La reunión se alarga más de lo esperado y no salimos
de las oficinas hasta las
ocho y media de la tarde. El rostro de PETER es
serio. La tal NATALIE, para mi gusto,
es una tocapelotas, no ha hecho más que poner
impedimentos a todo lo que se
hablaba.
Nos montamos
en la limusina, con NATALIE. Durante el trayecto, PETER va
parapetado tras una máscara de hostilidad que no me
gusta y me pide varios
papeles. Se los entrego. Él y MARTINA los miran
mientras hablan sin parar.
Cuando
llegamos al hotel deseo correr a la habitación y desnudarme como él me
ha pedido. No he podido parar de pensar en ello.
PETER y yo. PETER sobre mí. PETER
poseyéndome. Pero mi gozo se va a un pozo cuando le
oigo decir:
—Señorita
ESPOSITO, ¿le apetece cenar con NATALIE y conmigo?
Eso me
paraliza. Aquella pregunta, en realidad, debería ser: «NATALIE, ¿le
apetece cenar con la señorita ESPOSITO y conmigo?».
Siento que
la furia se concentra en mi estómago. Ardo por dentro. Aunque, esta
vez, mi ardor nada tiene que ver con el deseo.
Percibo la mirada de aquella mujer
sobre mí. En el fondo, le joroba tanto como a mí
compartir la compañía de PETER.
—Muchas
gracias por la invitación, señor LANZANI
—respondo, dispuesta a
darle el gusto—, pero tengo otros planes.
Para no
variar, PETER pone cara de sorpresa. Por su mirada, sé que esperaba
cualquier otra contestación menos aquélla. ¡Eso por
listillo! Doy las buenas noches
y me marcho. Siento la mirada de PETER en mi espalda
pero continúo mi camino.
¡Para chula, yo! Cuando llego al ascensor y las
puertas se cierran consigo respirar.
Y cuando entro en mi habitación grito frustrada.
—¡Imbécil!
Eres un imbécil.
Irascible
hasta con el aire que me roza, me dirijo hacia el baño. Miro la bañera
pero finalmente decido darme una ducha. No quiero
pensar en PETER, ¡que le den!
Salgo de la ducha. Me seco el pelo y me obligo a ser
la tía con carácter que siempre
he sido. Suena el teléfono de la habitación. No lo
cojo. Abro rápidamente mi móvil.
Tres llamadas perdidas de mi hermana. ¡Qué
pesadilla! Decido llamarla en otro
momento y telefoneo a una amiga de Barcelona. Como
es de esperar, se vuelve
loca al saber que estoy en la ciudad y quedo con
ella. Apago el móvil. Nadie me va
a chafar mi alegría, y menos PETER.
Así que
ansiosa por salir de allí lo antes posible sin ser vista, me pongo un
vestido corto de estilo ibicenco y unas sandalias de
tacón. Hace un calor horroroso
y ese vestido liviano me viene de perlas. Cuando
estoy preparada cojo el bolso.
Abro la puerta con cuidado y miro el pasillo. No hay
moros en la costa y salgo.
Pero sé que PETER está en la suite de al lado y en
vez de esperar el ascensor me
escabullo por la escalera. Bajo cinco tramos y
finalmente cojo el ascensor.
Sonrío por
mi proeza y cuando llego a recepción y salgo por las puertas del hotel
Arts, casi doy saltos de alegría. Pero ésta dura
poco. De pronto soy consciente de
que he dejado vía libre a esa loba de NATALIE y la
mala leche se instala de nuevo en
mí.
Cojo un
taxi y le doy la dirección. Mi amiga Miriam me espera allí. Cuando llego
al lugar, rápidamente la veo. Está guapísima y
rápidamente nos fundimos en un
sincero abrazo. Miriam y yo somos amigas de toda la
vida. Mi madre era catalana
y, hasta que murió, íbamos todos los veranos a
Hospitalet.
—Dios, nena
¡qué guapa estás! —me grita.
Tras una
enorme tanda de besos, abrazos y piropos, cogidas del brazo nos
encaminamos hacia el puerto. Miriam sabe que me
gusta la pizza y vamos a un
restaurante que sabe que me encantará. Para no
perder la costumbre, comemos de
todo, regado con litros de Coca-Cola y no paramos de
cotorrear durante horas.
Sobre las dos de la madrugada estoy cansada y quiero
regresar al hotel. Nos
despedimos y quedamos en llamarnos al día siguiente.
