sábado, 17 de octubre de 2015

CAPITULO 12

El sábado 29 de diciembre PETER me pide dedicarle el día entero a su sobrino. Sus ojos al decírmelo me indican lo inquieto que está por ello, pero yo asiento convencida de que es lo mejor para todos, en especial para Flyn. Eso sí, éste no desperdicia la oportunidad siempre que puede de hacerme ver que yo estoy de más. No se lo tomo en cuenta. Es un niño. Jugamos gran parte del día a la Wii y la Play, lo único que al crío parece motivarlo, y le demuestro que las chicas sabemos hacer más cosas de las que él cree.
Me divierte observar cómo me mira cuando gano a PETER jugando a Moto GP o a él mismo jugando una partida de Mario Bros. El niño no da crédito a lo que ve. ¡Una chica ganándoles! Pero me dejo ganar por él al Mortal Kombat para darle un poco de cuartelillo y que no me odie más. Flyn es un crío duro de pelar, digno sobrino de mi Iceman.
Durante todo el día, Eric y yo nos dedicamos totalmente a él y, por la noche, tengo la cabeza como un bombo de tanta musiquita de videojuegos. Pero a la hora de la cena, sorprendida, me percato de que Flyn me pregunta si quiero ensalada y me rellena mi vaso de coca-cola sin que yo se lo pida cuando se me acaba. Esto es un comienzo, y PETER y yo sonreímos.
Cuando por fin conseguimos agotar al niño y acostarlo, en la intimidad de nuestra habitación, PETER vuelve a ser mío. Sólo mío. Disfruto de él, de su boca, de su manera de hacerme el amor, y sé que él disfruta de mí y conmigo.
Mientras me penetra, no dejamos de mirarnos a los ojos y nos decimos cosas calientes y morbosas. Su juego es mi juego, y juntos disfrutamos como locos.
El domingo, cuando me despierto, como siempre estoy sola en la cama. PETER y su poco dormir. Miro el reloj. Las diez y ocho minutos. Estoy agotada. Tras la noche movidita con PETER sólo deseo dormir y dormir, pero soy consciente de que en Alemania son muy madrugadores y debo levantarme.
De pronto, la puerta se abre, y el objeto de mis más pecaminosos y oscuros deseos aparece por ella con una bandeja de desayuno. Está guapísimo con ese jersey granate y los vaqueros.
—Buenos días, morenita.
Este apelativo tan de mi padre me hace sonreír. PETER se sienta en la cama y me da un beso de buenos días.
—¿Cómo está mi novia hoy? —pregunta con cariño.
Encantada de la vida y del amor que le profeso, me retiro el pelo de la cara y respondo:
—Agotada, pero feliz.
Mi contestación le gusta, pero antes de que diga nada, me fijo en la bandeja y veo
algo que me deja atónita.
—¿Churros? ¿Esto son churros?
Él asiente con una grata sonrisa mientras cojo uno, lo mojo en azúcar y le doy un mordisco.
—¡Mmm, qué rico! —Y al mirar mis dedos, susurro—: Con su grasita y todooooo.
La carcajada de PETER retumba en la habitación.
¡Oh, Dios!, comer un churro en Alemania es como poco ¡alucinante!
—Pero ¿dónde has comprado esto? —inquiero, aún sorprendida.
Con una megagigante sonrisa, PETER coge otro churro y le da un mordisco.
—Le comenté a Simona que los churros eran algo muy típico en España y que te gustaban mucho para desayunar. Y ella, no sé cómo, te los ha hecho.
—¡Vaya, qué pasada! —exclamo, encantada—. Cuando le cuente a mi padre que he desayunado café con churros en Alemania se va a quedar a cuadros.
PETER sonríe y yo también mientras comenzamos a comer churros. Cuando me voy a limpiar con la servilleta, al cogerla, el anillo que le devolví a PETER en la oficina aparece ante mí.
—Vuelves a ser mi novia y quiero que lo lleves.
Lo miro. Me mira. Sonrío. Sonríe, y mi loco amor coge el anillo y me lo pone en el dedo. Después, me da un beso en la mano y murmura con voz ronca:
—Vuelves a ser toda mía.
Mi cuerpo se calienta. Lo adoro. Lo beso en los labios y, cuando me separo de él, cuchicheo:
—Por cierto, novio mío —sonríe—, ¿puedo preguntarte algo de Flyn?
