lunes, 26 de octubre de 2015

CAPITULO 43

Diez días después hay una convención de Müller en Múnich a la que tengo que asistir. Intento escaquearme, pero Gerardo y Miguel no me lo permiten, e intuyo que el señor LANZANI tiene algo que ver en ello. Cuando mi avión llega aquí los recuerdos me avasallan. De nuevo estoy en esta majestuosa ciudad. Acompañada por Miguel y varios jefazos más de todas las delegaciones de España llegamos hasta el lugar donde se organiza la convención a las once de la mañana. Una vez allí me siento junto a Miguel y la convención empieza. Busco a PETER entre la multitud de asistentes y lo localizo. Está en la primera fila, y el corazón se me encoge cuando lo veo junto a NATALIE. ¡Bruja!
Como siempre parecen muy compenetrados y, cuando PETER sube al estrado para hablar delante de más de tres mil personas llegadas de todas las delegaciones, lo miro con orgullo. Escucho todo lo que dice y soy consciente de lo guapo, guapísimo que está con aquel traje gris oscuro. Cuando su discurso acaba y NATALIE sube al estrado junto a él, me tenso. PETER la ha cogido por la cintura, y ella, encantada, saluda con gesto de triunfo.
Miguel me mira. Yo trago con dificultad, pero intento sonreír. Tras el acto, unos camareros comienzan a pasar copas de champán y canapés. Parapetada entre mis compañeros españoles, estoy al tanto de todo. PETER se acerca, junto NATALIE. Ambos saludan a todos los asistentes y deseo salir corriendo cuando lo veo llegar hasta mi grupo. Con una encantadora, pero fría, sonrisa, nos mira a todos. No me presta ninguna atención especial, y cuando me saluda ni siquiera posa sus ojos en los míos. Me da la mano como a uno más y después se marcha para seguir saludando al resto de los comensales. NATALIE cruza una mirada conmigo y veo la guasa en sus ojos. ¡Será perra!
Mientras saludan a otros, observo cómo PETER vuelve a coger a NATALIE por la cintura y se hace fotos. En ningún momento hace ademán de mirarme. Nada, absolutamente nada. Es como si nunca nos hubiéramos conocido. Sin pestañear observo cómo se hace fotos con otras mujeres, y la carne se me pone de gallina cuando veo que PETER dice algo a una mirándole los labios. Lo conozco. Sé lo que significa esa mirada y a lo que conllevará. Me pica el cuello. ¡Los ronchones! ¡Oh, no! Los celos pueden conmigo, ¡no puedo soportarlo!
Cuando ya no aguanto más, busco una salida. Tengo que salir de allí como sea. Cuando llego hasta una de las puertas, alguien me toma la mano. Me doy la vuelta con el corazón acelerado y veo que es Miguel. Por un instante, he pensado que sería PETER.
—¿Dónde vas?
—Necesito un poco de aire. Hace mucho calor ahí dentro.
—Te acompaño —dice Miguel.
Cuando encontramos por fin una salida, Miguel saca una cajetilla de tabaco y le
pido uno. Necesito fumar. Tras las primeras caladas mi cuerpo se comienza a tranquilizar. La frialdad de PETER, unida a NATALIE y a cómo ha mirado a otras mujeres, ha sido demasiado para mí.
—¿Estás bien, LALI? —pregunta Miguel.
Asiento. Sonrío. Intento ser la chispeante chica de siempre.
—Sí, es sólo que hacía mucho calor.
Miguel asiente. Sé que imaginará cosas, pero no quiero hablarlo con él. Tras el cigarrillo, soy yo la que propongo entrar de nuevo. Debo ser fuerte y se lo tengo que demostrar a él, a NATALIE, a Miguel y a todo el mundo.
Con paso seguro, regreso hasta el grupo de España e intento integrarme en las conversaciones, pero no puedo. Cada vez que me doy la vuelta, ETER está cerca, halagando a alguna mujer. Todas quieren fotos con él; todas, menos yo.
