viernes, 24 de julio de 2015

CAPITULO 26

Martes
Le envío un e-mail a PETER... No contesta.
Mi jefa me satura. Está tremendamente impertinente.
Cualquier día la mando a la mierda y me voy al paro de cabeza.
BENJAMIN me llama. Hablo con él e insiste para que adelante mi viaje a Jerez.
Miércoles
Vuelvo a enviarle otro e-mail a PETER... Tampoco contesta.
Hoy he tenido que salvarle el culo a mi jefa.
Gerardo, el jefe de personal, llegó de improviso y tuve que ingeniármelas para
que no pillara a la calentona de mi jefa y a Miguel en actitud no muy profesional
en el despacho.
Jueves
Me niego a enviarle más correos a PETER. Pero al final no lo puedo remediar y le
envío uno en el que sólo pone «¡Gilipollas!».
Viernes
Mi desesperación es máxima.
Ni una noticia. Ni una llamada. Nada.
No sé absolutamente nada de él. Y eso me hace entender que efectivamente fui
su juguete durante unos días y ahora sólo espero olvidarme yo de él.
Mi jefa es una borde. Hoy me ha montado un numerito delante de varios
compañeros. No la he mandado a hacer puñetas porque hay mucho paro, porque
si no... ésta se iba a enterar de quién es MARIANA ESPOSITO.
Por la tarde, me llama mi amiga Azu y quedo con ella para ir al cine. Vamos a
ver la película Tengo ganas de ti y lloro... lloro como una magdalena. Es preciosa y
triste a la vez. Me siento como Ginebra, una guerrera luchadora e incomprendida,
y enamorada hasta las trancas de un hombre que guarda secretos.
A la salida, mis amigos, que nos esperan, se ríen de mí. Ninguno entiende que
llore por una película y proponen ir a tomar unos pinchos a la plaza Mayor. Saben
que me gustan y eso me alegrará.
Entre pincho y pincho, caen muchas cervezas y por fin consigo sonreír. De allí
nos vamos a tomar unas copas y, a las cuatro de la mañana, ¡por fin vuelvo a ser
yo! Río, me divierto y bailo como una loca, aunque para eso me he bebido los
suministros de ron con Coca-Cola de todo Madrid.
A la mañana siguiente, el zumbido de la puerta me despierta.
Me tapo la cabeza con la almohada, pero el zumbido sigue y sigue... Cabreada,
me levanto y descuelgo el telefonillo.
—¿Quién es?
—Hola, tita. Somos mami y yo.
Lo que me faltaba.
¡Mi hermana!
Les abro la puerta con desgana. Comenzar el día con la negatividad de mi
hermana me desespera, pero no tengo escapatoria. Mi pequeña sobrina se tira a
mis brazos como una bomba nada más verme y mi hermana, al ver mi estado, pasa
sin decir ni mu y rápidamente pone la tele. Busca el canal de los niños y, en cuanto
sale Bob Esponja, la pequeña desaparece de nuestro lado. Menudo enganche tiene
a esos ridículos dibujos.
Entro en la cocina, como un espíritu.
Me preparo un café y mi hermana me sigue. Su gesto es serio y presiento que va
a acribillarme a preguntas. Veo cómo encoge el cuello.
—Lo primero, dame mi copia de las llaves de tu casa ahora mismo.
Con ganas de degollarla, voy hasta el aparador de la entrada, las saco y se las
pongo en la mano en cuanto llego de vuelta a la cocina.
—Lo segundo —prosigue—, eres una mala hermana. Te he llamado cientos de
veces durante estos días y no me has devuelto las llamadas. ¿Y si hubiera pasado
algo grave?
No contesto. Tiene razón. A veces soy una descerebrada y esta vez asumo que lo
he sido.
—Y lo tercero, ¿qué narices te pasa para que tengas esta pinta tan desastrosa?
—CANDE, anoche salí de juerga y me he acostado a las siete de la mañana. Estoy
destrozada.
Mi hermana se prepara otro café y se sienta frente a mí.
—Desde luego, la juerga ha tenido que ser apoteósica. Tu pinta lo dice todo.
