sábado, 17 de octubre de 2015

CAPITULO 16

Los días pasan y estar junto a PETER es lo mejor que me ha ocurrido. Me quiere, me mima y está pendiente de todo lo que necesito. Flyn es otro cantar. Rivaliza conmigo en todo, y yo intento hacerle ver que no soy su adversario. Si hago una tortilla de patatas, no le gusta. Si bailo y canto, me mira con desprecio. Si veo algo en la televisión, se queja. Directamente no me soporta y no lo disimula. Eso me pone cada día más frenética.
Hablo con mi familia en Jerez, y todos están bien. Eso me reconforta. Mi hermana me cuenta lo cansadísima que está con el embarazo y la guerra que le da mi sobrina. Yo sonrío. Imagino a Luz histérica en espera de que los Reyes Magos la visiten. ¡Qué linda que es mi Luz!
Una mañana llego a la cocina y pillo a Simona mirando la televisión. Está tan concentrada en lo que ve que no me oye. Cuando estoy ya a su lado, la veo angustiada, asustada.
—¡Dios mío, ¿qué te ocurre?!
La mujer se seca los ojos con una servilleta y mirándome murmura.
—Estoy viendo «Locura esmeralda», señorita.
Sorprendida, miro la tele y veo que se trata de una telenovela. ¿En Alemania ven culebrones mexicanos? Se me escapa una sonrisa, y Simona me imita.
—Creo que a usted también le gustaría, señorita LALI. ¿En España no conocen esta novela?
—No me suena, pero estos culebrones no me van.
—Créame que a mí tampoco, pero en Alemania está causando furor. Todo el mundo ve «Locura esmeralda».
Cuando estoy a punto de reírme, una vez superado el asombro, ella añade:
—Trata sobre la joven Esmeralda Mendoza. Ella es una bella joven que trabaja de sirvienta para los señores Halcones de San Juan. Pero todo se complica cuando regresa de Estados Unidos el hijo pródigo Carlos Alfonso Halcones de San Juan y se encapricha de Esmeralda Mendoza. Pero ella ama en secreto a Luis Alfredo Quiñones, el hijo bastardo del señor Halcones de San Juan, y ¡oh, Dios!, es todo tan difícil...
Boquiabierta y divertida, escucho con atención lo que la mujer me dice. ¡Vaya pedazo de culebrón que me está contando! A mi hermana le encantaría. Al final, sin saber por qué, me siento con ella y, de pronto, estoy sumergida en la historia.
Marta, la hermana de PETER, pasa a buscarme el día 2 de enero. Le he comentado que necesito hacer unas compras navideñas y gustosa se ofrece a acompañarme. PETER, encantado por verme sonreír, me da un beso en los labios cuando me voy.
—Pásalo bien, cariño.
Hace un frío que pela. Estamos a 2 grados bajo cero a las once y media de la mañana. Pero me siento feliz por la compañía de Marta y sus divertidas ocurrencias. Llegamos hasta la plaza central de Múnich, Marienplatz, una plaza majestuosa, rodeada de edificios impresionantes. Aquí hay un enorme y precioso mercadillo callejero donde hago varias compras.
—¿Ves aquel balcón? —Asiento, y Marta prosigue—: Es el balcón del ayuntamiento y desde ahí todos las tardes tocan música en vivo.
De pronto, un puesto multicolor con infinidad de árboles de Navidad llama mi atención. Los hay rojos, azules, blancos, verdes y de distintos tamaños. En su mayoría están decorados con fotografías, notitas con deseos, macarrones o CD de plásticos. ¡Me encanta! Miro a Marta y pregunto:
—¿Qué crees que pensará tu hermano si pongo un árbol de éstos en su salón?
Marta enciende un cigarrillo y se ríe.
—Le horrorizará.
—¿Por qué?
Acepto un cigarrillo mientras Marta mira los coloridos árboles artificiales.
—Porque estos árboles son demasiado modernos para él y, sobre todo, porque nunca lo he visto poner un árbol de Navidad en su casa.
—¿En serio? —Estoy perpleja y a la vez convencida de lo que quiero hacer—. Pues lo siento por él, pero yo no puedo vivir sin tener mi árbol de Navidad. Por lo tanto, le horrorice o no, se tendrá que aguantar.
Marta suelta una carcajada, y sin más, decido comprar un árbol rojo de dos metros. ¡La bomba! Compro también infinidad de cintas de colores con campanillas colgando. Quiero decorar la casa como se merece. ¡Aún es Navidad! Lo dejo pagado y prometemos regresar al final del día a recogerlo.
Durante más de una hora las dos seguimos comprando regalitos y, cuando nuestras narices están rojas por el frío, Marta me propone ir a tomar algo. Acepto. Estoy muerta de frío, hambre y sed. Me dejo guiar por ella por las bonitas calles de Múnich.