Feliz por
la velada con Miriam regreso al hotel llena de energía. Miriam es tan
positiva y tan vitalista que estar con ella siempre
me llena de felicidad.
Cuando el
taxi se detiene en la preciosa entrada del hotel Arts, pago al taxista,
me despido de él y me bajo sin fijarme que una
limusina blanca está parada a la
derecha.
Camino con
decisión hacia la puerta cuando oigo una voz detrás de mí:
—¡LALI!
Me doy la
vuelta y el corazón me da un vuelco. En el interior de la limusina, por
la ventanilla, veo el rostro pétreo de PETER, alias
Iceman. Mi estómago se contrae. El
rictus de su boca me hace saber que está enfadado y
su mirada me lo ratifica.
Intento que no me importe, pero es imposible. Ese
hombre me importa. Con
chulería camino hacia el coche lentamente. Noto que
sus ojos me recorren entera,
pero no se mueve. Cuando llego hasta él, me agacho
para mirar por la ventanilla
abierta.
—¿Dónde
estabas? —gruñe.
—Divirtiéndome.
Un incómodo
silencio se cierne entre los dos, hasta que decido claudicar.
—¿Qué tal
tu noche? ¿Lo has pasado bien con NATALIE?
PETER
resopla. Sus ojos me fulminan.
—Deberías
haberme dicho dónde estabas —gruñe de nuevo—. Te he llamado
mil veces y...
—Señor LANZANI —lo interrumpo y, con voz de
pleitesía, añado
educadamente—: Creo recordar que me dio la opción de
decidir si quería o no
cenar con usted y la señorita NATALIE... ¿No lo
recuerda?
No
contesta.
—Simplemente decidí divertirme tanto o más que usted —continúa la arpía
que
hay en mí.
Eso lo
encoleriza. Lo veo en sus ojos. Miro su mano y me doy cuenta de que sus
nudillos están blancos por la furia. De repente,
abre la puerta de la limusina.
—Entra
—exige.
Lo pienso
unos segundos. Los suficientes como para cabrearlo más. Al final,
decido entrar. En realidad, toda yo lo está
deseando. Cierro la puerta. PETER me mira
desafiante y, sin retirar su mirada de mí, toca un
botón de la limusina.
—Arranque.
Noto que el
coche se mueve.
—Para su
información, señorita Flores —añade, con la mandíbula tensa—, la
cena con la señorita NATALIE fue una cena de
compromiso y negocios. Y, como
exige el protocolo, usted es la secretaria y a usted
era a la que debía invitar a la
cena, no a NATALIE PEREZ.
Muevo mi
cabeza afirmativamente. Tiene razón. Lo sé, pero igualmente me
cabrea. En algunas ocasiones no puedo evitar ser una
bocazas, y ésta es una de
ellas. Sin querer dar mi brazo a torcer, respondo:
—Espero que
al menos lo haya pasado bien en su compañía.
La mirada
de PETER me abrasa, mientras él se mantiene a escasos centímetros de
mí, sin acercarse. Su perfume embriaga todos mis
sentidos y cientos de maripositas
comienzan a aletear en mi bajo vientre.
—Le
aseguro, me crea o no, que hubiera disfrutado más de su compañía. Y antes
de que siga comportándose como una niña malcriada,
exijo saber con quién ha
estado y dónde. Llevo horas esperando su regreso,
sentado en esta limusina, y
quiero una explicación.
Eso me saca
de mi mutismo de indiferencia.
—¿En serio
llevas horas esperándome a la puerta del hotel?
—Sí.
Mi parte de
princesa que aún cree en los cuentos de hadas salta de alegría. ¡Me
ha estado esperando!
—PETER, qué
mono eres —murmuro, con voz dulce—. Lo siento. Yo creía que...
Noto que
sus hombros se relajan.
—Vaya...
—me pregunta, sin variar su duro tono de voz—. ¿Vuelvo a ser PETER,
señorita ESPOSITO?
Eso me hace
sonreír. Él no mueve ni un músculo. ¡Ay, mi Iceman! Y, como ya me
ha tocado la fibra tontorrona, me acerco más a él.
Siento que su cara se normaliza.
—PETER...
lo siento.
—No lo
sientas. Procura comportarte como un adulto. No creo pedir tanto.
Vale. Me acaba
de llamar niñata.
En otras
circunstancias, me hubiera bajado del coche y le hubiera dado con la
puerta en las narices, pero no puedo. Su magia ya me
ha hechizado. Sigue sin
mirarme, pero yo no desisto.