Dos horas después, cuando estoy en uno de los baños, oigo cómo una de esas mujeres dice que el jefazo PETER LANZANI le ha dicho que es muy mona. ¡Será boba la tía! Sin poder evitarlo, la miro. Es un pibón tremendo. Una italiana de enormes pechos, curvas sinuosas y pelo cobrizo. Se muestra nerviosa y lo entiendo. Que PETER te diga algo así mirándote es para ponerte nerviosa.
Cuando salgo del baño me cruzo con NATALIE. Me mira. La muy arpía me mira y me guiña un ojo con diversión. Siento unas irrefrenables ganas de agarrarla de su rubio pelo y arrastrarla por el suelo, pero no. No debo. Estoy en una convención; tengo que ser profesional y, sobre todo, le prometí a mi padre que no me volvería a comportar como una camorrista.
Al llegar a mi grupo me sorprendo cuando veo que PETER habla con ellos. Junto a él hay una monada morena de la delegación de Sevilla que babea mientras habla. PETER, consciente del magnetismo que provoca entre las mujeres, bromea con ella, y ésta, como una tonta, se toca el pelo y se mueve nerviosa. Cierro los ojos. No quiero verlos. Pero al abrirlos me encuentro con la mirada de PETER, que dice:
—La señorita ESPOSITO los llevará hasta donde he organizado la fiesta. Ella conoce Múnich. —Yo levanto el mentón, y PETER añade, entregándome una tarjeta—. Los espero a todos allí.
Dicho esto, se marcha. Yo pestañeo.
Todos me miran y comienzan a preguntarme cómo llegar hasta el sitio que el jefazo ha dicho. Miro la tarjeta, y tras recordar dónde está esa sala de fiestas, nos dirigimos hacia el autobús que nos llevará al hotel, hasta que llegue la noche y sea el evento.
Cuando el autobús nos deja en el hotel, aprovecho para darme una ducha. Estoy muy tensa. No quiero ir a esa fiesta, pero he de hacerlo. No me puedo escaquear. PETER ya se ha encargado de que no me escaquee. Tras secarme el pelo, oigo unos golpes y unos jadeos. Escucho con atención y al final sonrío. La habitación de al lado es la de Miguel, y por lo que oigo, lo está pasando muy bien.
Doy unos golpes en la pared y los jadeos paran. ¡No quiero escucharlos!
Me cambio el traje gris claro y me pongo un vestido negro con strass en la cintura. Me calzo unos tacones que sé que me sientan muy bien, y el pelo me lo recojo en un moño alto. Cuando me miro al espejo, sonrío. Sé que estoy sexy. Con seguridad, PETER no me mirará, pero mi apariencia hará que otros hombres me observen.
Al menos que me suban la moral, ¿no?
A las nueve, tras cenar en el hotel, nos reunimos todos en el hall. Como es de esperar todos buscan en mí a la persona que les llevará hasta donde el jefazo ha dicho. Tras
hablar con el conductor del autobús, nos sumergimos en el tráfico de Múnich, y sonrío al pasar junto al Jardín Inglés. Con cariño miro los lugares por donde paseé con PETER y fui feliz durante una bonita época de mi vida, pero el buen rollo se me acaba cuando el autobús llega a destino y nos tenemos que bajar.
Entramos en el local. Es enorme, y como era de esperar, el señor LANZANI ha preparado una colosal fiesta. Todos aplauden. Miguel me mira y, divertida, murmuro:
—Oye, he estado a punto de sacar un pañuelito blanco y gritarte «torero».
Él se ríe y señala a una joven.
—¡Dios, nena!, ni te cuento cómo es el huracán Patricia.
Ambos nos reímos y, en ese momento, escucho a mi lado:
—Buenas noches.
