Entre
risas, insinuaciones y tocamientos nos bebemos casi toda la botella de
champán mientras estamos en la bonita y enorme
terraza de la suite. Madrid está a
mis pies y me encanta mirar a mi alrededor. Todavía
le doy vueltas a la
proposición que me hizo en el restaurante.
¿Debería
aceptarla o rechazarla por lo que significa?
Me
encuentro algo achispada. No estoy acostumbrada a beber y menos aún
champán. Eric habla con alguien por el móvil y lo
observo. Vestido con esos
vaqueros de cintura baja y la camiseta negra me pone
a cien. Es fuerte y atlético. El
típico hombre de ojos claros y pelo corto que, si lo
ves, no puedes evitar mirarlo.
Me sorprendo al ver que no lleva ningún tatuaje. Hoy
casi todos los hombres de su
edad tienen uno. Aunque casi que me alegro, porque,
con lo que me gustan a mí
los tatuajes, se lo estaría chupando todo el día.
Recorro con
lascivia su cuerpo. Me detengo en la parte superior de sus vaqueros
y entonces me doy cuenta de que tiene desabrochado
el primer botón. Me pone.
Me excita. Me incita. Me provoca. Instantes después,
suelta el móvil y se dirige
hacia la cubitera. Me mira y sonríe. Calor. Tengo
mucho calor. Sirve unas últimas
copas y deja la botella vacía boca abajo. Se acerca
a mí, me entrega mi copa y
murmura besándome la frente:
—Pasemos al
dormitorio.
Los nervios
de nuevo se apoderan de mí y siento que mi sexo se contrae. Voy a
ponerme los tacones pero él dice que no, así que le
hago caso.
Ha llegado
el momento que llevo deseando, anhelando e imaginando desde que
lo vi esperándome en la puerta de mi casa con el
Ferrari.
Cuando
entramos en uno de los preciosos y espaciosos dormitorios, clavo mis
ojos en la enorme cama. Una king size. PETER se
mueve por la habitación y, de
repente, una sensual música nos envuelve. Se sienta
y apoya una mano en la cama.
Con la otra sujeta la copa y le da un trago.
—¿Estás
preparada para jugar, pequeña?
Mis partes
bajas se contraen por la anticipación y siento cómo me humedezco.
Viéndolo así, tan sexy, tan varonil... Estoy
dispuesta para todo lo que él quiera y
consigo responder:
—Sí.
Lo veo
asentir.
Se levanta.
Abre un cajón.
Saca dos
pañuelos de seda negros, una cámara de vídeo y unos guantes. Eso me
sorprende y me asusta al mismo tiempo. Pero, incapaz
de moverme, me quedo
parada a la espera de que se acerque a mí. Lo hace.
Pasa su lengua con provocación
por mi boca y me aprieta el trasero con su mano.
—Tienes un
culito precioso. Estoy deseando poseerlo.
Asustada,
doy un paso atrás.
¡Nunca he
practicado sexo anal!
PETER
entiende mi callada respuesta. Da un paso hacia mí. Me agarra de nuevo del
trasero y mientras vuelve a apretarme contra él
murmura, excitándome:
—Tranquila,
pequeña. Hoy no penetraré tu bonito trasero. Me excita saber que
seré el primero, pero quiero hacerte disfrutar y,
cuando lo hagamos, será poco a
poco y estimulándote para que sientas placer, no
dolor. Confía en mí.
Trago el
nudo de emociones que tengo atascadas en mi garganta con la intención
de decir algo.
—Hoy
jugaremos con los sentidos —prosigue—. Pondré esta cámara sobre aquel
mueble para grabarlo todo. Así luego podremos ver
juntos lo ocurrido, ¿te parece?
—No me
gustan las grabaciones... —consigo decir.
Esboza una
cautivadora sonrisa. Los ojos le brillan y me mira desde su altura.
—Tranquila,
LALI. El primer interesado en que no se vea por ahí nada de lo que tú
y yo hacemos soy yo, ¿no crees?
Lo pienso
durante unos instantes y llego a la conclusión de que tiene razón.
Él es el
rico y poderoso. Quien tiene más que perder de los dos. Acepto y él deja
la cámara sobre el mueble que había dicho y veo que
pulsa un botón. Se acerca de
nuevo hacia mí.
—Te taparé
los ojos con este pañuelo. ¡Tócalo!
Lo obedezco
sin rechistar y siento la suavidad de la tela. Seda.
—Lo que vas
a sentir cuando te tenga desnuda en la cama es la misma suavidad
que has sentido al tocar el pañuelo.
Escuchar
eso me activa de nuevo. Asiento.
—Me
encantan tus ojos —murmuro, sin poder contenerme—. Tu mirada.
PETER me
mira unos segundos y, sin hacer referencia a lo que acabo de decir,
prosigue:
—Además de
taparte los ojos, como sé que te fías de mí, te ataré las manos y las
sujetaré al cabecero para que no puedas tocarme.
—Cuando voy a protestar me
pone un dedo en la boca y añade—: Es su castigo,
señorita ESPOSITO, por haber
olvidado el vibrador.
Eso me hace
sonreír y miro los guantes con curiosidad. Se los pone y me toca los
brazos. La suavidad que siento me encanta. No noto
sus dedos. Sólo noto la
suavidad que aquellos guantes me proporcionan.
Sin hablar,
se sienta sobre la cama y me mira. Rápidamente entiendo lo que
quiere y lo hago. Me desnudo. Me quito el vaquero y
la camiseta. Repito la misma
operación que el día anterior. Me acerco a él
vestida con el sujetador y las bragas y
siento cómo de nuevo apoya su frente en mi estómago
y posa su boca sobre mis
bragas. La sensación atiza mi clítoris y lo siento
vibrar. Se quita los guantes y los
deja sobre la cama. Me agarra la cintura con sus
fuertes manos y me sienta a
horcajadas sobre él. Me mira y susurra mientras
siento su duro pene entre mis
muslos y su aliento sobre mis pechos:
—¿Estás
preparada para jugar a lo que yo quiero?
—Sí
—respondo aguijoneada por el deseo.
—¿De verdad?
—De verdad.
—¿Para lo
que sea? —murmura acercándose a mi boca.
Poso mis
manos en su corto cabello y le masajeo la cabeza.
—A todo
excepto a...
—Sado
—puntualiza, y yo sonrío.
Me
desabrocha el sujetador y mis turgentes pechos quedan libres ante él. Con
avidez, se los lleva a la boca. Primero uno y
después otro. Me endurece los pezones
con su lengua y sus dedos y eso me impulsa a gemir.
—Ofréceme
tus pechos —pide con voz ronca.
Sentada a
horcajadas sobre él, me los agarro con las manos y los acerco a su boca.
Cuando va a chuparlos se los alejo y él me da un
azote en el trasero. Ambos nos
miramos y las chispas que hay entre los dos parece
que vayan a provocar un
cortocircuito. PETER me da otro azote. Pica. Y, no
dispuesta a recibir un tercero, le
acerco mis pechos a la boca y los toma. Los
mordisquea y los succiona mientras yo
se los entrego.
Miro hacia
la cámara.
Me parece
increíble que yo esté haciendo eso, pero ni puedo ni quiero parar. Esa
sensación me gusta.PETER y su arrolladora
personalidad pueden conmigo y en un
momento así estoy dispuesta a hacer todo lo que él
me pida.
De pronto,
siento sus dedos hurgar por debajo de mis bragas y eso todavía me
calienta más.
—Ponte de
pie —me ordena.
Le hago caso
y veo que él se escurre y se sienta en el suelo entre mis piernas.
Lentamente me quita las bragas y, cuando me las saca
por los pies, me los separa,
posa sus manos en mis caderas y me hace flexionar
las rodillas. Mi sexo. Mi
chorreante vagina. Mi clítoris y toda yo quedo
expuesta ante él.
Su exigente
boca sonríe y me incita con la mirada para que pose mi vagina en su
boca. Lo hago y exploto y jadeo nada más notar su
contacto. PETER me agarra por las
caderas y me hace apretar mi vagina contra su boca.
Me siento extraña. Perversa en
aquella postura.
PETER está
sentado en el suelo y yo me encuentro sobre él, moviendo mi sexo sobre
su boca. Me gusta. Me enloquece. Me fustiga. Noto
cómo el orgasmo crece en mí
mientras me agarra por la parte superior de mis
muslos y me devora con devoción.
Su lengua entra y sale de mí para luego rodear mi
clítoris y conseguir que jadee
mientras me lo mordisquea con los dientes. Mil
sensaciones toman mi cuerpo y me
dejo hacer. Soy suya. Mi cuerpo es suyo. Me lo hace
saber con su posesión. Y
cuando coge mi clítoris con cuidado entre sus
dientes y noto que tira de él grito y
enloquezco.
El calor de
mi vagina se extiende por todo mi cuerpo. Entonces, siento que ese
ardor queda localizado en mi cara y creo que me voy
a correr.
—Túmbate
sobre la cama, LALI —me dice, parándose.
Con la
respiración entrecortada lo hago. Quiero que continúe.
—Ponte más
arriba... más. Abre las piernas para que yo pueda ver lo que deseo.
—Hago caso y jadea enloquecido—. Así, pequeña...
así... enséñamelo todo.
Se quita la
camiseta negra y la tira en un lateral de la cama. Sus bíceps son
impresionantes. Después los pantalones y, mientras
abro las piernas y veo cómo
observa la humedad que le enseño, me fijo en que los
guantes están a mi lado junto
a una caja abierta de preservativos. Con seguridad,
coge uno de los pañuelos de
seda y se sienta a horcajadas sobre mí.
—Dame tus
manos.
Se las doy.
Las une y
las ata por las muñecas.
Me besa y
después me estira las manos atadas por encima de la cabeza y ata el
pañuelo a una varilla del cabezal. Respiro con
dificultad. Es la primera vez que me
dejo atar las manos y estoy nerviosa y excitada.
Cuando ve que me tiene bien
sujeta acerca su cara a la mía y me besa primero un
ojo y después el otro. Instantes
después, pone ante mí el otro pañuelo oscuro y me lo
ata en la cabeza. No veo
nada. Sólo oigo la música swing e imagino lo que
sucede.
Desnuda y
expuesta totalmente a él, siento su boca en mi barbilla. La besa.
Quiero moverme pero no puedo. Las ataduras me
impiden hacerlo. Su boca baja
por mis pechos. Se entretiene en mis pezones hasta
endurecerlos de nuevo y
después utiliza sus dedos para excitarlos. Su
recorrido sigue bajando hasta llegar a
mi ombligo y mi respiración vuelve a acelerarse.
Noto cómo su boca llega hasta mi
vagina, la besa y me abre más las piernas. Sus dedos
juegan en mi hendidura y
siento que resbalan por mi humedad. Su boca vuelve a
posarse en mí. Me chupa.
Me succiona y yo jadeo mientras me abro de piernas
totalmente para que tome
todo lo que quiera de mí.
—Me encanta
cómo sabes... —lo oigo decir tras saquear durante unos pequeños
segundos mi hinchado clítoris.
Tras decir
aquello siento su respiración entre mis muslos hasta que un reguero
de dulces besos comienza a bajar hacia mis tobillos.
La cama se mueve. Lo oigo
alejarse y escucho de repente que la música suena
más alta. Respiro más agitada.
Deseo que siga, pero me asusta el hecho de no saber
qué ocurrirá. Instantes
después, siento que la cama se mueve y, por los
movimientos, percibo que se está
poniendo los guantes. Acierto. Sus manos enfundadas
en los guantes comienzan a
recorrer despacio mis piernas.
Jadeo...
jadeo... jadeo...
¡Sólo puedo
jadear!
Cuando me
dobla las piernas y me separa las rodillas... ¡Oh, Dios! Su boca, de
nuevo exigente, se posa en mi sexo en busca de mi
hinchado clítoris. Lo
mordisquea y yo grito. Lo estimula con la lengua y
yo jadeo. Siento que de nuevo
lo coge entre sus dientes pero esta vez no tira de
él. Esta vez, apresado entre sus
dientes, le da toquecitos con la lengua y vuelvo a
gritar. La presión que sus manos
ejercen sobre mí, acompañada de los movimientos de
su boca, me vuelve loca.
Jadeo...
jadeo... jadeo e intento cerrar las piernas.
No me lo
permite.
Sus dientes
ahora me mordisquean uno de mis labios internos y yo creo morir.
Me arqueo, gimo enloquecida y abro más las piernas.
Su juego me gusta y me
excita. Deseo más y él me lo da. De pronto, siento
que en mi vagina introduce algo.
Es suave, frío y duro. Lo introduce con cuidado, lo
rota y lo saca y vuelve a repetir
la operación. Me siento enloquecer de placer y mis
caderas se levantan en busca de
más. Su boca vuelve a mi vagina mientras mete una y
otra vez aquello dentro de
mí.
Durante
unos minutos, mi cuerpo es su cuerpo. Soy su esclava sexual. Deseo que
no pare y, cuando saca de mi interior lo que me ha
metido y su boca vuelve a
posarse en busca de mi hinchado clítoris, grito de
satisfacción al notar que tira de
él. Me gusta. Su mano enfundada y suave pasea ahora
por mi trasero. Me coge de
las nalgas y me aprieta contra su boca. Voy a
explotar, mientras uno de sus dedos
juega en mi orificio anal. Hace circulitos sobre él
y yo pido más.
El objeto
que antes me volvió loca se pasea sobre el orificio de mi ano. Me excita
pero no lo mete. Sólo lo pasea, como si quisiera
indicarme que algún día ya no se
limitará sólo a pasearlo por allí. De pronto, un
orgasmo toma todo mi cuerpo y me
convulsiono por la satisfacción, mientras siento que
él me suelta las piernas.
—Me encanta
tu sabor, pequeña —repite mientras aprieto mis muslos y oigo
cómo rasga el preservativo.
Avivada por
el deseo más increíble que nunca pudiera imaginar, toda yo ardo.
Me quemo. Noto que la cama se hunde y siento su
poderoso y musculoso cuerpo a
cuatro patas sobre el mío.
—Abre las piernas para mí.
Su voz
ordenándome aquello en aquel momento es música celestial para mis
oídos. Su cuerpo encaja con el mío. Siento su pene
duro contra mi húmeda vagina.
—Pídeme lo
que quieras —me dice.
¡Dios!
¡¡¡Qué frase!!! Me pirra cuando la dice.
Mi
impaciencia me hace moverme en la cama. No respondo y él exige:
—Pídeme lo
que quieras. Habla o no continuaré.
Parapetada
tras el pañuelo, respiro con dificultad.
—¡Penétrame! —consigo decir ante su orden.
Lo oigo
sonreír. Noto sus manos sobre mi vagina. ¡Calor! Me toca y me abre los
labios vaginales para introducir la totalidad de su
pene en mi interior. Me arqueo.
No se mueve, pero siento el latido de su corazón
dentro de mí cuando me susurra
al oído:
—¿Te gusta
así?
Asiento. No
puedo hablar. Tengo la boca tan seca que casi no puedo articular
palabras.
—¿Te has
corrido con lo ocurrido anteriormente?
—Sí.
—¿Has
sentido placer?
—Sí...
Lo oigo
resoplar y me da un azotito en la nalga.
—Perfecto,
pequeña... Ahora me toca a mí.
Contengo un
gemido mientras siento que mi cuerpo vuelve a arder. Me pellizca
suavemente los pezones.
—Estas
húmeda y dispuesta... Me encanta.
Siento que
la cama se mueve de nuevo. Y sin sacar su pene de mi interior se pone
de rodillas sobre la cama. Me sujeta las caderas con
las manos y comienza un
bombeo infernal. Dentro... fuera... dentro... fuera.
Fuerte...
fuerte...
Me da la
sensación de que me va a partir en dos, pero por el placer.
—¿Te gusta
que te folle así? —me pregunta entre susurros.
—Sí...
sí...
Dentro...
fuera... dentro... fuera.
Mi cuerpo
vuelve a ser suyo. No quiero que pare.
Oigo sus
gruñidos, su respiración entrecortada a escasos metros de mí. Su fuerza
me puede y, a pesar de que sus manos, ahora sin
guantes, me aprietan las caderas,
no me quejo y abro mis piernas para él. Me corro.
Sin poder ver la escena, me la
imagino y eso me vuelve más loca todavía. Soy como
una muñeca entre sus manos
y paladeo la plenitud de su posesión. Entonces se
inclina sobre mí y, tras una
salvaje embestida final, oigo su gruñido de
satisfacción.
Instantes
después y aún con las respiraciones entrecortadas, me da un beso
fuerte y posesivo. Cuando se separa de mí, me desata
las manos. Después las coge
con mimo y me besa las muñecas. Me retira el pañuelo
de los ojos y nos miramos.
—¿Todo
bien, pequeña?
Ensimismada
y algo dolorida por la penetración tan profunda, asiento.
—Sí.
Me doy
cuenta que yo sólo digo sí... sí... sí... pero es que no puedo decir otra
cosa excepto «¡sí!».
Él sonríe.
Se levanta de la cama. Se quita el preservativo y se marcha hacia el
baño.
—Me alegra
saberlo.
Su rara
frialdad en un momento como aquél me desconcierta. Lo veo
desaparecer y miro la habitación. Mis ojos se paran
en la cámara de vídeo. Me
muero por ver lo grabado. Encojo las piernas y me
levanto. Camino desnuda hacia
el baño. Escucho la ducha.
¡Quiero
ducharme!
Eric me ve
entrar en el baño. Está junto a un neceser y, al verme reflejada en el
espejo, se molesta y lo cierra.
—¿Qué haces
aquí?
Su voz me
paraliza. ¿Qué le pasa?
—Tengo
calor y quería ducharme.
Con el ceño
fruncido responde:
—¿Te he
pedido que te duches conmigo?
Lo miro
extrañada.
Pero ¿qué
le ocurre?
Sin
contestarle y enfadada, me doy la vuelta. ¡Que le den! Pero entonces siento
su mano húmeda sujetando la mía. Me suelto y gruño:
—¿Sabes?
Odio cuando te pones tan borde. Ya sé que lo nuestro es sólo sexo,
pero no entiendo que estés bien conmigo y, de
pronto, en una fracción de segundo,
todo cambie y te vuelvas un insensible. Pero, bueno,
¿por qué me tienes que hablar
así?
PETER me
mira. Veo que cierra los ojos y finalmente me acerca a él. Me dejo
abrazar.
—Lo siento,
LALI... Tienes razón. Disculpa mi tono de voz.
Estoy
enfadada.
Intento
soltarme pero él no me deja. Me coge en volandas, me lleva hasta el
interior de la enorme ducha, me suelta y dice
mientras el agua nos moja:
—Date la
vuelta.
Veo sus
intenciones y me niego, furiosa.
—¡No!
Él sonríe.
Tuerce la cabeza y murmura cogiéndome de nuevo entre sus brazos:
—De
acuerdo.
Al estar en
volandas sobre él siento su pene duro contra mis piernas. Lo miro y
él acerca su boca hasta la mía. Rápidamente me echo
hacia atrás.
—¿Qué
haces?
—La cobra.
—¿La cobra?
—repite, sorprendido.
Su cara de
desconcierto me hace gracia. Mi mala leche se disipa.
—En España
se llama «hacer la cobra» cuando alguien te va a besar y te retiras
—le aclaro.
Eso le hace
reír y su risa de nuevo puede conmigo. Inconscientemente rodeo su
cintura con mis piernas.
—Si te
beso, ¿me harás la cobra de nuevo? —me pregunta, sin acercarse a mí.
Pongo cara
de pensar, pero cuando siento su duro pene murmuro:
—No... si
me follas.
¡Dios! ¿Qué
he dicho?
¿He dicho
follar? Si mi padre me escuchara, me lavaría la boca con jabón durante
un mes entero.
Según
suelto la frase toda yo me siento mediocre, pero ese sentimiento me lo
quita de un plumazo PETER cuando lo veo sonreír y,
con una mano, coge su pene y lo
pasea por mi vagina. Perversa. En ese momento me
siento perversa. Mala. Malota.
Me apoya contra la pared y yo me sujeto a una barra
de metal.
—¿Qué me has
pedido, pequeña?
Mi pecho
sube y baja de lo excitada que estoy con ver su mirada y repito:
—¡Fóllame!
Mis palabras
le gustan. Lo atizan. Lo veo en su mirada.
Le gusta
utilizar ese término y le pone más duro. Más bestia.
Sin
preservativo y sin precauciones, bajo el chorro de la ducha siento cómo mi
carne se abre al introducir su maravilloso y mojado
pene en mí. ¡Sí! Es la primera
vez que su piel y mi piel se restriegan sin
preservativo y es maravilloso.
Alucinante.
Mi
perversión aumenta. Y cuando siento que sus testículos se restriegan contra
mí, me agarro a sus hombros con la intención de
marcar el movimiento. Pero PETER,
como siempre, no me deja. Pone sus manos en mis
nalgas, las agarra con fuerza y,
tras darme un leve azote que hace que lo mire a los
ojos, me mueve en busca de
nuestro placer.
El sonido de
nuestros cuerpos al chocar unido al del agua me consume. Cierro
los ojos y me dejo llevar mientras nuestros jadeos
retumban en el precioso baño.
—Mírame
—exige—. Si te gustan mis ojos, mírame.
Abro los
ojos y los clavo en él.
Veo su
mandíbula en tensión, pero su azulada mirada es la que me hechiza. El
esfuerzo que siento en su rostro y su boca
entreabierta me excita más. Entonces
cambia el ritmo de las embestidas y yo grito y echo
la cabeza para atrás.
—Mírame.
Mírame siempre —vuelve a exigir.
Con los ojos
vidriosos por el momento, me agarro con fuerza a sus hombros y lo
miro. Me dejo manejar mientras su mirada me habla.
Me pide a gritos que me
corra. Me exige que se lo haga ver y, cuando no
puedo más, le clavo las uñas en los
hombros y un grito agónico pero lleno de placer sale
de mi boca.
—Sí...
así... córrete para mí.
Mi vagina se
contrae y mis espasmos internos consiguen lo que quiero. Darle
placer. Lo veo en sus ojos. Lo disfruta. Tras una
embestida brutal, saca su pene de
mi interior y lo oigo soltar el aire entre los
dientes, mientras me muerde en el
hombro por el esfuerzo hecho.
El agua
recorre nuestros cuerpos mientras jadeamos por lo ocurrido. Lo nuestro
es sexo en estado puro. Y reconozco que me gusta
tanto como a él. PETER abre un
poco más el agua fría. Eso me hace gritar y, como
dos tontos, comenzamos a jugar
bajo la ducha del hotel.
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