miércoles, 22 de julio de 2015

CAPITULO 18



La reunión se alarga más de lo esperado y no salimos de las oficinas hasta las
ocho y media de la tarde. El rostro de PETER es serio. La tal NATALIE, para mi gusto,
es una tocapelotas, no ha hecho más que poner impedimentos a todo lo que se
hablaba.
  Nos montamos en la limusina, con NATALIE. Durante el trayecto, PETER va
parapetado tras una máscara de hostilidad que no me gusta y me pide varios
papeles. Se los entrego. Él y MARTINA los miran mientras hablan sin parar.
  Cuando llegamos al hotel deseo correr a la habitación y desnudarme como él me
ha pedido. No he podido parar de pensar en ello. PETER y yo. PETER sobre mí. PETER
poseyéndome. Pero mi gozo se va a un pozo cuando le oigo decir:
  —Señorita ESPOSITO, ¿le apetece cenar con NATALIE y conmigo?
  Eso me paraliza. Aquella pregunta, en realidad, debería ser: «NATALIE, ¿le
apetece cenar con la señorita ESPOSITO y conmigo?».
  Siento que la furia se concentra en mi estómago. Ardo por dentro. Aunque, esta
vez, mi ardor nada tiene que ver con el deseo. Percibo la mirada de aquella mujer
sobre mí. En el fondo, le joroba tanto como a mí compartir la compañía de PETER.
  —Muchas gracias por la invitación, señor  LANZANI —respondo, dispuesta a
darle el gusto—, pero tengo otros planes.
  Para no variar, PETER pone cara de sorpresa. Por su mirada, sé que esperaba
cualquier otra contestación menos aquélla. ¡Eso por listillo! Doy las buenas noches
y me marcho. Siento la mirada de PETER en mi espalda pero continúo mi camino.
¡Para chula, yo! Cuando llego al ascensor y las puertas se cierran consigo respirar.
Y cuando entro en mi habitación grito frustrada.
  —¡Imbécil! Eres un imbécil.
   Irascible hasta con el aire que me roza, me dirijo hacia el baño. Miro la bañera
pero finalmente decido darme una ducha. No quiero pensar en PETER, ¡que le den!
Salgo de la ducha. Me seco el pelo y me obligo a ser la tía con carácter que siempre
he sido. Suena el teléfono de la habitación. No lo cojo. Abro rápidamente mi móvil.
Tres llamadas perdidas de mi hermana. ¡Qué pesadilla! Decido llamarla en otro
momento y telefoneo a una amiga de Barcelona. Como es de esperar, se vuelve
loca al saber que estoy en la ciudad y quedo con ella. Apago el móvil. Nadie me va
a chafar mi alegría, y menos PETER.
   Así que ansiosa por salir de allí lo antes posible sin ser vista, me pongo un
vestido corto de estilo ibicenco y unas sandalias de tacón. Hace un calor horroroso
y ese vestido liviano me viene de perlas. Cuando estoy preparada cojo el bolso.
Abro la puerta con cuidado y miro el pasillo. No hay moros en la costa y salgo.
Pero sé que PETER está en la suite de al lado y en vez de esperar el ascensor me
escabullo por la escalera. Bajo cinco tramos y finalmente cojo el ascensor.
   Sonrío por mi proeza y cuando llego a recepción y salgo por las puertas del hotel
Arts, casi doy saltos de alegría. Pero ésta dura poco. De pronto soy consciente de
que he dejado vía libre a esa loba de NATALIE y la mala leche se instala de nuevo en
mí.
   Cojo un taxi y le doy la dirección. Mi amiga Miriam me espera allí. Cuando llego
al lugar, rápidamente la veo. Está guapísima y rápidamente nos fundimos en un
sincero abrazo. Miriam y yo somos amigas de toda la vida. Mi madre era catalana
y, hasta que murió, íbamos todos los veranos a Hospitalet.
   —Dios, nena ¡qué guapa estás! —me grita.
   Tras una enorme tanda de besos, abrazos y piropos, cogidas del brazo nos
encaminamos hacia el puerto. Miriam sabe que me gusta la pizza y vamos a un
restaurante que sabe que me encantará. Para no perder la costumbre, comemos de
todo, regado con litros de Coca-Cola y no paramos de cotorrear durante horas.
Sobre las dos de la madrugada estoy cansada y quiero regresar al hotel. Nos
despedimos y quedamos en llamarnos al día siguiente.
