Riviera Maya - Hotel Mezzanine
Playa
de arenas blancas...
Aguas
cristalinas...
Sol
cautivador...
Cócteles
deliciosos...
...
y PETER LANZANI.
¡Insaciable!
Ésa
es la palabra que define perfectamente el apetito que
siento
por él. Por mi alucinante, guapo, sexy y morboso marido.
Todavía
no me lo creo. ¡Estoy casada con PETER! ¡Con Iceman!
Estamos
en Tulum, México, disfrutando de nuestra luna de
miel,
y no quiero que acabe nunca.
Acomodada
en una maravillosa hamaca, tomo el sol en
toples.
Me encanta sentir los rayos del sol en mi cuerpo, mientras
mi
Iceman habla a escasos metros de mí por teléfono. Por
su
cejo fruncido sé que está concentrado en temas de la empresa
y
yo sonrío.
PETER
está moreno y guapísimo con su bañador celeste. Mientras,
yo
lo miro... lo observo... y cuanto más lo hago, más me
gusta
y me excita.
¿Será
el efecto LANZANI?
Con
curiosidad, veo que unas mujeres que están sentadas en
el
bonito bar del hotel lo miran también. No es para menos.
Reconozco
que mi chicarrón es un lujo para la vista y, divertida,
sonrío,
aunque estoy a punto de gritar: «Ehhh, lobeznas, ¡es
todo
mío!».
Pero
sé que no hace falta que lo haga. PETER es todo, absolutamente
mío,
sin necesidad de que yo lo grite a los cuatro vientos.
Tras
la bonita boda en Múnich, tres días después, mi
flamante
marido me sorprendió con un estupendo y romántico
viaje
de luna de miel. Y aquí estoy, en la exótica playa de Tulum
del
Caribe mexicano, disfrutando de unas buenas vistas y
deseosa
de regresar a la intimidad de nuestra habitación.
Tengo
sed. Me levanto de la hamaca, me quito los cascos del
iPod,
me pongo la parte de arriba de mi biquini amarillo y me
dirijo
hacia el bar de la playa.
¡Qué
tiempo tan estupendo!
De
pronto, sonrío al oír la voz de Alejandro Sanz y canturreo
mientras
camino.
Ya lo ves, que no hay dos sin tres,
que la vida va y viene y que no se detiene...
y qué sé yo...
Ya
te digo que no hay dos sin tres. Que me lo digan a mí.
La
suave brisa mueve mi pelo y yo sigo canturreando hasta
llegar
al bar.
Para qué me curaste cuando estaba herido
si hoy me dejas de nuevo el corazón partío.
¿Quién me va entregar sus emociones?
¿Quién me va a pedir que nunca la abandone?
¿Quién me tapará esta noche si hace frío?
¿Quién me va a curar el corazón partío?
Le
pido una Coca-Cola gigante con extra de hielo al
camarero
y, cuando bebo el primer trago, unas manos me
rodean
la cintura y alguien dice en mi oído:
—Ya
estoy aquí, pequeña.
Su
voz...
Su
cercanía...
Su
manera de llamarme «pequeña»...
Mmmmm...
me vuelve loca y, con una amplia sonrisa,
observo
cómo las mujeres de la barra se sonrojan ante la cercanía
de
PETER. ¡No es para menos! Y yo, más feliz que una perdiz,
apoyo
la nuca en su espalda y él me besa la frente.
—¿Quieres
Coca-Cola?
Asiente,
se acomoda en el taburete que hay a mi lado, coge el
vaso
que le ofrezco y, tras beber un largo trago, murmura:
—Gracias.
Estaba sediento. —Y con una guasona sonrisa,
tras
pasear su azulada mirada por mis pechos, pregunta—: ¿Por
qué
te has puesto la parte de arriba del biquini? Me privas de
unas
maravillosas vistas.
—Es
que me incomoda estar con las tetillas al aire aquí en el
bar.
PETER
sonríe. Me traspasa su calor y la música de pronto cambia
y
suena una romántica ranchera.
¡Vivan
las rancheras!
Qué
pasada de canciones. ¡Cuánto sentimiento! Nunca imaginé
que
me llegaran a gustar tanto. PETER, que en la intimidad es
la
persona más romántica que he conocido en toda mi vida, al
oír
la canción me mira peligrosamente, se acerca a mí, me
agarra
por la cintura con aire posesivo y pregunta:
—¿Bailas,
morenita?
Ay,
que me da...
¡Yo
es que me lo como!
Me
encanta cuando se deja llevar por la naturalidad y sólo
piensa
en él y en mí.
Suena
la canción que Dexter nos dedicó en nuestra boda y
cada
vez que la escuchamos la bailamos muy acaramelados.
Loca...
Enamorada
hasta las trancas...
Y
más contenta que unas pascuas...
Me
bajo del taburete y allí, en medio del bar de la playa, sin
importarnos
los turistas que nos observan, acarameladitos, bailamos
ante
la cara de envidia de varias mujeres, mientras la voz
de
Luis Miguel canta.
Si nos dejan, nos vamos a querer toda la vida.
Si nos dejan, nos vamos a vivir a un mundo nuevo.
Yo creo podemos ver el nuevo amanecer de un nuevo día.
Yo pienso que tú y yo podemos ser felices todavía.
Oh,
Dios... oh, Dios, ¡qué momentazo!
Eso
quiero yo, que nos dejen a PETER y a mí ser felices o, mejor
dicho,
que nos dejemos nosotros mismos. Porque si algo
tenemos
claro es que somos el fuego y el agua y, aunque nos
queremos
con locura, somos dos bombas siempre cargadas y a
punto
de estallar.
Desde
la boda no hemos vuelto a discutir. Paz y amor.
Estamos
los dos en tal nube que sólo nos besamos, nos decimos
cosas
bonitas y nos dedicamos el uno al otro.
¡Viva
la luna de miel!
La
canción suena y nosotros, enamorados, la seguimos bailando.
Eric
me hace feliz. Disfrutamos de ese momento. Bailamos,
nos
olvidamos del mundo y nos miramos a los ojos con
auténtica
adoración.
Su
mirada azul me traspasa, me dice cuánto me quiere y
desea
y cuando la canción acaba, mi marido, mi amante, mi loco
amor
me besa y, sentándome en el taburete, susurra a escasos
centímetros
de mi boca.
—Como
dice la canción, te voy a querer toda la vida.
Madre...
madre... ¡Si es que es para comérselo a bocados de
lo
lindo que es!
Cinco
minutos después, cuando por fin dejamos de hacernos
arrumacos
dulces y sabrosones, ante las miradas indiscretas de
unas
mujeres que nos observan, le pregunto:
—¿Hablabas
con Dexter por teléfono?
—No,
con el socio de Dexter. Quiere que nos reunamos
mañana
en sus oficinas para tratar unos asuntos.
—¿Dónde
están sus oficinas?
—A
unos treinta minutos de aquí. En Playa del Carmen. Por
lo
tanto, mañana por la mañana vamos a...
—¿Vamos?
—lo corto—. No... no... dirás que vas. Yo prefiero
esperarte
aquí.
PETER
levanta las cejas. No lo convence lo que he dicho. Yo
sonrío
y él pregunta.
—¿Sola?
Su
gesto me hace gracia y, dispuesta a conseguir mi
propósito,
respondo:
—PETER...,
sola no estoy. El hotel está lleno de gente y la playa
también.
¿No lo ves?
Frunce
el cejo. ¡Regresa Iceman! Y afirma:
—Estarás
sola, LALI, y eso no me hace gracia.
Divertida,
suelto una carcajada.
—Vamos
a ver, cariño...
—No,
LALI.., vendrás conmigo. He visto demasiados depredadores
en
busca de una bonita mujer y no voy a consentir que
sea
la mía —insiste con seriedad.
Eso
me hace reír a carcajadas. A él, lógicamente, no.
