A
la mañana siguiente, después de una noche de dolor inhumano
por
la maldita regla, cuando abro los ojos el dolor ha
desaparecido.
¡Bien! Sé que es una tregua y que volverá a hacer
acto
de presencia, pero ya estoy acostumbrada.
Me
levanto y, tras desayunar con Dexter y PETER
y hacerlos
partícipes
de los planes de Graciela y míos, Dexter se empeña en
que
alguien nos acompañe. Se niega a que vayamos solas a
cualquier
lado de la ciudad. Habla por teléfono y, una hora después,
un
chófer de lo más simpático nos lleva a las dos a las
tiendas
más exclusivas.
De
tienda en tienda, disfruto comprando todo lo que se me
antoja
para toda mi familia y para PETER. Me encanta llevarle
cosas
a mi chico. Aunque lo conozco y sé que la camiseta roja
que
dice «Viva la morenita» nunca se la pondrá, la compro sólo
por
verlo sonreír.
Horas
después, cuando yo llevo de todo y Graciela nada, al
llegar
a una enorme tienda, me envalentono y digo:
—Vamos
a ver, Graciela, ¿qué podemos comprarte?
Ella
me mira y, con cara de circunstancias, contesta:
—No
lo sé. Algo bonito para lucir durante el viaje y por el
precio
no hay problema. Llevo ahorrando tanto tiempo que creo
que
hoy es un buen día para gastármelo en ropa.
Sonrío.
Su dulzura me encanta y, mirando alrededor,
propongo:
—¿Qué
te parece si empezamos buscando unos bonitos pantalones
vaqueros
que te queden de infarto?
—Llevo
sin utilizar tejanos desde que era una adolescente.
—¿En
serio? —Y al ver que asiente, añado—: Pues chica, yo
no
podría vivir sin ellos. Es lo que más uso y te aseguro que
pegan
con todo.
Graciela
sonríe y al ver su buena disposición, añado:
—Podríamos
comprar varias cositas para combinar que sean
modernas
y actuales, algunos vaqueros, algún que otro vestido y
algo
más elegante por si tenemos que ir a alguna fiesta como la
de
anoche.
Los
ojos se le iluminan y susurra:
—¡Padrísimo!
Dispuesta
a ayudarla a conquistar a Dexter, sonrío y busco a
mi
alrededor. Suena de fondo la canción Money,
de Jessie J, y
yo la tarareo.
It´s not about the
money, money, money.
We don´t need your
money, money, money.
Cojo
unos vaqueros de cintura baja, una camiseta de tirantes
violeta
y unas botas de caña alta negras.
Guauuu,
conociendo a Dexter, estas botas le encantarán.
Es
más... me voy a comprar unas que he visto rojas y que a
mi
chico lo volverán loco.
—Pruébate
esto. Seguro que te queda genial.
Graciela
mira lo que le entrego como quien mira una cápsula
espacial.
No es de su estilo, pero si quiero que cause efecto en
Dexter,
la mejor manera es ésta. Al final, como veo que no se
mueve,
divertida la empujo al probador. Una vez desaparece,
cojo
las otras botas y me las pruebo.
¡Son
la bomba!
Taconazo...
taconazo... Suaves, altas hasta la rodilla y rojas.
A
mi Iceman le encantarán. Con los vaqueros que llevo me
quedan
de lujo y decido dejármelas puestas. Son preciosas. En
ese
instante, mi móvil vibra. Un mensaje.
Te echo de menos, pequeña.
Espero que te compres todo lo que quieras.
Te quiero
Ay,
mi chicarrón. Si es que es para comérselo a besos. Está
pendiente
de mí en todo momento y, con una sonrisa tonta,
tecleo:
La tarjeta Visa ardeeeeeeee.
Te quiero, cuchufleto
Le
doy a Enviar. Me imagino su sonrisa al leer el mensaje y
eso
me llena el alma. PETER es tan maravilloso que simplemente
pensar
en él me hace sonreír.
De
pronto, el probador se abre y, como era de esperar, Graciela
está
fantástica.
¡Menudo
cuerpazo tiene la chilena!
La
miro boquiabierta.
—Si
Dexter no se fija en ti con ese tipazo que tienes, es que
está
más muerto de lo que yo creía.
Graciela
sonríe, pero pregunta:
—¿No
será exagerado?
Niego
con la cabeza y, convencida de que la chica tiene un
potencial
tremendo, digo:
—Te
aseguro que, cuando te vea, Dexter se levanta y anda.
Ambas
nos reímos y, con ganas de que se pruebe más cosas,
la
apremio:
—Venga...
vamos a enloquecer a ese mexicano.
Tras
el primer conjunto, la hago probarse una falda larga
negra
recogida en un lateral, acompañada de una sexy camisa
color
pistacho que se anuda a la cintura y unos bonitos zapatos
de
tacón del mismo color. El resultado es espectacular. Hasta
Graciela
se mira sorprendida al espejo.
—Esto
lo puedes utilizar para cualquier fiesta y estarás
impresionante.
