Pasa
el viernes, ¡y el mundo no se acaba! Los mayas no acertaron.
El
sábado me despierto muy pronto. Estoy agotada por mi trabajo de camarera, pero
¡es lo que hay! Miro por la ventana.
¡No
llueve!
¡Bien!
Saber
que PETER está a pocos kilómetros de donde me encuentro y que puede haber
alguna posibilidad de que lo vea me inquieta en exceso. No comento nada en
casa. No quiero que esto los altere y, cuando llegan el Bicharrón y el Lucena
con el remolque de la moto y mi padre monta junto a AGUSTIN, sonrío, divertida.
—¡Vamos,
morenita! —grita mi padre—. Ya está todo preparado.
Mi
hermana, mi sobrina y yo salimos de casa con la bolsa de deporte donde llevo mi
mono de correr, y al llegar al coche me alegro al ver aparecer a BENJAMIN.
—¿Te
vienes? —pregunto.
Él,
jovial, asiente.
—Dime
cuándo he faltado yo a una de tus carreras.
Nos
dividimos en dos coches. Mi padre, mi sobrina, el Bicharrón y el Lucena van en
un coche, y mi hermana, AGUSTIN, BENJAMIN y yo, en otro.
Cuando
llegamos a El Puerto de Santa María nos dirigimos al lugar donde se va a
celebrar el evento. Está a rebosar de gente, como todos los años. Tras hacer la
cola para comprobar la inscripción y que le den un número de dorsal, mi padre
regresa feliz.
—Eres
el número 87, morenita.
Le
dedico un gesto de asentimiento y miro a mi alrededor en busca de EUGE. No la
veo. Demasiada gente.
Compruebo
mi móvil. Ni un solo mensaje.
Me
encamino con mi hermana hacia los improvisados vestuarios que la organización
ha dispuesto para los participantes. Aquí me quito mis vaqueros y me pongo mi
mono de cuero rojo y blanco. Mi hermana me coloca las protecciones de las
rodillas.
—LALI,
algún año le tendrás que decir a papá que esto ya no lo haces —asevera—. No
puedes seguir dando saltos sobre una moto eternamente.
—¿Y
por qué no, si me gusta...?
CANDE
sonríe y me da un beso.
—También
tienes razón. En el fondo admiro la guerrera marimacho que hay en ti.
—¿Me
acabas de llamar marimacho?
—No,
cuchufleta. Me refiero a que esa fuerza que tienes ya me gustaría tenerla a mí.
—La
tienes, CANDE... —digo, y sonrío con cariño—. Aún recuerdo cuando tú
participabas en las carreras.
Mi
hermana pone los ojos en blanco.
—Pero
yo lo hice dos veces —señala—. Esto no me va, por mucho que a papá le encante.
En
efecto. Tiene razón. Aunque las dos hemos sido criadas por el mismo padre y las
mismas aficiones, ella y yo somos diferentes en muchas cosas. Y el motocross es
una de ellas. Yo siempre lo he vivido. Ella siempre lo ha sufrido.
Cuando
salgo con mi mono, me encamino hacia donde me esperan mi padre y lo que se
puede denominar mi equipo. Mi sobrina está feliz y, al verme, salta encantada.
Para ella soy su ¡supertita! Me hago fotos con la niña y con todos, y sonrío.
Por primera vez en varios días, mi sonrisa es abierta y conciliadora. Hago algo
que me gusta, y eso se ve en mi cara.
Pasa
un hombre vendiendo bebidas y mi padre me compra una coca-cola. Complacida,
empiezo a tomármela cuando mi hermana exclama:
—¡Aisss,
LALI!
—¿Qué?
—Creo
que has ligado.
La
miro con expresión jocosa, y acercándose a mí con comicidad, cuchichea:
—El
corredor que lleva el dorsal 66, el de tu derecha, no para de mirarte. Y no es
por nada, pero el tío está de toma pan y moja.
Curiosa,
me vuelvo y sonrío al reconocer a MARIANO MARTINEZ. Éste me guiña el ojo, y
ambos nos movemos para saludarnos. Nos conocemos desde hace años. Es de un
pueblo de al lado de Jerez llamado Estrella del Marqués. A los dos nos apasiona
el motocross y solemos coincidir de vez en cuando en algunas carreras. Hablamos
durante un rato. MARIANO, como siempre, es encantador conmigo. Un bomboncito.
Cojo lo que me entrega, me despido de él y regreso junto a mi hermana.
—¿Qué
llevas en la mano?
—Mira
que eres cotilla, CANDE —le reprocho. Pero al comprender que no me dejará en
paz hasta que se lo enseñe, respondo—: Su número de teléfono, ¿contenta?
Mi
hermana primero se tapa la boca y después suelta:
—¡Aisss,
cuchu!, si vuelvo a nacer me pido ser tú.
Me
echo a reír justo en el momento en que oigo:
—¡LALI!
Me
vuelvo y me encuentro con la maravillosa sonrisa de EUGE, que corre hacia mí
con los brazos abiertos. La recibo con satisfacción y la abrazo, cuando me
percato de que tras ella van NICO y PETER.
—El
mundo no se ha acabado —murmura EUGE.
—Te
lo dije —contesto, alegre.
¡Diosssssssss!
¡PETER ha venido!
El
estómago se me encoge y, de pronto, toda mi seguridad comienza a esfumarse.
¿Por qué seré tan imbécil? ¿Acaso el amor nos hace volvernos inseguros?
Vale..., en mi caso, rotundamente sí.
Sé
lo que supone para PETER haber acudido a un evento como éste. Dolor y tensión.
Aun así, decido no mirarle. Sigo enfadada con él. Tras besuquear a EUGE, saludo
con cariño a NICO y al pequeño Glen, que está en sus brazos y, cuando le toca a
PETER, articulo sin mirarle:
—Buenos
días, señor LANZANI.
—¡Hola,
LALI!
Su
voz me inquieta.
Su
presencia me inquieta.
Todo
él ¡me inquieta!
Pero
saco las fuerzas que guardo en mi interior para momentos así, vuelvo la cabeza
y digo a mi desconcertada hermana:
—CANDE,
ellos son EUGE, NCO y el pequeño Glen, y él es el señor LANZANI.
La
cara de mi hermana y de todos es un poema. La frialdad que demuestro al
referirme a PETER los desconcierta a todos menos a él, que me mira con su
habitual gesto de mal genio.
En
ese instante, aparece BENJAMIN.
—LALI,
sales en la siguiente manga —me advierte.
De
pronto, ve a PETER y se queda parado. Ambos se saludan con un movimiento de
cabeza, y yo miro a EUGE.
—Tengo
que dejaros. Me toca salir. EUGE, soy la número 87. Deséame suerte.
Cuando
me doy la vuelta, MARIANO MARTINEZ, el motero con el que he hablado antes, se
acerca a mí y chocamos los nudillos. Me desea ¡suerte! Yo sonrío y, sin más, me
alejo acompañada por CANDE y BENJAMIN. Cuando estamos lo suficientemente lejos
de los otros me dirijo a mi hermana, entregándole el papel que llevo en las
manos:
—Grábame
el número de teléfono de MARIANO en mi móvil, ¿de acuerdo?
Mi
hermana asiente y lo coge.
—¡Ostras,
cuchufleta! —profiere—. ¡PETER ha venidooooooooo!
Con
gesto incómodo, a pesar de mi tonta alegría interior, ironizo:
—¡Oh,
qué emoción!
Pero
mi hermana es una romántica empedernida.
—¡LALI,
por el amor de Dios! Él está aquí por ti, no por mí, ni por otra. ¿Es que no lo
ves? Ese pedazo de tío está loco por ti.
Siento
deseos de estrangularla.
—Ni
una palabra más, CANDE. No quiero hablar de ello.
Mi
hermana, sin embargo..., ¡es mi hermana!
—Por
cierto —insiste—, eso de llamarlo por su apellido ha tenido su gracia.
—¡CANDE,
cállate!
Pero
como es lógico en ella, vuelve a la carga.
—¡Guau,
cuando se entere papá!
¿Papá?
Me paro en seco. La miro y aclaro.
—Ni
una palabra a papá de que él está aquí, y antes de que prosigas con tu cotorreo
marujil y de telenovela mexicana, te recuerdo que el señor LANZANI y yo ya nada
tenemos que ver. ¿Qué es lo que no has entendido?
BENJAMIN,
que está con nosotras, intenta poner paz.
—¡Chicas,
vamos!, no discutáis. No merece la pena.
—¡Cómo
que no merece la pena!—le recrimina mi hermana—. PETER es...
—CANDE...
—protesto.
BENJAMIN,
que siempre se divierte con nuestras extrañas discuconversaciones, dice,
mirándome:
—¡Vamos,
LALI!, no te pongas así. Quizá debas escuchar a tu hermana y...
Incapaz
de aguantar un segundo más las palabras de estos dos, miro a mi amigo con
mala
leche y grito como una posesa:
—¡¿Por
qué no cierras el pico?! Te aseguro que estás más guapo.
BENJAMIN
y mi hermana intercambian una mirada y se ríen. ¿Se han vuelto idiotas?
Llegamos
a donde está mi padre con el Bicharrón y el Lucena. ¡Vaya trío! Me pongo el
casco, las gafas de protección y escucho lo que mi padre me tiene que decir en
cuanto a los reglajes de la moto. Después, monto y me dirijo hacia la puerta de
entrada. Aquí espero junto a otros participantes a que nos dejen entrar en
pista.
Parapetada
tras mis gafas miro hacia donde está PETER. No puedo obviarle. Además, es tan
alto que es imposible no verle. Está impresionante con esos vaqueros de cintura
baja y el jersey negro de ochos que lleva.
¡Qué
guapo, por Dios!
Es
el típico hombre que hasta con una lechuga chuchurría en la cabeza
estaría impresionante. Habla con EUGE y NICO, pero lo conozco; su gesto denota
tensión. Desde detrás de sus Ray-Ban plateadas de aviador sé que me busca con
la mirada. Esto me hace aletear el corazón. Pero soy pequeña y, entre tanto
motorista vestido igual, no consigue localizarme, lo que me da ventaja. Yo le
puedo observar tranquilamente y disfrutar de las vistas.
Cuando
la pista se abre, los jueces nos colocan en nuestra posición en la parrilla de
salida. Nos advierten que hay varias mangas de nueve personas, da igual hombre
o mujer, y que de momento los cuatro primeros de cada manga se clasifican para
las siguientes.
Situada
en mi posición, oigo la vocecita de mi sobrina llamarme y asiento. Ella ríe y
aplaude. ¡Qué linda que es mi Luz! Pero mi mirada vuela a PETER.
No
se mueve.
Casi
no respira.
Pero
ahí está, dispuesto a ver la carrera a pesar de la angustia que sé que esto le
va a ocasionar.
De
nuevo, me centro en mi cometido. He de entrar entre los cuatro primeros si me
quiero clasificar para las siguientes rondas. Despejo mi mente y doy gas a la
moto. Me concentro en la carrera y me olvido del resto. Debo hacerlo.
Los
instantes previos a la salida siempre me suben la adrenalina. Oír el bronco
acelerar de los motores a mi alrededor me pone la carne de gallina, y cuando el
juez baja la bandera, acciono a tope el acelerador y salgo disparada. Tomo
buena posición desde el principio y, como me ha advertido mi padre, tengo
cuidado en la primera curva, que está demasiado bacheada. Salto, derrapo, ¡me
divierto! Y al llegar a una bajada espectacular disfruto como una loca mientras
veo que el corredor de mi derecha pierde el control de su moto y se cae. ¡Vaya
leñazo que se ha dado! Acelero, acelero, acelero, y vuelvo a saltar. Derrapo,
acelero, salto, derrapo de nuevo, y tras tres vueltas al circuito, en tanto
otra gente va cayendo, llego entre los cuatro primeros.
¡Bien!
Me
clasifico para la siguiente ronda.
Cuando
salgo de la pista, mi padre, más feliz que una perdiz, me abraza. Todos se
congratulan de mi éxito mientras yo me quito las embarradas gafas. Mi sobrina
está emocionada y no para de dar saltitos. Su tita es su heroína, y yo estoy
muy contenta por ella.
David
Guepardo sale en la siguiente manga. Al pasar por mi lado choco los nudillos
con él otra vez. En ese instante, UGE se acerca y, encantada de la vida, grita:
—¡Felicidades!
¡Oh, Dios, LALI!, ha sido impresionante.
Sonrío
y bebo un trago de coca-cola. Estoy sedienta. Miro más allá de EUGE y no veo
que PETER venga a abrazarme. Le localizo a varios metros de distancia, con Glen
en brazos, hablando con NICO.
—¿No
vas a saludarlo? —pegunta EUGE.
—Ya
lo he saludado.
Ella
sonríe y se me aproxima aún más.
—Eso
de llamarle señor LANZANI tiene su morbo —murmura—, pero en serio, ¿de verdad
que no te vas a acercar a él?
—No.
—Te
aseguro que ha hecho un gran esfuerzo por venir. Y sabes por qué lo digo.
—Lo
sé —respondo—, pero se podía haber evitado el viaje.
—¡Vamos,
LALI...! —insiste EUGE.
Hablamos
durante un rato, pero, como dice mi padre, me niego a bajarme de la burra. No
me voy a acercar a EUGE. No se lo merece. Él me dijo que lo nuestro había
acabado, y yo le devolví el anillo. Fin del asunto.
La
mañana transcurre y yo voy superando rondas, tantas que llego a la final. PETER
continúa ahí y le veo hablar con mi padre. Ambos están concentrados en la
conversación, y ahora mi padre sonríe y le da un varonil golpe en la espalda.
¿De qué charlarán?
He
observado cómo PETER me ha buscado continuamente con la mirada. Esto me excita,
aunque me he mantenido en mis trece. Ha intentado acercarse a mí, pero cada vez
que he adivinado su intención, me he escabullido entre la gente y no me ha
encontrado.
—Tienes
cara de querer tomar una coca-cola, ¿verdad?
Me
vuelvo y veo a MARIANO MARTINEZ ofreciéndomela.
La
acepto y mientras esperamos que nos avisen para correr la última carrera nos sentamos
a tomar el refresco. PETER, no lejos de mí, se quita las gafas. Quiere que yo
sepa que me está mirando. Pretende que conozca su enfado. Pero incluso con
ellas puestas ya sé cómo me mira. Finalmente, le doy la espalda, pero aun así
siento sus ojos sobre mí. Esto me incomoda y, a la par, me excita.
Durante
un buen rato, MARIANO y yo hablamos, reímos y observamos a otros compañeros
correr la última ronda de clasificación. Mi pelo flota al viento, y MARIANO
coge un mechón y me lo pone tras la oreja.
¡Vaya,
eso al señor LANZANI le habrá sacado de sus casillas!
No
quiero ni mirar.
Pero
al final la morbosa que vive en mí lo hace y, efectivamente, su gesto ha pasado
de incomodidad a cabreo total.
¡Anda
y que le den!
Nos
avisan de que en cinco minutos se correrá la última carrera. La definitiva.
MARIANO y yo nos levantamos, chocamos los nudillos, y cada uno se encamina
hacia su moto y su grupo. Mi padre me entrega el casco y las gafas, y
acercándose a mí, pregunta:
—¿Estás
encelando a tu novio con MARIANO MARTINEZ?
—Papá...,
yo no tengo novio —afirmo. Él se ríe, y antes de que diga nada más, añado—: Si
te refieres a quien yo creo, ya te dije que terminamos. ¡Se acabó!
El
bonachón de mi padre suspira.
—Creo
que PETER no piensa como tú. No da lo vuestro por finalizado.
—Me
da igual, papá.
—¡Ojú!,
eres igualita de cabezota que tu madre. ¡Igualita!
—Pues
mira..., me alegro —contesto, malhumorada.
Mi
padre asiente, resopla y me suelta con gesto divertido:
—¡Aisss,
morenita! A los hombres nos gustan las mujeres difíciles, y tú, mi vida, lo
eres. Ese carácter tuyo, miarma, ¡vuelve loco! —Se ríe—. Yo no dejé
escapar a tu madre, y PETER no te va a dejar escapar a ti. Sois demasiado
preciosas e interesantes.
Con
rabia, me ajusto el casco y me pongo las gafas. No quiero hablar. Acelero y
llevo mi moto hasta la parrilla de salida. Una vez aquí, como en las anteriores
mangas, me concentro, y mientras espero la salida, acelero mi motor
repetidamente. La diferencia es que ahora estoy enfadada, muy enfadada, y esto
me hace ser más loca. Mi padre, que me conoce mejor que nadie en el mundo, me
hace señas con las manos desde su posición para que baje mi intensidad y me
relaje.
La
carrera comienza y sé que tengo que hacer una buena salida si quiero conseguir
mi objetivo.
La
hago y corro como alma que lleva el diablo. Me arriesgo más y disfruto, con la
adrenalina por los aires, mientras salto y derrapo. Con el rabillo del ojo, veo
que MARIANO y otro más me adelantan por la derecha. Acelero. Consigo rebasar a
la otra moto, pero MARIANO MARTINEZ es muy bueno, y antes de llegar a la zona
bacheada, acelera y salta los baches que a mí me hacen perder tiempo y casi
caerme. Pero no, no me caigo. Aprieto los dientes; consigo mantener el control
de la moto y continúo acelerando. No me gusta perder ni al parchís.
Le
doy aún más gas a la moto. Pillo a MARIANO. Lo rebaso. Me pasa otra vez.
Derrapamos y un tercer corredor nos adelanta a los dos.
¡A
por él!
Acelero
a tope, consigo llegar hasta él y dejarlo atrás. Ahora, MARIANO salta, arriesga
y me pasa por la izquierda. Acelero..., acelera..., todos aceleramos.
Cuando
paso por la línea de meta y el juez baja la bandera a cuadros, levanto el
brazo.
¡Segunda!
MARIANO,
primero.
Damos
una vuelta por el circuito y saludamos a todos los asistentes. Recibir sus
aplausos y contemplar sus felices caras nos hace sonreír. Cuando paramos,
MARIANO viene hacia mí y me abraza. Está contento, y yo lo estoy también. Nos
quitamos los cascos, las gafas, y la gente aplaude con más fuerza.
Sé
que esa cercanía con MARIANO a PETER no le estará gustando. Lo sé. Pero la
necesito, e inconscientemente quiero provocarlo. Soy dueña de mi vida. Soy
dueña de mis actos, y ni él ni nadie conseguirá doblegar mi voluntad.
Mi
padre y todos los demás salen a la pista para felicitarnos. Mi hermana me
abraza, al igual que mi cuñado, BENJAMIN, mi sobrina, EUGE. Todos me gritan
«campeona» como si hubiera ganado un campeonato del mundo. PETER no se acerca.
Se mantiene en un segundo plano. Sé que espera que sea yo la que me aproxime,
que vaya como siempre a él. Pero no. En esta ocasión, no. Como dice nuestra
canción, «somos polos opuestos», y si él es tozudo, quiero que se entere de una
vez por todas de que yo lo soy más.
Cuando
en el podio nos dicen el dinero que se ha recaudado para los regalos de los
niños, alucino.
¡Qué
dineral!
Instintivamente
sé que una gran cantidad de ese dinero lo ha donado PETER. Lo sé. No hace falta
que nadie me lo diga.
Encantada
al escuchar la cantidad, sonrío. Todos aplauden, incluido PETER. Su gesto
está
más relajado y veo el orgullo en su expresión cuando levanto mi copa. Esto me
conmueve y me atiza el corazón. En otro momento, le habría guiñado un ojo y le
habría dicho con la mirada «te quiero», pero ahora no. Ahora no.
Cuando
bajo del podio me hago miles de fotos con MARIANO y con todo el mundo. Media
hora después, la gente se dispersa y los corredores comenzamos a recoger
nuestras cosas. MARIANO, antes de marcharse, se acerca a mí y me recuerda que
estará en su pueblo hasta el día 6 de enero. Prometo llamarlo, y él asiente.
Cuando salgo de los vestuarios con mi mono en la mano me agarran del brazo y
noto que tiran de mí. Es PETER.
Durante
unos segundos nos miramos.
¡Oh,
Dios!¡Oh, Diossssssssss! Ese gesto suyo tan serio me vuelve loca.
Sus
pupilas se dilatan. Me dice con la mirada cuánto me necesita y, al ver que yo
no respondo, me atrae hacia él. Cuando me tiene cerca de su boca, murmura:
—Me
muero por besarte.
No
dice más.
Me
besa, y unos desconocidos que están a nuestro alrededor aplauden encantados por
la demostración de efusividad. Durante unos segundos, dejo que PETER saquee mi
boca. ¡Guau! Lo disfruto locamente. Cuando se separa de mí, Iceman comenta con
voz ronca, mirándome a los ojos:
—Esto
es como en las carreras, cariño: quien no arriesga no gana.
Asiento.
Tiene razón.
Pero
dejándole totalmente descolocado, respondo, consciente de lo que digo:
—Efectivamente,
señor LANZANI. El problema es que usted ya me ha perdido.
De
inmediato, su mirada se endurece.
Me
separo de él, dándole un empujón, y camino hacia el coche de mi cuñado. PETER
no me sigue. Intuyo que se ha quedado parado por lo que acabo de decir mientras
sé que me observa.
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