—Por supuesto.
Tras tragar el rico churro, clavo mi mirada en él y pregunto:
—¿Por qué no me habías dicho que tu sobrino Flyn es chino?
PETER suelta una carcajada.
—No es chino. Es alemán. No lo llames chino, o lo enfadarás mucho. No sé por qué odia esa palabra. Mi hermana Hannah se fue a vivir a Corea durante dos años. Allí conoció a Lee Wan. Cuando se quedó embarazada, Hannah decidió regresar a Alemania para tener a Flyn aquí. Por lo tanto, ¡es alemán!
—¿Y el padre de Flyn?
PETER tuerce el gesto.
—Era un hombre casado y nunca quiso saber nada de él. —Hago una señal de asentimiento, y sin yo esperarlo, él continúa—: Tuvo un padre en Alemania durante dos años. Mi hermana salió con un tipo llamado Leo. El crío lo adoraba, pero cuando ocurrió lo de mi hermana, ese imbécil no quiso volver a saber nada de él. Me dejó claro lo que siempre había pensado: estaba con mi hermana por su dinero.
Decido no preguntar más. No debo. Sigo comiendo, y PETER me besa en la frente. Durante unos segundos nos miramos y sé que ha llegado el momento de hablar sobre lo que me ronda por la cabeza. Antes, tomo un sorbo de café.
—PETER, mañana es Nochevieja, y yo...
No me deja continuar.
—Sé lo que vas a decir —asegura, poniendo un dedo en mi boca—. Quieres regresar a España para pasar la Nochevieja con tu familia, ¿verdad?
—Sí. —PETER asiente, y yo prosigo—: Creo que debería irme hoy. Mañana es Nochevieja y..., bueno, tú me entiendes.
Suspira, mostrándose conforme. Su resignación me toca el corazón.
—Quiero que sepas que, aunque me encantaría que te quedaras aquí conmigo, lo entiendo. Pero esta vez no te voy a poder acompañar. He de quedarme con Flyn. Mi madre y mi hermana tienen planes, y yo quiero pasar la noche con él en casa. Lo comprendes tú también, ¿verdad?
Recordar eso me rompe el corazón. ¿Cómo se van a quedar solos? Pero antes de que yo pueda decir nada, mi alemán añade:
—Mi familia se desmoronó el día en que Hannah murió. Y no puedo reprocharles nada. El que desapareció la primera Nochevieja fui yo. En fin..., no quiero hablar de esto, LALI. Tú vete a España y disfruta. Flyn y yo estaremos bien aquí.
El dolor que veo en su mirada me hace tocarle la mejilla. Deseo hablar con él de eso, pero mi Iceman no quiere que me compadezca de él.
—Llamaré al aeropuerto para que tengan preparado el jet.
—No..., no hace falta. Iré en un vuelo normal. No es necesario que...
—Insisto, LALI. Eres mi novia y...
—Por favor, PETER no lo hagas más difícil —le corto—. Creo que es mejor que me vaya en un vuelo regular. Por favor.
—De acuerdo —dice tras un silencio más que significativo—. Me encargaré de ello.
—Gracias —murmuro.
Resignado, parpadea y pregunta:
—¿Regresarás después de la Nochevieja?
Mi cabeza comienza a dar vueltas. Pero ¿cómo me puede preguntar eso? ¿Acaso no se ha dado cuenta todavía de que le quiero con locura? Deseo gritar que por supuesto volveré cuando él me toma las manos.
—Quiero que sepas —añade— que, si regresas a mi lado, haré todo lo que esté en mi mano para que no añores nada de lo que tienes en España. Sé que tu sentimiento hacia tu familia es muy fuerte, y que separarte de ellos es lo que peor llevas, pero conmigo estarás cuidada, protegida y, sobre todo, serás muy amada. Deseo que seas feliz conmigo en Múnich, y si para eso todos tenemos que aprender cosas españolas, las aprenderemos y conseguiremos que te sientas en tu casa. En cuanto a Flyn, dale tiempo. Estoy seguro de que antes de lo que esperas ese pequeño te adorará tanto o más que yo. Ya te dije que era un niño algo particular y...
—PETER —le interrumpo, emocionada—, te quiero.
