelto su mano
para acercarme hasta mi moto. Mi
padre la acelera y la revoluciona. Yo grito feliz y
llena de emoción, mientras PETER
cada vez arruga más el entrecejo.
Diez minutos
después estoy en pista con otras participantes con la adrenalina
por los aires, saltando y corriendo sin ser
consciente del peligro. El motocross es
una combinación de velocidad y destreza, y ambas
cosas unidas me gustan.
Siempre he
sido una osada alocada, el chico que mi padre nunca tuvo. Derrapo
en curvas cerradas, salto baches con cambios de
rasantes y mi mono se llena de
barro mientras mi adrenalina acelera mis movimientos
y soy consciente de que mi
posición en esa carrera es buena. Termino entre las
cuatro primeras y paso a la
segunda ronda.
PETER está
blanco como el mármol. Lo que acabo de hacer y los porrazos que él ha
visto en otras participantes apenas lo dejan
respirar. Pero no tenemos tiempo de
hablar, he de participar en la siguiente manga y así
sucesivamente hasta que sólo
quedamos seis participantes.
Mi padre,
junto al Lucena y el Bicharrón, gritan como locos mientras hacen los
ajustes de mi moto. BENJAMIN, un experto en
motocross, me da instrucciones sobre
otras participantes y yo lo escucho. Saben que lo
hago bien y saben que puedo
alzarme con algún premio. Pero yo no puedo dejar de
buscar a PETER. ¿Dónde está?
—Morenita
—dice mi padre—. PETER se ha marchado para Jerez.
—¡¿Cómo?!
—preguntó boquiabierta.
—Lo que te
digo, hija. Ha dicho que prefería esperarte en la villa. —Y,
acercándose a mí, murmura—: Ese hombre lo estaba
pasando fatal, hija. Aunque,
ahora que lo pienso, no sé si era por verte dar
saltos en la pista o por la presencia
de BENJAMIN y sus atenciones.
—Papáaaaaaaaaaaaa —le regaño al verlo sonreír.
Pero no
podemos continuar hablando. La nueva manga comienza y tengo que
ponerme en la salida. Mi concentración flaquea, pero
mi mala leche está por todo
lo alto. PETER se ha ido y eso me enfada. Cuando la
carrera da comienzo, salgo
disparada como una flecha. Salto un montículo,
dos... tres, derrapo, acelero y cojo
varios baches seguidos antes de derrapar. Al final
entro la segunda y grito de
felicidad.
Mi padre,
el Lucena y el Bicharrón corren a abrazarme. Estoy totalmente
embarrada, pero he vuelto a conseguir hacerlos
vibrar. Cuando me sueltan, es
BENJAMIN quien me coge entre sus brazos demasiado
efusivo.
—Felicidades, preciosa. ¡Eres la mejor!
—Gracias y
suéltame.
—¿Por qué? ¿Acaso a tu PETER no le gusta
compartir a su mujer?
—Suéltame,
gilipollas, o juro que te machaco aquí mismo —gruño ofendida.
Cinco
minutos después, en el improvisado podio, disfruto feliz al ver a mi padre,
al Lucena y al Bicharrón aplaudir junto a BENJAMIN,
orgullosos de mí. Yo levanto el
trofeo y soy consciente de que me hubiera gustado
que PETER estuviera allí.
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