domingo, 26 de julio de 2015

CAPITULO 38

  A las ocho de la tarde, EUGE y yo decidimos arreglarnos. Ellos también. Nos
vestimos por separado para sorprendernos y eso me gusta. Quiero sorprender a
PETER. EUGE se ofrece a maquillarme, algo que yo no hago muy a menudo, así que la
dejo. Ella es esteticista. Me aplica una base oscura en los párpados y mil potingues
más en el rostro. Y cuando me miro en el espejo mi cara de sorpresa es increíble.
¿Esa tía con esos ojazos soy yo?
  EUGE se ríe y me anima a que nos continuemos vistiendo. Ella se ha comprado
un vestido rojo, escotado y lleno de flecos, y yo uno plateado de lentejuelas y
suelto hasta la cadera. Ambos llegan por la rodilla y son sexies y sugerentes. A los
vestidos los acompañan unos increíbles zapatos de tacón, collares larguísimos,
plumas en el pelo y, finalmente, unos guantes que sobrepasan el codo. En cuanto
acabamos, nos miramos en el espejo y EUGE dice divertida:
  —¡Oh... parecemos una verdaderas flappers!
  —¿Flappers? ¿Qué es eso?
  —LALI, en los años veinte la imagen de la mujer cambió radicalmente y se
volvió más loca... más atrevida. Las flappers, o las chicas del charlestón, eran las
mujeres que se vestían de manera diferente, jovial y alocada. Justo como nosotras,
vamos. Listas para volver locas a los hombres.
  Eso me hace reír. EUGE es graciosa y tiene un sentido del humor maravilloso.
Una vez nos vestimos cogemos las dos boquillas de medio metro que hemos
comprado y salimos al salón donde ellos nos esperan.
  Antes de entrar, veo a EUGE y me deja sin habla. Lleva un traje blanco, una camisa
negra y un gorro de la época, a lo Al Capone. Está sexy y guapísimo. NICO va
igual, pero su traje es gris y su camisa roja. Cuando siento los ojos de PETER sobre los
míos sonrío. Veo que le gusta mi disfraz y, acercándose a mí, me coge de la mano y
me hace dar una vuelta ante él.
   —Estás despampanante.
   —¿Te gusto?
   —Me encantas, tanto que creo que no te voy a dejar salir de casa.
   Eso me hace reír. Me alejo de él mientras muevo las caderas para que el vestido
se mueva.
   —¡Soy una flapper! —Por su cara puedo ver que no sabe de lo que hablo y
aclaro—: Una chica loca del charlestón.
   Eric sonríe, viene hacia mí, me coge por la cintura y mientras seguimos a EUGE y
Andrés hacia su coche, me murmura en el oído:
   —Muy bien, flapper... vayamos a pasarlo bien.
   A las nueve y media entramos en una preciosa mansión decorada al más puro
estilo años veinte. Encantada, miro a mi alrededor y me sorprendo al ver al fondo
de un enorme salón a un grupo tocando. Los músicos van de blanco, como en las
famosas películas de gánsteres que veía cuando era pequeña.
   PETER me presenta a los anfitriones y éstos, encantados, alaban mi disfraz. Yo
sonrío, feliz. EUGE y NICO los saludan también. Tras pasar al salón veo que la
gente habla animada y que todos conocen a EUGE y lo saludan. Mientras me
presenta a los asistentes, estoy asombrada. Saber que es una fiesta donde todos
buscan sexo me sorprende. Allí hay gente de todas las edades. Jóvenes y maduros.
   Acabadas las presentaciones, escucho la música durante un rato junto a PETER.
EUGE, una experta en esos años, es la que me indica si suena un boogie-woogie, un
charlestón o un foxtrot. Yo en todo eso estoy pez. Soy más de rock and roll. Y,
cuando llevamos varias copas, me entero de que EUGE es quien ha ayudado a
Maggie, la dueña de la casa, a organizar la fiesta. Según pasa la noche soy
consciente de cómo los hombres se acercan a nosotros y me devoran con la mirada.
Sé lo que piensan, pero estoy tranquila. Nadie, absolutamente nadie, dice nada que
me pueda incomodar. Todos son muy educados.
   Tras varias bebidas, voy al baño junto a EUGE. Nuestras vejigas van a explotar.
Al llegar hay dos aseos libres y rápidamente entramos en ellos. Mientras estoy allí,
la puerta del lavabo se abre y entran otras mujeres. Oigo el cotorreo de muchas de
aquellas mujeres que no conozco pero, al escuchar el nombre de PETER, presto
atención.
   —Qué alegría volver a ver a PETER, ¿verdad?
   —Oh sí... estoy encantada de que esté de nuevo aquí. Está guapísimo.
  —¿Cuánto tiempo hace que no venía a una de nuestras fiestas?
  —Dos años.