   Feliz por la velada con Miriam regreso al hotel llena de energía. Miriam es tan
positiva y tan vitalista que estar con ella siempre me llena de felicidad.
   Cuando el taxi se detiene en la preciosa entrada del hotel Arts, pago al taxista,
me despido de él y me bajo sin fijarme que una limusina blanca está parada a la
derecha.
   Camino con decisión hacia la puerta cuando oigo una voz detrás de mí:
   —¡LALI!
   Me doy la vuelta y el corazón me da un vuelco. En el interior de la limusina, por
la ventanilla, veo el rostro pétreo de PETER, alias Iceman. Mi estómago se contrae. El
rictus de su boca me hace saber que está enfadado y su mirada me lo ratifica.
Intento que no me importe, pero es imposible. Ese hombre me importa. Con
chulería camino hacia el coche lentamente. Noto que sus ojos me recorren entera,
pero no se mueve. Cuando llego hasta él, me agacho para mirar por la ventanilla
abierta.
   —¿Dónde estabas? —gruñe.
   —Divirtiéndome.
   Un incómodo silencio se cierne entre los dos, hasta que decido claudicar.
   —¿Qué tal tu noche? ¿Lo has pasado bien con NATALIE?
   PETER resopla. Sus ojos me fulminan.
   —Deberías haberme dicho dónde estabas —gruñe de nuevo—. Te he llamado
mil veces y...
   —Señor  LANZANI —lo interrumpo y, con voz de pleitesía, añado
educadamente—: Creo recordar que me dio la opción de decidir si quería o no
cenar con usted y la señorita NATALIE... ¿No lo recuerda?
   No contesta.
   —Simplemente decidí divertirme tanto o más que usted —continúa la arpía que
hay en mí.
   Eso lo encoleriza. Lo veo en sus ojos. Miro su mano y me doy cuenta de que sus
nudillos están blancos por la furia. De repente, abre la puerta de la limusina.
   —Entra —exige.
   Lo pienso unos segundos. Los suficientes como para cabrearlo más. Al final,
decido entrar. En realidad, toda yo lo está deseando. Cierro la puerta. PETER me mira
desafiante y, sin retirar su mirada de mí, toca un botón de la limusina.
   —Arranque.
   Noto que el coche se mueve.
   —Para su información, señorita Flores —añade, con la mandíbula tensa—, la
cena con la señorita NATALIE fue una cena de compromiso y negocios. Y, como
exige el protocolo, usted es la secretaria y a usted era a la que debía invitar a la
cena, no a NATALIE PEREZ.
   Muevo mi cabeza afirmativamente. Tiene razón. Lo sé, pero igualmente me
cabrea. En algunas ocasiones no puedo evitar ser una bocazas, y ésta es una de
ellas. Sin querer dar mi brazo a torcer, respondo:
   —Espero que al menos lo haya pasado bien en su compañía.
   La mirada de PETER me abrasa, mientras él se mantiene a escasos centímetros de
mí, sin acercarse. Su perfume embriaga todos mis sentidos y cientos de maripositas
comienzan a aletear en mi bajo vientre.
   —Le aseguro, me crea o no, que hubiera disfrutado más de su compañía. Y antes
de que siga comportándose como una niña malcriada, exijo saber con quién ha
estado y dónde. Llevo horas esperando su regreso, sentado en esta limusina, y
quiero una explicación.
   Eso me saca de mi mutismo de indiferencia.
   —¿En serio llevas horas esperándome a la puerta del hotel?
   —Sí.
   Mi parte de princesa que aún cree en los cuentos de hadas salta de alegría. ¡Me
ha estado esperando!
   —PETER, qué mono eres —murmuro, con voz dulce—. Lo siento. Yo creía que...
   Noto que sus hombros se relajan.
   —Vaya... —me pregunta, sin variar su duro tono de voz—. ¿Vuelvo a ser PETER,
señorita ESPOSITO?
   Eso me hace sonreír. Él no mueve ni un músculo. ¡Ay, mi Iceman! Y, como ya me
ha tocado la fibra tontorrona, me acerco más a él. Siento que su cara se normaliza.
   —PETER... lo siento.
   —No lo sientas. Procura comportarte como un adulto. No creo pedir tanto.
   Vale. Me acaba de llamar niñata.
   En otras circunstancias, me hubiera bajado del coche y le hubiera dado con la
puerta en las narices, pero no puedo. Su magia ya me ha hechizado. Sigue sin
mirarme, pero yo no desisto.