El tono de mi voz, lo que acabo de decir y su mirada hacen que el vello de todo mi cuerpo se erice, y más cuando le oigo decir:
—Te quiero tanto, pequeña, que el sentirme alejado de ti me vuelve loco.
Nuestras miradas son sinceras y nuestras palabras, más. Nos queremos. Nos amamos locamente, y cuando se está acercando a mi boca para besarme, la puerta se abre de par en par y aparece el pequeño Flyn.
—¡Tíooooooooooo!, ¿por qué tardas tanto?
Rápidamente los dos nos recomponemos y, al ver que PETER no dice nada, ante la mirada del niño, cojo de la bandeja algo y le pregunto en español:
—¿Quieres un churro, Flyn?
El pequeño pone mal gesto. La palabra «churro» no la conoce y a mí no me soporta. Y como no está dispuesto a que le quite un segundo más del tiempo de su amado tío, contesta:
—Tío, te espero abajo para jugar.
Y antes de que ninguno pueda decir nada más, cierra la puerta y se va.
Cuando nos quedamos PETER y yo solos en la habitación, lo miro risueña.
—No tengo la menor duda de que Flyn se alegrará mucho de mi marcha.
PETER no dice nada. Calla, me da un beso en los labios, y después se levanta y se va. Durante un rato miro la puerta sin entender cómo Sonia y Marta, la madre y la hermana de PETER, los pueden dejar solos en una fecha así. Eso me apena.
A las seis y media de la tarde, PETER, Flyn y yo estamos en el aeropuerto. No tengo que facturar mi equipaje. Sólo llevo una mochila con mis pocas pertenencias. Estoy nerviosa. Muy nerviosa. Despedirme de ellos, en especial de PETER, me parte el corazón, pero tengo que estar con mi familia.
A pesar de la frialdad que veo en sus ojos, PETER intenta bromear. Es su mecanismo de defensa. Frialdad para no sufrir. Cuando el momento de la despedida finalmente llega, me agacho y beso en la mejilla a Flyn.
—Jovencito, ha sido un placer conocerte, y cuando regrese, quiero la revancha de Mortal Kombat.
El crío asiente y, por unos segundos, veo algo de calor en su mirada, pero mueve la cabeza y, cuando me vuelve a mirar, ese calor ya no existe.
Animado por PETER, Flyn se aparta de nosotros unos metros y se sienta a esperar.
—PETER, yo...
Pero no puedo continuar. PETER me besa con auténtica devoción y cuando se separa un poco clava sus impactantes ojos azules en mí.
—Pásalo bien, pequeña. Saluda a tu familia de mi parte y no olvides que puedes volver cuando quieras. Estaré esperando tu llamada para regresar al aeropuerto a buscarte. Cuando sea y a la hora que sea.
Emocionada, asiento. Tengo unas ganas terribles de llorar, pero me contengo. No debo hacerlo, o pareceré una tonta blandengue, y nunca me ha gustado eso. Por esa razón, sonrío, vuelvo a dar otro beso a mi amor y, tras guiñarle el ojo a Flyn, camino hacia los arcos de seguridad. Una vez que los paso y que recojo mi bolso y mi mochila, me vuelvo para decir adiós, y mi corazón se rompe al ver que PETER y el pequeño ya no están. Se han ido.
Camino por el aeropuerto con seguridad, busco en los paneles mi puerta de embarque y, tras saber cuál es, me dirijo hacia ella. Queda más de una hora para que la puerta se abra y decido dar un paseo por las tiendas para entretenerme. Pero mi cabeza no está donde tiene que estar y sólo puedo pensar en PETER. En mi amor. En el dolor que he visto en sus ojos al separarme de él, y eso me parte segundo a segundo más el alma.
Cansada y agotada por la tristeza que tengo, me siento y observo a la gente que pasea por mi lado. Gente alegre y triste. Gente con familia y gente sola. Así estoy durante un buen rato, hasta que de pronto mi móvil suena. Es mi padre.
—Hola, morenita. ¿Dónde estás, mi vida?
—En el aeropuerto. Esperando a que abran la puerta de embarque.
—¿A qué hora llegas a Madrid?
Miro el billete.
—En teoría, a las once tomamos tierra, y a las once y media cojo el último vuelo que va a Jerez.
—¡Perfecto! Estaré esperándote en el aeropuerto de Jerez.