  —Realmente se le ve muy bien. Tan atractivo y sexy como siempre.
  —Sí... parece estar recuperado tras lo ocurrido. Pobrecillo.
  ¿Recuperado? ¿Qué le ha pasado a PETER?
  Convencida de que quiero saber más, pongo la oreja pero, entonces, oigo la voz
de EUGE:
  —Chicas, ¡estáis guapísimas! ¿Dónde habéis comprado esos trajes?
  En seguida cambian de conversación y se centran en hablar de las compras.
Salgo del baño y me uno a ellas. EUGE me presenta a las mujeres y todas son
encantadoras conmigo. Cuando salgo del baño, una de ellas, Marisa de la Rosa,
camina a mi lado y me pregunta:
  —Has venido con PETER, ¿verdad?
  —Sí.
  —¿De dónde eres?
  —De Madrid.
  —¡Oh, me encanta la capital! Mi marido y yo somos de Huelva, aunque viajamos
mucho a Madrid. Tenemos un pisito allí, en plena calle Princesa.
  Saber eso me sorprende.
  —Pues yo vivo en Serrano Jover.
  —En esa calle hay un gimnasio, ¿verdad?
  —¿El Holiday Gim? —La mujer hace un gesto afirmativo—. A ese gimnasio voy
yo.
  Marisa sonríe y murmura:
  —El mundo es un pañuelo, chica. Mi piso está cerca y a ese gimnasio es al que
vamos Mario y yo cuando estamos en Madrid.
  Ambas sonreímos por la coincidencia.
  —Pues entonces seguro que nos vemos por allí.
  —Segurísimo.
  Charlamos sobre mil cosas más, mientras observo a PETER hablar con una mujer y
un hombre al fondo de la sala. Parece divertido. Su gesto está relajado y veo que
sonríe. Marisa es simpática, salta de un tema a otro, y pronto me presenta a varias
mujeres más. Cuando de nuevo nos quedamos solas coge dos copas de champán
de una mesa y se me acerca.
  —¿Te gustaría pasar un agradable rato conmigo en la sala de al lado?
  Me pongo colorada, azul y verde. La mujer, al verlo, sonríe.
  —Si lo piensas mejor, avísame, ¿de acuerdo?
  Cuando se aleja, me guiña el ojo y yo camino hacia PETER. Él, al verme llegar, me
da un beso en los labios y continúa hablando con la pareja que lo acompaña.
  Hay un buffet libre y los comensales comenzamos a degustar los ricos manjares.
Siento las miradas de los hombres sobre mí y también las de muchas de las
mujeres, aunque, cuando veo cómo muchas de ellas miran a PETER, me molesta. Mi
instinto de posesión se alerta y, al final, PETER, consciente de lo que me pasa, me
tranquiliza y me recuerda dónde estamos. Pero las mujeres que se acercan a
nosotros se lo comen con la mirada y la gata que hay en mí vuelve a resurgir.
PETER me mira divertido y, tras disculparnos, me coge del brazo y me aleja hacia
una ventana. Una vez solos me besa en la boca.
  —Tus ronchones en el cuello te delatan. ¿Qué ocurre?
  —Nada.
  Inconscientemente me voy a rascar pero PETER me sujeta la mano y me sopla el
cuello.
  —No, morenita... no. Si te rascas lo empeorarás.
  Eso me hace sonreír. Recuerdo lo que acabo de escuchar en el baño y decido
preguntarle, pero se me adelanta.
  —Escucha, cielo. Esta gente y yo nos conocemos desde hace años. Tranquilízate.
  Miro hacia las mujeres y siento que nos observan. A PETER le suena el móvil y al
mirarlo leo: «PAU».
  Ya son varias veces las que he leído ese nombre en el móvil, así que pregunto:
  —¿Quién es PAU?
  Eric se guarda el móvil y me mira.
  —Alguien de mi pasado. Nada importante.
  Doy un trago a mi copa, deseo seguir preguntando sobre esa mujer pero, al final,
cambio de tema.
  —Cuando estaba en el baño oí a algunas hablar sobre ti.
   —Ah, sí... Espero que cosas buenas y excitantes —murmura divertido.
   Su gesto de pícaro me hace abrir los ojos.
   —Gilipollas.
   Mi contestación lo divierte y, mientras me acaricia la espalda, susurra:
   —Nena... son mujeres que conozco desde hace tiempo.
   —Decían algo sobre que pareces estar recuperado.
   Se tensa. Detiene su jugueteo en mi espalda.
   —Los cotilleos de los baños de mujeres no me interesan.
   —Ni a mí, listillo —insisto—. Pero al oír eso, pensé que...
   Eric me corta y me hace un gesto que denota incomodidad.
   —Ya te he dicho que no me interesa hablar sobre lo que se comente en el baño de
mujeres.
