lunes, 26 de octubre de 2015

3 TEMPORADA CAPITULO 1

Riviera Maya - Hotel Mezzanine
Playa de arenas blancas...
Aguas cristalinas...
Sol cautivador...
Cócteles deliciosos...
... y PETER LANZANI.
¡Insaciable!
Ésa es la palabra que define perfectamente el apetito que
siento por él. Por mi alucinante, guapo, sexy y morboso marido.
Todavía no me lo creo. ¡Estoy casada con PETER! ¡Con Iceman!
Estamos en Tulum, México, disfrutando de nuestra luna de
miel, y no quiero que acabe nunca.
Acomodada en una maravillosa hamaca, tomo el sol en
toples. Me encanta sentir los rayos del sol en mi cuerpo, mientras
mi Iceman habla a escasos metros de mí por teléfono. Por
su cejo fruncido sé que está concentrado en temas de la empresa
y yo sonrío.
PETER está moreno y guapísimo con su bañador celeste. Mientras,
yo lo miro... lo observo... y cuanto más lo hago, más me
gusta y me excita.
¿Será el efecto LANZANI?
Con curiosidad, veo que unas mujeres que están sentadas en
el bonito bar del hotel lo miran también. No es para menos.
Reconozco que mi chicarrón es un lujo para la vista y, divertida,
sonrío, aunque estoy a punto de gritar: «Ehhh, lobeznas, ¡es
todo mío!».
Pero sé que no hace falta que lo haga. PETER es todo, absolutamente
mío, sin necesidad de que yo lo grite a los cuatro vientos.
Tras la bonita boda en Múnich, tres días después, mi
flamante marido me sorprendió con un estupendo y romántico
viaje de luna de miel. Y aquí estoy, en la exótica playa de Tulum
del Caribe mexicano, disfrutando de unas buenas vistas y
deseosa de regresar a la intimidad de nuestra habitación.
Tengo sed. Me levanto de la hamaca, me quito los cascos del
iPod, me pongo la parte de arriba de mi biquini amarillo y me
dirijo hacia el bar de la playa.
¡Qué tiempo tan estupendo!
De pronto, sonrío al oír la voz de Alejandro Sanz y canturreo
mientras camino.
Ya lo ves, que no hay dos sin tres,
que la vida va y viene y que no se detiene...
y qué sé yo...
Ya te digo que no hay dos sin tres. Que me lo digan a mí.
La suave brisa mueve mi pelo y yo sigo canturreando hasta
llegar al bar.
Para qué me curaste cuando estaba herido
si hoy me dejas de nuevo el corazón partío.
¿Quién me va entregar sus emociones?
¿Quién me va a pedir que nunca la abandone?
¿Quién me tapará esta noche si hace frío?
¿Quién me va a curar el corazón partío?
Le pido una Coca-Cola gigante con extra de hielo al
camarero y, cuando bebo el primer trago, unas manos me
rodean la cintura y alguien dice en mi oído:
—Ya estoy aquí, pequeña.
Su voz...
Su cercanía...
Su manera de llamarme «pequeña»...
Mmmmm... me vuelve loca y, con una amplia sonrisa,
observo cómo las mujeres de la barra se sonrojan ante la cercanía
de PETER. ¡No es para menos! Y yo, más feliz que una perdiz,
apoyo la nuca en su espalda y él me besa la frente.
—¿Quieres Coca-Cola?
Asiente, se acomoda en el taburete que hay a mi lado, coge el
vaso que le ofrezco y, tras beber un largo trago, murmura:
—Gracias. Estaba sediento. —Y con una guasona sonrisa,
tras pasear su azulada mirada por mis pechos, pregunta—: ¿Por
qué te has puesto la parte de arriba del biquini? Me privas de
unas maravillosas vistas.
—Es que me incomoda estar con las tetillas al aire aquí en el
bar.
PETER sonríe. Me traspasa su calor y la música de pronto cambia
y suena una romántica ranchera.
¡Vivan las rancheras!
Qué pasada de canciones. ¡Cuánto sentimiento! Nunca imaginé
que me llegaran a gustar tanto. PETER, que en la intimidad es
la persona más romántica que he conocido en toda mi vida, al