—Llevo todo
el día pensando en desnudarme para ti. Y cuando me dijiste eso de
la cena con NATALIE yo...
No me deja
terminar la frase. Clava sus ojazos en mí y me interrumpe:
—Este viaje
es fundamentalmente de trabajo. ¿Acaso lo has olvidado?
La dureza
con la que se dirige a mí rompe el encanto del momento y, con ello, mi
tregua. Mi gesto cambia. Mi respiración se acelera y
no puedo evitar sacar mi genio
español.
—Sé muy
bien que este viaje es de trabajo. Lo dejamos claro antes de salir de
Madrid. Pero hoy tú has interrumpido una reunión,
has echado a todos fuera de la
sala y luego me has quitado el tanga. Tú qué te
crees, ¿que yo soy de piedra? ¿O un
juguete más de tus jueguecitos? —Como no responde,
prosigo—: Vale, yo he
aceptado este viaje. Yo tengo la culpa de verme en
esta situación contigo y...
—¿Ahora
llevas bragas o tanga?
Lo miro
boquiabierta. ¿Se ha vuelto loco? Sorprendida por aquella pregunta,
frunzo el ceño y me separo de él.
—Bastante
te importará a ti lo que llevo. —Pero mi genio revienta dentro de mí y
le grito como una descosida—: ¡Por el amor de Dios!
¿Estamos discutiendo y tú me
preguntas si llevo bragas o tanga?
—Sí.
Me niego a
contestarle, enfurruñada. Tengo la sensación de que me va a volver
loca.
—Aún no me
has dicho con quién has estado esta noche y dónde.
Resoplo.
Discutir con él me agota.
Finalmente,
me dejo caer en el respaldo del asiento del coche y me rindo.
—He cenado
con mi amiga Miriam en el puerto y llevo bragas. ¿Algo más?
—¿Solas?
Por un
instante tengo la intención de mentir y explicarle que he cenado con el
equipo de rugby de la ciudad, pero no tengo ganas de
malas interpretaciones.
—Pues sí.
Solas. Cuando Miriam y yo nos juntamos, nos gusta hablar, hablar y
hablar.
Mi
contestación parece contentarlo y veo que el rictus de su boca se suaviza. Me
mira. Lo siento moverse en el asiento y acercarse a
mí, como si quisiera besarme.
—Dame tus
bragas —me dice.
—Pero
bueno, ¿por qué te tengo que dar mis bragas? —protesto.
PETER sonríe
y me besa. ¡Por fin una tregua! Después de besarme se separa de mí.
—Porque la
última vez que estuve contigo no las llevabas y no te he dado
permiso para que te las pongas.
—Vaya.
Entonces, ¿me estás diciendo que debería haber salido por Barcelona sin
bragas? —Veo que mi broma no le hace gracia, y
murmuro, quitándomelas con
rapidez—: Toma las puñeteras bragas.
Las coge
con sus manos y se las mete en el bolsillo del pantalón de lino que lleva.
Está guapísimo con ese pantalón ancho y la camiseta
azulona. Me mira mis
piernas. Las toca y su mirada sube hacia mis pechos.
—Veo que no
llevas sujetador.
—No. Con
este vestido no me hace falta.
Asiente. Me
toca los pechos por encima del vestido.
—Siéntate
frente a mí.
Sin
rechistar me cambio de asiento y quedo frente a él. Alarga la mano y toca mis
piernas.
—Me encanta
tu suavidad.
Mi corto
vestido me llega hasta los muslos y él lo sube unos centímetros más.
Luego me hace abrir las rodillas.
—Excelente
y tentador.
Noto que
comienzo a respirar más fuerte. Voy a cerrar las piernas pero él no me
deja.
—Mantenlas
abiertas para mí.
Siento que
se avecina sexo y me desconcierta no saber cuándo, ni cómo. Pero
toda yo comienzo a excitarme. Lo deseo.
El coche se
detiene. PETER me baja el vestido y, dos segundos después, la puerta se
abre. Estamos ante un local de copas cuyo letrero
reza «Chaining».
PETER me da
la mano para bajar de la limusina y el aire se enreda entre mis
piernas. Me estremezco. Mi vestido es muy corto y
sin bragas me siento casi
desnuda. PETER me pone una mano en la espalda y el
portero del local abre la puerta.
PETER le dice algo y éste nos deja pasar.