   Su fría contestación me deja sin palabras. Ha cortado toda probabilidad de
seguir hablando del tema, como siempre que surge algo suyo personal. Al final,
deseosa de que la comunicación vuelva a ser fluida entre nosotros, me acerco.
   —Me molesta cómo te miran algunas mujeres.
   Eric sonríe. Da un trago a su copa y se vuelve hacia mí.
   —¿Te has fijado cómo te miran a ti los hombres? —Asiento—. La diferencia entre
ellas y ellos es que ellas están deseando que yo las desnude y ellos están deseando
desnudarte a ti. Ellas quieren que yo les dé placer y ellos quieren dártelo a ti. ¿No
crees que yo puedo estar más molesto?
   Sus palabras hacen que me sonroje. Lo miro y entonces se acerca más a mí.
   —Recuerda, LALI, tu placer es mi placer y, hoy por hoy, mi único placer eres tú.
Sólo deseo desnudarte y...
   —Calla...
   Sorprendido, frunce el ceño.
   —¿Qué ocurre?
   —Me excitas con lo que dices, PETER.
   La risotada que suelta hace que yo me relaje. Me besa. Me atrae hacia él.
   —Es lo que quiero, morenita. Que te excites.
   Dicho esto, el grupo comienza a tocar una sugerente canción y PETER me agarra
por la cintura y me invita a bailar. Mientras bailamos, nos miramos. Sin necesidad
de hablar, sólo con la mirada me dice cuánto me desea. Eso me agita y noto cómo
mi interior comienza a revolotear. Después me toma de la mano y caminamos por
un amplio pasillo de la casa. Una puerta se abre y de ella sale un hombre que nos
saluda al vernos:
   —Hombre, PETER, ¡qué alegría verte!
   Se dan las manos y PETER dice:
   —Lo mismo digo, amigo. No sabía que estuvieras por aquí.
   El hombre moreno sonríe y, tras pasar su mirada por mi cuerpo, murmura:
   —Estoy de vacaciones en Cádiz, además, ya sabes que no me pierdo ninguna
fiesta de Maggie y Alfred... ¡Son apoteósicas!
   Ambos sonríen y entonces PETER se vuelve hacia mí.
   —LALI, te presento a PABLO, un buen amigo. PABLO, ella es LALI, mi chica.
   ¡Vaya! Ha dicho que soy su chica.
   Sonrío y le doy dos besos al recién llegado, pero, al separarme de él, éste dice:
   —Encantado, LALI. Mmmm... tienes una piel muy suave.
   Bajo la cabeza, como una tonta, y entonces oigo a PETER decir:
   —Toda ella es suave y exquisita.
   Me contraigo mientras siento que los dos hombres se miran. ¿Me está
ofreciendo? Instantes después, PABLO abre la puerta que acaba de cerrar.
   —¿Entramos?
   PETER me agarra y asiente.
   Entramos en la espaciosa habitación, sólo iluminada con una luz roja. PABLO
cierra la puerta y veo que no estamos solos. Hay tres parejas liadas sobre una de
las tantas camas que se encuentran en aquella habitación y me pongo nerviosa. Sé
a qué hemos ido allí y me inquieta. PABLO se acerca a una pequeña barra y comienza
a servir tres copas de champán. PETER me mira y susurra, poniéndome la carne de
gallina:
   —¿Qué te parece PABLO para jugar? Sé que lo prefieres a una mujer.
   Lo miro. El mencionado es moreno y atractivo. Alguien en quien sin duda me
hubiera fijado si lo hubiera conocido en otro momento. PETER espera una
contestación.
   —Bien.
   —¿Te parece bien que te ofrezca a él?
   Mi estómago se contrae pero, excitada, contesto afirmativamente.
   —Sí.
   —Perfecto. —PETER sonríe y veo cómo le brillan los ojos.
   Dos segundos después, PABLO se acerca y nos entrega unas copas.
   Charlan en alemán e intentan integrarme en la conversación. Se nota que se
conocen y la complicidad que hay entre ellos. Pero yo estoy muy nerviosa y más
aún cuando PABLO se acerca para besarme en los labios. PETER se lo impide.
   —Su boca y sus besos son sólo míos.
   El corazón se me encoge al escucharlo y notar la posesión en su voz. PABLO
asiente. No le ha molestado lo que PETER ha dicho.
   —¿Qué tal si nos sentamos? Estaremos más cómodos.
   PETER me coge de un brazo y me sienta en un sillón. Doy un trago a mi bebida y se
colocan uno a cada lado. Estoy nerviosa. Me siento como un bombón bajo la atenta
mirada de dos depredadores. Oigo jadeos. Cerca de nosotros, otras personas
juegan. Sus gemidos retumban en la habitación y no puedo apartar mi vista de
ellos. Lo que hacen me inquieta, me activa y más cuando PETER acerca su boca a mi
oído y me chupa el lóbulo.