Durante un rato, charlamos de cosas banales.
—¿Estás bien, mi niña? —pregunta de pronto—. Te noto algo alicaída.
Como soy incapaz de ocultar mis sentimientos al hombre que me dio la vida y me adora, respondo:
—Papá, es todo tan complicado que..., que... me agobio.
—¿Complicado?
—Sí, papá..., mucho.
—¿Has vuelto a discutir con PETER? —indaga mi padre sin entenderme bien.
—No, papá, no. Nada de eso.
—Entonces, ¿cuál es el problema, cariño?
Antes de decir algo, me convenzo de que necesito hablar con él de lo que me pasa.
—Papá, yo quiero estar con vosotros en Nochevieja. Deseo verte a ti, a Luz y a la loca de CANDE, pero..., pero...
La cariñosa risa de mi progenitor me hace sonreír aun sin ganas.
—Pero estás enamorada de PETER y también quieres estar con él, ¿verdad, cariño?
—Sí, papá, y me siento fatal por ello —susurro mientras observo que dos azafatas se ponen en la puerta de embarque por la que tengo que entrar en el avión.
—¿Sabes, morenita? Cuando yo conocí a tu madre, ella vivía en Barcelona y, como bien sabes, yo en Jerez, y te aseguro que lo que te pasa a ti, yo lo he sentido anteriormente, y el consejo que te puedo dar es que te dejes llevar por el corazón.
—Pero, papá, yo...
—Escúchame y calla, mi vida. Tanto Luz como tu hermana o yo sabemos que nos quieres. Te vamos a tener y a querer el resto de nuestras vidas, pero tu camino ha de comenzar como antes comenzó el mío y después el de tu hermana cuando se casó. Sé egoísta, miarma. Piensa en lo que tú quieres y en lo que deseas. Y si en este momento tu corazón te pide que te quedes en Alemania con PETER, ¡hazlo! ¡Disfrútalo! Porque si lo haces yo estaré más feliz que si te tengo aquí a mi lado triste y ojerosa.
—Papa..., qué romanticón eres —sollozo, conmovida por sus palabras.
—¡Ea, ea!, morenita.
—¡Aisss, papá! —lloro con emoción—. Eres el mejor..., el mejor.
Su bondad vuelve a llenarme el alma cuando lo oigo decir:
—Eres mi niña y te conozco mejor que nadie en el mundo, y yo sólo quiero que seas feliz. Y si tu felicidad está con ese alemán que te saca de tus casillas, ¡bendito sea Dios! Sé feliz y disfruta de la vida. Yo sé que me quieres, y tú sabes que yo te quiero. ¿Dónde está el problema? Da igual que estés en Alemania o a mi lado para saber que nos tendremos el uno al otro el resto de nuestras vidas. Porque tú eres mi morenita, y eso, ni la distancia, ni PETER, ni nada, lo va a cambiar. —Emocionada por sus palabras, lloro, y él sigue—: Vamos..., vamos..., no me llores, que entonces me pongo nervioso y me sube la tensión. Y tú no quieres eso, ¿verdad?
Su pregunta me hace soltar una risotada cargada de lágrimas. Mi padre es grande. ¡Muy grande!
—Vamos a ver, mi niña, ¿por qué no te quedas en Alemania y pasas la Nochevieja alegre y feliz? Éste es el comienzo de la vida que habías planeado hace poco y creo que empezarla en Navidades será siempre un bonito recuerdo para vosotros, ¿no crees?
—Papá..., ¿de verdad que no te importa?
—Por supuesto que no, mi vida. Por lo tanto, sonríe y ve en busca de PETER. Dale un saludo de mi parte y, por favor, sé feliz para que yo lo pueda ser también, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, papá. —Y antes de colgar, añado—: Mañana por la noche os llamaré. Te quiero, papá. Te quiero mucho.
—Yo también te quiero, morenita.

Conmovida, emocionada y con mil sensaciones en mi interior, cierro el móvil y me limpio las lágrimas. Durante varios minutos permanezco sentada mientras mi cabeza piensa en qué debo hacer. ¿Papá o PETER? ¿PETER o papá? Al final, cuando la gente de mi vuelo comienza a embarcar, agarro la mochila y tengo muy claro dónde tengo que ir. En busca de mi amor.

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