Una vez en
el interior, la música y el murmullo de la gente nos envuelve. Noto la
mano de PETER sobre mi trasero y eso vuelve a
excitarme. Me guía hasta la barra y
allí pedimos algo de beber. El camarero le pone a él
un whisky solo y a mí un ron
con Coca-Cola. Le doy un enorme trago. Estoy
sedienta. Miro a mi alrededor,
movida por la curiosidad, y veo cómo la gente habla
y ríe animada, cuando siento
que se acerca a mi oído.
—Tu mal
comportamiento de esta noche conlleva un castigo.
Lo miro,
sorprendida.
—Señor LANZANI, me gustas mucho pero como se te
ocurra tocarme un pelo
de una forma que yo considere ofensiva, te aseguro
que lo pagarás.
Con su
superioridad de siempre sonríe. Da un trago a su copa, se acerca hasta mi
cara y murmura poniéndome la carne de gallina:
—Pequeña,
mis castigos nada tienen que ver con lo que estás suponiendo.
Recuérdalo.
Sin dejar
de mirarnos bebemos de nuestras copas y mi sed, unida a mis nervios,
me lleva a acabar rápidamente con mi bebida. PETER,
al ver aquello me coge la
cabeza y me besa con posesión. Me enloquece y cuando
abandona mi boca
murmura:
—Sígueme.
Lo sigo,
encantada, mientras él abre camino y no permite que nadie me roce. Su
protección me encanta. Es excitante. Segundos
después entramos en otra sala. Ésta
está menos concurrida. La música no está tan alta y
la gente parece más tranquila.
De nuevo, nos acercamos a la barra. Esta vez nos
colocamos en una esquina y él
vuelve a pedir las mismas bebidas de antes. El
camarero las prepara y las deja
enfrente de nosotros, y junto a ellas deposita una
especie de cubitera con agua y
unas servilletas de lino. PETER coge un taburete
alto y me invita a sentarme.
Encantada, lo hago. Mis zapatos ya comienzan a
atormentar mis pies.
Al
sentarme, cruzo mis piernas.
Me da
pánico que vean que no llevo bragas. PETER me abraza. Coloca sus manos
sobre mi cintura y yo se las pongo alrededor del
cuello. Momento romántico. Esta
vez soy yo quien acerca mi boca a la de él, saco mi
lengua. Le chupo el labio
superior pero, cuando voy a hacer lo mismo en su
labio inferior, sube su mano de
mi cintura a mi nuca y me besa de nuevo con
posesión. Mete su lengua en mi boca
y la asalta con auténtica pasión, lo que hace que
vuelva a sentirme como si fuera de
plastilina entre sus brazos.
—Abre tus
piernas para mí, LALI
Lo miro
unos segundos y, después, lanzo una mirada a mi alrededor.
Calibro que
la oscuridad del lugar y la posición al final de la barra no dejarán ver
que no llevo bragas, aunque abra mis piernas.
Sonrío. Descruzo mis piernas y, sin
dejar de mirarlo, hago lo que me pide y apoyo los
tacones en la barra del taburete.
PETER posa
sus manos en mis rodillas y noto cómo las sube muy... muy
lentamente. Acerca su boca a la mía y, sobre mis
labios, siento que me dice «Me
encantas». Cierro los ojos y sus manos se deslizan
por la cara interna de mis
muslos. Me muevo inquieta. Quiero más. Estoy
nerviosa por hacer aquello en un
sitio con gente, pero me excita. Él se da cuenta y
pega su boca a mi oreja.
—Tranquila,
pequeña. Estamos en un club de intercambio de sexo y aquí todo el
mundo ha venido a lo mismo.
Eso me
asusta.
¿Un club de
intercambio de sexo?
Me paralizo.
Horror,
pavor y estupor. PETER gira mi taburete y me hace mirar a la gente que hay
a nuestro alrededor. De pronto soy consciente de
que, en la barra, varios hombres
de distintas edades nos miran. Nos observan.
—Todos ellos
están deseando meter la mano bajo tu corto vestidito —susurra
PETER en mi oído—. Sus gestos me demuestran que se
mueren por chuparte los
pezones, desnudarte y, si yo les dejo, penetrarte
hasta que te corras. ¿No ves su
cara? Están excitados y desean atrapar tu clítoris
entre sus dientes para hacerte
chillar de placer.
Mi pulso se
acelera.
¡Estoy
cardíaca!