Me
excita su parte celosa y, levantándome del taburete, me
acerco
más a él, me abrazo a su cuello y murmuro:
—Ningún
depredador llama mi atención excepto tú. ¡Mi gran
depredador!
Por lo tanto, tranquilo, que sé cuidarme sola.
Además,
conociéndote, madrugarás mucho, ¿verdad? —Mi chicarrón
asiente,
me agarra por la cintura y yo añado en plan
princesita
mimosa—: No quiero madrugar, quiero dormir y,
cuando
me levante, tomar el sol hasta que tú regreses. ¿Dónde
está
el problema?
—LALI...
Lo
beso. Adoro besarlo y, cuando termino, con una candorosa
sonrisa,
añado:
—Vayamos
a la habitación.
—Estamos
hablando de...
—Es
que cuando te veo tan serio y terrenal —lo corto—, me
pones
como una moto y te deseo.
PETER
sonríe. ¡Biennnnn!
Me
agarra la nuca y me besa... me besa con auténtica adoración,
dejando
patidifusas a las mujeres del bar.
Toma
ya, ¡eso por mironas!
Después,
sin importarle quién nos mire, me coge en brazos
y,
sin más, se encamina hacia donde yo he sugerido.
Cuando
llegamos a la puerta de la habitación, mi depredador
particular
ya está a cien. Entre risas, abro con la tarjetita y, una
vez
dentro, él la cierra con el pie. No me suelta. Me lleva hasta la
cama,
me deja encima y murmura:
—Voy
a llenar el jacuzzi.
Lo
observo. Camina hasta la bañera redonda que hay a
escasos
metros de la cama y, tras abrir los grifos, me mira y,
excitado,
susurra:
—Desnúdate
o ese biquini acabará hecho pedazos.
¡Guauuuuuu!
Ni
que decir tiene que rápidamente me lo quito con una sensual
sonrisa.
El biquini es precioso, me lo compré ayer en una
carísima
tienda de Tulum y es una pasada. No quiero que termine
como
la mayoría de mi ropa interior.
PETER,
al ver mi premura, sonríe. Se muerde el labio mientras
me
observa y, una vez me tiene desnuda, con el dedo índice me
indica
que me acerque a él. Lo hago. Y cuando mis pechos
chocan
con su terso abdomen, murmura con voz ronca:
—Demuéstrame
cuánto me deseas.
Oh,
sí..., ¡claro que sí!
Deseosa
y caliente, suelto el cordón del bañador celeste que
lleva
puesto. Meto las manos por el interior de la goma y me
agacho
hasta quedar de rodillas ante él. Una vez le quito el
bañador
por los pies, levanto la vista y observo su pene.
¡Fascinante!
La
boca se me hace agua al ver que ya está preparado para
mí.
Desde mi posición, observo el gesto de PETER, que dice:
—Soy
todo tuyo, pequeña.
Sin
más, agarro con mi mano su duro pene y lo paso por mi
cara
y mi cuello, mientras lo miro y observo su expresión de
deseo.
Dispuesta
a disfrutar de ese manjar, saco la lengua y, sin
demora,
la paseo por su miembro de arriba abajo, tentadora.
Eric
sonríe y yo, caliente, lo mordisqueo con los labios sin
quitarle
los ojos de encima, hasta que suelta un gruñido satisfactorio
y
posa la mano en mi cabeza. Mi respiración se agita, ¡le
deseo!
Y, ansiosa de más, introduzco su erección en mi boca
mientras
siento que sus manos se enredan en mi pelo y lo oigo
gemir.
¡Oh, sí!
Adoro
su pene, terso... caliente y suave y nuestro juego continúa
unos
minutos hasta que siento que no puede más. Me
agarra
del pelo, tira de él para que lo mire y exige con voz cargada
de
tensión:
—Túmbate
en la cama.
Me
levanto del suelo y hago lo que me pide. Me tiemblan las
rodillas,
pero consigo llegar hasta mi objetivo. Una vez allí, PETER,
mi
poderoso dios del amor, se acerca y, con la respiración entrecortada,
ordena:
—Ábrete
de piernas.
Jadeo,
mi respiración se agita. Sé lo que va a hacer y me
vuelvo
loca.
PETER
se sube a la cama y me besa. Como un león sobre mí, a
cuatro
patas, acerca tentador una y otra vez su boca a la mía y
yo
siento una ansia viva por devorarlo.
Besos...
mordisquitos... y morbo. Eso me produce mi marido
y,
cuando sabe que estoy totalmente dispuesta a hacer cualquier
cosa
por él, repta por mi cuerpo hasta quedar entre mis piernas
y
me hace gritar.
Su
boca, ¡oh, su boca ya está moviéndose y exigiendo en mi
centro
del deseo!
Sus
dedos abren mis labios y, sin pausa, entran en mí una y
otra
vez, mientras yo jadeo.
—No
pares...
Oh,
Dios... no me hace caso. Estoy a punto de matarlo. De
pronto,
su lengua, su húmeda y maravillosa lengua, entra en mi
interior
y me hace el amor.
¡Oh,
sí, qué bien lo hace!
Jadeo...
agarro con mis manos la bonita sábana color hueso
y
me agito, mientras gimo una y otra vez y disfruto de lo que mi
amor,
mi marido, mi amante me hace.
Cuando
creo que ya no puedo más, PETER saca la cabeza de
entre
mis piernas, me mira, se inclina sobre mí y me penetra. Su
embestida
es seca y fuerte y yo me arqueo para recibirlo, muerta
de
placer.
Sin
darme tregua, sus manos agarran mis caderas al tiempo
que
se introduce en mí una y otra vez una... dos... tres... veinte...
y
yo me acoplo para recibirlo. Mis piernas tiemblan. Mi cuerpo
vibra
enloquecido ante sus acometidas y cuando el calor, la
locura
y la pasión suben hasta mi cabeza, oigo un gemido largo,
varonil
y satisfactorio. Instantes después, otro gemido sale de
mi
boca y, sudando por el esfuerzo realizado, mi chico cae sobre
mí.
Treinta
segundos más tarde, acalorada por tener a mi
gigante
sobre mi cuerpo, murmuro:
—PETER...
no puedo respirar.
Rápidamente,
rueda hacia mi lado derecho sobre la cama.
En
su viaje me lleva con él, quedando yo encima, y, con una sonrisa
maravillosa,
dice:
—Te
quiero, pequeña. —Y, como siempre, pregunta—: ¿Todo
bien?
¡Ay,
que me lo como!
Y
encantada de la vida y del amor, sonrío.
—Todo
perfecto, Iceman.
Entre
risas y juegos pasamos la tarde, solos en nuestro particular
nidito
de amor. PETER me demuestra su cariño, yo le
demuestro
el mío y la felicidad entre los dos es mágica y maravillosa,
mientras
tienen lugar nuestros calientes encuentros.
Por
la noche, al final de una maravillosa cena en el restaurante
del
hotel, a PETER le suena el móvil. Tras contestar, lo deja
sobre
la mesa y explica:
—Era
Roberto. He quedado con él en su despacho a las ocho
de
la mañana.
Divertida,
lo miro.
—Pues
ya sabes, ¡mañana madrugas!
Al
entender lo que acabo de decir, va a hablar cuando lo
interrumpo.
—Ah,
no... he dicho que yo no voy. Quiero tomar el sol.
—LALI...
—Déjate
de celos tontos, cariño. Quiero dormir y después
tomar
el sol. —Y acercándome a mi ceñudo maridito en plan
zalamero,
murmuro—: Y, cuando llegues, regresaremos a
nuestra
habitación y volveremos a divertirnos tú y yo. ¿Qué te
PETER
sonríe. Sabe que no me va a convencer y finalmente
dice:
—De
acuerdo, cabezota. Regresaré con una botella con
pegatinas
rosa, ¿te parece?
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