   —¿Excitada?
   Le digo que sí y PABLO pone una de sus manos en mi rodilla. Comienza a subirla
por la pierna.
   —PETER tiene razón, eres muy suave.
   PETER mueve la cabeza. En ese momento la puerta se abre. Entran dos mujeres y
un hombre y, tras mirarnos, se ponen al otro lado del salón. Sin preámbulos, una
de las mujeres se sienta en uno de los sofás del fondo, se sube el vestido y la otra
mujer, ante la mirada del hombre, pone su boca en su sexo.
   —Vaya... la fiesta se calienta —sonríe PABLO.
   PETER me mira y me pide con voz neutra.
   —LALI  quítate las bragas.
   Al escuchar aquello estoy tan excitado por todo lo que ocurre a mi alrededor que
no lo dudo. Me levanto y, en dos movimientos, hago lo que me dice. Luego vuelvo
a sentarme entre ellos. PETER  me quita las bragas de la mano y se las guarda en el
bolsillo de su americana.
   —Abre las piernas, nena —ordena.
   Lo hago. PABLO comienza a tocarme. Posa su mano de nuevo en mi rodilla, pero
esta vez su recorrido es lento y progresivo. Se adentra en la cara interna de mis
muslos y, cuando sus dedos rozan mi vagina, murmura:
   —Me encanta tu humedad. Eso me indica que lo vamos a pasar muy bien,
preciosa.
   Dicho esto, siento que mete un dedo en mí y después dos. Me recuesto más sobre
el sofá y suelto un gemido. PETER acerca su boca a la mía y me besa mientras es otro
quien saquea con sus manos mi cuerpo.
   —Así, cariño... Quiero que disfrutes para mí.
   PABLO continúa con su invasivo juego y pronto noto que toda mi vagina chorrea.
Sentir su saqueo y los besos de PETER me está volviendo loca.
   —¿Te gusta, pequeña?
   —Sí.
   —¿Quieres más?
   —Sí.
   PABLO nos escucha y pregunta:
   —¿Qué más quieres, preciosa?
   —LALI... —añade PETER—. Dile a PABLO lo que quieres.
   Estoy colorada como un tomate y ardo. Menos mal que la luz roja no lo deja ver.
Mi boca está seca y PETER se da cuenta de que no puedo hablar.
   —Si no lo dices, cariño... no haremos nada.
   —Quiero... quiero que me hagáis lo que queráis.
   —Mmmm... ¿dispuesta a todo? —murmura PABLO—. ¿Qué tal una doble
penetración?
   —No. De momento sólo tomaremos su vagina —aclara PETER, y PABLO acepta.
   Excitada y abierta de piernas para ellos, jadeo cuando PETER se incorpora.
   —Levanta y date la vuelta, LALI.
   Lo hago e instantes después noto que me desabrocha la cremallera de mi vestido
de lentejuelas y éste cae a mis pies. Estoy totalmente desnuda ante PABLO y mi
pecho sube y baja con inquietud. Eric me besa el cuello.
   —Ofrécele tus pechos.
   Instintivamente me acerco a él y PABLO los toca y los chupa. Primero uno y
después el otro. PETER, que está detrás de mí, me empuja con delicadeza y caigo
literalmente sobre la cara de PABLO que me los agarra, los junta y se mete los dos
pezones en la boca, mientras PETER me masajea las nalgas y me da un azotito. Luego
pasa su mano por mi mojada hendidura y mete un dedo en mi interior.
   El calor toma mi cuerpo y comienzo a arder. Esos dos me tocan a su antojo y me
gusta. Cuando creo que voy a explotar, siento que PETER deja de tocarme y se pone
detrás del sillón.
   —LALI... súbete al sillón.
   Obediente, hago lo que me pide.
   —Ahora quiero que le ofrezcas lo más íntimo de ti a PABLO y dejes que te saboree.
   Dicho y hecho. PABLO recuesta su cabeza sobre el sofá y yo, con una pierna a cada
lado de sus hombros, me agacho para que él me coja con posesión de los muslos y
me atraiga hacia él. Mi vagina queda totalmente sobre su boca y él comienza a
jugar con ella y con mi clítoris. Su boca se desliza de un lado a otro mientras noto
cómo me mueve sobre ella y yo gimo de puro placer.
PETER, que está frente a mí, me observa. En su mirada veo el brillo de la lujuria y
eso me altera más. Disfruta con lo que ve y su respiración se vuelve inconstante.
Finalmente, se acerca al sofá, me coge de la cabeza y me besa mientras PABLO
prosigue su saqueo particular a mi vagina. Mete un dedo en ella y, mientras su
lengua juega con mi clítoris, éste entra y sale rápidamente de mí. El calor crece y
crece en mi interior, mientras me siento un juguete delicioso entre las manos de
aquellos hombres. Pero me gusta lo que me hacen. Me gusta ser su juguete y más
cuando PETER murmura en mi boca:
   —Eres mi placer... dame más pequeña.