Nunca he
hecho nada parecido, pero me excita. Me excita mucho. Mi respiración
se entrecorta. Imaginar lo que PETER me está
narrando me hace tener calor. Mucho
calor. Intento dar la vuelta al taburete, pero PETER
lo mantiene quieto.
—Dijiste que
querías que te contara todo lo que me gusta, pequeña, y lo que me
gusta es esto. El morbo. Estamos en un club privado
de sexo donde la gente folla y
se deja llevar por sus apetencias. Aquí la gente se
desinhibe de todo y solamente
piensa en el placer y en jugar.
Siento que
el cuello me pica... ¡Los ronchones!
Pero PETER
se da cuenta, me sujeta las manos y me sopla.
—En lugares
como éste —continúa—, la gente ofrece su cuerpo y su placer a
cambio de nada. Hay parejas que hacen intercambio,
otras que buscan un tercero
para hacer un trío y otras que, simplemente, se unen
a una orgía. En este local hay
varios ambientes y ahora estamos en la antesala del
juego. Aquí uno decide si
quiere jugar o no y, sobre todo, elige con quién.
PETER gira el taburete. Me mira a la cara y añade
sin cambiar su gesto:
—LALI, estoy
como loco por jugar. Me explota la entrepierna y me muero por
follarte. Somos una pareja y podemos traspasar la
puerta del fondo del club.
Mi boca está
seca. Pastosa. Cojo la copa y le doy un buen trago.
—Tú ya has
estado aquí, ¿verdad?
—Sí, en este
local y en otros parecidos. Ya sabes que me gusta el sexo, el morbo y
las mujeres.
Muevo mi
cabeza en un gesto afirmativo. Nos quedamos en silencio unos breves
segundos.
—¿Qué hay
tras esa puerta?
—Una sala
oscura donde la gente toca y es tocada sin saber por quién. Después
hay una pequeña sala con sillones separada por
cortinajes negros para quienes no
quieren llegar hasta las camas, dos jacuzzis, varias
habitaciones privadas para que
folles con quien quieras sin ser visto y una
habitación grande con varias camas a la
vista de todos junto al segundo jacuzzi, donde todo
el que quiera se puede unir a la
orgía.
Siento que
las piernas me tiemblan. ¿Dónde me ha metido este loco?
Me alegro de
estar sentada o me caería al suelo. PETER se da cuenta de mi estado y
me aprieta contra él.
—Pequeña...
nunca haré nada que tú no apruebes antes. Pero quiero que sepas
que tu juego es mi juego. Tu placer es el mío y tú y
yo somos los únicos dueños de
nuestros cuerpos.
—Qué poético
—consigo decir.
PETER bebe
de su copa con tranquilidad mientras siento que mi corazón bombea
exageradamente. Todo aquello es un mundo extraño
para mí, pero me doy cuenta
de que no me asusta, sino que me atrae.
—Escucha,
LALI. Entre nosotros, cuando estemos en lugares como éste o
acompañados de gente entre cuatro paredes habrá dos
condiciones. La primera,
nuestros besos son sólo para nosotros, ¿te parece
bien?
—Sí.
Eso me
alegra. Odio que bese a otra y luego me bese a mí.
—Y la
segunda es el respeto. Si algo te incomoda o me incomoda debemos
decirlo. Si no quieres que alguien te toque, te
penetre o te chupe, debes decírmelo y
yo rápidamente lo pararé y viceversa, ¿de acuerdo?
—Vale —y en
un hilo de voz murmuro—: PETER.. yo... yo no estoy preparada
para nada de lo que has dicho.
Veo que
sonríe y me hace un gesto comprensivo con la cabeza.
Después mete
su mano entre mis piernas, la pasa por mi mojada vagina y
musita:
—Estás
preparada, deseosa y húmeda. Pero tranquila, sólo haremos lo que tú
quieras. Como si sólo quieres mirar. Eso sí, cuando
lleguemos al hotel te follaré
porque estoy a punto de explotar.
El calor
que siento en mi rostro y en mi cuerpo es terrible.
¡Voy a
estallar!
PETER está
muy caliente y siento cómo sigue paseando su mano entre mis muslos y
pone la palma de su mano en mi vagina.
—Estás
empapada... jugosa... receptiva. ¿Te excita estar aquí?
Negarlo es
una tontería y asiento:
—Sí. Pero
lo que más me excita son las cosas que dices.
—Mmmmm...
¿te excita lo que digo?
—Mucho.
—Eso
significa que estás dispuesta a acceder a todos mis juegos y caprichos y eso
me gusta. Me enloquece.
