Con
el transcurrir de los días, mi cara vuelve a ser lo que era, y cuando el doctor
me quita los puntos de la barbilla ante la atenta mirada de PETER, sonríe al
ver la obra de arte que ha hecho. No se notan, y eso me hace feliz.
La
casa, tras la llegada de Susto y Calamar, se ha vuelto una casa
llena de risas, ladridos y locura. PETER, los primeros días, protesta.
Encontrarse meadas de Calamar en el suelo le pone de mal humor, pero al
final claudica. Susto y Calamar lo adoran, y él los adora a
ellos.
Muchas
mañanas cuando me levanto me gusta asomarme a la ventana y ahí está mi Iceman,
lanzándole un palo a Susto, para que éste corra tras él. El animal lo ha
tomado como costumbre. Antes de que él se vaya a trabajar, le lleva un palo a
sus pies, y PETER juega y sonríe. Algunos fines de semana convenzo a PETER y a
Flyn para pasear por el campo nevado con los animales. Susto lo
agradece, y PETER juega con él mientras Flyn corretea a nuestro alrededor con
su mascota. Me emociona todo. En especial, cuando veo cómo PETER se agacha y
abraza a Susto. Mi frío y duro Iceman se va descongelando a cada día que
pasa, y cada día me enamora más.
También
he acompañado en varias ocasiones a PETER al campo de tiro olímpico. Sigue sin
gustarme el rollito de las armas, pero disfruto al ver lo bien que él lo hace.
Me siento orgullosa. Una de las mañanas que estamos ahí me presenta a unos
amigos, y uno de ellos pregunta si soy española. Directamente, niego con la
cabeza e indico: «¡Brasileña!». De inmediato el hombre dice: «Samba, caipirinha».
Yo asiento y me río. Está visto que, dependiendo de dónde seas, te persigue un
sambenito. PETER me mira sorprendido y al final sonríe. Esa noche, cuando me
hace el amor, cuchichea con sorna en mi oído:
—Vamos,
brasileña, baila para mí.
Flyn
ha avanzado mucho con el skate y los patines. El tío es listo y aprende
rápidamente. Lo hacemos a escondidas, cuando PETER no está. Si nos viera, ¡nos
mataría! Simona sonríe y Norbert refunfuña. Me advierte que el señor se
enfadará cuando lo sepa. Sé que tiene razón, pero ya no puedo parar mis
enseñanzas con el crío. Su trato conmigo ha cambiado, y ahora me busca y pide
mi ayuda continuamente.
PETER,
en ocasiones, nos observa, y sabe que entre nosotros ha ocurrido algo para que
se haya obrado ese cambio en el pequeño. Cuando pregunta, lo achaco a la
llegada de los animales a la casa. Él asiente, pero sé que no lo convence. No
pregunta más.
El
primer día que puedo salir a escondidas con Jurgen a desfogarme con la moto es
una pasada. Tantos días de inactividad en casa casi me vuelven loca, por lo que
salto, derrapo y grito con Jurgen y los amigos de éste por los caminos de
cabras de las afueras de Múnich. Pienso en PETER. Debo contárselo. El problema
es que no encuentro nunca el
momento
oportuno. Eso me comienza a martirizar. Nuestra base es la confianza, y esta
vez yo estoy fallando.
Una
tarde cuando estoy liada con mi moto en el garaje llega Flyn del colegio. El
niño me busca, y cuando me encuentra, alucinado, mira la moto. La recuerda. Y
cuando le indico que es la moto de su madre y que me tiene que guardar el
secreto ante su tío, pregunta:
—¿Sabes
utilizarla?
—Sí
—respondo con las manos sucias de grasa.
—El
tío PETER se enfadará.
La
frase me hace gracia. Todos, absolutamente todos, saben que PETER se enfadará.
Y respondo, mirándolo:
—Lo
sé, cariño. Pero el tío PETER, cuando me conoció, ya sabía que yo hacía
motocross. Lo sabe y tiene que entender que a mí me gusta practicar este
deporte.
—¿Lo
sabe?
—Sí
—afirmo, y sonrío al recordar cómo se enteró.
—¿Y
te deja?
Esa
pregunta no me sorprende, y mirándolo, le aclaro:
—Tu
tío no me tiene que dejar. Soy yo la que decido si quiero o no hacer motocross.
Los adultos decidimos, cariño.
El
crío, no muy convencido, asiente, y vuelve a preguntar:
—¿Sonia
te regaló la moto de mi madre?
Lo
miro, y antes de contestar, pregunto:
—¿Te
molestaría si fuera así?
Flyn
lo piensa y, dejándome de piedra, contesta:
—No.
Pero tienes que prometerme que me enseñarás.
Sonrío,
suelto una carcajada y digo mientras él ríe:
—Tú
qué quieres, ¿que tu tío me mate?
Una
hora después, PETER me llama por teléfono. Tiene un partido de baloncesto y
quiere que vaya al polideportivo. Encantada, acepto. Me pongo unos vaqueros,
mis botas negras y una camiseta de Armani. Me abrigo, llamo a un taxi y, cuando
llego a la dirección que él me ha dado, sonrío al verle esperándome apoyado en
su coche.
PETER
paga el taxi, y mientras caminamos hacia los vestuarios, murmuro:
—¿Cómo
no me habías dicho lo del partido?
Mi
chico sonríe, me besa y susurra:
—Lo
creas o no, se me olvidó. Si no es por NICO, que me ha llamado a la oficina,
¡ni lo recuerdo!
Cuando
llegamos a los vestuarios, me besa.
—Ve
a las gradas. Seguro que allí está EUGE.
Encantada
de la vida y del amor, camino hacia la cancha. Allí está EUGE junto a Lora y
Gina. Mi trato con ellas ha cambiado. Me aceptan como la novia de PETER y se lo
agradezco. Lora, la rubia, al verme aparecer, sonríe y dice:
—Llegó
mi heroína.
Sorprendida,
la miro, y cuchichea:
—Ya
me he enterado de que le diste a PAULA su merecido.
Miro
a EUGE en actitud de reproche por habérselo contado, y ésta indica:
—A
mí no me mires, que yo no he sido.
Lora
sonríe y, acercándose de nuevo a mí, me comenta:
—Me
lo ha contado la mujer que iba con PAULA.
Asiento,
sonriendo.
—Por
favor, que no se entere PETER. No me gustaría darle otro disgusto más.
Todas
se muestran de acuerdo y poco después los chicos salen a la cancha. Como es de
esperar, el mío me vuelve loca. Verle ágil y activo mientras corre por la pista
me pone a cien. Pero esta vez, a pesar de su empeño, pierden el partido por
tres puntos.
Cuando
termina, bajamos hasta la pista, y PETER, al verme, me besa. Está sudoroso.
—Voy
a ducharme, cariño. En seguida vuelvo.
En
la salita donde solemos esperarlos sólo estamos EUGE y yo. Lora y Gina se han
marchado. Cotilleamos, divertidas, hasta que PETER y NICO salen, y este último
dice:
—Preciosa,
cambio de planes. Regresamos a casa.
EUGE,
sorprendida, protesta.
—Pero
si hemos quedado con Dexter en su hotel.
NICO
asiente con la cabeza, pero indica:
—Anularé
la cita. Me ha surgido algo que tengo que solucionar.
Veo
que EUGE refunfuña.
—¿Quién
es Dexter? —pregunto.
La
joven me mira, y ante los atentos ojos de mi Iceman, responde:
—Un
amigo con el que jugamos cuando viene a Múnich. PETER le conoce también,
¿verdad?
Mi
chico asiente.
—Es
un tipo genial.
¿Jugar?
¿Sexo? Mi cuerpo se excita y, acercándome a PETER, sondeo:
—¿Por
qué no vamos nosotros a esa cita?
Me
mira sorprendido, e insisto:
—Me
apetece jugar. Venga..., vamos.
Mi
Iceman sonríe y mira a EUGE; después, me mira a mí y señala:
—LALI,
no sé si el juego de Dexter te va a gustar.
Alucinada,
lo miro y, al ver que no dice nada, pregunto a EUGE:
—¿Le
va el sado?
—No
y sí —responde NICO ante la risa de PETER.
EUGE
se encoge de hombros.
—A
Dexter le gusta dominar, jugar con las mujeres y ordenar. No es sado lo suyo.
Es exigente, morboso e insaciable. Yo me lo paso genial cuando nos vemos.
PETER
saluda con la mano a uno de sus compañeros que se marcha y dice, cogiéndome de
la cintura:
—Venga,
vámonos a casa.
Yo
lo miro, lo paro e insisto:
—PETER,
quiero conocer a Dexter.
Mi
Iceman me mira, me mira y me mira, y al final claudica.
—De
acuerdo, LALI. Iremos.
Andrés
lo llama y comenta el cambio de planes. Dexter acepta, encantado.
Entre
risas, llegamos a nuestros respectivos coches, nos despedimos y cada pareja
toma su camino. Mi chico y yo nos sumergimos en el tráfico de Múnich. Está
callado. Pensativo. Yo canturreo una canción de la radio y, de pronto, veo que
se para en una calle. Me mira y pregunta:
—¿Tan
deseosa estás de jugar?