   Suelto un chillido devastador y me corro sobre la boca de PABLO.
   Mi vagina palpita. Succiona el dedo que PABLO tiene en mi interior, y oigo que él
me dice:.
   —Así, preciosa. Chilla y córrete para nosotros.
   En ese momento, se acerca una mujer y nos mira. La reconozco. ¡Marisa de la
Rosa! Durante unos minutos se limita a mirarnos mientras yo sigo moviendo mi
sexo sobre la boca de PABLO y éste, con un dedo en su interior, me hace jadear una y
otra vez. La mujer, avivada por lo que hago, se tumba en un diván cercano y
comienza su propio juego.
   Instantes después, PETER le indica a PABLO que pare y coge mi vestido. Me hace
bajar del sillón y los tres caminamos hacia una puerta que hay en el fondo del
salón. Siento el martilleo de mi corazón mientras camino desnuda entre los dos y
mi vagina palpita por lo sucedido. En mi camino observo a otras personas gritar de
placer por sus juegos. En cuanto traspasamos la puerta, PETER se detiene.
   Estoy congestionada. Creo que voy a explotar. PETER abre una puerta y entramos
en una pequeña habitación donde hay una cama y un sillón. Cada vez estoy más
excitada. PETER deja mi vestido en la cama y se sienta en el sillón. Me llama, me da la
vuelta y me sienta sobre él. Me abre las piernas, me las flexiona y me ofrece. PABLO,
sin hablar, se arrodilla, se mete entre mis piernas y vuelve al ataque, mientras PETER
musita en mi oído:
   —Así, LALI... En la intimidad quiero que estés a mi disposición siempre. Soy tu
dueño y tú, mi dueña. Sólo yo te puedo ofrecer. Sólo yo puedo abrir tus piernas a
los demás. Sólo yo...
   —Sí... sólo tú. Juega conmigo —murmuro.
   Me doy cuenta de que mi voz y mis palabras lo avivan, al mismo tiempo que a
mí me estimulan. Lo que estoy diciendo es una auténtica locura, pero es lo que
deseo. Quiero que él me ofrezca. Quiero sucumbir a lo que me pida. Lo quiero
todo.
   —Me vuelves loco, cariño, y escuchar tus gemidos y cómo te dejas llevar por mí
es lo mejor que puedo imaginar. Estamos aquí. Estás desnuda entre mis brazos y
otro hombre juega contigo. ¡Oh... Dios... ¡Me gusta sentirte mía en todos los
sentidos. Quiero que disfrutes. Quiero que explores y explorarte. Quiero follarte y
que te follen. Quiero tanto de ti, cariño, que me das miedo.
   Eso me hace jadear y retorcerme. Tengo calor. Mucho calor. La situación me
puede. Estoy sobre PETER. Él me abre las piernas. Me ofrece a otro hombre. Siento la
dureza de su sexo contra mi trasero mientras que un hombre del que sólo sé que se
llama PABLO barre mi sexo con su lengua de atrás hacia adelante.
   El orgasmo está a punto de llegarme.
   —¿Deseas más? —me dice PETER.
   —Sí... oh sí...
   PETER, al escucharme, se mueve y se levanta. Yo me levanto también y PABLO hace
lo mismo. PETER me coge de la mano y me sienta sobre la cama. Lo oigo hablar algo
con PABLO  y entonces dice:
   —Voy a cumplir tu fantasía, cariño.
   Esos dos adonis de inquietantes y jóvenes cuerpos quedan completamente
desnudos delante de mí y miro sus potentes erecciones. PETER se queda a un lado y
PABLO se acerca a mí.
   —Túmbate en la cama y ábrete de piernas, preciosa.
   Miro a PETER, él asiente y lo hago. Desnuda y con los pezones duros me tumbo en
el centro de la cama y observo que en el techo hay espejos.
   Como un dios nórdico, PETER se sube a la cama y acerca su boca a la mía.
   —Pídeme lo que quieras.
   Estoy confundida y sobreexcitada. Él me besa y yo me estremezco cuando sus
manos vuelan por mis pezones. PABLO nos observa y eso me estimula más. Entonces
recuerdo algo que a PETER le gusta.
   —Quiero que PABLO me folle mientras tú me ofreces, me besas y miras. Sé que te
gustará hacerlo. Y, cuando él se corra, quiero que me folles tú como sabes que me
gusta.
   A medida que lo voy diciendo, veo que a PETER se le ilumina la cara. Los ojos le
chispean. He entrado totalmente en su juego y él lo sabe. Me da un último y lascivo
beso antes de levantarse de la cama. Después mira a PABLO y dice:
   —Fóllatela.