Noto que su
mano presiona mi vagina.
Inconscientemente suelto un gemido.
Con su otra
mano libre, PETER coge la mía y la pone sobre su erección. Toco por
encima del pantalón y toda yo me derrito. Está duro.
Increíblemente duro. Me
besa. Me succiona los labios.
—Voy a dar
la vuelta al taburete para mostrarte a esos hombres —dice, a escasos
centímetros de mi cara, cuando se separa de mí—. No
cierres los muslos y no te
bajes el vestido.
Me abraso.
Me quemo. Me acaloro.
Y, cuando
PETER hace lo que dice y quedo abierta de piernas ante ellos, una
explosión salvaje toma mi interior y respiro
agitadamente.
Tres
hombres me observan. Me comen con sus ojos. Sus miradas suben de mis
muslos a mi vagina y noto su excitación. Desean
poseerme y en cierto modo lo
hacen con la mirada. Anhelan tocarme. De pronto,
contra todo pronóstico, me
siento explosiva y perversa y mis pezones se ponen
duros como piedras mientras
continúo con las piernas separadas enseñándoles mi
intimidad.
PETER,
desde detrás, pega su mejilla a la mía y noto que sonríe.
Comienza a
pasar sus manos por mis muslos y me los abre más. Me expone más
a ellos. Pasa su dedo por mi hendidura, mete un dedo
delante de ellos y después lo
saca y lo lleva a mi boca. Lo chupo y, como una
vampiresa del cine porno, me
relamo mientras observo las miradas perversas de los
tres hombres. En ese
instante, PETER gira rápidamente el taburete y me
mira a los ojos.
—¿Te gusta
la sensación de ser mirada?
Asiento. Él
asiente también.
—¿Te
gustaría que uno o varios de esos tipos y yo nos metiéramos en un
reservado contigo y te desnudáramos? —Me acelero y
PETER continúa—: Te abriría
las piernas y te ofrecería a ellos. Te chuparán y
tocarán mientras yo te sujeto y...
Mi vagina
se contrae y vuelvo a asentir.
Cierro los
ojos. Sólo de escuchar sus palabras ya me encuentro al borde del
orgasmo. Quiero hacer todo lo que dice. Quiero jugar
con él a lo que desee. Estoy
tan caliente que me siento dispuesta a hacer
cualquier cosa que quiera que haga,
porque, una vez más, PETER puede con mi voluntad.
Me besa
mientras siento la mirada de esos tres tipos en mi espalda. PETER se recrea
en ello. Me introduce un dedo en la vagina. Luego
dos y comienza a moverlos en
mi interior. Abro más las piernas y me muevo a sabiendas
de que ellos observan lo
que hago. Quiero más. Ardo. Me inflamo y, cuando
estoy a punto del orgasmo,
PETER se detiene.
—Mi castigo
por tu comportamiento de hoy será que no harás nada de lo
propuesto. Nadie te tocará. Yo no te follaré y ahora
mismo nos vamos a ir al hotel.
Mañana, si te portas bien, quizá te levante el
castigo.
Abrasada
por el momento, apenas puedo dejar de jadear, mientras la
indignación comienza a crecer en mí.
¿Por qué me
hace eso?
¿Por qué me
lleva a esos límites para luego dejarme así?
¿Por qué es
tan cruel?
PETER me
baja el vestido, coge una de las toallitas de hilo que están en la barra y se
seca las manos. Iceman ha vuelto. Me invita a bajar
del taburete y me arrastra hacia
el exterior del local.
La limusina
llega inmediatamente y nos montamos. Hacemos todo el trayecto
hasta el hotel sin hablar. PETER no me mira. Sólo
mira por la ventanilla y veo que su
mandíbula está tensa. Acalorada y enfadada por lo
ocurrido, no sé qué pensar. No
sé qué decir. He estado a punto de hacer algo que
nunca había pasado por mi
mente y ahora me siento defraudada por no haberlo
hecho.
Cuando
llegamos al hotel, PETER me acompaña hasta mi suite. Quiero invitarlo a
entrar. Quiero que me haga lo que lleva diciéndome
toda la noche. Lo necesito.
Pero no se acerca a mí. En cuanto entro en la
habitación, sin traspasar el límite de la
puerta, él me mira y dice antes de cerrar:
—Buenas
noches, LALI. Que duermas bien.
Cierra la
puerta. Se va y yo me quedo como una imbécil, excitada, frustrada y
enfadada.
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