   —Llevo todo el día pensando en desnudarme para ti. Y cuando me dijiste eso de
la cena con NATALIE yo...
   No me deja terminar la frase. Clava sus ojazos en mí y me interrumpe:
   —Este viaje es fundamentalmente de trabajo. ¿Acaso lo has olvidado?
   La dureza con la que se dirige a mí rompe el encanto del momento y, con ello, mi
tregua. Mi gesto cambia. Mi respiración se acelera y no puedo evitar sacar mi genio
español.
   —Sé muy bien que este viaje es de trabajo. Lo dejamos claro antes de salir de
Madrid. Pero hoy tú has interrumpido una reunión, has echado a todos fuera de la
sala y luego me has quitado el tanga. Tú qué te crees, ¿que yo soy de piedra? ¿O un
juguete más de tus jueguecitos? —Como no responde, prosigo—: Vale, yo he
aceptado este viaje. Yo tengo la culpa de verme en esta situación contigo y...
   —¿Ahora llevas bragas o tanga?
   Lo miro boquiabierta. ¿Se ha vuelto loco? Sorprendida por aquella pregunta,
frunzo el ceño y me separo de él.
   —Bastante te importará a ti lo que llevo. —Pero mi genio revienta dentro de mí y
le grito como una descosida—: ¡Por el amor de Dios! ¿Estamos discutiendo y tú me
preguntas si llevo bragas o tanga?
   —Sí.
   Me niego a contestarle, enfurruñada. Tengo la sensación de que me va a volver
loca.
   —Aún no me has dicho con quién has estado esta noche y dónde.
   Resoplo. Discutir con él me agota.
   Finalmente, me dejo caer en el respaldo del asiento del coche y me rindo.
   —He cenado con mi amiga Miriam en el puerto y llevo bragas. ¿Algo más?
   —¿Solas?
   Por un instante tengo la intención de mentir y explicarle que he cenado con el
equipo de rugby de la ciudad, pero no tengo ganas de malas interpretaciones.
   —Pues sí. Solas. Cuando Miriam y yo nos juntamos, nos gusta hablar, hablar y
hablar.
   Mi contestación parece contentarlo y veo que el rictus de su boca se suaviza. Me
mira. Lo siento moverse en el asiento y acercarse a mí, como si quisiera besarme.
   —Dame tus bragas —me dice.
   —Pero bueno, ¿por qué te tengo que dar mis bragas? —protesto.
 PETER sonríe y me besa. ¡Por fin una tregua! Después de besarme se separa de mí.
   —Porque la última vez que estuve contigo no las llevabas y no te he dado
permiso para que te las pongas.
   —Vaya. Entonces, ¿me estás diciendo que debería haber salido por Barcelona sin
bragas? —Veo que mi broma no le hace gracia, y murmuro, quitándomelas con
rapidez—: Toma las puñeteras bragas.
   Las coge con sus manos y se las mete en el bolsillo del pantalón de lino que lleva.
Está guapísimo con ese pantalón ancho y la camiseta azulona. Me mira mis
piernas. Las toca y su mirada sube hacia mis pechos.
   —Veo que no llevas sujetador.
   —No. Con este vestido no me hace falta.
   Asiente. Me toca los pechos por encima del vestido.
   —Siéntate frente a mí.
   Sin rechistar me cambio de asiento y quedo frente a él. Alarga la mano y toca mis
piernas.
   —Me encanta tu suavidad.
   Mi corto vestido me llega hasta los muslos y él lo sube unos centímetros más.
Luego me hace abrir las rodillas.
   —Excelente y tentador.
   Noto que comienzo a respirar más fuerte. Voy a cerrar las piernas pero él no me
deja.
   —Mantenlas abiertas para mí.
   Siento que se avecina sexo y me desconcierta no saber cuándo, ni cómo. Pero
toda yo comienzo a excitarme. Lo deseo.
   El coche se detiene. PETER me baja el vestido y, dos segundos después, la puerta se
abre. Estamos ante un local de copas cuyo letrero reza «Chaining».
   PETER me da la mano para bajar de la limusina y el aire se enreda entre mis
piernas. Me estremezco. Mi vestido es muy corto y sin bragas me siento casi
desnuda. PETER me pone una mano en la espalda y el portero del local abre la puerta.
PETER le dice algo y éste nos deja pasar.