   —Será un placer, amigo —murmura PABLO, mientras sonríe.
   En su rostro se ve el deseo y su pene hinchado refleja las ganas que tiene por
hacerlo. Se sube a la cama y se pone a horcajadas sobre mí. Siento su pene erecto
descansar sobre mi barriga y, cuando se agacha, me estira los brazos y se mete uno
de mis pechos en la boca, jadeo mientras miro a PETER. Durante varios minutos,
siento cómo PABLO chupa y succiona mis pezones y manosea mi trasero bajo la
atenta mirada de mi dueño. Me estruja las cachas del culo con sus manos y me
gusta. Después, baja hacia mis piernas y, sin miramientos, me las agarra y se las
pone sobre los hombros hasta dejar mi sexo frente a él.
   Con los ojos muy abiertos, miro los cristales que hay en el techo y me estimulo
más. Estoy desnuda en una habitación con dos hombres y abierta de piernas para
un desconocido que me va a follar. Y lo mejor, PETER está a mi lado, observando. Me
anima a disfrutar de la experiencia y yo la quiero disfrutar. Durante varios
segundos, PABLO no hace nada hasta que lo oigo decir, mientras siento que
introduce sus dedos en mí:
   —Estás empapada y tu coño me está volviendo loco.
   De pronto vuelvo a sentir su boca invadiéndome y PETER vuelve a colocarse a mi
lado.
  —Así, pequeña... —me dice PETER—. Es lo que querías, ¿verdad?
  —Sí.
  —Vamos, cariño, ábrete bien para que pueda disfrutar de ti y córrete para que te
saboree bien. Después, yo te follaré como llevo horas deseando hacerlo.
  Aquel lenguaje tan soez me habría provocado rechazo en otras ocasiones.
Incluso me habría molestado, pero de pronto y en una situación como aquélla me
gusta. Me estimula. Me altera.
  PABLO me agarra las nalgas para meterme totalmente en su boca. Le gusta, me
saborea, disfruta y yo jadeo. Gimo y me retuerzo. Con la lengua barre mi sexo una
y otra vez, una y otra vez y entonces PETER me agarra las manos sobre mi cabeza y
no puedo evitar mirar su duro y ardiente sexo. PABLO, sin darme tregua, llega hasta
mi hinchadísimo clítoris. Está enorme, muy avivado. Siento que lo engancha con
sus dientes y tira de él. Grito. Me retuerzo. Quiero más.
  Miro a PETER y vuelvo a observar su pene. Él sonríe al intuir mis intenciones y,
cuando un jadeo sale de mi boca, se agacha y lo pone entre mis labios. Quiero
metérmelo en la boca. Lo chupo, pero lo retira rápidamente.
  —No, pequeña —me dice, agachándose—. Si te dejo hacer lo que quieres, no voy
a poder parar.
  Mi vagina se contrae y entonces PABLO me baja las piernas. Veo que se pone un
preservativo.
  —Te voy a follar, preciosa. Te voy a follar delante de tu hombre y él te va a abrir
para mí, mientras te sujeta para que no te muevas.
  Grito. Me sofoco.
  Los ojos de PETER brillan. Le gusta ver aquello. Le gusta tenerme así. Y entonces
Eric se agacha y me abre los pliegues de la vagina con sus manos. PABLO me coge de
los muslos, pone su pene en la entrada y poco a poco tira de mis muslos y me atrae
hacia él. Mi húmeda vagina lo atrapa y se contrae mientras siento cómo PETER me
encaja en PABLO. Sus manos cierran mi vagina y su pene queda metido totalmente
en mí.
  ¡Dios... esa sensación es deliciosa!
  PETER aparta sus manos de mi vagina, coge mis manos y me las sujeta por encima
de la cabeza. En ese momento, PABLO mueve las caderas en busca de más
profundidad y lo consigue. Jadeo... Jadeo y PETER atrapa mis jadeos con su boca. Se
los come. Los disfruta y sé que lo vuelven loco.
  PABLO continúa su baile particular dentro y fuera de mí. Una... y otra... y otra
vez... Me folla como le ha pedido PETER y yo lo gozo. Abro las piernas para él y dejo
que me penetre una y otra vez hasta que mis jadeos se vuelven más seguidos, más
sonoros. Exploto y me retuerzo entre las manos de ellos.
   PABLO me suelta. Eric también me suelta y, cuando PABLO saca su pene de mí, veo
que cambian sus posiciones en la cama. Ahora, PETER está entre mis piernas y PABLO
sobre mi cabeza. Mientras normalizo mi respiración veo que PETER se pone un
preservativo; después, coge una especie de jarra de agua y la deja caer sobre mi
sexo. El agua fresquita me hace gritar de nuevo.
   —¡Dios... te follaría otra vez! —dice PABLO, mientras se quita el preservativo.
   PETER sonríe, mira a su amigo y, mientras me seca con una toallita, murmura:
   —Lo harás...
   Cierro los ojos. Aún no puedo creer lo que estoy haciendo. Cuando los abro veo
la cara de PETER frente a la mía que me pide:
   —Bésame.
   Abro la boca y lo beso mientras siento que desliza su erección desde mi clítoris
hasta mi ano. Juega conmigo. Me estimula y grito de frustración. Estoy mojada y
resbaladiza y eso me excita y lo excita a él también. Mete su dedo en mi interior y,
como estoy tan abierta, me mete tres de golpe.
   —Nena... estás muy abierta y receptiva. Te gusta, ¿verdad?
   —Sí... Sí...
   Me muevo sobre su mano. Imploro lo que quiero, mientras PETER continúa su
juego sobre mí y PABLO nos observa.
   De pronto, siento que uno de sus resbaladizos dedos se para en mi ano. Con
movimientos circulares lo estimula y, cuando me quiero dar cuenta, el dedo se
mueve en mi interior. Durante unos segundos, lo mueve mientras yo me arqueo
para que no pare y entonces soy consciente de que el pene de PABLO vuelve a estar
erecto y cae sobre mi cara.
   La vista se me nubla cuando Eric saca su dedo de mi ano y de una estocada mete
su maravilloso pene en mi vagina. Grito. Él se para y me mira. Se tumba sobre mí,
pone una mano sobre mi cabeza y la otra en mi trasero.
   —Dios, nena... me estás volviendo loco. ¿Esto es lo que quieres?
   —Sí.
   Mueve sus caderas y se hunde más en mi interior, mientras siento que sus
testículos están a punto de entrar también. Jadeo. Su enorme glande sobreexcitado
es mucho más ancho y largo que el de PABLO. Noto cómo mi carne se abre para
recibirlo y eso me hace gemir y retorcerme entre sus brazos. PETER me besa, entra
una... dos... tres... cuatro y mil veces en mí con posesión, mientras me arranca
gustosos gemidos de placer. PABLO me agarra los hombros para que no me mueva.
Y entonces las embestidas de PETER se vuelven más secas y posesivas, mientras PABLO
murmura:
   —Así, preciosa... disfruta...
   Mis gritos no tardan en aparecer de nuevo. Agarro a PETER por el trasero y lo
obligo a golpearse contra mí una y otra vez mientras veo sobre mi cara el pene
hinchado y duro de PABLO. Estoy a punto de pedirle que me lo meta en la boca,
cuando Eric lee mi pensamiento.
   —No. Mírame.
   Rápidamente le hago caso y siento que PABLO me suelta los hombros y se baja de
la cama. PETER clava sus impresionantes ojos en mí y me da un azote que me escuece,
mientras me embiste con fuerza. Su respiración es brusca, inconstante pero sus
acometidas en el interior de mi vagina me hacen convulsionar a cada nuevo
ataque. Vuelve a azotarme. El calor me sube por el cuerpo y jadeo su nombre...
   —PETER...
   Me abrasa la excitación cuando vuelve a darme otro azote y noto que mete un
dedo junto a su pene en mi vagina y vuelvo a jadear. Su dedo empapado de mis
fluidos va directo a mi ano y, al notar que lo mete, grito. Esta vez, la invasión es
más fuerte. Su demoledor dedo entra y sale de mi ano mientras que su pene lo
hace en mi vagina y esa nueva sensación me deja extenuada.
   Con el cuerpo palpitándome, deseo lo que me exige y lo que me hace y casi rezo
para que continúe y no pare nunca. Mis caderas se levantan en busca de más, hasta
que el rostro de PETER se contrae y yo, tras un demoledor grito, me dejo llevar.
   Cuando todo acaba, PETER cae sobre mí. Lo abrazo y él mete su cara en mi cuello.
Permanecemos así unos minutos. Agotados. Rendidos. Consumidos. Hasta que se
separa de mí y, sin mirarme, ordena con voz seca:
   —Vístete. Nos vamos.
   Extasiada por lo vivido, hago un gesto afirmativo con mi cabeza. Cojo el vestido,
que veo a un lado de la cama, y me lo pongo. Me siento en la cama y lo observo
vestirse. Después, me doy cuenta de que estamos solos en la habitación.
   —¿Dónde está PABLO?
   Eric me mira y, con un gesto que me descuadra, pregunta:
   —¿Para qué quieres saberlo?
   —Para nada, PETER —respondo, sin entender su pregunta—. Es simple curiosidad.
   En ese instante me percato de que algo le pasa y lo agarro del brazo. PETER se
suelta de mala gana.
   —¿Por qué estás enfadado?
   La furia de sus ojos me deja sin habla.
   —¿Por qué querías meterte su polla en la boca?
