Dos
días después, mi cuñada Marta llama por teléfono y esa
noche
quedamos para salir de juerga con ella.
¡Guau,
me apetece un montón!
En
un principio, habíamos quedado Graciela y yo, pero al
final
los chicos se apuntan. No quieren que vayamos solas y,
cuando
llegamos a la puerta del Guantanamera, observo la cara
de
mi amor y sé que no es un acierto que esté allí.
Cuando
entramos, veo que Anita, Marta con Arthur y unos
amigos
ya están bailando en la pista. Yo sonrío. Mira que le va
ese
bailoteo a mi cuñada la alemana. PETER la observa. Nunca la
ha
visto bailar así y, sorprendido al ver cómo se contonea,
pregunta:
—¿Por
qué pone esas caras mi hermana?
Divertida,
la miro en el momento en que Marta nos ve y,
soltando
una carcajada, corre hacia nosotros con su novio
detrás.
Nos saludamos.
De
pronto, me fijo en un chico que baila en la pista con
Anita.
¿De dónde ha salido ese pedazo de bombón? Marta, al
ver
la dirección de mi mirada, cuchichea:
—Impresionante,
¿verdad?
Asombrada,
asiento. Se trata de un morenazo increíblemente
sensual.
—Lo
hemos bautizado como Don Torso Perfecto.
—Telita
cómo está el Don —murmuro.
—Se
llama Máximo —susurra Marta.
—¿Y
quién es?
—Un
amigo de Reinaldo.
—¿Es
cubano?
—No,
argentino y está buenísimo, ¿verdad?
—Ya
te digo.
Asiento.
Negarlo sería una de las mayores mentiras del
mundo.
Bloqueadas, estamos observando cómo Anita baila salsa
con
el argentino, cuando de pronto PETER dice a mi lado:
—Tu
bebida, LALI.
Al
coger lo que me ofrece, veo en sus ojos que ha oído
nuestra
conversación y que está molesto.
Ay,
mi niño, que se me pone celosón.
Sonrío.
No sonríe.
Me
acerco a él y, besándolo, murmuro:
—A
mí sólo me gustas tú.
—Y
Máximo —se mofa.
Al
final, tras besuquearlo con insistencia, consigo que sonría
y
me bese. Durante el rato que el grupo charla, me doy cuenta
de
cómo Dexter y PETER se comunican con la mirada cuando pasa
una
mujer que les resulta atractiva. Me río. No me puedo
enfadar.
Yo también tengo ojos en la cara.
PETER
paga una ronda de mojitos cuando suena una canción y
casi
todos gritamos:
—¡Cuba!
Sorprendido,
PETER me mira. Yo comienzo a contonearme
lenta
y pausadamente al son de la música y observo cómo mi
marido
me escanea con su azulada mirada. El vestido corto que
llevo
le gusta, me lo compró él en nuestra luna de miel, y,
tentándolo,
digo:
—Ven.
Vamos a bailar a la pista.
Mi
chico arquea las cejas y niega con la cabeza.
Sólo
le falta decirme «¡Ni loco!».
Estamos
de regreso en Alemania y la naturalidad de sus
actos
en nuestra luna de miel parece haber desaparecido. Eso
me
apena. Me gustaba mucho el PETER desinhibido. Me observa
con
gesto serio y al ver que yo no paro de moverme, dice:
—Ve
tú a la pista.
Deseosa
de bailar y cantar la canción del grupo Orishas que
suena,
salgo a la pista con mis amigos y bailo junto a ellos.
Nuestros
movimientos son lentos y sensuales. La música entra
en
nuestros cuerpos y cantamos.
Represent, represent,
Cuba orishas underground de la Habana.
Represent, represent,
Cuba, hey mi música.
La
pista se llena.
Todos
bailamos la canción, mientras la cantamos a voz en
grito
y observo que Eric no me quita ojo. Me vigila. No está
cómodo.
Llega
mi amigo Reinaldo. Ve a PETER y corre a saludarlo.
Ambos
sonríen. Mi rubio le presenta a Dexter y Graciela y le
señala
dónde estoy yo. Reinaldo, con su gran sonrisa cubana,
corre
hacia la pista y, agarrándome por la cintura, comienza a
bailar
esa calentita canción.
Represent, represent,
Cuba orishas underground de la Habana.
Miro
a PETER y me doy cuenta de que ese bailecito que nos
estamos
marcando no le está gustando un pelo. Rápidamente,
me
suelto y toda la pista comienza a saltar mientras cantamos.
Aprenderás que en la rumba está la esencia.
Que mi guaguancó es sabroso y tiene buena mezcla.
A mi vieja y linda Habana un sentimiento de mañana.
Todo eso representas,
¡Cuba-a-a!
El
local entero jalea la canción y baila y, cuando termina, el
Dj
cambia de ritmo y yo vuelvo con mi marido, sedienta. Cojo el
mojito
y le doy un trago considerable.
—¿No
bailas, cielo?
PETER
me mira... me mira y me mira y al ver cómo sudo, pregunta,
retirándome
el pelo de la cara:
—¿Desde
cuándo me gusta bailar?
Su
respuesta es borde a tope, pero como no quiero discutir
ni
recordarle que en nuestra luna de miel bailó todo lo que quiso
y
más, se lo paso por alto y, agarrándole del cuello, murmuro:
—Vale,
pues entonces, bésame. Eso te gusta, ¿verdad?
¡Sonríe
por fin!
Me
besa y disfrutamos de nuestro beso, pero de pronto
Marta
tira de mí, me lleva a la pista y comenzamos a bailar la
Bemba
colorá. El semblante de PETER vuelve a oscurecerse. Está
claro
que no le está gustando un pelo el Guantanamera.
Graciela
nos mira y le hago una seña para que se nos una. No
lo
piensa y sale a la pista con nosotras, mientras menea las
caderas.
Dexter y PETER se miran y ambos resoplan.
¡Vaya
dos!
Rápidamente
se nos unen Reinaldo, Anita, Arthur, un par de
amigos
cubanos y Don Torso Perfecto.
Madre
mía. De cerca, el argentino todavía está mejor.
Como
no es la primera vez que voy a ese local, ya sé cómo
bailan.
Hacemos un corrillo y, en medio, pareja por pareja
demuestran
su gracia en el bailoteo calentito y sabrosón. Marta
y
yo nos movemos como dos locas mientras gritamos
«¡Azúcar!».
Cuando
la canción acaba, regreso junto a PETER. Vuelvo a estar
sedienta
y él, con gesto incómodo, me mira y pregunta:
—¿Va
a ser así toda la noche?
Observo
que Dexter le dice algo a Graciela y que ella pone los
ojos
en blanco. Vuelvo a mirar a mi chico no latino y pregunto,
tras
beber un enooooooorme trago de mi rico mojito:
—¿No
te gusta el vacilón?
Esa
palabra no la entiende y, al ver su cara, insisto:
—¿No
te gusta la fiesta y el buen rollito que hay aquí?
PETER,
o mejor dicho, Iceman, mira alrededor y, con su sinceridad
aplastante,
responde:
—No.
No me va nada. Pero a ti sí, ¿verdad?
Tras
acabarme el mojito, lo miro y, a pesar de que sé que le
molesta,
contesto:
—Ya
tú sabes mi amol.
Las
aletas de la nariz se le mueven.
Guauuuu,
¡excitante!
Luego,
acercándome a él, murmuro:
—Me
pones como a una Ducati cuando eres tan terrenal.
Pego
mi cuerpo al suyo. Incluso con tacones le llego a la
nariz.
Eric no se mueve. Sólo me mira y yo empiezo a mover mi
cuerpo
lentamente al compás de la música. Noto su erección y,
besándolo,
pregunto:
—¿Quieres
que nos vayamos a casa?
Asiente
sin dudarlo y yo sonrío.
Cuando
llegamos, son las dos y cuarto de la madrugada, nos
despedimos
de Dexter y Graciela y, cuando entramos en nuestra
habitación,
PETER sigue ceñudo.
Yo
estoy algo perjudicá con los mojitos y, acercándome,
digo:
—Oye,
cariño...
Pero
no puedo decir más.
Iceman
me agarra entre sus brazos y, con una pasión que me
deja
sin habla, me besa y me devora. Me empotra contra la
pared
y, arrancándome las bragas, dice cerca de mi boca, mientras
se
desabrocha los pantalones:
—No
me gusta que bailes con otros.
Me
penetra de un empellón que me hace jadear.
—No
quiero que vuelvas a ir a ese sitio, ¿entendido?
Su
pasión me enloquece, pero tonta no soy. Me agarro con
fuerza
a sus hombros y, mirándolo, respondo sin perder la
cordura:
—Mis
amigos van allí, ¿dónde está el problema?
El
semblante de PETER se torna de nuevo sombrío. Agarra mis
caderas,
me vuelve a apretar contra él y yo grito. Su profundidad
me
vuelve loca, ¡me encanta!, y sisea:
—No
me gusta ese local.
Lo
beso y, cuando separo mis labios de los suyos, contesto:
—A
mí sí. Me lo paso bien y no hago mal a nadie.
—Me
lo haces a mí —masculla, empalándome de nuevo.
Me
falta el aire. Pero nuestro caliente juego me gusta y,
deseosa
de más, susurro:
—No,
cariño. A ti nunca te haría mal.
Tras
una nueva penetración, PETER jadea y murmura:
—Demasiados
hombres mirándote.
—Pero
sólo soy tuya.
Su
boca vuelve a tomar la mía. Sus manos bajan a mi trasero.
Me
sujeta por él y me penetra una y otra vez. No descansa. Está
furioso
y su furia me encanta. Me abro. Me deleito con ese
momento
tan terrenal. Tan pasional hasta que mi cuerpo no
puede
más y, apretándome contra él, un placer intenso y adictivo
sale
de mí.
PETER,
al notarlo, incrementa sus acometidas una y otra y otra.
Se
hunde en mí sin descanso hasta que un varonil gruñido me
hace
saber que ha llegado al límite.
Sin
soltarnos, seguimos contra la pared. Nos encanta esa
clase
de sexo. Nuestras respiraciones están agitadas y, mirándolo,
digo:
—Vaya,
te ha excitado el Guantanamera.
Él
me mira y, al ver mi sonrisa, al final sonríe también y
dice,
abrazándome:
—Me
excitas tú, pequeña... sólo tú.
No
vuelve a prohibirme nada. Sabe que no debe. Aunque ya
me
ha quedado claro lo que piensa del Guantanamera.
Esa
noche, tras hacer de nuevo el amor como salvajes bajo la
ducha,
dormimos abrazados y muy... muy enamorados.
Los
días pasan y Dexter y Graciela no avanzan.
Me
tienen aburrida.
PABLO
llama para cenar con Graciela, ella acepta y Dexter no
dice
nada.
Pero
¿este hombre no tiene sangre en las venas?
Al
día siguiente le pregunto a Graciela por su cita y,
encantada,
me comenta que PABLO se comportó como un
caballero
en todo momento. Cero sexo.
Sinceramente,
no me sorprende. Si algo tiene PABLO, aparte
de
estar buenísimo, es que es un auténtico gentleman y un buen
amigo
de sus amigos.
El
colegio de Flyn comienza. En su primer día de clase está
nervioso.
Durante el trayecto, Norbert y yo sonreímos al verlo
tan
feliz. Lleva en su mochila el regalo que ha hecho para su
amiga
especial Laura y está deseoso de dárselo.
Pero
su expresión ya no es la misma cuando vamos a buscarlo
por
la tarde. Está triste y compungido.
—¿Qué
ocurre? —le pregunto.
Con
lágrimas en los ojos, mi pequeño coreano alemán me
mira
y murmura, con el regalo aún envuelto en sus manos.
—Laura
ya no está en el colegio.
—¿Por
qué?
—Me
ha contado Ariadna que sus padres se han mudado de
ciudad.
Ay,
mi niño. Su primera decepción en el amor.
Qué
pena. ¿Por qué el amor es siempre tan puñetero?
Lo
abrazo y se deja abrazar mientras Norbert conduce. Beso
su
cabecita morena e, intentando buscar las mejores palabras
que
mi padre diría, consigo decir:
—Escucha,
Flyn, entiendo que estés triste por no ver a Laura,
pero
tienes que ser positivo y pensar que ella, aunque no esté en
este
colegio, está bien. ¿O preferirías que estuviera mal?
El
crío me mira, niega con la cabeza y dice:
—Pero
ya no la volveré a ver.
—Eso
nunca se sabe. La vida da muchas vueltas y quizá
algún
día te vuelvas a reencontrar con tu amiga.
Mi
pequeño no contesta e, intentando que sonría, propongo:
—¿Qué
te parece si vamos a comprarle algunos regalos a
PETER?
El sábado es su cumpleaños.
Asiente.
Rápidamente, le indico a Norbert que se desvíe y
nos
lleve a una joyería donde sé que hay un reloj que a mi marido
le
gusta. Cuesta un pastizal, pero oye, ¡nos lo podemos
permitir!
Cuando
entramos en la joyería, a mí no me conocen, pero a
Flyn
y a Norbert sí y, cuando digo que soy la señora LANZANI,
sólo
les falta ponerme una alfombra roja y tirar pétalos de
rosa
a mi paso.
¡Qué
fuerte! Lo que hace el tener dinero.
Tras
comprar el reloj y una pulsera de cuero negro que a
Flyn
le ha gustado para su tío, dejo que lo envuelvan todo para
regalo
y me entristezco al ver la carita de mi sobrino. No me
gusta
verlo tan triste, después de que el último mes haya estado
tan
feliz. Cuando subimos al coche, intento que sonría.
—¿Sabes
que dentro de dos fines de semana participo en una
carrera
de motocross junto con Jurgen?
—¡Haaaala!
¿Sí?
Asiento
y pregunto:
—¿Quieres
ser mi ayudante?
El
crío asiente, pero no sonríe y yo insisto:
—¿Qué
te parece si el próximo fin de semana comenzamos
tus
clases con la moto?
Su
expresión cambia y los ojitos se le iluminan.
Desde
antes de nuestra boda, el pequeño quiere aprender a
montar
en moto y por eso le pedí a mi padre que aprovechara el
verano
y le enseñara primero a montar en bicicleta. Eso me
facilitaría
la tarea.
Pienso
en PETER y se me abren las carnes. Sé que esas clases
me
traerán más de un dolor de cabeza, pero también sé que
finalmente
PETER aceptará. Mi chico prometió cambiar su actitud
ante
todos y ha de demostrarlo.
Flyn
comienza a hacerme preguntas de la moto. Yo le
respondo
como buenamente puedo, hasta que me mira y dice:
—El
tío PETER se enfadará, ¿verdad?
Quitándole
importancia, lo beso en la cabeza y contesto, convencida
de
que tiene razón:
—Tú,
tranquilo. Te prometo que lo convenceré.
Pero
Flyn y yo acertamos. Esa tarde, cuando Dexter y Graciela
se
marchan para arreglar unos asuntos de su empresa, le
hablo
a PETER sobre el tema y se enfada.
—¿Y
por qué has tenido que recordárselo? —me dice, desde
el
otro lado de la mesa de su despacho.
—Escucha,
PETER —respondo, mirando la estantería con sus
armas—.
Flyn estaba destrozado por la pérdida de Laura y yo he
pensado
que...
—Has
decidido que cambiara a Laura por una moto, ¿no?
Lo
miro. Me mira.
Nos
retamos como siempre con la mirada y añado:
—Antes
de la boda le prometiste que aprendería a montar en
moto.
—Sé
lo que le prometí. Lo que no entiendo es por qué has
tenido
que recordárselo.
En
eso tiene razón. Como siempre, he sido demasiado
impulsiva.
No pienso las cosas y así me va luego. Pero como no
escarmiento,
añado:
—Él
me lo hubiera pedido igualmente. Dentro de dos fines
de
semana participo con Jurgen en una carrera y...
—¿Que
vas a hacer qué?
Oh...
oh... Mal rollito.
Frunce
el cejo y noto que se tensa. Pero dispuesta a que
cumpla
lo que prometió en su día, aclaro:
—Te
lo dije. Lo sabes desde hace un mes. Te dije que Jurgen
me
avisó de esa carrera y tú mismo me dijiste que te parecía
bien
que participase. ¿Por qué si no ordenaste que trajeran mi
moto
en tu avión?
Asombrado,
me mira y pregunta:
—¿Yo
lo ordené?
—Sí.
Y si tienes menos memoria que Doris, la amiga de
Nemo,
¡no es mi problema! —Y antes de que diga nada más,
añado—:
Pero bueno, eso ahora no importa, lo que importa es
hablar
de Flyn.
PETER
me mira con el cejo fruncido.
—Comienza
el curso escolar y no quiero que se distraiga de
los
estudios. Deja las clases de moto para la primavera.
—¡¿Cómo?!
—LALI,
por el amor de Dios. A Flyn le da igual aprender
ahora
que dentro de un tiempo.
—Pero
yo le he prometido que...
—Lo
que tú le hayas prometido no es asunto mío —me corta
con
voz seca—. Además, la moto de Hannah o la tuya son muy
altas
para él. Habría que comprar una adecuada para un niño.
—Buenooooo...
—resoplo.
Yo
aprendí con la moto de mi padre y aquí estoy, ¡enterita!
—Mira,
LALI, está claro que aprenderá a montar en moto,
pero
ahora no es el momento.
—Ahora
sí lo es.
Tensión...
Mucha
tensión.
—LALI...
—sisea.
Sin
amilanarme, respondo:
—PETER...
Llevaba
un tiempito sin sentir esta sensación. Me mira con
sus
helados ojos de Iceman y mi estómago se contrae. Dios,
¡cómo
me pone! Y cuando voy a decirle que no quiero discutir,
suena
el teléfono. PETER lo coge, me hace una seña y yo entiendo
que
es trabajo.
Espero
cinco minutos para retomar la conversación, pero al
ver
que aquello se alarga, decido salir del despacho e ir a la
cocina
a tomar algo. Cuando entro, me encuentro con Flyn allí
sentado.
Vuelve a estar cabizbajo. Sostiene todavía el paquetito
envuelto
para Laura y al verme me mira y dice:
—No
quiero que el tío y tú discutáis.
—No
pasa nada, cariño.
—Pero
he oído que el tío se ha enfadado.
—Se
ha molestado porque ha recordado que yo voy a participar
en
una carrera de motos, no porque tú vayas a aprender
—le
miento y, al ver su carita, insisto—: No pasa nada, cielo,
créeme.
—Sí,
sí pasa. Os enfadaréis y tú te volverás a ir.
Al
oír eso, sonrío. Mi pitufo gruñón me quiere y eso me llega
al
corazón. Por eso, sentándome en una silla a su lado, hago que
me
mire.
—Mira,
Flyn, tu tío y yo nos queremos muchísimo, pero aun
así
somos tan diferentes en tantas cosas que nos va a resultar
muy
difícil no discutir. Pero aunque discutamos, eso no quiere
decir
que yo me vaya a ir, porque para que yo me vaya y te deje a
ti
y a él, tiene que ocurrir algo muy... muy... muy grave y eso no
voy
a permitir que ocurra, ¿de acuerdo?
El
niño asiente. Lo cojo de la mano y hago que se siente
sobre
mis piernas. Todavía me sorprende haber conseguido esa
cercanía
y, cuando me abraza y apoya su cabecita en mi hombro,
murmuro:
—Me
encantan tus abrazos, ¿lo sabías?
Noto
que sonríe y, durante más de cinco minutos continuamos
así,
sin hablar y sin movernos, hasta que él, mirándome
de
nuevo, dice:
—A
mí me encanta que vivas con nosotros.
Ambos
reímos y volviéndome a sorprender, añade, cogiendo
mi
mano:
—Ya
que Laura se ha ido, quiero que el regalo sea para ti.
—¿Estás
seguro?
Flyn
asiente y yo cojo el regalo.
Abro
el papel y sonrío al ver una pulserita hecha a mano con
las
piezas de un juego de las Bratz de mi sobrina, que, curiosamente,
es
de mi color preferido: ¡Lila!
—Es
preciosa, ¡me encanta!
—¿Te
gusta?
—Por
supuesto que me gusta. —Y, poniéndomela, extiendo la
mano
y pregunto—: ¿Qué tal la ves?
—Te
queda muy bien. Además, la hice de tu color preferido.
—¿Cómo
lo sabes?
—Lo
dijo Luz y recuerdo que un día el tío también lo
comentó.
Saber
eso me hace sonreír y, dándole un beso, murmuro:
—Gracias,
cariño. Me encanta el regalo.
—No
discutas con el tío por mí.
—Flyn...
—Prométemelo
—insiste.
Deseosa
de que vuelva a sonreír, pongo mi pulgar junto al
suyo
y afirmo:
—Te
lo prometo.
Me
abraza con fuerza. Tan fuerte que hasta me hace daño en
los
hombros, pero no me quejo y, dispuesta a que ese niño sea
feliz
sí o sí, digo haciéndole cosquillas:
—Te
voy a comer a besos, ¿sabes?
Él
suelta una carcajada y yo, encantada, me río también,
hasta
que de pronto los dos somos conscientes de que PETER está
en
la puerta. Nos mira. Su mirada, como siempre, me impacta.
Se
acerca a nosotros y, agachándose para estar a nuestra altura,
dice:
—Punto
uno —eso me hace sonreír—, LALI no se va a ir de
nuestro
lado nunca, ¿entendido? —El crío asiente y PETER
prosigue—:
Punto dos, compraremos una moto para un niño de
tu
edad, así podrás comenzar las clases con LALI. Y punto tres,
¿qué
te parece si ahora nos vamos de compras para que LALI sea
la
más guapa en la Oktoberfest?
Flyn
parpadea, se tira a los brazos de su tío y después sale
corriendo
de la cocina. Yo todavía no entiendo nada. ¿Qué ha
pasado?
No me muevo cuando mi loco amor, arrodillado ante
mí,
murmura:
—Muy...
muy... muy... muy grave tiene que ser lo que ocurra
entre
tú y yo para que te deje marchar, ¿entendido, pequeña?
Al
escuchar eso, sonrío y pregunto:
—Has
escuchado la conversación, ¿verdad?
PETER
asiente y, acercando su boca a la mía, susurra:
—He
escuchado lo suficiente como para saber que mi
sobrino
y yo estamos locos por ti y que ya no sabemos vivir sin
nuestra
morenita.
Me
desarma...
Sus
palabras derriban todas mis defensas...
Lo
beso y, gustoso, responde. Le deseo desesperadamente y
cuando
mis manos lo agarran con más pasión, PETER me para y
dice:
—Aunque
lo que más deseo en el mundo en este momento es
desnudarte
y hacerte mía mil veces, ahora no puede ser.
Yo
protesto.
Él
sonríe y dice al ver mi cara:
—Flyn
regresará en seguida para que nos vayamos de
compras.
—¿De
compras, adónde?
Una
vez nos levantamos los dos, mi chico me besa... me
besa...
me besa y, cuando he perdido el sentido común por completo,
dice,
dándome un empujoncito en el trasero:
—Vamos,
debemos ir a comprarte algo bonito para la gran
fiesta
de Múnich.
Horas
después, en una tienda de lo más típica, nos encontramos
con
Dexter y Graciela. Al vernos, vienen a nuestro
encuentro
y me divierto comprando los trajes típicos bávaros.
¡Nos
vamos de fiesta!