Su
pregunta me sorprende, y respondo:
—Oye...,
si te molesta, no vamos. He pensado que te podía apetecer.
—Te
dije que para mí el juego en el sexo es un suplemento, LALI, y...
—Y
para mí lo es también, cariño —afirmo. Y mirándole de frente, aclaro—: Tú me
has enseñado que esto es una cosa de dos. Cuando tú lo propones, a mí me parece
bien. ¿Por qué no te puede parecer bien a ti que lo proponga yo?
No
responde; sólo me mira. Y encogiéndome de hombros, añado:
—Al
fin y al cabo, es un suplemento que los dos disfrutamos, ¿no?
Tras
un silencio en el que PETER respira, dice con voz más dulce.
—Dexter
es un buen tío. Nos conocemos desde hace años y cuando viene a Múnich solemos
vernos.
—¿Para
jugar? —pregunto con sarcasmo.
PETER
asiente.
—Para
jugar, cenar, tomar algo o simplemente hacer negocios.
—¿Te
excita que yo haya pedido jugar con él?
Mi
alemán clava sus impresionantes ojos en mí y, tras hacerme arder, murmura:
—Mucho.
Asiento,
y PETER me indica que baje del coche. Hace un frío pelón. Me encojo en el
interior de mi plumón rojo y comienzo a caminar de la mano con PETER. Me sujeta
con seguridad. Su mano se acopla a la mía tan bien que sonrío, encantada. En
seguida, veo que vamos directos a un hotel y leo NH Munchën Dornach.
Cuando
entramos, EPETER pregunta por la habitación del señor Dexter Ramírez. Nos
indican el número, y tras llamarlo para confirmar nuestra llegada, PETER y yo
nos introducimos en el ascensor. Estoy nerviosa. ¿Tan especial es este Dexter?
PETER, agarrado a mi cintura, sonríe, me besa y murmura:
—Tranquila,
todo irá bien. Te lo prometo.
Llegamos
ante una puerta que está entornada. PETER toca con los nudillos y oigo decir en
español:
—PETER,
pasa.
Mi
vagina comienza a lubricarse. PETER me coge del brazo y entramos. Cierra la puerta
y escuchamos:
—Ahorita
salgo.
Entramos
en un amplio y bonito salón. A la derecha, hay una puerta abierta desde donde
veo la cama. PETER me observa. Sabe que lo estoy mirando todo con curiosidad.
Se acerca a mí y pregunta:
—¿Excitada?
Lo
miro y asiento. No voy a mentir. En ese momento, aparece un hombre de la edad
de PETER sentado en una silla de ruedas.
—PETER,
¡cuate! ¿Cómo estás?
Choca
su mano con la de él, y después el hombre dice mientras pasea sus ojos por mi
cuerpo:
—Y
tú debes de ser LALI, la diosa que tiene a mi amigo atontado, por no decir
enamorado, ¿verdad?
Eso
me hace sonreír, aunque estoy sorprendida de verlo en aquella silla.
—Exacto
—respondo—. Y que conste que me encanta tenerlo atontado y enamorado.
El
hombre, tras cruzar una divertida mirada con PETER, coge mi mano, la besa y
murmura
con galantería:
—Diosa,
soy Dexter, un mexicano que cae rendido a tus pies.
¡Vaya,
mexicano! Como el culebrón de «Locura esmeralda». Eso me hace sonreír, aunque
me apena verlo en silla de ruedas. ¡Es tan joven! Pero tras cinco minutos de
charla con él, soy consciente de la vitalidad y buen rollo que desprende.
—¿Qué
queréis beber?
Se
lo decimos y Dexter abre un minibar y lo prepara. Me observa. Me mira con
curiosidad, y Eric me besa. Cuando nos da las bebidas, sedienta, doy un gran
trago a mi cubata.
—Me
gustan las botas de tu mujer.
Sorprendida
por aquel comentario, toco mis botas. PETER sonríe y me indica, tras besarme en
el cuello:
—Cariño,
desnúdate.
¿Así?
¿En frío?
¡Joder,
qué fuerte!
Pero
dispuesta a ello y sin ningún pudor, lo hago. Quiero jugar. Yo lo he pedido.
Dexter y PETER no me quitan ojo mientras me desprendo de la ropa, y yo me
recreo en excitarlos. Una vez que estoy completamente desnuda, Dexter dice:
—Quiero
que te pongas las botas de nuevo.