Al levantar la mirada me encuentro con PETER. Está guapísimo con su esmoquin negro y su pajarita. ¡Oh, Dios!, siempre he querido hacerle el amor sólo vestido con la pajarita. ¡Qué morbo! Rápidamente me quito esa idea de la cabeza. ¿Qué hago pensando en eso? Nuestros ojos se encuentran, y su frialdad es extrema. El corazón me aletea. El estómago se me contrae hasta que veo que quien va a su lado es la pelirroja italiana del baño. ¡Vaya por Dios!
Sin cambiar el gesto, saludo, y él prosigue su camino con ella. No quiero que vea que su presencia me perjudica, pero la verdad es que me deja totalmente noqueada. Está claro que PETER ya ha retomado su vida y lo tengo que aceptar.
Del brazo de Miguel, me dirijo a la barra y pedimos algo de beber. Estoy sedienta. Durante una hora, Miguel está a mi lado. Reímos y comentamos cosas, hasta que la música comienza. Han contratado a una banda de música swing. ¡Me encanta! La gente comienza a bailar, y Miguel decide sacar al huracán Patricia.
Me quedo sola, y mientras bebo de mi copa, escaneo el local. No he vuelto a ver a PETER, pero pronto lo encuentro bailando con la italiana. Eso me inquieta. Canción tras canción, soy testigo de cómo todas las mujeres quieren bailar con él, y él, encantado, acepta.
¿Desde cuándo es tan bailón?
Se supone que la loca bailona soy yo y, aquí estoy, sujetando la barra. ¡Mierda! Pero cuando lo veo bailar con NATALIE me altero. Soy así de imbécil. No puedo soportar la mirada de ella y cómo lo agarra con posesión por el cuello mientras mueve un dedo y le acaricia el pelo.
Me doy la vuelta. No puedo seguir mirando. Voy al baño, me refresco y regreso a la fiesta.
Al salir, me encuentro con Xavi Dumas, el de la delegación de Barcelona, y me invita a bailar. Accedo. Después, me invitan varios hombres más, y mi autoestima vuelve a estar donde yo necesitaba. De pronto, PETER está a mi lado y le pide a mi acompañante permiso para bailar conmigo. Mi acompañante accede, encantado. Yo, no tanto. Cuando él pone su mano en mi cintura y yo pongo mis brazos en su cuello, la orquesta toca Blue moon. Trago saliva y bailo. Desde su altura, me mira y, finalmente, dice:
—¿Lo está pasando bien, señorita ESPOSITO?
—Sí, señor —asiento escuetamente.
Sus manos en mi espalda me queman. Mi cuerpo reacciona ante su contacto, su cercanía y su olor.
—¿Qué tal le va la vida? —vuelve a preguntar en tono impersonal.
—Bien —consigo decir—, con mucho trabajo. ¿Y a usted?
PETER sonríe, pero su sonrisa me asusta cuando acerca su boca a mi oído y murmura:
—Muy bien. He retomado mis juegos y debo reconocer que son mucho mejores de lo que los recordaba. Por cierto, Dexter me dio recuerdos el otro día para usted, para su diosa caliente.
¡Será capullo!
Intento desasirme de su abrazo, pero no me deja. Me aprieta contra él.
—Termine de bailar conmigo esta pieza, señorita ESPOSITO. Después, puede usted hacer lo que le dé la gana. Sea profesional.
Me pica todo, pero no me rasco.
Aguanto el tirón ante su adusta mirada, y cuando la canción acaba, me da un frío y galante beso en la mano. Y antes de marcharse, murmura.
—Como siempre, ha sido un placer volver a verla. Espero que le vaya bien.
Su cercanía, sus palabras y su frialdad me han llegado al alma.
Voy a la barra y pido un cubata. Lo necesito. Tras ése me bebo otro e intento ser profesional y fría como él. He tenido el mejor maestro. Ningún PETER LANZANI va a poder conmigo.
Lo observo, furiosa, mientras él lo pasa bien con las mujeres. Todas caen rendidas a sus pies y soy consciente de con quién se va a ir esa noche. No es con la italiana. Es con NATALIE. Sus miradas me lo dicen.
¡Los odio!
