Diez
días después hay una convención de Müller en Múnich a la que tengo que asistir.
Intento escaquearme, pero Gerardo y Miguel no me lo permiten, e intuyo que el
señor LANZANI tiene algo que ver en ello. Cuando mi avión llega aquí los
recuerdos me avasallan. De nuevo estoy en esta majestuosa ciudad. Acompañada
por Miguel y varios jefazos más de todas las delegaciones de España llegamos
hasta el lugar donde se organiza la convención a las once de la mañana. Una vez
allí me siento junto a Miguel y la convención empieza. Busco a PETER entre la
multitud de asistentes y lo localizo. Está en la primera fila, y el corazón se
me encoge cuando lo veo junto a NATALIE. ¡Bruja!
Como
siempre parecen muy compenetrados y, cuando PETER sube al estrado para hablar
delante de más de tres mil personas llegadas de todas las delegaciones, lo miro
con orgullo. Escucho todo lo que dice y soy consciente de lo guapo, guapísimo
que está con aquel traje gris oscuro. Cuando su discurso acaba y NATALIE sube
al estrado junto a él, me tenso. PETER la ha cogido por la cintura, y ella,
encantada, saluda con gesto de triunfo.
Miguel
me mira. Yo trago con dificultad, pero intento sonreír. Tras el acto, unos
camareros comienzan a pasar copas de champán y canapés. Parapetada entre mis
compañeros españoles, estoy al tanto de todo. PETER se acerca, junto NATALIE.
Ambos saludan a todos los asistentes y deseo salir corriendo cuando lo veo
llegar hasta mi grupo. Con una encantadora, pero fría, sonrisa, nos mira a
todos. No me presta ninguna atención especial, y cuando me saluda ni siquiera
posa sus ojos en los míos. Me da la mano como a uno más y después se marcha
para seguir saludando al resto de los comensales. NATALIE cruza una mirada
conmigo y veo la guasa en sus ojos. ¡Será perra!
Mientras
saludan a otros, observo cómo PETER vuelve a coger a NATALIE por la cintura y
se hace fotos. En ningún momento hace ademán de mirarme. Nada, absolutamente
nada. Es como si nunca nos hubiéramos conocido. Sin pestañear observo cómo se
hace fotos con otras mujeres, y la carne se me pone de gallina cuando veo que
PETER dice algo a una mirándole los labios. Lo conozco. Sé lo que significa esa
mirada y a lo que conllevará. Me pica el cuello. ¡Los ronchones! ¡Oh, no! Los
celos pueden conmigo, ¡no puedo soportarlo!
Cuando
ya no aguanto más, busco una salida. Tengo que salir de allí como sea. Cuando
llego hasta una de las puertas, alguien me toma la mano. Me doy la vuelta con
el corazón acelerado y veo que es Miguel. Por un instante, he pensado que sería
PETER.
—¿Dónde
vas?
—Necesito
un poco de aire. Hace mucho calor ahí dentro.
—Te
acompaño —dice Miguel.
Cuando
encontramos por fin una salida, Miguel saca una cajetilla de tabaco y le
pido
uno. Necesito fumar. Tras las primeras caladas mi cuerpo se comienza a
tranquilizar. La frialdad de PETER, unida a NATALIE y a cómo ha mirado a otras
mujeres, ha sido demasiado para mí.
—¿Estás
bien, LALI? —pregunta Miguel.
Asiento.
Sonrío. Intento ser la chispeante chica de siempre.
—Sí,
es sólo que hacía mucho calor.
Miguel
asiente. Sé que imaginará cosas, pero no quiero hablarlo con él. Tras el
cigarrillo, soy yo la que propongo entrar de nuevo. Debo ser fuerte y se lo
tengo que demostrar a él, a NATALIE, a Miguel y a todo el mundo.
Con
paso seguro, regreso hasta el grupo de España e intento integrarme en las
conversaciones, pero no puedo. Cada vez que me doy la vuelta, ETER está cerca,
halagando a alguna mujer. Todas quieren fotos con él; todas, menos yo.
Dos
horas después, cuando estoy en uno de los baños, oigo cómo una de esas mujeres
dice que el jefazo PETER LANZANI le ha dicho que es muy mona. ¡Será boba la
tía! Sin poder evitarlo, la miro. Es un pibón tremendo. Una italiana de enormes
pechos, curvas sinuosas y pelo cobrizo. Se muestra nerviosa y lo entiendo. Que
PETER te diga algo así mirándote es para ponerte nerviosa.
Cuando
salgo del baño me cruzo con NATALIE. Me mira. La muy arpía me mira y me guiña
un ojo con diversión. Siento unas irrefrenables ganas de agarrarla de su rubio
pelo y arrastrarla por el suelo, pero no. No debo. Estoy en una convención;
tengo que ser profesional y, sobre todo, le prometí a mi padre que no me
volvería a comportar como una camorrista.
Al
llegar a mi grupo me sorprendo cuando veo que PETER habla con ellos. Junto a él
hay una monada morena de la delegación de Sevilla que babea mientras habla.
PETER, consciente del magnetismo que provoca entre las mujeres, bromea con
ella, y ésta, como una tonta, se toca el pelo y se mueve nerviosa. Cierro los
ojos. No quiero verlos. Pero al abrirlos me encuentro con la mirada de PETER,
que dice:
—La
señorita ESPOSITO los llevará hasta donde he organizado la fiesta. Ella conoce
Múnich. —Yo levanto el mentón, y PETER añade, entregándome una tarjeta—. Los
espero a todos allí.
Dicho
esto, se marcha. Yo pestañeo.
Todos
me miran y comienzan a preguntarme cómo llegar hasta el sitio que el jefazo ha
dicho. Miro la tarjeta, y tras recordar dónde está esa sala de fiestas, nos
dirigimos hacia el autobús que nos llevará al hotel, hasta que llegue la noche
y sea el evento.
Cuando
el autobús nos deja en el hotel, aprovecho para darme una ducha. Estoy muy
tensa. No quiero ir a esa fiesta, pero he de hacerlo. No me puedo escaquear.
PETER ya se ha encargado de que no me escaquee. Tras secarme el pelo, oigo unos
golpes y unos jadeos. Escucho con atención y al final sonrío. La habitación de
al lado es la de Miguel, y por lo que oigo, lo está pasando muy bien.
Doy
unos golpes en la pared y los jadeos paran. ¡No quiero escucharlos!
Me
cambio el traje gris claro y me pongo un vestido negro con strass en la
cintura. Me calzo unos tacones que sé que me sientan muy bien, y el pelo me lo
recojo en un moño alto. Cuando me miro al espejo, sonrío. Sé que estoy sexy.
Con seguridad, PETER no me mirará, pero mi apariencia hará que otros hombres me
observen.
Al
menos que me suban la moral, ¿no?
A
las nueve, tras cenar en el hotel, nos reunimos todos en el hall. Como es de
esperar todos buscan en mí a la persona que les llevará hasta donde el jefazo
ha dicho. Tras
hablar
con el conductor del autobús, nos sumergimos en el tráfico de Múnich, y sonrío
al pasar junto al Jardín Inglés. Con cariño miro los lugares por donde paseé
con PETER y fui feliz durante una bonita época de mi vida, pero el buen rollo
se me acaba cuando el autobús llega a destino y nos tenemos que bajar.
Entramos
en el local. Es enorme, y como era de esperar, el señor LANZANI ha preparado
una colosal fiesta. Todos aplauden. Miguel me mira y, divertida, murmuro:
—Oye,
he estado a punto de sacar un pañuelito blanco y gritarte «torero».
Él
se ríe y señala a una joven.
—¡Dios,
nena!, ni te cuento cómo es el huracán Patricia.
Ambos
nos reímos y, en ese momento, escucho a mi lado:
—Buenas
noches.