PETER
me mira. Recuerdo lo que ha dicho EUGE de que a éste le gusta ordenar. Entro en
su juego, cojo las botas y me las pongo. Desnuda y con las botas negras que me
llegan hasta la mitad de los muslos, me siento sexy, perversa.
—Camina
hacia el fondo de la habitación. Quiero verte.
Hago
lo que él me pide. Mientras camino sé que los dos me miran el trasero; lo
muevo. Llego hasta el final de la habitación y regreso. El hombre clava la
mirada en mi monte de Venus.
—Bonito
tatuaje. Como decimos en mi país, ¡muy padre!
PETER
asiente. Da un trago a su whisky y responde sin apartar sus ojazos de mí:
—Maravilloso.
Dexter
alarga su mano, la pasa por mi tatuaje y, mirando a PETER, señala:
—Llévala
a la cama, güey. Me muero por jugar con tu mujer.
PETER
me coge de la mano, se levanta y me lleva hasta la habitación contigua. Me hace
poner a cuatro patas en la cama y, tras abrirme las piernas, dice mientras se
desnuda:
—No
te muevas.
Excitante.
Todo esto me parece excitante.
Miro
hacia atrás, y veo que Dexter se acerca a nosotros en su silla. Llega hasta la
cama. Toca mis muslos, la cara interna de mis piernas y sus manos alcanzan las
cachas de mi trasero. Las estruja y da un azote. Después otro, otro y otro, y
dice:
—Me
gustan los traseros enrojecidos.
Después,
pasea su mano por mi hendidura y juguetea con mis humedecidos labios.
—Siéntate
en la cama y mírame.
Obedezco.
—Diosa...,
mi aparatito no funciona, pero me excito y disfruto tocando, ordenando y
mirando. PETER sabe lo que me gusta. —Ambos sonríen—. Soy un poco mandón, pero
espero que los tres lo pasemos bien, aunque ya me ha advertido tu novio que tu
boca es sólo suya.
—Exacto.
Sólo suya —asiento.
El
mexicano sonríe, y antes de que diga nada, añado:
—PETER
sabe lo que te gusta, pero yo quiero saber cómo te gustan las mujeres.
—Calientes
y morbosas. —Y sin dejar de mirarme, pregunta—: PETER, ¿tu mujer es así?
Mi
Iceman pasea su lujuriosa mirada sobre mí y asiente.
—Sí,
lo es.
Su
seguridad me hace jadear y, dispuesta a ser todo eso que él afirma que soy, lo
animo:
—¿Qué
es lo que deseas de mí, Dexter?
El
hombre mira a PETER, y tras éste asentir, puntualiza:
—Quiero
tocarte, atarte, chuparte y masturbarte. Dirigiré los juegos, os pediré
posturas y lo pasaré chévere con lo que hacéis. ¿Estás dispuesta?
—Sí.
Dexter
coge una bolsa que cuelga de la silla y dice, tendiéndomela:
—Tengo
ciertos juguetitos sin estrenar que quiero probar contigo.
Abro
la bolsa. Veo una nueva joya anal. Esta vez con el cristal rosa. Me sorprendo y
sonrío. ¿Estará de moda eso en Alemania? Con curiosidad abro una cajita donde
hay una cadenita con una especie de pinza en cada extremo, y cuando la cierro,
observo un par de consoladores. Son suaves y rugosos. Uno de ellos es un arnés
con vibración. Los toco, y Dexter explica:
—Quiero
introducirlos dentro de ti; si me dejas, claro.
PETER
me aprieta contra él y afirma con voz ronca:
—Te
dejará, ¿verdad, LALI?
Asiento.
Calor...,
tengo mucho calor.
Dexter
coge la bolsa, saca la cajita que he abierto segundos antes, me enseña la
cadena y murmura:
—Dame
tus pechos. Voy a ponerles estos clamps.
No
sé qué es eso. Miro a PETER, y éste me indica tras tocarlos:
—Tranquila,
no dolerá. Estas pinzas son suaves.
Acerco
mis pechos a aquel hombre, y entonces la carne se me pone de gallina cuando con
aquella especie de pinza oscura agarra un pezón y después, con la otra pinza,
el otro. Mis pechos quedan unidos por una cadenita y, cuando tira de ella, mis
pezones se alargan, y yo jadeo mientras siento un hormigueo excitante.
Dexter
sonríe. Disfruta, y sin apartar sus oscuros ojos de mí, susurra en voz baja:
—Quiero
verte atada a la cama para masturbarte y después quiero ver cómo PETER te
folla.
Jadeo
y, dispuesta a todo, me levanto, saco las cuerdas que hay en la bolsa y,
ofreciéndoselas a mi amor, murmuro:
—Átame.
