Dos días
después, BENJAMIN no ha vuelto a aparecer aunque sí me manda
mensajes al móvil para preguntarme cómo estoy y para
invitarme a comer o cenar.
Rechazo sus invitaciones. No quiero verlo. Saber que
ha curioseado en mi vida y
en la de PETER me pone furiosa. ¿Qué les pasa a los
hombres?
Cuando
despierto el quinto día, sonrío. Mi habitación sigue como siempre. Papá
se encarga de que nada cambie y, cuando escucho sus
nudillos tocar en mi puerta y
veo su cara, sonrío.
—Buenos
días, morenita.
Ese tono
dulzón y andaluz que emplea cuando me habla me encanta. Me siento
en la cama y lo saludo:
—Buenos
días, papá.
Como
siempre, papá me lleva el desayuno a la cama y se trae el suyo. Es nuestro
momentito del día, en que nos explicamos nuestras
cosas. Algo que a los dos nos
entusiasma.
—¿Qué vas a
hacer hoy?
Doy un trago
al riquísimo café antes de contestar:
—He quedado
con Rocío. Quiero ir a conocer a su sobrino.
Mi padre
asiente y da un mordisco a su tostada.
—Es una
preciosidad de niño. Le han puesto Pepe, como a su abuelo Pepelu. Ya
verás qué hermoso que es. Por cierto, BENJAMIN ha
llamado. Quería hablar contigo
y ha dicho que volvería a llamar más tarde.
Eso no me
gusta, pero intento no cambiar mi gesto. No quiero que mi padre
saque conclusiones erróneas. Sin embargo, él no
tiene un pelo de tonto.
—¿Has
discutido con BENJAMIN?
—No.
—Entonces,
¿por qué no viene a buscarte a casa como siempre?
Sus ojos me
taladran. Sé que espera la verdad.
—Mira, papá.
Seamos sinceros, que ya somos mayorcitos: BENJAMIN quiere de mí
algo que yo no quiero de él. Y aunque es un
excelente amigo, entre nosotros nunca
habrá nada más porque yo actualmente pienso en otra
persona. Lo entiendes,
¿verdad?.
Mi padre
contesta que sí. Da otro mordisco a su tostada y lo traga antes de
cambiar de tema.
—¿Sabes
cuándo viene tu hermana?
—No me dijo
nada, papá.
—Es que la
llamo y últimamente siempre tiene prisa. Pero la noto contenta,
¿sabes por qué? —Eso me hace sonreír. Si mi padre
supiera...
—Lo dicho,
papá, ¡ni idea de lo que va a hacer! Pero seguro que vienen los tres a
pasar unos días contigo. Ya sabes que Luz... si no
ve a su yayo le da algo.
Mi padre
sonríe y suspira.
—¡Ay, mi
Luz...! Qué ganitas tengo de ver a ese pequeño trastillo. —Luego me
mira y añade—: En cuanto a lo de BENJAMIN, a partir
de este momento me doy un
puntito en la boca, pero, hija, ¿no seguirás con el
muchacho ese con el que te vi la
última vez que estuve en Madrid?
Me río a
carcajadas.
—Mira,
cariño mío —continúa, antes de que yo pueda replicarle—, sé que en la
capital todos sois muy modernos. Pero, ¡ojú!, lo
poco que me gustó ese tipo cuando
vi que llevaba un pendiente en la ceja y otro en la
nariz.
—Tranquilo,
papá... no es ese quien ocupa mis pensamientos.
—Me alegra
saberlo, morenita. Ése tenía cara de saber más que los ratones
coloraos.
Aquel
comentario me hace soltar una carcajada y mi padre me acompaña con
otra. Durante un buen rato demoramos el desayuno
hasta que mira el reloj.
—Me tengo
que ir al taller.
—Vale, papá,
¡te veo por la tarde!
—Pásate
luego por el circuito. Estaré allí.
—¿Por el
circuito? ¿Para qué?
Veo la risa
en su mirada y, sin desvelarme nada, se levanta de la cama.
—Tú pásate
sobre las cinco. Tengo una sorpresita para ti.
Mi padre y
sus secretitos. Aunque rápidamente sé a lo que se refiere. Acepto la
invitación mientras él se marcha y yo continúo
poniéndome morada de tostadas.
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