Al
levantar la mirada me encuentro con PETER. Está guapísimo con su esmoquin negro
y su pajarita. ¡Oh, Dios!, siempre he querido hacerle el amor sólo vestido con
la pajarita. ¡Qué morbo! Rápidamente me quito esa idea de la cabeza. ¿Qué hago
pensando en eso? Nuestros ojos se encuentran, y su frialdad es extrema. El
corazón me aletea. El estómago se me contrae hasta que veo que quien va a su
lado es la pelirroja italiana del baño. ¡Vaya por Dios!
Sin
cambiar el gesto, saludo, y él prosigue su camino con ella. No quiero que vea
que su presencia me perjudica, pero la verdad es que me deja totalmente
noqueada. Está claro que PETER ya ha retomado su vida y lo tengo que aceptar.
Del
brazo de Miguel, me dirijo a la barra y pedimos algo de beber. Estoy sedienta.
Durante una hora, Miguel está a mi lado. Reímos y comentamos cosas, hasta que
la música comienza. Han contratado a una banda de música swing. ¡Me
encanta! La gente comienza a bailar, y Miguel decide sacar al huracán Patricia.
Me
quedo sola, y mientras bebo de mi copa, escaneo el local. No he vuelto a ver a
PETER, pero pronto lo encuentro bailando con la italiana. Eso me inquieta.
Canción tras canción, soy testigo de cómo todas las mujeres quieren bailar con
él, y él, encantado, acepta.
¿Desde
cuándo es tan bailón?
Se
supone que la loca bailona soy yo y, aquí estoy, sujetando la barra. ¡Mierda!
Pero cuando lo veo bailar con NATALIE me altero. Soy así de imbécil. No puedo
soportar la mirada de ella y cómo lo agarra con posesión por el cuello mientras
mueve un dedo y le acaricia el pelo.
Me
doy la vuelta. No puedo seguir mirando. Voy al baño, me refresco y regreso a la
fiesta.
Al
salir, me encuentro con Xavi Dumas, el de la delegación de Barcelona, y me
invita a bailar. Accedo. Después, me invitan varios hombres más, y mi
autoestima vuelve a estar donde yo necesitaba. De pronto, PETER está a mi lado
y le pide a mi acompañante permiso para bailar conmigo. Mi acompañante accede,
encantado. Yo, no tanto. Cuando él pone su mano en mi cintura y yo pongo mis
brazos en su cuello, la orquesta toca Blue moon. Trago saliva y bailo.
Desde su altura, me mira y, finalmente, dice:
—¿Lo
está pasando bien, señorita ESPOSITO?
—Sí,
señor —asiento escuetamente.
Sus
manos en mi espalda me queman. Mi cuerpo reacciona ante su contacto, su
cercanía y su olor.
—¿Qué
tal le va la vida? —vuelve a preguntar en tono impersonal.
—Bien
—consigo decir—, con mucho trabajo. ¿Y a usted?
PETER
sonríe, pero su sonrisa me asusta cuando acerca su boca a mi oído y murmura:
—Muy
bien. He retomado mis juegos y debo reconocer que son mucho mejores de lo que
los recordaba. Por cierto, Dexter me dio recuerdos el otro día para usted, para
su diosa caliente.
¡Será
capullo!
Intento
desasirme de su abrazo, pero no me deja. Me aprieta contra él.
—Termine
de bailar conmigo esta pieza, señorita ESPOSITO. Después, puede usted hacer lo
que le dé la gana. Sea profesional.
Me
pica todo, pero no me rasco.
Aguanto
el tirón ante su adusta mirada, y cuando la canción acaba, me da un frío y
galante beso en la mano. Y antes de marcharse, murmura.
—Como
siempre, ha sido un placer volver a verla. Espero que le vaya bien.
Su
cercanía, sus palabras y su frialdad me han llegado al alma.
Voy
a la barra y pido un cubata. Lo necesito. Tras ése me bebo otro e intento ser
profesional y fría como él. He tenido el mejor maestro. Ningún PETER LANZANI va
a poder conmigo.
Lo
observo, furiosa, mientras él lo pasa bien con las mujeres. Todas caen rendidas
a sus pies y soy consciente de con quién se va a ir esa noche. No es con la
italiana. Es con NATALIE. Sus miradas me lo dicen.
¡Los
odio!