   Una vez en el interior, la música y el murmullo de la gente nos envuelve. Noto la
mano de PETER sobre mi trasero y eso vuelve a excitarme. Me guía hasta la barra y
allí pedimos algo de beber. El camarero le pone a él un whisky solo y a mí un ron
con Coca-Cola. Le doy un enorme trago. Estoy sedienta. Miro a mi alrededor,
movida por la curiosidad, y veo cómo la gente habla y ríe animada, cuando siento
que se acerca a mi oído.
   —Tu mal comportamiento de esta noche conlleva un castigo.
   Lo miro, sorprendida.
   —Señor  LANZANI, me gustas mucho pero como se te ocurra tocarme un pelo
de una forma que yo considere ofensiva, te aseguro que lo pagarás.
   Con su superioridad de siempre sonríe. Da un trago a su copa, se acerca hasta mi
cara y murmura poniéndome la carne de gallina:
   —Pequeña, mis castigos nada tienen que ver con lo que estás suponiendo.
Recuérdalo.
   Sin dejar de mirarnos bebemos de nuestras copas y mi sed, unida a mis nervios,
me lleva a acabar rápidamente con mi bebida. PETER, al ver aquello me coge la
cabeza y me besa con posesión. Me enloquece y cuando abandona mi boca
murmura:
   —Sígueme.
   Lo sigo, encantada, mientras él abre camino y no permite que nadie me roce. Su
protección me encanta. Es excitante. Segundos después entramos en otra sala. Ésta
está menos concurrida. La música no está tan alta y la gente parece más tranquila.
De nuevo, nos acercamos a la barra. Esta vez nos colocamos en una esquina y él
vuelve a pedir las mismas bebidas de antes. El camarero las prepara y las deja
enfrente de nosotros, y junto a ellas deposita una especie de cubitera con agua y
unas servilletas de lino. PETER coge un taburete alto y me invita a sentarme.
Encantada, lo hago. Mis zapatos ya comienzan a atormentar mis pies.
   Al sentarme, cruzo mis piernas.
   Me da pánico que vean que no llevo bragas. PETER me abraza. Coloca sus manos
sobre mi cintura y yo se las pongo alrededor del cuello. Momento romántico. Esta
vez soy yo quien acerca mi boca a la de él, saco mi lengua. Le chupo el labio
superior pero, cuando voy a hacer lo mismo en su labio inferior, sube su mano de
mi cintura a mi nuca y me besa de nuevo con posesión. Mete su lengua en mi boca
y la asalta con auténtica pasión, lo que hace que vuelva a sentirme como si fuera de
plastilina entre sus brazos.
   —Abre tus piernas para mí, LALI
   Lo miro unos segundos y, después, lanzo una mirada a mi alrededor.
   Calibro que la oscuridad del lugar y la posición al final de la barra no dejarán ver
que no llevo bragas, aunque abra mis piernas. Sonrío. Descruzo mis piernas y, sin
dejar de mirarlo, hago lo que me pide y apoyo los tacones en la barra del taburete.
   PETER posa sus manos en mis rodillas y noto cómo las sube muy... muy
lentamente. Acerca su boca a la mía y, sobre mis labios, siento que me dice «Me
encantas». Cierro los ojos y sus manos se deslizan por la cara interna de mis
muslos. Me muevo inquieta. Quiero más. Estoy nerviosa por hacer aquello en un
sitio con gente, pero me excita. Él se da cuenta y pega su boca a mi oreja.
  —Tranquila, pequeña. Estamos en un club de intercambio de sexo y aquí todo el
mundo ha venido a lo mismo.
  Eso me asusta.
  ¿Un club de intercambio de sexo?
  Me paralizo.
  Horror, pavor y estupor. PETER gira mi taburete y me hace mirar a la gente que hay
a nuestro alrededor. De pronto soy consciente de que, en la barra, varios hombres
de distintas edades nos miran. Nos observan.
  —Todos ellos están deseando meter la mano bajo tu corto vestidito —susurra
PETER en mi oído—. Sus gestos me demuestran que se mueren por chuparte los
pezones, desnudarte y, si yo les dejo, penetrarte hasta que te corras. ¿No ves su
cara? Están excitados y desean atrapar tu clítoris entre sus dientes para hacerte
chillar de placer.
  Mi pulso se acelera.
  ¡Estoy cardíaca!
  Nunca he hecho nada parecido, pero me excita. Me excita mucho. Mi respiración
se entrecorta. Imaginar lo que PETER me está narrando me hace tener calor. Mucho
calor. Intento dar la vuelta al taburete, pero PETER lo mantiene quieto.
  —Dijiste que querías que te contara todo lo que me gusta, pequeña, y lo que me
gusta es esto. El morbo. Estamos en un club privado de sexo donde la gente folla y
se deja llevar por sus apetencias. Aquí la gente se desinhibe de todo y solamente
piensa en el placer y en jugar.
  Siento que el cuello me pica... ¡Los ronchones!
  Pero PETER se da cuenta, me sujeta las manos y me sopla.
  —En lugares como éste —continúa—, la gente ofrece su cuerpo y su placer a
cambio de nada. Hay parejas que hacen intercambio, otras que buscan un tercero
para hacer un trío y otras que, simplemente, se unen a una orgía. En este local hay
varios ambientes y ahora estamos en la antesala del juego. Aquí uno decide si
quiere jugar o no y, sobre todo, elige con quién.
PETER gira el taburete. Me mira a la cara y añade sin cambiar su gesto:
  —LALI, estoy como loco por jugar. Me explota la entrepierna y me muero por
follarte. Somos una pareja y podemos traspasar la puerta del fondo del club.
  Mi boca está seca. Pastosa. Cojo la copa y le doy un buen trago.
  —Tú ya has estado aquí, ¿verdad?
  —Sí, en este local y en otros parecidos. Ya sabes que me gusta el sexo, el morbo y
las mujeres.
  Muevo mi cabeza en un gesto afirmativo. Nos quedamos en silencio unos breves
segundos.
  —¿Qué hay tras esa puerta?
  —Una sala oscura donde la gente toca y es tocada sin saber por quién. Después
hay una pequeña sala con sillones separada por cortinajes negros para quienes no
quieren llegar hasta las camas, dos jacuzzis, varias habitaciones privadas para que
folles con quien quieras sin ser visto y una habitación grande con varias camas a la
vista de todos junto al segundo jacuzzi, donde todo el que quiera se puede unir a la
orgía.
  Siento que las piernas me tiemblan. ¿Dónde me ha metido este loco?
  Me alegro de estar sentada o me caería al suelo. PETER se da cuenta de mi estado y
me aprieta contra él.
  —Pequeña... nunca haré nada que tú no apruebes antes. Pero quiero que sepas
que tu juego es mi juego. Tu placer es el mío y tú y yo somos los únicos dueños de
nuestros cuerpos.
  —Qué poético —consigo decir.
  PETER bebe de su copa con tranquilidad mientras siento que mi corazón bombea
exageradamente. Todo aquello es un mundo extraño para mí, pero me doy cuenta
de que no me asusta, sino que me atrae.
  —Escucha, LALI. Entre nosotros, cuando estemos en lugares como éste o
acompañados de gente entre cuatro paredes habrá dos condiciones. La primera,
nuestros besos son sólo para nosotros, ¿te parece bien?
  —Sí.
  Eso me alegra. Odio que bese a otra y luego me bese a mí.
  —Y la segunda es el respeto. Si algo te incomoda o me incomoda debemos
decirlo. Si no quieres que alguien te toque, te penetre o te chupe, debes decírmelo y
yo rápidamente lo pararé y viceversa, ¿de acuerdo?
  —Vale —y en un hilo de voz murmuro—: PETER.. yo... yo no estoy preparada
para nada de lo que has dicho.
  Veo que sonríe y me hace un gesto comprensivo con la cabeza.
  Después mete su mano entre mis piernas, la pasa por mi mojada vagina y
musita:
   —Estás preparada, deseosa y húmeda. Pero tranquila, sólo haremos lo que tú
quieras. Como si sólo quieres mirar. Eso sí, cuando lleguemos al hotel te follaré
porque estoy a punto de explotar.
   El calor que siento en mi rostro y en mi cuerpo es terrible.
   ¡Voy a estallar!
   PETER está muy caliente y siento cómo sigue paseando su mano entre mis muslos y
pone la palma de su mano en mi vagina.
   —Estás empapada... jugosa... receptiva. ¿Te excita estar aquí?
   Negarlo es una tontería y asiento:
   —Sí. Pero lo que más me excita son las cosas que dices.
   —Mmmmm... ¿te excita lo que digo?
   —Mucho.
   —Eso significa que estás dispuesta a acceder a todos mis juegos y caprichos y eso
me gusta. Me enloquece.
   Noto que su mano presiona mi vagina.
   Inconscientemente suelto un gemido.
   Con su otra mano libre, PETER coge la mía y la pone sobre su erección. Toco por
encima del pantalón y toda yo me derrito. Está duro. Increíblemente duro. Me
besa. Me succiona los labios.
   —Voy a dar la vuelta al taburete para mostrarte a esos hombres —dice, a escasos
centímetros de mi cara, cuando se separa de mí—. No cierres los muslos y no te
bajes el vestido.
   Me abraso. Me quemo. Me acaloro.
   Y, cuando PETER hace lo que dice y quedo abierta de piernas ante ellos, una
explosión salvaje toma mi interior y respiro agitadamente.
   Tres hombres me observan. Me comen con sus ojos. Sus miradas suben de mis
muslos a mi vagina y noto su excitación. Desean poseerme y en cierto modo lo
hacen con la mirada. Anhelan tocarme. De pronto, contra todo pronóstico, me
siento explosiva y perversa y mis pezones se ponen duros como piedras mientras
continúo con las piernas separadas enseñándoles mi intimidad.
   PETER, desde detrás, pega su mejilla a la mía y noto que sonríe.
   Comienza a pasar sus manos por mis muslos y me los abre más. Me expone más
a ellos. Pasa su dedo por mi hendidura, mete un dedo delante de ellos y después lo
saca y lo lleva a mi boca. Lo chupo y, como una vampiresa del cine porno, me
relamo mientras observo las miradas perversas de los tres hombres. En ese
instante, PETER gira rápidamente el taburete y me mira a los ojos.
   —¿Te gusta la sensación de ser mirada?
   Asiento. Él asiente también.
   —¿Te gustaría que uno o varios de esos tipos y yo nos metiéramos en un
reservado contigo y te desnudáramos? —Me acelero y PETER continúa—: Te abriría
las piernas y te ofrecería a ellos. Te chuparán y tocarán mientras yo te sujeto y...
   Mi vagina se contrae y vuelvo a asentir.
   Cierro los ojos. Sólo de escuchar sus palabras ya me encuentro al borde del
orgasmo. Quiero hacer todo lo que dice. Quiero jugar con él a lo que desee. Estoy
tan caliente que me siento dispuesta a hacer cualquier cosa que quiera que haga,
porque, una vez más, PETER puede con mi voluntad.
   Me besa mientras siento la mirada de esos tres tipos en mi espalda. PETER se recrea
en ello. Me introduce un dedo en la vagina. Luego dos y comienza a moverlos en
mi interior. Abro más las piernas y me muevo a sabiendas de que ellos observan lo
que hago. Quiero más. Ardo. Me inflamo y, cuando estoy a punto del orgasmo,
PETER se detiene.
   —Mi castigo por tu comportamiento de hoy será que no harás nada de lo
propuesto. Nadie te tocará. Yo no te follaré y ahora mismo nos vamos a ir al hotel.
Mañana, si te portas bien, quizá te levante el castigo.
   Abrasada por el momento, apenas puedo dejar de jadear, mientras la
indignación comienza a crecer en mí.
   ¿Por qué me hace eso?
   ¿Por qué me lleva a esos límites para luego dejarme así?
   ¿Por qué es tan cruel?
   PETER me baja el vestido, coge una de las toallitas de hilo que están en la barra y se
seca las manos. Iceman ha vuelto. Me invita a bajar del taburete y me arrastra hacia
el exterior del local.
   La limusina llega inmediatamente y nos montamos. Hacemos todo el trayecto
hasta el hotel sin hablar. PETER no me mira. Sólo mira por la ventanilla y veo que su
mandíbula está tensa. Acalorada y enfadada por lo ocurrido, no sé qué pensar. No
sé qué decir. He estado a punto de hacer algo que nunca había pasado por mi
mente y ahora me siento defraudada por no haberlo hecho.
  Cuando llegamos al hotel, PETER me acompaña hasta mi suite. Quiero invitarlo a
entrar. Quiero que me haga lo que lleva diciéndome toda la noche. Lo necesito.
Pero no se acerca a mí. En cuanto entro en la habitación, sin traspasar el límite de la
puerta, él me mira y dice antes de cerrar:
  —Buenas noches, LALI. Que duermas bien.
  Cierra la puerta. Se va y yo me quedo como una imbécil, excitada, frustrada y
enfadada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario