Tras
una estupenda mañana en la piscina como le prometí a mi sobrina, por la tarde
mi familia debe regresar a España. Lo hacen en el avión privado de PETER.
Verlos marchar me apena, me entristece, pero estoy feliz por haber estado esas
horas con ellos.
—Venga,
pequeña, sonríe —murmura PETER, cogiéndome el moflete cuando para en un
semáforo—. Ellos están bien. Tú estás bien. No tienes por qué estar triste.
—Lo
sé. Pero los echo mucho de menos —murmuro.
El
semáforo se pone verde, y PETER arranca. Miro por la ventanilla y, de pronto,
la música suena a todo volumen. Alucinada, observo a mi chico y lo veo cantando
a pleno pulmón Highway to Hell de los AC/DC:
Living easy, living free,
Season ticket on a on-way ride
Asking nothing leave me be
Taking everything in my stride...
Sorprendida,
pestañeo.
Es
la primera vez que lo veo cantar así. Me río y exagera los movimientos de
malote. ¡Me encanta su lado salvaje! PETER mueve la cabeza al compás de la
música y me incita con la mano para que cante y haga lo mismo. Divertida,
comienzo a cantar con él a voz en grito. Nos miramos y reímos. De pronto,
aparca el coche. Continuamos cantando, y cuando la canción acaba, ambos
soltamos una carcajada.
—Siempre
me ha gustado esta canción —dice PETER.
Me
quedo boquiabierta porque esa cañera canción le guste.
—¿Te
gustaban los AC/DC?
Sonríe,
sonríe..., baja el volumen de la música y confiesa:
—Por
supuesto. No siempre he sido tan serio.
Durante
unos minutos, me explica su roquera vida de jovencito, y yo lo escucho
sorprendida. ¡Vaya con Iceman! Pero cuando finaliza su relato, mi sonrisa ha
desaparecido. PETER me mira. Sabe que pienso de nuevo en mi familia. Ve el
dolor que tengo en la mirada por su marcha y dice:
—Sal
del coche.
—¿Qué?
—Sal
del coche —insiste.
Cuando
lo hago, sonrío. Sé lo que va a hacer. Suena en
la radio You are the sunshine of my life de Stevie Wonder. PETER sube el volumen a tope,
sale del coche y camina hacia mí.
Dios,
¿
lo
va a
hacer?
¿Va
a bailar conmigo en medio de la calle?
¡Increíble!
Con
decisión, se para frente a mí y murmura:
—Baila
conmigo.
Me
tiro a sus brazos. Esto me hace feliz. Ver que es capaz de parar el coche en
medio de una calle muy transitada y bailar conmigo sin ningún pudor es
maravilloso.
—Como
dice la canción eres el sol de mi vida y, si te veo triste, yo no puedo ser
feliz —susurra en mi oído—. Te prometo, pequeña, que iremos a España siempre
que quieras, que tu familia vendrá a nuestra casa siempre que quiera, pero, por
favor, sonríe; si yo no te veo sonreír, no puedo ser feliz.
Sus
palabras me tocan de lleno el corazón. Me emocionan. Lo abrazo y asiento. Bailo
con él y disfruto de ese momento mágico. La gente que pasa por nuestro lado nos
mira. No entiende que hagamos eso. Sonrío. No importa lo que piensen, y sé que
a PETER tampoco le importa. Cuando la canción acaba, lo miro y susurro, dichosa
y feliz:
—Te
quiero con toda mi alma, tesoro.
Asiente.
Disfruta con mis palabras.
—Sigo
esperando que quieras casarte conmigo.
Eso
me hace sonreír. Y aclaro.
—Cariño...,
eso fue un impulso. ¿No lo habrás tomado en serio?
Mi
Iceman me mira..., me mira y, finalmente, dice:
—Sí.
—Pero,
PETER, ¿de qué hablas? Yo no soy de casarme ni esas cosas.
Mi
loco amor me besa.
—En
casa tenemos en el frigorífico una estupenda botella de Moët Chandon rosado.
¿Qué te parece si nos la bebemos y hablamos de ese impulso?
Calor.
Emoción. Nerviosismo.
¿De
verdad está hablando de matrimonio?
Pero
conteniendo mis nervios, sonrío y pregunto mimosa:
—¿Moët
Chandon rosado?
—¡Ajá!
—sonríe.
—Ese
de las pegatinas rosas que huele a fresas silvestres —me mofo al recordar la
primera vez que llevó esa botella a mi casa de Madrid.
—Sí,
pequeña.
Suelto
una carcajada y murmuro, sin separarme de él:
—De
momento, vayamos a por la botella
De
pronto, suena el móvil de PETER. Ha recibido un mensaje. Me besa. Devora mi
boca y, cuando ambos nos damos por satisfechos, entramos en el coche. Hace
frío. Mira su móvil y dice:
—Cielo,
tengo que pasar un momento por la oficina, ¿te importa?
Enamorada
hasta las trancas de ese hombre, niego con la cabeza y sonrío. Veinte minutos
después, llegamos hasta la mismísima puerta. Son las diez de la noche y poca
gente se ve en la calle. Cuando entramos en el hall, los guardias de seguridad
nos saludan. Me miran con sorpresa y sonrío. Ellos no sonríen.
¡Aisss,
madre!, lo que les cuesta a los alemanes sonreír.
Cuando
llegamos a la planta presidencial, observo que no hay nadie. La oficina está
completamente vacía. Tengo que ir al baño.
—PETER,
¿dónde están los baños aquí?
Señala
a mi derecha y corro hacia ellos, mientras él dice:
—Te
espero en mi despacho.
Una
vez que hago lo que tengo que hacer, me miro al espejo y me coloco el pelo. Mi
aspecto es dulce y jovial. Vestida con aquel jersey rosa que me ha regalado mi
padre y los vaqueros parezco más joven de lo que soy.
Pienso
en lo que PETER me ha dicho minutos antes. ¿Boda? ¿Realmente deberíamos
casarnos?
Sonrío,
sonrío, sonrío.
Con
una esplendorosa sonrisa salgo del baño y me encamino hacia el despacho de
PETER. Cuando abro la puerta me quedo con la boca abierta y mi sonrisa
desaparece al ver a NATALIE frente a PETER ataviada con un sexy y sugerente
vestido rojo. ¡Lagarta!
Durante
unos segundos, ellos no me ven. Observo cómo se agacha hacia PETER mientras le
enseña unos papeles. Sus pechos están demasiado cerca de él e intuyo que busca
algo más que trabajo. PETER sonríe. Ella le toca el hombro, y él no dice nada.
¡Los mato!
Sigo
observándolos unos minutos. Hablan. Miran papeles. Al final, NATALIE, con
coquetería, se sienta en la mesa y cruza las piernas ante mi Iceman. Mis celos
son intensos. Demasiado intensos. Peligrosos. Cuando no puedo más cierro con
fuerza la puerta del despacho, y ambos me miran.
Mi
cara ya no es la de la dulce jovencita del baño. Estoy por gritar como Shakira.
¡Rabiosa! Lo que acabo de ver me subleva. Esa mujer y sus artimañas sacan lo
peor de mí. La cara de sorpresa de NATALIE lo dice todo. No me esperaba aquí.
Con decisión y cierta chulería me acerco hasta donde ellos están. PETER me
mira. Tiene una ceja arqueada.
—Hombre,
NATALIE, ¡cuánto tiempo sin verte!
Ella
se baja de la mesa, se recompone el vestido y se aleja unos pasos de PETER. Se
toca su cuidadísimo pelo rubio, clava su impersonal mirada en mí y responde con
una prefabricada sonrisa:
—Querida
LALI, qué alegría verte.
¡Será
mentirosa...!
Se
acerca para saludarme, pero yo prefiero las cosas claritas. La detengo y digo
con voz de enfado:
—Ni
se te ocurra tocarme, ¿entendido?
PETER
se levanta. Prevé problemas, y antes de que abra la boca, digo señalándole:
—Tú,
cállate. Estoy hablando con NATALIE. Después hablaré contigo.
La
mujer sonríe. Se siente bien ante el gesto de disgusto de PETER. Nos miramos
con odio. Está claro que nunca seremos amigas. Soy consciente de que en ese
momento nuestras pintas nada tienen que ver. Ella va vestida con un sexy y rojo
vestido ceñido y unos taconazos de infarto, y yo voy con jersey rosita,
vaqueros y botas planas. Vamos..., imposible competir.
Ella
es consciente de esto. Lo sé por cómo me mira. Pero estoy dispuesta a dejar
claro lo que pasa por mi cabeza, así que digo con seguridad:
—No
necesito ir vestida de fulana para volver loco a un hombre. Empezando porque ya
tengo pareja, que, mira por dónde, ¡qué casualidad!, es la misma a la que te
estabas insinuando, ¡so perra!
NATALIE
va a protestar cuando, levantando un dedo, la hago callar.
—Trabajas
para PETER. Para mi novio. Limítate a eso, a trabajar, y no busques nada más.
—LALI...
—gruñe PETER.
Pero,
sin hacerle caso, continúo:
—Si
vuelvo a ver que intentas con él cualquier otra cosa, te juro que lo vas a
lamentar. Esta vez no va a ocurrir como la última en que nos vimos. En esta
ocasión, yo no me voy a ir. Si alguien se va a marchar, vas a ser tú, ¿me has
entendido?
PETER
se mueve de su silla. NATALIE nos mira y responde:
—Creo...,
creo que te estás equivocando, querida.
Dispuesta
a marcar mi territorio, le doy con el dedo en el prominente canalillo, y siseo:
—Déjate
de «querida» y de gilipolleces. Aléjate de PETER, pedazo de zorra, ¿de acuerdo?
—LALI...
—me regaña PETER, incrédulo.
NATALIE,
humillada, recoge sus cosas y se va, aunque antes mira hacia atrás y dice:
—Mañana
te llamaré.
PETER
asiente. Ella se va, y yo, enfadada, siseo:
—Como
me digas que no te has dado cuenta de cómo esa tiparraca se te insinuaba hace
unos segundos, te juro que cojo esa estatuilla que hay encima de tu mesa y te
abro la cabeza. —No responde, y prosigo—: Me acabas de decepcionar, ¡imbécil!
Esta idiota te estaba poniendo las tetas en la cara, y tú lo estabas
permitiendo.
—Te
equivocas.
—No,
no me equivoco. Entre NATALIE y tú hay tal familiaridad que no te das cuenta,
¿verdad? Pues genial... ¡sigamos por ese camino! Cuando vea a BENJAMIN la
próxima vez, como hay familiaridad entre nosotros, sin importarme lo que tú
pienses o sientas, me voy a sentar en sus piernas para hablar con él, o le voy
a poner mis tetas en la cara, ¿te parece bien?
—Te
estás pasando, LALI —sisea furioso.
—¡Y
una mierda! —grito—. Te has pasado tú.
Su
cara de cabreo es un poema. Sé que estoy exagerando; lo que he visto ha sido
tonteo por parte de NATALIE y no de PETER, pero ya no puedo parar.
—Tú
deberías haber cortado ya el rollo con NATALIE. Os he visto. ¡Joder! He visto
cómo te miraba ella, y..., y... si yo no te hubiera acompañado, habrías
terminado tirándotela sobre la mesa como otras veces, ¿no crees?
—Yo
que tú no continuaría por ese camino... —insiste con frialdad.
—¿A
cuento de qué te tiene que hacer venir a la oficina a estas horas? —No
contesta—. Pero ¿no has visto cómo iba vestida? Simplemente buscaba sexo. Ni
más ni menos. Y tú eres tan idiota que no te das cuenta, ¿verdad?
PETER
no contesta. Mis palabras lo molestan. Recoge los papeles que NATALIE ha dejado
sobre la mesa y dice:
—Entre
NATALIE y yo no existe absolutamente nada. No te voy a negar que ella continúa
su seducción, pero yo no le hago caso y...
—¡Serás
gillipollas! —grito, descompuesta—. Tú sabes que ella lo sigue intentando, pero
no le haces caso. ¡Genial, PETER! El próximo día que vea al tal Leonard ese al
que arreglé el coche, aunque intente seducirme, lo voy a dejar. Eso sí,
tranquilo, que no le voy a hacer caso aunque lo intente. Total, a ti no te
importa, ¿verdad?
Eso
lo enfurece. Mete los papeles en su maletín y sin mirarme sale del despacho. Lo
sigo. Bajamos en el ascensor en silencio. Lo sigo hasta el coche. Nos montamos
y hacemos todo el camino en silencio. Los celos y las inseguridades nos matan,
y cuando llegamos a la casa y mete el coche en el garaje, nos bajamos y cada
uno toma diferente camino. Él se mete en su despacho, y yo me voy a mi
cuartito. Doy un portazo y me siento sobre la mullida alfombra.
¡Echo
humo por las orejas!
Miro
hacia el ventanal. Sólo se ve oscuridad. Enciendo mi portátil, miro mis
correos, hablo con mis amigas de Facebook y su charla me relaja.
Pasan
las horas, y ninguno de los dos busca al otro. Ninguno quiere hablar. Ninguno
piensa en esa conversación ante la botella de Moët Chandon rosado. El reloj
marca las dos de la madrugada y nuestros orgullos están heridos. De pronto, la
lucecita de mis e-mails parpadea. He recibido un mensaje.
¡PETER!
Con el corazón a mil, lo abro y leo:
De:
PETER LANZANI
Fecha:
6 de marzo de
2013 02.11
Para:
LALI ESPOSITO
Asunto:
No puedo
continuar sin hablarte
Cariño,
soy consciente de que tienes razón en todo lo que has dicho, pero NUNCA te
engañaría ni con NATALIE ni con ninguna otra.
Te
quiero loca y apasionadamente.
PETER.
El gilipollas.
Cuando
lo leo, una sonrisita tonta se me instala en la cara.
¿Por
qué ya me ha ganado con este e-mail?
Durante
un rato me tienta el contestarle. Sé que lo espera. Pero no. No pienso hacerlo.
Me niego. Diez minutos después, llega otro e-mail.
De:
PETER LANZANI
Fecha:
6 de marzo de
2013 02.21
Para:
LALI ESPOSITO
Asunto:
Pídeme lo que
quieras
Pequeña,
la sinceridad y la confianza entre nosotros es primordial. Las palabras «Pídeme
lo que quieras, AHORA Y SIEMPRE» engloban absolutamente todo entre nosotros.
Piénsalo.
Te
quiero.
PETER.
Un atormentado gilipollas.
Vuelvo
a sonreír.
Desde
luego no puedo negar que en esos meses PETER se ha vuelto más chispeante y
divertido. Voy a contestar, pero mis dedos parecen no querer hacerlo, cuando
llega otro e-mail.
De:
PETER LANZANI
Fecha:
6 de marzo de
2013 02.30
Para:
LALI ESPOSITO
Asunto:
Dime que sí
¿Te
apetece una copa de Moët Chandon rosado? Te espero en el despacho.
PETER.
Un loco, apasionado y atormentado gilipollas.
Suelto
una carcajada. Adoro que me haga reír.
Pasa
más de media hora. Leo los e-mails como cien veces y cien veces sonrío.
No vuelve a enviar ninguno más. Las tripas me rugen. Tengo hambre. Camino hacia
la cocina y al entrar me encuentro a PETER sentado a la mesa ante la botella de
Möet Chandon rosado junto a Susto. El perro se acerca a mí y me saluda.
Yo le toco su huesuda cabecita y Eric me mira. Sabe que he leído los e-mails
y espera que yo dé el segundo paso. Yo retiro la vista. No quiero mirarlo o
le abrazaré.
Camino
hacia el frigorífico y, cuando voy a abrirlo, noto el cuerpo de mi amor detrás
de mí. Se me eriza todo el vello del cuerpo. No me muevo. No respiro. Siento
cómo pasa sus fuertes manos por mi cintura; me pega a su cuerpo y, cuando
cierro los ojos y apoyo mi nuca en su pecho, murmura en mi oído:
—No
quiero. No puedo. No deseo estar enfadado contigo.
—Yo
tampoco.
Silencio.
Estoy tan emocionada porque me abrace que no puedo hablar. PETER mordisquea el
lóbulo de mi oreja.
—Nunca
caería en el juego de NATALIE. Te quiero demasiado como para perderte.
Sus
palabras me enloquecen. Sigo sin moverme, y entonces me da la vuelta. Con sus
manos coge mi rostro y besa mi frente, mis ojos, las mejillas, la punta de la
nariz, la barbilla, y cuando va a besarme la boca, hace eso que tanto me gusta.
Chupa mi labio superior, después el inferior, me da un mordisquito, y luego
asalta mi boca. Con su mano me coge por la nuca mientras yo salto para estar a
su altura. Me agarra con sus fuertes brazos y no me suelta. Cuando separa su
boca de la mía, me mira y murmura:
—Ahora
y siempre. No lo olvides pequeña.
Asiento
y lo beso. Lo deseo. Sin más y en sus brazos, llegamos hasta nuestra
habitación. Allí mi amor, mi loco amor, echa el pestillo en tanto yo me desnudo
sin dejar de mirarle. Sobre la cama, instantes después, hacemos el amor como
nos gusta. Fuerte y salvaje.
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