PETER
me mira, coge las cuerdas y, sobre mi boca, susurra:
—¿Estás
segura?
Lo
miro a los ojos, y totalmente excitada por lo que allí está ocurriendo,
asiento:
—Sí.
Me
tumbo en la cama. Mis pezones, al estirarme, se contraen. PETER ata mis manos y
pasa la cuerda por el cabecero. Después, me anuda un tobillo, que ata a un lado
de la cama y, finalmente, al otro. Estoy totalmente abierta de piernas e
inmovilizada para ellos.
Dexter,
con pericia, se pasa de la silla a la cama y me mira. Tira de la cadenita de
mis
pezones, y yo gimo.
—PETER...,
tienes una mujer muy caliente.
—Lo
sé —asiente mientras me mira.
Mi
vagina se lubrica sola, y Dexter añade:
—¿Te
gusta el sado, diosa?
PETER
sonríe, y yo contesto:
—No.
Dexter
asiente y vuelve a preguntar:
—¿Te
excita que utilicemos tu cuerpo en busca de nuestro propio placer?
—Sí
—respondo.
Vuelve
a tirar de la cadenita, y mis pezones se endurecen como nunca. Jadeo, grito, y
pregunta de nuevo:
—Te
pone cachonda lo que hago.
—Sí.
Pasa
uno de los consoladores por mi húmeda vagina.
—¿Deseas
que te utilice, te use y te disfrute?
Con
los ojos viciados por el momento, miro a PETER. Su mirada lo dice todo.
Disfruta. Y con voz sensual, susurro:
—Utilízame,
úsame y disfrútame.
De
la boca de PETER sale un gemido. Ha enloquecido con lo que he dicho. Coge la
cadenita de mis pechos y tira de ella. Yo jadeo, y me besa. Mete su lengua
hasta el fondo de mi boca mientras mis pezones cosquillean a cada tirón.
Encantado
con lo que ve, el mexicano acaricia la parte interna de mis muslos con sus
suaves manos. PETER para sus besos y nos observa. Sus preguntas me han excitado
cuando veo que se acerca a mi boca y dice:
—Ábrela.
Hago
lo que me pide y mete el consolador color celeste en mi boca.
—Chúpalo
—exige.
Durante
unos minutos, Dexter disfruta de mis lametazos, hasta que lo saca de mi boca.
—PETER...,
ahora quiero que te chupe a ti.
Mi
alemán, encantado, dirige su duro pene a mi boca. Lo introduce en mí, y yo lo
chupo, lo degusto. Dejo que me folle la boca, hasta que vuelvo a escuchar.
—Stop.
Me
siento desolada. Mi Iceman retira su maravillosa erección de mi boca. Dexter
moja la punta del consolador en abundante lubricante y comenta mientras lo pone
en mi mojada hendidura:
—Ahorita
por aquí.
PETER
se sienta en el otro lado de la cama, abre mi vagina con sus dedos para
facilitarle el acceso, y Dexter lentamente lo introduce.
—¿Te
agrada esto? —pregunta Dexter.
Jadeo,
me muevo y asiento, mientras PETER, mi amor, me mira y sé que me ofrece.
—¡Qué
buena onda! —murmura el mexicano.
Durante
unos segundos aquel extraño mueve el consolador en mi interior. Lo mete..., lo
saca..., lo gira..., tira de la cadenita de mis pezones, y yo jadeo. Cierro los
ojos y me dejo llevar por el momento. Mi cuerpo atado se resiente. Se mueve y
grito. Excitada por estar atada, abro los ojos y miro a mi amor. Sonríe y se
toca su pene. Lo tiene duro.
Preparado
para jugar.
—Me
gusta tu olor a sexo —murmura Dexter, y mete el consolador de tal manera en mi
cuerpo que yo vuelvo a gritar y me arqueo—. Así..., vamos, diosa, ¡córrete para
mí!
El
consolador entra y sale de mí, arrancándome gemidos incontrolados, y cuando mi
vagina tiembla y succiona el consolador, Dexter lo saca. PETER se mete entre
mis piernas y con su dura erección me empala, y grito de placer.
Dexter
se vuelve a sentar en su silla. Tira de la cadena de mis pezones y me muevo
como puedo. Estoy atada de pies y manos, y sólo puedo jadear, gemir y recibir
las estocadas de mi amor, mientras Dexter quita los clamps de mis
doloridos pezones y susurra:
—Diosa,
levanta las caderas...Vamos..., recíbelo. Sí..., así.
Hago
lo que me pide. Disfruto de las estocadas cuando le oigo susurrar entre
dientes.
—PETER,
güey. Fuerte..., dale fuerte.
PETER
me besa. Devora mi boca y, hundiéndose en mí con fuerza, me hace gritar. Dexter
pide. Exige. Nosotros le damos. Disfrutamos de aquel momento y, cuando no
podemos más, nos corremos.
Con
las respiraciones entrecortadas, PETER me desata las manos, mientras siento que
Dexter me desata los pies. PETER me abraza y sonríe. Yo hago lo mismo cuando el
tercero murmura:
—Diosa,
eres recaliente. Estoy seguro de que me vas a hacer disfrutar mucho. Ven.
Levántate.
Hago
lo que me pide. Dexter me agarra por el culo, me lo aprieta y acerca su boca a
mi chorreante monte de Venus. Lo muerde. Sus ojos miran mi tatuaje y sonríe.
PETER se levanta, se pone detrás de mí y con sus dedos me abre para su amigo.
Dios, ¡todo es tan caliente!
Dexter
desliza su lengua por el interior de mis labios internos y exige que me mueva
sobre su boca. Lo hago. Me subo a sus hombros para darle mayor acceso, mientras
PETER me sujeta por la espalda. Mis caderas oscilan hacia adelante y hacia
atrás, mientras Dexter, con intensidad, me aprieta contra su boca y me presiona
las nalgas, enrojeciéndomelas. Le gustan rojas, y yo me dejo.
Durante
varios minutos en silencio me hacen suya. No hay música. Sólo se escuchan
nuestros cuerpos, nuestros jadeos y el sonido de los gustosos lametazos de
Dexter. PETER, enloquecido por lo que ve, toca mis pezones mientras Dexter se
deleita con mi clítoris, y yo murmuro, gozosa:
—Sí...,
ahí..., ahí.
Morbo...Esto
es morbo en estado puro.
Mis
jadeos aumentan. Voy a correrme de nuevo, pero entonces Dexter para, y tras dar
un beso a mi monte de Venus, me hace bajarme de sus hombros y susurra mientras
echa la silla de ruedas hacia atrás.
—Aún
no, diosa..., aún no.
Estoy
acalorada. Muy acalorada. PETER se sienta en la cama y, tras besarme en el
cuello, dice, tomando el mando de la situación:
—Apóyate
en mí y ábrete de piernas como cuando te entrego a un hombre.
Mi
estómago se contrae. Estoy acalorada, empapada, húmeda y deseosa de correrme.
Una vez que me tiene como él quiere, apoya su barbilla en mi hombro derecho,
toca uno de mis pezones con el pulgar y pregunta, ante la atenta mirada de
Dexter:
—¿Te
gusta ser nuestro juguete?
Mi
respuesta es clara y contundente, incluso con un hilo de voz.
—Sí.
La
risa de PETER en mi oído me excita, y más cuando dice tras besarme el hombro:
—La
próxima vez te compartiré con un hombre o quizá sean dos, ¿qué te parece?
Mi
mirada se clava en Dexter. Sonríe. Hiperventilo, pero respondo, excitada:
—Me
parece bien. Lo deseo.
PETER
asiente, y exponiéndome totalmente a su amigo, murmura:
—Cuando
estemos con ellos, abriré tus piernas así...
Hace
con mis piernas lo que dice, y yo jadeo, mientras Dexter nos mira con lujuria.
—Te
ofreceré. Los invitaré a que te saboreen. Ellos tomarán de ti lo que yo les
deje y tú obedecerás. —Asiento—. Cuando tus orgasmos me satisfagan, te follaré
mientras ellos miran, y una vez termine, ordenaré que ellos te follen. Te
follarán, te poseerán, y tú gritarás de placer. ¿Quieres jugar a eso, LALI?
Voy
a responder, pero no puedo. Un nudo en mi garganta apenas deja salir mis
palabras, y lo oigo repetir:
—¿Quieres
o no jugar a eso?
—Sí
—consigo responder.
Un
zumbido me pone la carne de gallina. PETER en sus manos tiene el vibrador en
forma de pintalabios que yo llevo en el bolso. ¿Cuándo lo ha cogido? Después,
me enseña la joya anal de cristal rosa y el lubricante, y murmura:
—Ahora
vas a ir hasta Dexter —dice, entregándome la joya y el lubricante—. Y le vas a
pedir que te introduzca la joya en tu bonito culito y después regresarás de
nuevo aquí.
Cojo
lo que me da y, excitada, hago lo que me pide. Desnuda y vestida sólo con las
botas, camino hacia un colorado Dexter. Le entrego la joya y el lubricante.
Alucinado, veo que mira mi monte de Venus. Le excita mi tatuaje.
—Quiero
tocarlo. Se ve tan chévere...
Me
acerco a él, y con deseo, pasa su mano por mi monte de Venus mientras lo devora
con la mirada. Una vez que lo hace, me doy la vuelta, pongo mi culo en pompa
ante él y, sin hablar, escucho como él destapa el lubricante para segundos
después notar una presión en el agujero de mi ano, hasta que introduce la joya
anal.
—Precioso
—le oigo murmurar.
Cuando
me incorporo, Dexter me sujeta por las caderas y dice, mientras mueve la joya
en mi interior:
—Tu
tatuaje me hará pedir mil cosas, diosa; no lo olvides.
Regreso
junto a PETER. Me sienta sobre él, y Dexter murmura con voz ronca:
—Ofrécemela,
PETER.
Mi
Iceman pasa sus brazos por debajo de mis piernas y las abre. Mi húmeda vagina
queda abierta y palpitante ante la cara de Dexter. El hombre respira con
dificultad y no aparta sus ojos. Mi entrega lo vuelve loco.
También
yo respiro con dificultad. Estoy muy excitada. Exaltada. Estoy al borde del
orgasmo. Jadeo y meneo las caderas en busca de algo, de alguien, y es mi dedo
el que al final pasa por mi chorreante sexo. Sin ningún pudor, yo misma lo
introduzco en mi vagina mientras PETER me anima a seguir con el juego y sé que Dexter
disfruta. Lo veo en su cara. Abierta y expuesta como él quiere, siento que
retira mi dedo para introducir uno de los consoladores.
Grito
de excitación mientras Dexter entra y saca aquello con celeridad de mi
interior.
Pero yo quiero más. Necesito más, y cuando además del consolador posa el
vibrador en mi hinchado clítoris como un maestro, me hace gritar. Con pericia,
mientras PETER me sujeta las piernas, Dexter aleja y acerca el vibrador al
punto exacto de mi placer, y como si de latigazos se tratara, convulsiono,
jadeo y le escucho decir:
—Diosa...,
córrete ahorita mismo para nosotros.
—Sí...
—grito, enloquecida.
Con
su dedo toca mi hinchado clítoris y chillo. Estoy húmeda, tremendamente húmeda,
y sorprendiéndole le pido:
—Dexter...,
chúpame, por favor.
Mi
ruego le activa. PETER se echa hacia adelante para facilitar la acción a su
amigo, que instantes después posa su boca sobre mi humedad. Enloquecida, vuelvo
a estar sobre su boca. Dexter chupa, lame, rodea y estimula mi vulva hasta
llegar al clítoris. Es tocarlo, y yo jadear. Es tirar de él con los labios, y
yo gemir. Me vuelve loca, y cuando me corro en su boca, murmura:
—Eres
exquisita.
Agotada,
sonrío cuando PETER me agarra con fuerza, me pone a cuatro patas sobre la cama
y, con brusquedad y sin hablar, me penetra.
Superexcitado
por lo que ha visto, enloquecido, se mete en mí, mientras yo, desgarrada, me
abro y lo recibo gustosa. Una, dos, tres..., mil veces profundiza, en tanto me
agarra por la cintura y, desde atrás, me penetra sin compasión. Un azote, dos,
tres. Grito. Me agarra del pelo, tira de él hacia atrás y sisea:
—Arquea
las caderas.
Hago
lo que me pide.
—Más
—exige en mi oído.
Me
siento como una yegua montada mientras PETER me empala una y otra vez ante la
atenta mirada de Dexter. De pronto, PETER se para, saca la joya de mi ano y
mete su erección. Caigo sobre la cama y jadeo agarrándome a las sábanas. Sin
lubricante cuesta..., duele..., pero ese dolor me gusta. Me incita a pedir más.
PETER me aprieta contra él, me vuele a dar otro azote y pide:
—Muévete,
LALI... Muévete.
Me
muevo. Sus acometidas son devastadoras. Enardecidas. Sexuales. Me empalo una y
otra vez en él, hasta que PETER me coge por la cintura y me da tal estocada que
me hace gritar mientras un orgasmo asolador nos enloquece a los dos.
Agotados
por lo que acabamos de hacer, Dexter nos observa desde su silla. Disfruta. Le
gusta lo que ve. PETER propone darnos una ducha y, cuando estamos solos,
pregunta con mimo:
—¿Todo
bien, pequeña?
—Sí.
Me
encanta que siempre se preocupe por mí en cuanto estamos solos. El agua resbala
por nuestros cuerpos y reímos. Le pregunto a PETER por qué Dexter está en silla
de ruedas y me comenta que fue a raíz de un accidente con su parapente. Eso me
apena. Es tan joven... Pero PETER, exigente, me besa. No quiere hablar de eso y
me hace regresar a la realidad cuando introduce de nuevo la joya en mi culo.
Cuando salimos del baño, Dexter sigue donde lo hemos dejado, con el vibrador en
la mano. Lo está oliendo y, cuando me ve, comenta:
—Me
encanta el olor a sexo.
Sus
ojos me indican lo mucho que me desea, y sin pensarlo, acerco mi cara a la suya
y
murmuro al recordar una palabra de «Locura esmeralda».
—Ahora
me vas a coger tú, Dexter.
PETER
me mira, sorprendido. Dexter me mira, boquiabierto. ¿De qué hablo?
Ninguno
de los dos entiende lo que digo. A Dexter no le funciona su aparatito. ¿Cómo lo
va a hacer? Tras explicarle a PETER mi propósito, sonríe. Con su ayuda,
sentamos a Dexter en una silla sin brazos, y le atamos uno de los penes
vibratorios con arnés a la cintura. Divertido, Dexter mira el pene que ha
quedado erecto ante él y se mofa.
—¡Dios,
cuánto tiempo sin verme así!
Sin
más, beso a PETER. Mi culo queda a la altura de Dexter, y PETER me abre las
cachas y le tienta para que mueva mi joya anal. Lo hace. Dexter entra en el
juego y me pellizca las nalgas para enrojecérmelas. PETER me besa, y susurra en
mi boca:
—Me
vuelves loco, cariño.
Sonrío.
Eric sonríe. Mira a su amigo y le pide:
—Dexter,
ofréceme a mi mujer.
El
hombre me coge de la mano, me sienta sobre él y me abre las piernas. Toca con
su mano mi joya y murmura en mi oreja:
—Diosa...,
eres caliente. Me encanta tu entrega.
Sonrío,
y cuando la boca de PETER se posa en mi vagina, me contraigo. Dexter me sujeta,
y yo me muevo mientras jadeo y grito por las maravillosas cosas que mi amor me
hace. Pero dispuesta a calentarlos aún más a los dos, susurro:
—Sí...
Ahí... Sigue... Sigue... Más... ¡Oh, sí!... Me gusta... Sí...Sí.
PETER
toca con su lengua mi clítoris una y otra vez. Lo rodea, lo coge con sus labios
y tira de él, mientras Dexter me ofrece y toca mis pechos. Con la punta de sus
dedos los endurece, los pellizca. Mi Iceman se ocupa de mi vagina y de
arrancarme locos gemidos de placer. La respiración de Dexter se acelera por
momentos, y cuando PETER me coge en volandas y me penetra, los tres jadeamos.
Mi amor me apoya contra la pared para hundirse en mí una y otra vez con fuerza,
hasta que los dos finalmente nos corremos. Gustosa y altamente excitada, miro a
Dexter, que está acalorado. Y acercándome a él, musito:
—Ahora
tú.
A
horcajadas me siento sobre él y me introduzco el pene del arnés. Le doy al
mando a distancia, y éste vibra. Sonrío. Dexter sonríe. Como una diosa del cine
porno, me muevo una y otra vez en busca de mi propio disfrute, mientras me
restriego contra él y mis pechos bambolean y le tientan cerca de su boca.
Dexter, con sus manos, me sujeta la cintura y comienza a bailar al mismo son
que yo. Con fuerza me empala una y otra vez en el arnés mientras yo chillo
gustosa y enloquecida por la dureza de eso.
PETER,
pendiente de nosotros, está a nuestro lado. No dice nada. Sólo nos observa
mientras Dexter con fuerza me agarra y me clava una y otra vez en él. Deseosa y
excitada, grito:
—Así...
Cógeme así... ¡Oh, sí!
Mi
vagina está totalmente abierta alrededor del arnés y jadeo, mirándole a los
ojos.
—Vamos,
Dexter, demuéstrame cuánto me deseas.
Mis
palabras le avivan. Su deseo crece y siento que se le nubla la mente. Dexter,
acalorado, me empala sobre el arnés. Lo disfruta. Lo veo en sus ojos. El aire
escapa de su boca.
—No
te detengas... ¡No pares! —grito.
Dexter
no podría haberse detenido aunque lo hubiera querido, y cuando me aprieta una
última vez contra el arnés y suelta un gruñido de satisfacción, sé que he
conseguido mi
objetivo.
Dexter ha disfrutado tanto como PETER y como yo.
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