A
la una de la madrugada decido dar por terminada la fiesta. ¡No puedo más!
Miguel se ha ido con su propio huracán sexual y algún que otro tío ya se está
poniendo pesadito conmigo.
Cuando
salgo a la calle, respiro. Me siento libre. Veo aparecer un taxi y lo paro. Le
doy la dirección y, en silencio, regreso a mi hotel. Subo a mi habitación y me
quito los zapatos. Estoy rabiosa. PETER me ha sacado de mis casillas. ¿Qué
raro? Escucho jadeos en la habitación de al lado. Miguel y su huracán.
Resoplo.
Menuda nochecita que me van a dar.
Me
siento en la cama, me tapo los ojos y me pueden las ganas de llorar. ¿Qué
narices hago yo aquí? Los jadeos en la habitación de al lado suben de tono.
¡Menudo escándalo! Al final, mosqueada, doy dos golpes en la pared. Los jadeos
paran, y yo cabeceo.
Instantes
después llaman a mi puerta y me tapo los ojos. ¡Qué cortarrollos soy!
Será
Miguel para pedirme perdón. Sonrío y, cuando abro, me encuentro con el gesto
ceñudo de PETER. Mi expresión cambia.
—Vaya...,
veo que no soy quien esperaba, señorita ESPOSITO.
Sin
pedir permiso entra en la habitación y yo cierro la puerta. No me muevo. No sé
qué hace aquí. PETER se da una vuelta por la estancia y, tras comprobar que
estoy sola, me mira y yo pregunto:
—¿Qué
quiere, señor?
Iceman
me mira, me mira, me mira, y responde con indiferencia:
—No
la vi marcharse de la fiesta y quería saber que estaba bien.
Sin
acercarme a él, muevo la cabeza; sigo enfadada por lo que me ha dicho en la
fiesta.
—Si
ha venido usted para ver con quién voy a jugar en el hotel, siento
decepcionarlo, pero yo no juego con gente de la empresa ni cuando la gente de
la empresa está cerca. Soy discreta. Y en cuanto a estar o no estar bien, no se
preocupe, señor, me sé
cuidar
muy bien yo solita. Por lo tanto, ya se puede marchar.
El
que yo haya afirmado que juego en otros momentos lo atiza. Lo veo en su rostro
y, antes de que diga nada que me pueda enfadar aún más, siseo:
—Salga
de mi habitación ahora mismo, señor LANZANI.
No
se mueve.
—Usted
no es nadie para entrar aquí sin ser invitado. Con seguridad lo esperarán en
otras habitaciones. Corra, no pierda el tiempo; seguro que NATALIE o cualquier
otra de sus mujeres desea ser su centro de atención. No pierda el tiempo aquí
conmigo y márchese a jugar.
Tensión.
Mucha tensión.
Nos
miramos como auténticos rivales, y cuando él se acerca a mí, yo me muevo con
rapidez. No estoy dispuesta a caer en su juego por mucho que mi cuerpo lo necesite,
lo grite.
Le
oigo maldecir y luego, sin mirarme, se dirige hacia la puerta, la abre y se va.
Se marcha furioso.
Me
quedo sola en la habitación. Mis pulsaciones están a mil. No sé qué quiere
PETER. Lo que yo sí sé es que cuando estoy a solas con él no soy la dueña de mi
cuerpo.
La
noche que regreso de la convención en Múnich decido que debo retomar mi vida.
Debo olvidarme de PETER y buscarme otro
trabajo. Necesito volver a ser yo o, como siga así, no sé qué va a ser de mí.
Al
día siguiente, cuando llego a la oficina, hablo con Miguel. Éste no entiende
que me quiera marchar. Intenta convencerme, pero intuye que lo que había entre
el jefazo y yo no está zanjado. Me acompaña hasta el despacho de Gerardo y, una
vez allí, gestiono mi despido.
Tras
una mañana de locos en la que Gerardo no sabe qué hacer conmigo, al final lo
consigo. Causo baja definitivamente en Müller.
Por
la tarde, cuando salgo de la oficina, sonrío. Ése es el primer día de mi vida.
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