Cuando todo
acaba, NATALIE, PETER y yos nos dirigimos hacia la limusina que nos
espera y sin darle tiempo a PETER para que vuelva a
humillarme, me siento
directamente junto al chófer.
Para chula,
¡yo!
Los oigo
hablar. Incluso oigo cómo NATALIE cuchichea y ríe como una gallina.
Oigo lo que hablan y me enfurezco. No quiero
hacerlo. Sólo hay que mirar a
NATALIE para saber qué es lo que busca. ¡Perra!
Espero que
dividan los ambientes en la limusina, pero esta vez PETER no lo hace.
Desea que me entere de todo lo que dice. Habla en
alemán y oírlo me agita. Me
provoca.
Al llegar
al hotel, la limusina se detiene. Abro mi puerta y desciendo.
Deseo con
todas mis fuerzas perder de vista a PETER y a esa imbécil, pero espero
educadamente a que mi jefe y su acompañante bajen
del coche. Después me
despido y me marcho.
Casi corro
hasta el ascensor y cuando se cierran las puertas, suspiro aliviada.
¡Sola!
El día ha
sido horroroso y quiero desaparecer. Cuando llego a la suite tiro el
maletín sobre el bonito sofá. Enciendo el hilo
musical. Me suelto el pelo, me quito
la chaqueta del traje y me saco la camisa de la
falda. Necesito una ducha.
Entonces
suenan unos golpes en la puerta. Mi mente intuye que es él. Miro a mi
alrededor. No tengo escapatoria a no ser que me
lance desde el ático del hotel y
muera aplastada en pleno paseo. ¡Qué disgustazo para
mi pobre padre! ¡Ni hablar!
Decido
ignorar las llamadas. No quiero abrir, pero insiste.
Cansada,
abro finalmente la puerta y mi cara de sorpresa es mayúscula cuando
veo que es
NATALIE quien está ante mi puerta. Me mira de arriba abajo.
—¿Puedo
pasar?—me pregunta en alemán.
—Por
supuesto, señorita PEREZ —respondo, también en su idioma.
La mujer
entra. Cierro la puerta y me doy la vuelta.
—¿Vas a
quedarte el fin de semana, como hiciste en Barcelona? —me pregunta,
antes de que yo pueda decirle nada.
Hago lo que
suele hacer PETER. Tuerzo el gesto. Pienso... pienso y pienso y
finalmente respondo:
—Sí.
Mi
contestación le molesta. Se pasa la mano por el pelo y pone los brazos en
jarras.
—Si tu
intención es estar con él, olvídalo. Él estará conmigo.
Arrugo el
entrecejo, como si me hablara en chino y no comprendiera nada.
—¿De qué
está hablando, señorita PEREZ?
—Tú y yo
sabemos nuy bien de lo que hablamos. No te hagas la tonta. No eres la
pobretona española que ve en PETER un filón,
¿verdad?
Me quedo
boquiabierta por lo que acaba de decirme. Pestañeo, y dejo salir a la
macarra que llevo dentro.
—Mira,
guapa, te estás confundiendo conmigo. Y si sigues por ese camino vas a
tener un problema, porque yo no soy de las que se
callan ni se amilanan. Por lo
tanto, cuidadito con lo que dices, no te vaya a
tener que sobar los morros una
pobretona española.
NATALIE se
aleja un paso de mí. Mi advertencia ha debido de sonarle verosímil.
—Creo que
lo más inteligente por tu parte es que te alejes de él —añade—. Yo
me encargaré de todo lo que PETER necesite. Lo
conozco muy bien y sé cómo
satisfacer sus deseos.
Aprieto los
puños. Tanto, que me clavo las uñas en ellos. Pero soy consciente de
que no puedo actuar como deseo. Así pues, cuento
hasta veinte, porque hasta diez
no me vale, me dirijo hacia la puerta y la abro.
— NATALIE
—le digo, con toda la amabilidad de la que soy capaz—, sal de mi
habitación porque, como sigas aquí, algo muy feo va
a pasar.
Cuando se
va, doy un portazo mientras por mi boca sale de todo, menos bonita.
Me quito los tacones y los lanzo con furia contra el
sofá. ¡Maldito sea!
Mi
indignación me enloquece. PETER me ha estado utilizando para dar celos a
aquella muñeca hinchable. Maldigo y doy un zapatazo
al caro sillón. ¿Cómo he
sido tan tonta? Sin querer pensar en nada más, saco
mi portátil cuando mi móvil
suena. He recibido un mensaje. PETER. «Ven a mi habitación.»
Leer eso me
cabrea más. Siempre me he considerado una muñeca entre sus
brazos, pero en ese momento me doy cuenta de que soy
una muñeca tonta. Tecleo
con rabia: «Vete a la mierda».
La
contestación no se hace esperar.
Al cabo de
unos segundos, oigo el sonido de una puerta al abrirse y ante mí
aparece PETER, descamisado, con cara de mala leche y
una tarjeta en la mano. Sin
hablar llega hasta donde estoy sentada. Tira la
tarjeta con la que ha abierto la
puerta, me coge del brazo, me levanta y me besa. Me
besa con tanta profundidad
que noto su lengua llegar hasta mi campanilla.
Intento no responderle. Me niego.
Pero mi cuerpo me traiciona. Lo desea. Es
incontrolable. E instantes después soy yo
la que lo besa a él en busca de más.
Con premura
lleva sus manos hasta el botón trasero de mi falda y noto que
chocamos contra la pared. Sin tacones soy muy
pequeña a su lado. Eso siempre me
ha gustado, igual que a él le gusta sentir su
superioridad. Con su pierna separa las
mías, mientras una de sus manos se mete por debajo
de mi camisa y se desliza por
mi vientre. Cierro los ojos y me dejo llevar. Le
permito seguir. Sin quitarme la
falda, su mano continúa su camino hasta que consigue
meterla por dentro de mis
bragas y me hurga hasta llegar al clítoris. Me
estimula. Me excita.
Con sus
dedos, su experiencia y mi humedad latente, me masajea y lo aviva. Mi
clítoris se hincha y yo gimo. Jadeo. Enloquezco y me
restriego contra él ante lo que
siento por aquella invasión cuando, con su mano
libre, me da un azotito. Me excita
todavía más. Me vuelve loca e instantes después se
desabrocha el pantalón, saca la
mano de mi vagina y tira de mí hasta llevarme al
centro del salón. Clava sus ojos
en los míos y murmura mientras acerca su boca a la
mía.
—Pequeña,
no tienes ni idea de cuánto te deseo.
Me baja la
cremallera de la falda y ésta cae al suelo. Se agacha, acerca su nariz
hasta mis bragas y las aspira. Da un pequeño
mordisquito sobre mi monte de
Venus y yo jadeo. Sus posesivas manos me tocan y me
acarician. Suben por mis
piernas y agarra el borde de mis braguitas. Me las
quita. Estoy de nuevo desnuda
de cintura para abajo ante él y no digo nada. No
rechisto. Me dejo hacer mientras él
me activa, me posee y me enloquece.
Se levanta
del suelo. Me empuja hacia el respaldo del sofá, me da la vuelta y me
recuesta sobre él. Mis brazos y mi cabeza caen,
mientras mi trasero queda expuesto
enteramente para él. Durante unos segundos disfruto
de los mordisquitos que me
da en las nalgas y noto sus manos invasoras sobre
mí. De nuevo un azote. Esta vez
más fuerte. Pica. Pero el picor lo suaviza cuando
siento que se aprieta contra mí y
su duro y castigador pene me avisa de que me va a
hacer suya.
Me abre las
piernas, mientras con una de sus manos aprisiona mis riñones sobre
el respaldo del sofá para que no me mueva. Con la
otra mano coge su duro pene y
lo pasea desde mi caliente vagina hasta mi orificio
anal y viceversa. Juguetea entre
mis hendiduras, empapándome más.
—Te voy a
follar, LALI. Hoy me has vuelto loco y te voy a follar tal y como llevo
todo el día pensando hacerlo.
Oírlo decir
aquello me sofoca.
Me azuza
todos los sentidos y me gusta.
Noto que
arqueo mi trasero dispuesta a recibirlo. Me siento como una perra en
celo en busca de mi alivio. PETER deja caer su
cuerpo sobre mí. Muerde mi hombro,
después mis costillas y yo me retuerzo. Estoy
empapada, lista y húmeda para
recibirlo. Mi cuerpo le implora. Me penetra de una
estocada y exige:
—Necesito
escuchar tus gemidos. ¡Ya!
Sin poder
evitarlo, un jadeo ruidoso sale de mi boca.
Su orden me
aguijonea.
Sus manos
exigentes me agarran por la cintura y me aprieta contra él hasta que
me tiene totalmente empalada. Grito. Me retuerzo.
Voy a explotar. Sale de mí unos
centímetros pero vuelve a entrar una y otra vez,
colmándome de una serie de
movimientos duros y potentes que vuelven a hacerme
chillar. Siento sus testículos
chocar contra mi vagina a cada movimiento y, cuando
su dedo toca mi hinchado
clítoris y tira de él, chillo. Chillo de placer.
A cada
acometida siento que me rompe. Me incita y yo me abro más para que
me siga desgarrando y me haga totalmente suya. Lo
hacemos sin preservativo y
sentir el tacto suave y rugoso de su piel fomenta mi
perversión. La dureza de sus
palabras y su ímpetu por follarme me enloquecen de
una manera bárbara.
Mi vagina
se contrae a cada embestida y noto cómo lo succiona. Lo atrapa. Lo
alborota. Oigo su respiración agitada en mi oreja y
los calientes sonidos de
nuestros cuerpos al chocar, una y otra vez... una y
otra vez... Son adictivos.
Calor.
Tengo mucho
calor.
Un ardor me
sube por los pies asolando mi cuerpo. Cuando llega a mi cabeza
explota y con él exploto yo. Grito. Me retuerzo y
convulsiono mientras noto que
por mi pierna chorrean mis fluidos. Intento que me
suelte. Pero PETER no lo permite.
Continúa penetrándome mientras mi devastador orgasmo
me enloquece y lo hace
enloquecer.
Mi cuerpo,
roto de placer, se arquea y, tras una potente embestida que me
empotra más en el respaldo del sillón, PETER sale de
mi interior, noto que apoya su
cabeza sobre mi espalda y después de un gruñido
fuerte y varonil noto que algo
riega mi trasero. Se corre sobre mí.
Durante
unos segundos, los dos permanecemos en aquella posición. Él sobre mí.
Sobre mi espalda. Nuestros corazones acelerados
necesitan regresar a su ritmo
normal antes de hablar, mientras que en el hilo
musical de la habitación suena La
chica de Ipanema.
Cuando
PETERse incorpora y me deja vía libre, hago lo mismo.
Vestida
sólo con la camisa, lo miro y él sonríe satisfecho mientras se abrocha el
pantalón. Lo que acabamos de practicar es sexo
exigente y duro y eso le gusta. Lo
sé. La sangre me hierve. Estoy indignada. Sin poder
controlarlo, la mano se me
escapa y le doy un sonoro bofetón.
—Sal de
aquí —le exijo—. Es mi habitación.
No habla.
Sólo me mira.
Sus ojos,
que momentos antes sonreían, ahora están fríos. Iceman ha vuelto y en
su peor versión. Incapaz de permanecer callada ante
él por lo que acabo de hacer,
grito:
—¿Quién te
has creído que eres para entrar en mi habitación?
No contesta
y yo vuelvo a gritar:
—¿Quién te
crees que eres para tratarme así? Creo... creo que te has equivocado
conmigo. Yo no soy tu puta...
—¿¡Cómo
dices!?
—Lo que has
oído, ETER —insisto mientras veo el desconcierto en sus ojos—. Yo
no soy tu puta para que entres y me folles siempre
que te dé la gana. Para eso ya
tienes a NATALIE. A la maravillosa señorita PEREZ,
que está dispuesta a seguir
haciendo por ti todo lo que tú quieras. ¿Cuándo me
ibas a decir que estás liado con
ella? ¿Qué pasa? ¿Ya estabas planeando un trío entre
los tres sin consultarme?
No
contesta.
Sólo me
mira y veo furia, fuego y desconcierto en su mirada.
Su
respiración se acompasa pero es profunda. Quiero que se vaya. Quiero que
desaparezca de mi habitación antes de que la víbora
que hay en mí termine de
resurgir y acabe diciendo cosas peores. Pero PETER
no se mueve. Se limita a mirarme
hasta que se da la vuelta y se marcha. Cuando la
puerta se cierra me llevo la mano
a la boca y sin querer, ni poder remediarlo,
comienzo a llorar.
Diez
minutos después me ducho.
Necesito
quitarme su olor de mi piel.
Y cuando
salgo de la ducha tengo algo muy claro. Tengo que marcharme de allí.
Abro el portátil y reservo un billete de vuelta para
Madrid. A las once de la noche
estoy sentada en un avión mientras repaso
mentalmente la nota que le he dejado
sobre mi cama y que estoy segura que leerá.
Señor
LANZANI:
Regresaré
el domingo por la noche para continuar nuestro trabajo. Si me ha despedido,
hágamelo saber para ahorrarme el viaje.
Atentamente,
LALI
ESPOSITO
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