oír la canción me mira peligrosamente, se acerca a mí, me
agarra por la cintura con aire posesivo y pregunta:
—¿Bailas, morenita?
Ay, que me da...
¡Yo es que me lo como!
Me encanta cuando se deja llevar por la naturalidad y sólo
piensa en él y en mí.
Suena la canción que Dexter nos dedicó en nuestra boda y
cada vez que la escuchamos la bailamos muy acaramelados.
Loca...
Enamorada hasta las trancas...
Y más contenta que unas pascuas...
Me bajo del taburete y allí, en medio del bar de la playa, sin
importarnos los turistas que nos observan, acarameladitos, bailamos
ante la cara de envidia de varias mujeres, mientras la voz
de Luis Miguel canta.
Si nos dejan, nos vamos a querer toda la vida.
Si nos dejan, nos vamos a vivir a un mundo nuevo.
Yo creo podemos ver el nuevo amanecer de un nuevo día.
Yo pienso que tú y yo podemos ser felices todavía.
Oh, Dios... oh, Dios, ¡qué momentazo!
Eso quiero yo, que nos dejen a PETER y a mí ser felices o, mejor
dicho, que nos dejemos nosotros mismos. Porque si algo
tenemos claro es que somos el fuego y el agua y, aunque nos
queremos con locura, somos dos bombas siempre cargadas y a
punto de estallar.
Desde la boda no hemos vuelto a discutir. Paz y amor.
Estamos los dos en tal nube que sólo nos besamos, nos decimos
cosas bonitas y nos dedicamos el uno al otro.
¡Viva la luna de miel!
La canción suena y nosotros, enamorados, la seguimos bailando.
Eric me hace feliz. Disfrutamos de ese momento. Bailamos,
nos olvidamos del mundo y nos miramos a los ojos con
auténtica adoración.
Su mirada azul me traspasa, me dice cuánto me quiere y
desea y cuando la canción acaba, mi marido, mi amante, mi loco
amor me besa y, sentándome en el taburete, susurra a escasos
centímetros de mi boca.
—Como dice la canción, te voy a querer toda la vida.
Madre... madre... ¡Si es que es para comérselo a bocados de
lo lindo que es!
Cinco minutos después, cuando por fin dejamos de hacernos
arrumacos dulces y sabrosones, ante las miradas indiscretas de
unas mujeres que nos observan, le pregunto:
—¿Hablabas con Dexter por teléfono?
—No, con el socio de Dexter. Quiere que nos reunamos
mañana en sus oficinas para tratar unos asuntos.
—¿Dónde están sus oficinas?
—A unos treinta minutos de aquí. En Playa del Carmen. Por
lo tanto, mañana por la mañana vamos a...
—¿Vamos? —lo corto—. No... no... dirás que vas. Yo prefiero
esperarte aquí.
PETER levanta las cejas. No lo convence lo que he dicho. Yo
sonrío y él pregunta.
—¿Sola?
Su gesto me hace gracia y, dispuesta a conseguir mi
propósito, respondo:
—PETER..., sola no estoy. El hotel está lleno de gente y la playa
también. ¿No lo ves?
Frunce el cejo. ¡Regresa Iceman! Y afirma:
—Estarás sola, LALI, y eso no me hace gracia.
Divertida, suelto una carcajada.
—Vamos a ver, cariño...
—No, LALI.., vendrás conmigo. He visto demasiados depredadores
en busca de una bonita mujer y no voy a consentir que
sea la mía —insiste con seriedad.
Eso me hace reír a carcajadas. A él, lógicamente, no.
Me excita su parte celosa y, levantándome del taburete, me
acerco más a él, me abrazo a su cuello y murmuro:
—Ningún depredador llama mi atención excepto tú. ¡Mi gran
depredador! Por lo tanto, tranquilo, que sé cuidarme sola.
Además, conociéndote, madrugarás mucho, ¿verdad? —Mi chicarrón
asiente, me agarra por la cintura y yo añado en plan
princesita mimosa—: No quiero madrugar, quiero dormir y,
cuando me levante, tomar el sol hasta que tú regreses. ¿Dónde
está el problema?
—LALI...
Lo beso. Adoro besarlo y, cuando termino, con una candorosa
sonrisa, añado:
—Vayamos a la habitación.
—Estamos hablando de...
—Es que cuando te veo tan serio y terrenal —lo corto—, me
pones como una moto y te deseo.
PETER sonríe. ¡Biennnnn!
Me agarra la nuca y me besa... me besa con auténtica adoración,
dejando patidifusas a las mujeres del bar.
Toma ya, ¡eso por mironas!
Después, sin importarle quién nos mire, me coge en brazos
y, sin más, se encamina hacia donde yo he sugerido.
Cuando llegamos a la puerta de la habitación, mi depredador
particular ya está a cien. Entre risas, abro con la tarjetita y, una
vez dentro, él la cierra con el pie. No me suelta. Me lleva hasta la
cama, me deja encima y murmura:
—Voy a llenar el jacuzzi.
Lo observo. Camina hasta la bañera redonda que hay a
escasos metros de la cama y, tras abrir los grifos, me mira y,
excitado, susurra:
—Desnúdate o ese biquini acabará hecho pedazos.
¡Guauuuuuu!
Ni que decir tiene que rápidamente me lo quito con una sensual
sonrisa. El biquini es precioso, me lo compré ayer en una
carísima tienda de Tulum y es una pasada. No quiero que termine
como la mayoría de mi ropa interior.
PETER, al ver mi premura, sonríe. Se muerde el labio mientras
me observa y, una vez me tiene desnuda, con el dedo índice me
indica que me acerque a él. Lo hago. Y cuando mis pechos
chocan con su terso abdomen, murmura con voz ronca:
—Demuéstrame cuánto me deseas.
Oh, sí..., ¡claro que sí!
Deseosa y caliente, suelto el cordón del bañador celeste que
lleva puesto. Meto las manos por el interior de la goma y me
agacho hasta quedar de rodillas ante él. Una vez le quito el
bañador por los pies, levanto la vista y observo su pene.
¡Fascinante!
La boca se me hace agua al ver que ya está preparado para
mí. Desde mi posición, observo el gesto de PETER, que dice:
—Soy todo tuyo, pequeña.
Sin más, agarro con mi mano su duro pene y lo paso por mi
cara y mi cuello, mientras lo miro y observo su expresión de
deseo.
Dispuesta a disfrutar de ese manjar, saco la lengua y, sin
demora, la paseo por su miembro de arriba abajo, tentadora.
Eric sonríe y yo, caliente, lo mordisqueo con los labios sin
quitarle los ojos de encima, hasta que suelta un gruñido satisfactorio
y posa la mano en mi cabeza. Mi respiración se agita, ¡le
deseo! Y, ansiosa de más, introduzco su erección en mi boca
mientras siento que sus manos se enredan en mi pelo y lo oigo
gemir. ¡Oh, sí!
Adoro su pene, terso... caliente y suave y nuestro juego continúa
unos minutos hasta que siento que no puede más. Me
agarra del pelo, tira de él para que lo mire y exige con voz cargada
de tensión:
—Túmbate en la cama.
Me levanto del suelo y hago lo que me pide. Me tiemblan las
rodillas, pero consigo llegar hasta mi objetivo. Una vez allí, PETER,
mi poderoso dios del amor, se acerca y, con la respiración entrecortada,
ordena:
—Ábrete de piernas.
Jadeo, mi respiración se agita. Sé lo que va a hacer y me
vuelvo loca.
PETER se sube a la cama y me besa. Como un león sobre mí, a
cuatro patas, acerca tentador una y otra vez su boca a la mía y
yo siento una ansia viva por devorarlo.
Besos... mordisquitos... y morbo. Eso me produce mi marido
y, cuando sabe que estoy totalmente dispuesta a hacer cualquier
cosa por él, repta por mi cuerpo hasta quedar entre mis piernas
y me hace gritar.
Su boca, ¡oh, su boca ya está moviéndose y exigiendo en mi
centro del deseo!
Sus dedos abren mis labios y, sin pausa, entran en mí una y
otra vez, mientras yo jadeo.
—No pares...
Oh, Dios... no me hace caso. Estoy a punto de matarlo. De
pronto, su lengua, su húmeda y maravillosa lengua, entra en mi
interior y me hace el amor.
¡Oh, sí, qué bien lo hace!
Jadeo... agarro con mis manos la bonita sábana color hueso
y me agito, mientras gimo una y otra vez y disfruto de lo que mi
amor, mi marido, mi amante me hace.
Cuando creo que ya no puedo más, PETER saca la cabeza de
entre mis piernas, me mira, se inclina sobre mí y me penetra. Su
embestida es seca y fuerte y yo me arqueo para recibirlo, muerta
de placer.
Sin darme tregua, sus manos agarran mis caderas al tiempo
que se introduce en mí una y otra vez una... dos... tres... veinte...
y yo me acoplo para recibirlo. Mis piernas tiemblan. Mi cuerpo
vibra enloquecido ante sus acometidas y cuando el calor, la
locura y la pasión suben hasta mi cabeza, oigo un gemido largo,
varonil y satisfactorio. Instantes después, otro gemido sale de
mi boca y, sudando por el esfuerzo realizado, mi chico cae sobre
mí.
Treinta segundos más tarde, acalorada por tener a mi
gigante sobre mi cuerpo, murmuro:
—PETER... no puedo respirar.
Rápidamente, rueda hacia mi lado derecho sobre la cama.
En su viaje me lleva con él, quedando yo encima, y, con una sonrisa
maravillosa, dice:
—Te quiero, pequeña. —Y, como siempre, pregunta—: ¿Todo
bien?
¡Ay, que me lo como!
Y encantada de la vida y del amor, sonrío.
—Todo perfecto, Iceman.
Entre risas y juegos pasamos la tarde, solos en nuestro particular
nidito de amor. PETER me demuestra su cariño, yo le
demuestro el mío y la felicidad entre los dos es mágica y maravillosa,
mientras tienen lugar nuestros calientes encuentros.
Por la noche, al final de una maravillosa cena en el restaurante
del hotel, a PETER le suena el móvil. Tras contestar, lo deja
sobre la mesa y explica:
—Era Roberto. He quedado con él en su despacho a las ocho
de la mañana.
Divertida, lo miro.
—Pues ya sabes, ¡mañana madrugas!
Al entender lo que acabo de decir, va a hablar cuando lo
interrumpo.
—Ah, no... he dicho que yo no voy. Quiero tomar el sol.
—LALI...
—Déjate de celos tontos, cariño. Quiero dormir y después
tomar el sol. —Y acercándome a mi ceñudo maridito en plan
zalamero, murmuro—: Y, cuando llegues, regresaremos a
nuestra habitación y volveremos a divertirnos tú y yo. ¿Qué te

PETER sonríe. Sabe que no me va a convencer y finalmente
dice:
—De acuerdo, cabezota. Regresaré con una botella con

pegatinas rosa, ¿te parece?

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