Los
días pasan y estar junto a PETER es lo mejor que me ha ocurrido. Me quiere, me
mima y está pendiente de todo lo que necesito. Flyn es otro cantar. Rivaliza
conmigo en todo, y yo intento hacerle ver que no soy su adversario. Si hago una
tortilla de patatas, no le gusta. Si bailo y canto, me mira con desprecio. Si
veo algo en la televisión, se queja. Directamente no me soporta y no lo
disimula. Eso me pone cada día más frenética.
Hablo
con mi familia en Jerez, y todos están bien. Eso me reconforta. Mi hermana me
cuenta lo cansadísima que está con el embarazo y la guerra que le da mi
sobrina. Yo sonrío. Imagino a Luz histérica en espera de que los Reyes Magos la
visiten. ¡Qué linda que es mi Luz!
Una
mañana llego a la cocina y pillo a Simona mirando la televisión. Está tan
concentrada en lo que ve que no me oye. Cuando estoy ya a su lado, la veo
angustiada, asustada.
—¡Dios
mío, ¿qué te ocurre?!
La
mujer se seca los ojos con una servilleta y mirándome murmura.
—Estoy
viendo «Locura esmeralda», señorita.
Sorprendida,
miro la tele y veo que se trata de una telenovela. ¿En Alemania ven culebrones
mexicanos? Se me escapa una sonrisa, y Simona me imita.
—Creo
que a usted también le gustaría, señorita LALI. ¿En España no conocen esta
novela?
—No
me suena, pero estos culebrones no me van.
—Créame
que a mí tampoco, pero en Alemania está causando furor. Todo el mundo ve
«Locura esmeralda».
Cuando
estoy a punto de reírme, una vez superado el asombro, ella añade:
—Trata
sobre la joven Esmeralda Mendoza. Ella es una bella joven que trabaja de
sirvienta para los señores Halcones de San Juan. Pero todo se complica cuando
regresa de Estados Unidos el hijo pródigo Carlos Alfonso Halcones de San Juan y
se encapricha de Esmeralda Mendoza. Pero ella ama en secreto a Luis Alfredo
Quiñones, el hijo bastardo del señor Halcones de San Juan, y ¡oh, Dios!, es
todo tan difícil...
Boquiabierta
y divertida, escucho con atención lo que la mujer me dice. ¡Vaya pedazo de
culebrón que me está contando! A mi hermana le encantaría. Al final, sin saber
por qué, me siento con ella y, de pronto, estoy sumergida en la historia.
Marta,
la hermana de PETER, pasa a buscarme el día 2 de enero. Le he comentado que
necesito hacer unas compras navideñas y gustosa se ofrece a acompañarme. PETER,
encantado por verme sonreír, me da un beso en los labios cuando me voy.
—Pásalo
bien, cariño.
Hace
un frío que pela. Estamos a 2 grados bajo cero a las once y media de la mañana.
Pero me siento feliz por la compañía de Marta y sus divertidas ocurrencias.
Llegamos hasta la plaza central de Múnich, Marienplatz, una plaza majestuosa,
rodeada de edificios impresionantes. Aquí hay un enorme y precioso mercadillo
callejero donde hago varias compras.
—¿Ves
aquel balcón? —Asiento, y Marta prosigue—: Es el balcón del ayuntamiento y
desde ahí todos las tardes tocan música en vivo.
De
pronto, un puesto multicolor con infinidad de árboles de Navidad llama mi
atención. Los hay rojos, azules, blancos, verdes y de distintos tamaños. En su
mayoría están decorados con fotografías, notitas con deseos, macarrones o CD de
plásticos. ¡Me encanta! Miro a Marta y pregunto:
—¿Qué
crees que pensará tu hermano si pongo un árbol de éstos en su salón?
Marta
enciende un cigarrillo y se ríe.
—Le
horrorizará.
—¿Por
qué?
Acepto
un cigarrillo mientras Marta mira los coloridos árboles artificiales.
—Porque
estos árboles son demasiado modernos para él y, sobre todo, porque nunca lo he
visto poner un árbol de Navidad en su casa.
—¿En
serio? —Estoy perpleja y a la vez convencida de lo que quiero hacer—. Pues lo
siento por él, pero yo no puedo vivir sin tener mi árbol de Navidad. Por lo
tanto, le horrorice o no, se tendrá que aguantar.
Marta
suelta una carcajada, y sin más, decido comprar un árbol rojo de dos metros.
¡La bomba! Compro también infinidad de cintas de colores con campanillas
colgando. Quiero decorar la casa como se merece. ¡Aún es Navidad! Lo dejo
pagado y prometemos regresar al final del día a recogerlo.
Durante
más de una hora las dos seguimos comprando regalitos y, cuando nuestras narices
están rojas por el frío, Marta me propone ir a tomar algo. Acepto. Estoy muerta
de frío, hambre y sed. Me dejo guiar por ella por las bonitas calles de Múnich.