—Me
encantaaaaaaaaaa. —Aplaude al mirarse al espejo.
Cuando
se desnuda, le paso un sencillo vestido negro sin
mangas
y escote de pico. Le añado unos bonitos zapatos negros
de
tacón, y tela marinera lo guapa que está.
La
dependienta está feliz. Le estamos haciendo una buena
compra
y cuando le pregunto por la ropa interior y nos indica su
lugar,
Graciela murmura al ver que le paso un conjuntito de lo
más
sexy, color berenjena.
—Oh,
Dios... esto me cuesta más comprarlo.
—¿Por
qué?
Con
una sonrisita picarona, suspira.
—Porque
es lencería.
Suelto
una carcajada.
Pero
qué tontusas somos a veces las mujeres con las vergüenzas.
Si
un hombre te gusta, lo que quieres es que te vea
sexy,
pero sexy... muyyyy sexy. ¡La más sexy del mundo!
Cojo
un conjunto azul eléctrico de corpiño y tanga, se lo
enseño
y añado:
—Yo
me voy a probar esto. Digamos que estoy comprando
un
regalito de cumpleaños para PETER.
Ambas
soltamos una carcajada y entramos en los
probadores.
Veinte minutos más tarde, hemos acabado y
pregunto:
—¿Te
quedaba bien?
Graciela
sonríe y, con gesto pícaro, murmura:
—Llegado
el momento, podría ser un buen regalito para
Dexter.
Cuando
salimos de la tienda es tarde. Llevamos toda la
mañana
allí y decidimos sentarnos en un restaurante a comer.
Estamos
hambrientas y yo necesito tomarme un calmante. El
dolor
vuelve, pero lo atajo antes de que se haga insoportable.
Mientras
estudiamos la carta, me fijo en que varios hombres
nos
miran y eso me hace sonreír. Dicen varias veces con voz
cantarina
eso de «¡Sabrosa!». Y Graciela y yo sonreímos.
Si
PETER estuviera aquí, los miraría con su aire de perdonavidas
y
todos apartarían la vista. Pero no está y disfruto al sentirme
admirada.
Soy mujer, ¿qué pasa?
Al
terminar la comida, veo una peluquería y le propongo a
Graciela
entrar. Accede encantada. Rápidamente, yo pido que
me
alisen el pelo. Sé que a PETER le gusta cuando lo llevo así, y
ella,
tras dejarse aconsejar por el estilista, permite que le hagan
un
corte de pelo de lo más favorecedor y juvenil.
El
resultado es espectacular.
A
cada cosa que Graciela se hace, me quedo más perpleja.
Esta
joven es terriblemente guapa y debe sacarse partido.
Dos
horas más tarde, cuando salimos de la peluquería, uno
de
los hombres que pasan por nuestro lado pregunta con gracia:
—¿Qué
hacen dos estrellas volando tan bajito?
¡Nos
piropean!
Ambas
reímos y, alucinada, Graciela dice:
—Es
la primera vez en muchos años que un hombre me dice
algo
lindo.
De
nuevo otro hombre pasa por nuestro lado y exclama:
—Mamacita...
¡qué sabrosas!
Ambas
nos reímos y Graciela comenta:
—Estos
mexicanos son muy piropeadores.
Sin
sorprenderme por lo que dice, hago que se mire en el
cristal
de una tienda.
—Vamos
a ver, Graciela, pero ¿tú te has mirado bien, reina?
Incrédula,
contempla su reflejo.
—Gracias,
JLALI. Muchas gracias por compartir conmigo
este
bonito día de chicas.
Encantada,
le doy uno de mis besazos en la mejilla y, agarrándola
del
brazo, contesto:
—De
nada, preciosa. Con tu nuevo look, más de uno te
piropeará.
Prepárate, porque cuando lleguemos, Dexter se va a
quedar
sin palabras.
—¿Eso
crees?
—Ajá.
—Sonrío divertida—. Te aseguro que su cara será todo
un
poema. Eso sí, ahora tú debes jugar tus cartas para que se fije
en
ti. Sigue tu trato correcto con él, pero deja que otros te
halaguen.
Eres joven, guapa, soltera y este viaje que vas a hacer
con
nosotros te puede aclarar muchas cosas. Creo que Dexter es
muy
parecido a PETER en muchas cosas y, si le interesas, ya verás
como
rápidamente mueve ficha o, como decís aquí, ¡te amarra
cortito!
De
nuevo reímos, e insisto:
—¿Estás
segura de que quieres que te amarre cortito?
—Totalmente
segura, JLALI.
—Muy
bien. —Asiento y, mientras caminamos, pregunto—:
¿Cenas
todas las noches con Dexter?
—Sí.
Siempre que él no salga, cenamos juntos.
—Pues
esta noche no vas a cenar con él, ni con nosotros.
—¡¿No?!
—dice con cara de horror.
Yo
niego con la cabeza.
—Llama
a alguna amiga tuya y queda con ella para cenar o ir
al
cine, ¿puedes hacerlo?
—No
tengo muchas amigas, la verdad. Llevo cuatro años
centrada
en Dexter y perdí mis amistades por el camino.
De
nuevo no me sorprendo por lo que dice, e insisto:
—¿Ni
siquiera una con la que quedar a tomar un café?
—Bueno...
puedo llamar a una pareja con la que quedo de
vez
en cuando.
Su
gesto pícaro me indica qué tipo de pareja es y, consciente
de
ello, respondo:
—Mira,
reina, disfruta del sexo si se da la ocasión, como lo
disfruta
Dexter. Además, hoy estás esplendida y seguro que lo
pasas
doblemente bien.
Colorada
como un tomate, asiente mientras yo hago planes.
—Le
diremos a Dexter que hemos coincidido con algún
amigo
tuyo en el centro comercial y que has quedado con él para
cenar.
Si le joroba, lo veremos. ¿Qué te parece la idea?
Graciela
está bloqueada y disfrutando como una
quinceañera
de lo que tramamos.
—Mañana
prometo contarte con todo lujo de detalles si te ha
añorado
en la cena.
Me
río. ¡Qué mala soy! Al final, ella también se ríe.
Llama
a la pareja en cuestión y queda con ellos. Después nos
encaminamos
hacia el parking donde nos espera el coche.
—Prepárate,
Graciela, que hoy a Dexter lo descuadras.
Dicho
y hecho. A las siete de la tarde, tras un día entero de
compras,
entramos en la casa de Dexter, subidas las dos en
nuestras
botas nuevas. Los hombres, que están hablando en el
salón,
vuelven la cabeza para mirarnos. Mis ojos se encuentran
con
los de Iceman y sonrío.
Con
seguridad, Graciela y yo nos acercamos a PETER, VICTORIO y Dexter, y casi me da
un ataque de risa cuando este
último
dice:
—Pero
qué dos bellas damitas llegan aquí. —Y, mirándola a
ella,
añade—: Ahorita mismo dime dónde dejaste a Graciela y
quién
eres tú.
Con
gesto indiferente, como le he dicho que haga, ella lo
mira
y, sonriéndole, contesta:
—Soy
la misma de siempre, pero con ropa nueva.
Sorprendido
por el cambio tan increíble, Dexter va a decir
algo,
cuando VICTORIO pregunta:
—Graciela,
¿tienes planes para cenar?
¡Guauuuu!,
¡esto se pone interesante!
Si
ya decía yo que la chica tiene potencial.
La
miro y está roja como un tomate.
Vamossssss,
Graciela, responde... respondeeeeeeee.
Pero
no... no es ella quien lo hace, sino Dexter, que dice:
—Por
supuesto que tiene planes. Cenará aquí con nosotros,
¿verdad?
Graciela
me mira. Pobrecita, qué mal momento está
pasando.
Aún
no se me ha olvidado lo mucho que PETER me imponía y,
guiñándole
un ojo, le hago saber que ha llegado el momento de
jugar
sus cartas y dice:
—Lo
siento, Dexter pero hoy no cenaré aquí. Hice planes con
un
amigo.
Bien.
¡Biennnnnnnnnnnn!
Tengo
que aguantarme para no aplaudir al ver la cara de
desconcierto
de él y la oigo añadir:
—Como
estás acompañado para la cena, no pensé que mi
ausencia
te importara.
«¡Olé
tu madre, Graciela!», estoy a punto de gritar y, dispuesta
a
meter información, explico:
—En
el centro comercial hemos coincidido con un amigo de
Graciela.
—Y mirándome el reloj, digo—: Es más, creo que
deberías
marcharte o no llegarás a tu cita.
Ella,
nerviosa, mira su reloj.
Está
tan bloqueada como Dexter y, para echarle una mano,
me
suelto de PETER y, dándole dos besos que la hacen volver a la
realidad,
la animo:
—Vamos...
pásalo bien y no llegues tarde. Que mañana nos
vamos
a España.
—Espérame,
Graciela —le pide VICTORIO—. Yo también
me
voy.
Dexter,
al verlo, acerca su silla a ella y dice:
—Le
diré al chófer que te lleve.
—No,
gracias. No necesito chófer.
Y,
sin más, se da la vuelta y, subida en sus impresionantes
botas,
desaparece junto a VICTORIO por el mismo sitio por
donde
hemos llegado hace unos minutos.
Una
vez se van los dos, Dexter sigue ojiplático y PETER me
mira.
Divertida, le guiño un ojo a mi Iceman y, al abrazarme,
susurra,
tocándome el pelo:
—Estás
preciosa con el pelo así y me encantan tus botas.
—Graciassssssssssss.
Sin
dejar de sonreír, cuando Dexter desaparece por la
puerta,
mi querido y único amor me mira y cuchichea:
—Intuyo
que estás planeando algo, morenita.
Me
río. PETER también.
Esa
noche cenamos los tres. Mientras lo hacemos, el dicharachero
Dexter
está más callado de lo habitual. Incluso lo veo
mirar
el reloj en varias ocasiones. Eso me hace sonreír. Vaya...
vaya...
lo que estoy descubriendo.
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