A la una de la madrugada decido dar por terminada la fiesta. ¡No puedo más! Miguel se ha ido con su propio huracán sexual y algún que otro tío ya se está poniendo pesadito conmigo.
Cuando salgo a la calle, respiro. Me siento libre. Veo aparecer un taxi y lo paro. Le doy la dirección y, en silencio, regreso a mi hotel. Subo a mi habitación y me quito los zapatos. Estoy rabiosa. PETER me ha sacado de mis casillas. ¿Qué raro? Escucho jadeos en la habitación de al lado. Miguel y su huracán.
Resoplo. Menuda nochecita que me van a dar.
Me siento en la cama, me tapo los ojos y me pueden las ganas de llorar. ¿Qué narices hago yo aquí? Los jadeos en la habitación de al lado suben de tono. ¡Menudo escándalo! Al final, mosqueada, doy dos golpes en la pared. Los jadeos paran, y yo cabeceo.
Instantes después llaman a mi puerta y me tapo los ojos. ¡Qué cortarrollos soy!
Será Miguel para pedirme perdón. Sonrío y, cuando abro, me encuentro con el gesto ceñudo de PETER. Mi expresión cambia.
—Vaya..., veo que no soy quien esperaba, señorita ESPOSITO.
Sin pedir permiso entra en la habitación y yo cierro la puerta. No me muevo. No sé qué hace aquí. PETER se da una vuelta por la estancia y, tras comprobar que estoy sola, me mira y yo pregunto:
—¿Qué quiere, señor?
Iceman me mira, me mira, me mira, y responde con indiferencia:
—No la vi marcharse de la fiesta y quería saber que estaba bien.
Sin acercarme a él, muevo la cabeza; sigo enfadada por lo que me ha dicho en la fiesta.
—Si ha venido usted para ver con quién voy a jugar en el hotel, siento decepcionarlo, pero yo no juego con gente de la empresa ni cuando la gente de la empresa está cerca. Soy discreta. Y en cuanto a estar o no estar bien, no se preocupe, señor, me sé
cuidar muy bien yo solita. Por lo tanto, ya se puede marchar.
El que yo haya afirmado que juego en otros momentos lo atiza. Lo veo en su rostro y, antes de que diga nada que me pueda enfadar aún más, siseo:
—Salga de mi habitación ahora mismo, señor LANZANI.
No se mueve.
—Usted no es nadie para entrar aquí sin ser invitado. Con seguridad lo esperarán en otras habitaciones. Corra, no pierda el tiempo; seguro que NATALIE o cualquier otra de sus mujeres desea ser su centro de atención. No pierda el tiempo aquí conmigo y márchese a jugar.
Tensión. Mucha tensión.
Nos miramos como auténticos rivales, y cuando él se acerca a mí, yo me muevo con rapidez. No estoy dispuesta a caer en su juego por mucho que mi cuerpo lo necesite, lo grite.
Le oigo maldecir y luego, sin mirarme, se dirige hacia la puerta, la abre y se va. Se marcha furioso.
Me quedo sola en la habitación. Mis pulsaciones están a mil. No sé qué quiere PETER. Lo que yo sí sé es que cuando estoy a solas con él no soy la dueña de mi cuerpo.
La noche que regreso de la convención en Múnich decido que debo retomar mi vida. Debo olvidarme de PETER  y buscarme otro trabajo. Necesito volver a ser yo o, como siga así, no sé qué va a ser de mí.
Al día siguiente, cuando llego a la oficina, hablo con Miguel. Éste no entiende que me quiera marchar. Intenta convencerme, pero intuye que lo que había entre el jefazo y yo no está zanjado. Me acompaña hasta el despacho de Gerardo y, una vez allí, gestiono mi despido.
Tras una mañana de locos en la que Gerardo no sabe qué hacer conmigo, al final lo consigo. Causo baja definitivamente en Müller.

Por la tarde, cuando salgo de la oficina, sonrío. Ése es el primer día de mi vida.

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