—Lo ha sido —murmuro, mientras cojo una aspirina. La necesito.
—¿Fue con el chulazo ese con el que sales?
—No.
Su gesto se descompone y el mío más al pensar en PETER.
A mi hermana, Azu y mis amigos no le gustan. Eso de que lleven piercings en la
ceja y tatuajes le parece algo de delincuentes. Está muy equivocada, pero como ya
se lo he intentado explicar muchas veces, paso de seguir con el mismo rollo. Que
piense lo que le salga del mismísimo mondongo.
—Cuchuuuu... no me digas que la juerga ha sido con esos amigos que tienes
porque me cabreo.
Me encojo de hombros y suelto:
—Cabréate. Así tendrás dos oficios: cabrearte y descabrearte.
—¿Y qué me dices de PETER? Así se llama, ¿verdad?
—Sí.
—¿Sigues con él?
—No.
—Pero ¿por qué?
—¿Y a ti que te importa, CANDE?
—Por Dios, LALI, parecía un tío que se viste por los pies. ¿Cómo lo dejas
escapar?
Ese comentario es de mi padre, pero, no contenta con lo que ha dicho y a pesar
de que la miro con mi gesto de «¡Cállate o te callo yo de un puñetazo!», prosigue:
—Desde luego, Judith, no te entiendo. BENJAMIN, el hijo del Bicharrón bebe los
vientos por ti y tú pasas de él y ahora, para otro hombre interesante, decente y con
pinta de serio que se fija en ti, ¡lo pierdes!
—Joder... ¡¿te quieres callar?!
Mi hermana arruga el cuello. Uy, mal asunto.
—Pues no. No me voy a callar. Llevo sin verte demasiados días y cuando te
llamo no me coges el teléfono. Y hoy vengo a verte y te encuentro hecha una
piltrafa humana por haber salido con tus amigotes. Y encima ya no estás con PETER.
Resoplo. Resoplo y resoplo.
Y, cuando creo que ya no tengo más aire viciado en mi cuerpo que soltar, miro a
la plasta de mi hermana.
—Mira, CANDE, no tengo ganas de hablar sobre PETER, ni sobre mis amigos, ni
sobre BENJAMIN, ni sobre nada. ¡Todo eso me importa una mierda! Llevo una
semana de perros en el trabajo y anoche salí porque necesitaba divertirme y
olvidarme de todas las cosas que me machacan la cabeza. Y ahora tú estás aquí
gritándome como una posesa sin corazón, sin querer darte cuenta de que la cabeza
me estalla... Y como no te calles te juro que soy capaz de hacer cualquier cosa, y no
buena, precisamente.
Mi hermana mueve su café, le da un trago y, tras dejarlo sobre la mesa, se le
arruga la cara, pone gesto de perro pachón y se pone a llorar.
¡Perfecto...! ¡Lo que me faltaba!
Al final, abandono mi silla para acercarme a ella y la abrazo.
—Vale... perdona, CANDE. Perdona por haberte gritado así. Pero ya sabes que no
soporto que te metas en mi vida y...
—Tengo algo que explicarte y no sé cómo hacerlo, cuchufleta.
Aquel cambio en la conversación me desconcierta.
—Vamos a ver, ¿otra vez estamos con que AGUSTIN te engaña?
Mi hermana se seca los ojos. Se levanta. Observa a mi sobrina desde la puerta y,
acercándose de nuevo a mí, murmura:
LALI. Te he llamado mil veces para explicártelo.
Asiento. He visto sus llamadas perdidas pero he pasado de ella. Me siento fatal.
—Yo... yo es que no sé por dónde empezar —cuchichea—. Es todo tan... tan...
Eso me pone la carne de gallina y me comienza a picar el cuello. ¿Será cierto que
el atontado de mi cuñado la engaña? Convencida de que esta vez la cosa es grave,
le tomo las manos.
—Tan ¿qué?
Mi hermana se tapa la cara con las manos y yo me quiero morir de angustia.
Pobrecita. Soy peor que una bruja. La conozco y lo está pasando fatal.
—Es que me da vergüenza.
—Déjate de vergüenzas. Soy tu hermana.
CANDE se pone como un tomate. Se lleva la mano al cuello, baja la voz y
cuchichea:
—AGUSTIN y yo hablamos seriamente la semana pasada cuando vino de su viaje. —
Hago un gesto de comprensión con la cabeza. Eso es un buen comienzo—. Me ha
dicho que no tiene ninguna amante y que me quiere, pero...
—¿Pero?
—Al día siguiente de nuestra conversación, el miércoles de la semana pasada,
cuando Luz se durmió cerró la puerta del salón y... y... puso una peli de esas
guarras.
—¿Una peli porno?
—Sí. ¡Oh, Dios...! ¡Qué cosas vi!
Me río. No puedo remediarlo.
—Venga, CANDE, no me seas antigua. Verías a gente dale que te pego y...
—... Y tríos y orgías y...
—Vaya... veo que AGUSTINSITO te culturizó.
Ambas soltamos una carcajada.
—Reconozco que ver eso me subió la libido a mil y... bueno... —susurra—...
Una cosa llevó a la otra e hicimos el amor en el salón. ¡En el suelo!
—¡Vaya no me digas!
—Como te lo cuento.
Divertida por saber que a mi hermana hacer sexo en el suelo le parece inaudito,
musito:
—Bueno, ¿y qué tal?
Sonríe. Se muere de la vergüenza y murmura sin mirarme:
—¡Oh, LALI...! Fue como cuando éramos novios. Pasión en estado puro.
La agarro de las manos y la incito a mirarme.
—Eso es fantástico. ¿No es lo que querías? ¿Pasión?
—Sí.
—Entonces, ¿qué ocurre? ¿Por qué me miras con esa cara?
—Porque en eso no termina la cosa. El sábado quise sorprenderlo yo. Hablé con
la madre de Alicia y llevé a Luz a dormir a su casa. Preparé una cenita, fui a la
peluquería y... y...
—¿Y?
—¡Ay, Cuchuuu! ¡Que me da vergüenza!
Pongo los ojos en blanco y resoplo.
—Pero vamos a ver, si me vas a decir que viste otra película porno con tu marido
y lo hicisteis contra la puerta, ¿dónde está lo malo?
Mi hermana se pone la mano en el pecho.
—LALI... es que no sólo lo hicimos en el sofá y en el suelo, es que lo hicimos
sobre la lavadora y en el pasillo.
—Vaya con AGUSTINSITO... ¡Menudo machote tienes en casa!
Por fin, mi hermana ríe a carcajadas y se acerca a mí.
—Me compró un conjunto rojo muy sexy y me lo hizo poner.
—Genial, CANDE...
—Y luego... cuando menos me lo esperaba, me hizo otro regalo y...
—¿Y?
CANDE bebe un trago de su café. Saca su abanico, se da aire y añade colorada
como un tomate:
—Me regaló un... un... un... consolador. Vale, ¡ya lo he dicho! Dice que quiere
que juguemos en la cama, que nuestra relación lo necesita y entonces fantaseamos.
Me entra la risa otra vez.
¡No lo puedo remediar!
Mi hermana me mira y, molesta ante mi reacción, murmura:
—No sé qué te hace tanta gracia. Te estoy diciendo que...
—Perdona... perdona, CANDE. —Me pongo seria y bajo la voz, como ella—. Me
parece estupendo que AGUSTIN te regale un consolador y fantaseéis. Si así vuestra vida
sexual se reactiva, ¡genial! Fantasear es bueno... La imaginación está para algo, ¿no
crees?
Ella asiente roja como un tomate.
—¡Ay, LALI...! Me pongo colorada de recordar las cosas que me decía AGUSTIN.
Intento entenderla. Intento imaginarme lo que AGUSTIN le decía y eso me hace
sonreír. Al final, los humanos nos parecemos los unos a los otros más de lo que
pensamos. Me acerco a su oído.
—Vale... no me cuentes lo que AGUSTIN te decía pero ¿qué tal con Don Consolador?
—¡LALI!
—¿Le has puesto nombre?
—¡Cuchuuuu, por Dios!
—Venga, va... ¿te gustó o no?

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