   Sus palabras me sorprenden. No sé que responder.
   —No lo sé, PETER. El morbo del momento.
   Al ver que él no me mira y se sigue abrochando la camisa, exploto:
   —¡Perfecto! Me traes aquí. Me haces abrirme de piernas para él y ahora, ¿me
vienes con reproches? Joder, PETER... no lo entiendo.
   —Tú has accedido. No lo olvides.
   —Por supuesto que he accedido. ¡Imbécil! He entrado en el juego. ¡Tu juego! Me
he dejado lamer, chupar y follar por una persona a la que no conozco de nada
porque sé que a ti es lo que te gusta, y ahora, cuando ves que he disfrutado y me
he dejado llevar por el morbo, me lo reprochas. ¡Vete a la mierda!
   Dispuesta a largarme de allí, me encamino hacia la puerta. Pero antes de que
llegue, él me agarra y me tumba sobre la cama.
   —Tienes razón, nena... tienes razón.
   —¡Gilipollas!... Eso es lo que eres, un auténtico gilipollas.
   —Entre otras muchas cosas. Perdóname.
   Sus ojos... su voz... el olor a sexo y todo él consigue que mi enfado, como
siempre, desaparezca en décimas de segundo.
   —Perdóname, cariño. Me he dejado llevar por mi instinto de posesión y...
   —Pero vamos a ver, PETER. ¡Soy tuya! ¿Todavía no te has dado cuenta de que sólo
quiero hacer lo que tú quieras? ¿De verdad que todavía no te has dado cuenta de
que el morbo y jugar me gusta, pero sólo contigo? Tu dijiste que mi placer es tu
placer. Pues aplícate el cuento porque a mí me pasa lo mismo. Lo que acaba de
pasar aquí, ha sido ¡increíble! ¡Maravilloso! ¡Extenuante! Me ha gustado ver el
brillo en tus ojos cuando te he pedido lo que quería. Has disfrutado el momento y
yo también. ¿Dónde está el mal? Sólo me he dejado llevar por lo que tú me has
enseñado a disfrutar, el morbo. Y ese morbo, tú y lo que me hacías me hicieron
querer hacer algo más. Pero si...
   PETER me besa. No me deja terminar.
   Devora mi boca y juega con mi lengua mientras yo adoro que lo haga. Durante
un rato permanecemos solos y abrazados en la habitación. Sólo nos abrazamos.
Estamos agotados. Y cuando abandonamos la solitaria habitación y regresamos al
salón general, PABLO se acerca a nosotros, nos ofrece unas copas de champán bien
frío, me coge de la mano y la besa.
   —Ha sido todo un placer, LALI.
   Yo asiento. PABLO mira a PETER.
   —Gracias, amigo, por ofrecerme a tu mujer. Ha sido una delicia.
   PETER sonríe.
   —Me alegra saberlo.
   —Por cierto —añade PABLO—. Mañana por la noche vamos a jugar a la rueda en
la villa que he alquilado. Marisa y EUGE se han ofrecido, ¿os animáis?
   ¿La rueda? ¿Qué es la rueda? Quiero preguntar. Pero PETER responde mientras nos
alejamos:
   —Gracias por la invitación, pero no. Quizá en otro momento.
   Cuando llegamos a la pista de baile y comenzamos a movernos al son de la
música, mi curiosidad no puede más y pregunto:
   —¿Qué es la rueda?
   —Un juego para el que tú no estás preparada.
   —Vale... Pero ¿qué es?
   PETER sonríe y me acerca más a él.
   —De entrada, te desnudarías junto a las otras dos mujeres. Suele haber dos o
tres. Los hombres jugaríamos a las cartas mientras vosotras nos servís las copas y
satisfacéis nuestros caprichos más inmediatos. Una vez termina la partida, los
hombres hacemos un círculo alrededor de las mujeres que se han ofrecido y toda la
rueda las folla. Eso sí... siempre con su consentimiento.
   Asiento y trago con dificultad. No. Definitivamente no estoy preparada para
ello.
   Sobre las cuatro de la mañana, sin haber compartido nada más que charla con
otros, PETER y yo decidimos regresar a casa. EUGE y NICO regresarán más tarde.
Cuando nos sentamos en la limusina que los dueños de la casa han puesto a
nuestra disposición, me abraza y yo lo miro con picardía.
  —Estoy agotada, ¿por qué será?
  —Por el esfuerzo, morenita... no lo dudes.
  Ambos nos reímos y PETER me besa en el cuello.
  —¿Lo has pasado bien?
  —Sí. Muy bien.
  —¿Tanto como para repetir otro día?
  Busco su mirada para responder:
  —Oh, sí... por supuesto que sí. Además, he visto cosas que quiero probar y...
  Eric sonríe y acerca su boca a la mía.

  —Dios mío, ¡he creado un monstruo!

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