—Te
voy a llevar a un sitio muy especial. Otro día que salgamos te llevaré a comer
al restaurante que hay en la Torre Olímpica. Es giratorio, y verás unas
maravillosas vistas de Múnich.
Congelada,
asiento mientras observo que allí todos los taxis son de color crema y la
mayoría Mercedes-Benz. ¡Vaya lujazo! Pocos minutos después, cuando entramos en
un enorme lugar, Marta indica con orgullo:
—Querida
Judith, como buena muniquesa que soy, tengo el orgullo de decirte que estás en
la Hofbräuhaus, la cervecería más antigua de mundo.
Entusiasmada,
miro a mi alrededor. El lugar es precioso. Con solera. Observo los techos
abovedados recubiertos de curiosas pinturas y los largos y grandes bancos de
madera donde la gente se divierte bebiendo y comiendo.
—Ven,
LALI, vamos a tomar algo —insiste Marta, cogiéndome del brazo.
Diez
minutos después, estamos sentadas en uno de los bancos de madera junto a otras
personas. Durante una hora hablamos y hablamos mientras disfruto de una
estupenda cerveza Spatenbräu.
El
hambre aprieta y decidimos pedir varias cosas y comer para después proseguir
con nuestras compras. Dejo a Marta que elija, y pide leberkäs, que es
embutido caliente, albóndigas de harina con carne picada y tocino, y una
crujiente rosquilla salada en forma de ocho a la que se le pueden untar salsas.
¡Todo exquisito!
—Bueno,
¿qué te parece Múnich?
Una
vez que mastico y trago un trozo de la crujiente rosquilla, respondo:
—Lo
poco que he visto hasta ahora, majestuoso. Creo que es una ciudad muy señorial.
Marta
sonríe.
—¿Sabías
que a los de Múnich se nos conoce como los mediterráneos de Europa?
—No.
Ambas
nos reímos.
—¿Has
venido para quedarte con PETER?
¡Vaya,
directa y al grano!, como a mí me gusta. Y dispuesta a ser sincera, digo:
—Sí.
Somos como el fuego y el hielo, pero nos queremos y deseamos intentarlo.
Marta
aplaude, feliz, y los que están a nuestro lado la miran extrañados. Pero sin
importarle en absoluto las miradas de los otros, cuchichea:
—Me
encanta. ¡Me encanta! Espero que mi hermanito aprenda que la vida es algo más
que trabajo y seriedad. Creo que tú vas a abrirle los ojos en muchos sentidos,
pero siento decirte que eso te va a traer más de un problema. Lo conozco muy
bien.
—¿Problema?
—¡Ajá!
—Pues
yo no quiero problemas. —Al decir eso me acuerdo de la canción de David de
María e inevitablemente sonrío—. ¿Por qué crees que voy a tener problemas con
PETER?
Marta
se limpia los labios con una servilleta y contesta:
—PETER
nunca ha vivido con nadie, excepto estos últimos años con Flyn. Se independizó
muy pronto, y si hay algo que no soporta es que se inmiscuyan en su vida y en
sus decisiones. Es más, me encantaría contemplar su cara cuando vea el árbol de
Navidad rojo y las cintas de colores que has comprado. —Ambas nos reímos, y
prosigue—: Conozco a ese cabezón muy bien y estoy segura de que vas a discutir
con él. Por cierto, en lo referente a la educación de Flyn, es una cosa mala.
Lo tiene sobreprotegido. Sólo le falta meterlo en una urna de cristal.
Eso
me provoca risa.
—No
te rías. Tú misma lo vas a comprobar. Y fíjate lo que te digo: mi hermano no
aprobará el regalo que le has comprado a Flyn.
Miro
hacia la bolsa que Marta está señalando y, sorprendida, pregunto:
—¿Que
no aprobará el skateboard?
—No.
—¿Por
qué? —inquiero al pensar en cómo me divierto con mi sobrina y su skate.
—PETER
rápidamente valorará los peligros. Ya lo verás.
—Pero
si le he comprado casco, rodilleras y coderas para que cuando se caiga no se
haga daño...
—Da
igual, LALI. En ese regalo, PETER sólo verá peligro y se lo prohibirá.
Media
hora después salimos del local y nos dirigimos hacia la calle
Maximilianstrasse, considerada la milla de oro de Múnich. Entramos en la tienda
de D&G y aquí Marta se lanza a por unos vaqueros. Mientras ella se los
prueba, rápidamente le compro una camiseta que he visto que le ha gustado.
Visitamos infinidad de tiendas exclusivas, a cuál más cara, y cuando entramos
en Armani, decido comprarle una camisa blanca con rayitas azules a PETER. Va a
estar guapísimo.
Una
vez que finalizamos las compras, regresamos a la plaza del ayuntamiento a
recoger mi bonito árbol de Navidad. Marta se ríe. Yo también, aunque ya
comienzo a dudar
de
si he hecho bien al comprarlo.
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