—Te voy a llevar a un sitio muy especial. Otro día que salgamos te llevaré a comer al restaurante que hay en la Torre Olímpica. Es giratorio, y verás unas maravillosas vistas de Múnich.
Congelada, asiento mientras observo que allí todos los taxis son de color crema y la mayoría Mercedes-Benz. ¡Vaya lujazo! Pocos minutos después, cuando entramos en un enorme lugar, Marta indica con orgullo:
—Querida Judith, como buena muniquesa que soy, tengo el orgullo de decirte que estás en la Hofbräuhaus, la cervecería más antigua de mundo.
Entusiasmada, miro a mi alrededor. El lugar es precioso. Con solera. Observo los techos abovedados recubiertos de curiosas pinturas y los largos y grandes bancos de madera donde la gente se divierte bebiendo y comiendo.
—Ven, LALI, vamos a tomar algo —insiste Marta, cogiéndome del brazo.
Diez minutos después, estamos sentadas en uno de los bancos de madera junto a otras personas. Durante una hora hablamos y hablamos mientras disfruto de una estupenda cerveza Spatenbräu.
El hambre aprieta y decidimos pedir varias cosas y comer para después proseguir con nuestras compras. Dejo a Marta que elija, y pide leberkäs, que es embutido caliente, albóndigas de harina con carne picada y tocino, y una crujiente rosquilla salada en forma de ocho a la que se le pueden untar salsas. ¡Todo exquisito!
—Bueno, ¿qué te parece Múnich?
Una vez que mastico y trago un trozo de la crujiente rosquilla, respondo:
—Lo poco que he visto hasta ahora, majestuoso. Creo que es una ciudad muy señorial.
Marta sonríe.
—¿Sabías que a los de Múnich se nos conoce como los mediterráneos de Europa?
—No.
Ambas nos reímos.
—¿Has venido para quedarte con PETER?
¡Vaya, directa y al grano!, como a mí me gusta. Y dispuesta a ser sincera, digo:
—Sí. Somos como el fuego y el hielo, pero nos queremos y deseamos intentarlo.
Marta aplaude, feliz, y los que están a nuestro lado la miran extrañados. Pero sin importarle en absoluto las miradas de los otros, cuchichea:
—Me encanta. ¡Me encanta! Espero que mi hermanito aprenda que la vida es algo más que trabajo y seriedad. Creo que tú vas a abrirle los ojos en muchos sentidos, pero siento decirte que eso te va a traer más de un problema. Lo conozco muy bien.
—¿Problema?
—¡Ajá!
—Pues yo no quiero problemas. —Al decir eso me acuerdo de la canción de David de María e inevitablemente sonrío—. ¿Por qué crees que voy a tener problemas con PETER?
Marta se limpia los labios con una servilleta y contesta:
—PETER nunca ha vivido con nadie, excepto estos últimos años con Flyn. Se independizó muy pronto, y si hay algo que no soporta es que se inmiscuyan en su vida y en sus decisiones. Es más, me encantaría contemplar su cara cuando vea el árbol de Navidad rojo y las cintas de colores que has comprado. —Ambas nos reímos, y prosigue—: Conozco a ese cabezón muy bien y estoy segura de que vas a discutir con él. Por cierto, en lo referente a la educación de Flyn, es una cosa mala. Lo tiene sobreprotegido. Sólo le falta meterlo en una urna de cristal.
Eso me provoca risa.
—No te rías. Tú misma lo vas a comprobar. Y fíjate lo que te digo: mi hermano no aprobará el regalo que le has comprado a Flyn.
Miro hacia la bolsa que Marta está señalando y, sorprendida, pregunto:
—¿Que no aprobará el skateboard?
—No.
—¿Por qué? —inquiero al pensar en cómo me divierto con mi sobrina y su skate.
—PETER rápidamente valorará los peligros. Ya lo verás.
—Pero si le he comprado casco, rodilleras y coderas para que cuando se caiga no se haga daño...
—Da igual, LALI. En ese regalo, PETER sólo verá peligro y se lo prohibirá.
Media hora después salimos del local y nos dirigimos hacia la calle Maximilianstrasse, considerada la milla de oro de Múnich. Entramos en la tienda de D&G y aquí Marta se lanza a por unos vaqueros. Mientras ella se los prueba, rápidamente le compro una camiseta que he visto que le ha gustado. Visitamos infinidad de tiendas exclusivas, a cuál más cara, y cuando entramos en Armani, decido comprarle una camisa blanca con rayitas azules a PETER. Va a estar guapísimo.
Una vez que finalizamos las compras, regresamos a la plaza del ayuntamiento a recoger mi bonito árbol de Navidad. Marta se ríe. Yo también, aunque ya comienzo a dudar

de si he hecho bien al comprarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario