Múnich...
dos meses después
—¡Corre,
LALI!, comienza «Locura esmeralda» —grita Simona.
Al
oírla miro a PETER, a mi sobrina y a Flyn. Estamos en la piscina y, ante la
risa de mi alemán, digo:
—En
media hora regreso.
—Tita,
¡no te vayas! —gruñe mi sobrina.
—Tía
LALI...
Secándome
con la toalla miro a los pequeños, que están en el agua, y les indico:
—Vuelvo
en seguida, pesaditos.
PETER
me agarra. No quiere que me vaya. Desde que he regresado no se sacia de mí.
—Venga,
quédate con nosotros, cielo.
—Cariño
—murmuro, besándolo—. No me lo puedo perder. Hoy Esmeralda Mendoza va a
descubrir quién es su verdadera madre, y la serie se acaba. ¿Cómo me lo voy a
perder?
Mi
alemán suelta una carcajada y
me
da un beso.
—Anda
ve.
Con
una sonrisa en los labios dejo a mis tres amores en la piscina y corro en busca
de Simona. La mujer ya me espera en la cocina. Cuando llego me siento junto a
ella, que me da un kleenex. Comienza «Locura esmeralda». Nerviosas vemos cómo
Esmeralda Mendoza descubre que su madre es la enfermiza heredera del rancho
«Los Guajes». Somos testigos de cómo la maltrecha mujer abraza a su hija
mientras Simona y yo lloramos como dos magdalenas. Al final se hace justicia:
la familia de Carlos Alfonso Halcones de San Juan se arruina, y Esmeralda
Mendoza, la que fuera su criada, es la gran heredera de México. ¡Casi ná!
Ensimismadas,
vemos cómo Esmeralda, junto a su hijo, va en busca de su único y verdadero
amor, Luis Alfredo Quiñones. Cuando él la ve llegar, sonríe, le abre los
brazos, y ella se refugia en ellos. ¡Momentazo! Simona y yo sonreímos
emocionadas y, cuando creemos que la serie acaba, de pronto alguien dispara a
Luis Alfredo Quiñones y las dos abrimos los ojos como platos cuando pone en la
pantalla: «Continuará».
—¡Continuará!
—gritamos las dos con los ojos bien abiertos.
Nos
miramos y, al final, reímos. «Locura esmeralda» sigue, y con ella, nosotras con
seguridad cada día.
Simona
se va a preparar la comida, y yo voy a ir a la piscina, pero me encuentro a
los
niños junto a PETER en el salón, jugando con la Wii a Mortal Kombat.
Flyn, al verme llegar, dice:
—Tío
PETER, ¿machacamos a las chicas?
Yo
sonrío. Me siento junto a mi amor y, al ver la mirada de mi sobrina ante lo que
Flyn ha dicho, juntamos nuestros pulgares, damos una palmadita y murmuro:
—Vamos,
Luz. Demostrémosles a estos alemanes cómo juegan las españolas.
Después
de más de una hora de juegos, mi sobrina y yo nos levantamos y cantamos ante
ellos:
We are the champions, my friend.
Oh
weeeeeeeeee....
Flyn
nos mira con el cejo fruncido. No le gusta perder, pero esta vez lo ha hecho.
PETER me mira y sonríe. Disfruta de mi vitalidad, y cuando me tiro sobre él y
lo beso, afirma:
—Me
debes la revancha.
—Cuando
quieras, Iceman.
Me
besa. Le beso. Mi sobrina protesta:
—¡Jo,
tita!, ¿por qué siempre os tenéis que besar?
—Sí,
¡qué pesados! —asiente Flyn, pero sonríe.
PETER
los mira y, para quitárnoslos de encima, dice:
—Corred.
Id a la cocina a por una coca-cola.
Es
mencionar aquella refrescante bebida, y los niños corren como locos. Cuando nos
quedamos solos, PETER me tumba en el sofá y, divertido, me apremia:
—Tenemos
un minuto, a lo máximo dos. Vamos, ¡desnúdate!
A
mí me entra la risa. Y cuando PETER me hace cosquillas al meter sus manos por
debajo de mi camiseta, de pronto escucho;
—¡Cuchuuuuuuuuuuuuuuuu...,
cuchufleta!
PETER
y yo nos miramos, y rápidamente nos incorporamos del sillón. Mi hermana nos mira
desde la puerta y, con gesto descompuesto, exclama:
—¡Ay,
Dios! ¡Ay, Dios!, que creo que he roto aguas.
Rápidamente,
PETER y yo nos levantamos del sillón y acudimos a su lado.
—No
puede ser. No puedo estar de parto. Falta mes y medio. ¡No quiero estar de
parto! No. ¡Me niego!
—Tranquilízate,
CANDE —murmura PETER mientras abre su móvil y llama por teléfono.
Pero
mi hermana es mi hermana y, descompuesta, gimotea:
—No
puedo ponerme de parto aquí. La niña tiene que nacer en Madrid. Todas sus cosas
están allí y..., y... ¿Dónde está papá? Nos tenemos que ir a Madrid. ¿Dónde
está papá?
—CANDE..,
por favor, tranquilízate —digo muerta de risa ante la situación—. Papá está con
Norbert. Regresará en unas horas.
—¡No
tengo horas! Llámalo y dile que venga ¡ya! ¡Oh, Dios!, ¡no puedo estar de
parto! Primero está tu boda. Luego, regreso a Madrid y, por último, tengo a la
niña. Éste es el orden de las cosas, y nada puede fallar.
Intento
sujetarle las manos, pero está tan nerviosa que me da manotazos. Al final,
tras
recibir candela por parte de mi enloquecida hermana, miro a PETER y digo:
—Tenemos
que llevarla al hospital.
—No
te preocupes, cariño —susurra PETER—. Ya he llamado a Marta y nos espera en su
hospital.
—¿Qué
hospital? —aúlla, descompuesta—. No me fío de la sanidad alemana. Mi hija tiene
que nacer en el Doce de Octubre, ¡no aquí!
—Pues
CANDE —suspiro—, me parece que la niña va a ser alemana.
—¡No!...
—Y agarrando a PETER del cuello, tira de él y, fuera de sí, le exige—: Llama a
tu avión. Que nos recoja y nos lleve a Madrid. Tengo que dar a luz allí.
PETER
pestañea. Me mira y a mí me entra la risa otra vez. Mi hermana, desconcertada,
grita:
—¡Cuchu,
por favorrrrrrrrrrrrrrr, no te rías!
—CANDE...,
mírame —murmuro, e intento no reír—. Punto uno: relájate. Punto dos: si la niña
tiene que nacer aquí, nacerá en el mejor hospital porque PETER lo va a
arreglar. Y punto tres: por mi boda no te preocupes, que quedan diez días,
cariño.
PETER,
al que le ha cambiado la cara y tiene un agobio por todo lo alto, le pide a
Simona que se quede con los niños. Luego, sin hacer caso a los lamentos de mi
hermana, la coge entre sus brazos y la mete en el coche. En veinte minutos,
estamos en el hospital donde trabaja mi cuñada Marta. Nos espera. Pero mi
hermana sigue en sus trece. La niña no puede nacer allí.
Pero
la naturaleza sigue su curso y, cinco horas después, una preciosa niña de casi
tres kilos nace en Alemania. Tras pasar con mi hermana el trago del parto, pues
se niega a estar sola en un quirófano con desconocidos a los que no entiende,
cuando salgo despeluchada miro a PETER y a mi padre. Ambos están serios. Se
levantan y yo camino hasta ellos y me siento.
—¡Dios,
ha sido horrible!
—Cariño
—se preocupa PETER—, ¿te encuentras bien?
Todavía
recordando lo que he visto, murmuro:
—Ha
sido horroroso, PETER..., horroroso. ¡Mira cómo tengo el cuello de ronchones!
Cojo
una revista que hay sobre la mesa y me doy aire. ¡Qué calor!
—Morenita
—gruñe mi padre—, déjate de tonterías y dime cómo está tu hermana.
—¡Ay,
papá!, perdona —suspiro—. CANDE y la niña están estupendamente. La niña ha
pesado casi tres kilos, y CANDE ha llorado y ha reído cuando la ha visto. Está
¡genial!
PETER
sonríe, mi padre también, y se dan un abrazo. Se felicitan. Pero a mí aquello
me ha trastocado.
—La
niña es preciosa..., pero yo..., yo me estoy mareando.
Asustado,
PETER me sujeta. Mi padre me quita la revista y me da aire mientras musito:
—PETER.
—Dime,
cariño.
Lo
miro con los ojos desencajados.
—Por
favor, cariño. No permitas que yo pase por eso.
PETER
no sabe qué decir. Ver cómo estoy le está preocupando, y mi padre suelta una
risotada.
—¡Ojú,
miarma!, eres igualita que tu madre hasta en eso.
Cuando
el mareo se ha pasado y vuelvo a ser yo, mi padre me mira.
—Otra
niña. ¿Por qué siempre estoy rodeado de mujeres? ¿Cuándo voy a tener un
nietecito varón?
PETER
me mira. Mi padre me mira. Yo pestañeo y les aclaro:
—A
mí no me miréis. Tras lo que he visto, no quiero tener hijos ¡ni loca!
Una
hora después, CANDE está en una preciosa habitación y los tres vamos a
visitarla. La pequeña Lucía es preciosa, y a PETER se le cae la baba mirándola.
Lo
miro boquiabierta. ¿Desde cuándo es tan niñero? Tras pedir permiso a mi
hermana, coge a la pequeña con delicadeza y me dice:
—Cariño,
¡yo quiero una!
Mi
padre sonríe. Mi hermana igual, y yo muy seriamente respondo:
—¡Ni
loca!
Por
la noche mi padre se empeña en quedarse con mi hermana y mi sobrinita en el
hospital. Le llamo Papá Pato cuando me despido de él, y se ríe. Cuando
regresamos PETER y yo solos en el coche estoy cansada. PETER conduce en
silencio mientras suena una canción alemana en la radio, y yo miro encantada
por la ventana. De pronto, cuando llegamos a la urbanización, PETER para el
coche a la derecha.
—Baja
del coche.
Pestañeo
y me río.
—Venga,
PETER. ¿Qué quieres?
—Baja
del coche, pequeña.
Divertida,
le hago caso. Sé lo que va a hacer. Entonces, comienza a sonar Blanco y
negro de Malú, y PETER, tras subir el volumen de la música a tope, se
planta delante de mí y me pregunta:
—¿Bailas
conmigo?
Sonrío
y paso las manos alrededor de su cuello. PETER me acerca a su cuerpo mientras
la voz de Malú dice:
Tú
dices blanco, yo digo negro.
Tú
dices voy, yo digo vengo.
Miro
la vida en colores, y tú en blanco y negro.
—¿Sabes,
pequeña?
—¿Qué,
grandullón?
—Hoy
al ver a la pequeña Lucía he pensado que...
—No...
¡Ni se te ocurra pedírmelo! ¡Me niego!
¡Joder!
Al decir esto último me he recordado a mi hermana. ¡Qué horror! PETER sonríe,
me abraza todavía más fuerte contra él y murmura:
—¿No
te gustaría tener una niña a la que enseñar motocross?
Me
río y respondo:
—No.
—¿Y
un niño al que enseñar a montar en skateboard?
—No.
Continuamos
bailando.
—Nunca
hemos hablado de esto, pequeña. Pero ¿no quieres que tengamos hijos?
¡Por
todos los santos!, ¿qué hacemos hablando de este tema? Y mirándolo, cuchicheo:
—¡Oh,
Dios, PETER! Si hubieras visto lo que yo he visto, entenderías que no quiera
tenerlos.
Se te pone eso... enorme..., enormeeeeeeeeee, y tiene que doler una barbaridad.
No. Definitivamente me niego. No quiero tener hijos. Si quieres anular la boda
lo entenderé. Pero no me pidas que piense en tener niños ahora mismo porque no
quiero ni imaginármelo.
Mi
chico sonríe, sonríe... y, dándome un beso en la frente, murmura:
—Vas
a ser una madre excepcional. Sólo hay que ver cómo tratas a Luz, a Flyn, a Susto,
a Calamar y cómo mirabas a la pequeña Lucía.
No
contesto. No puedo. PETER me obliga a continuar bailando.
—No
se cancela ninguna boda. Ahora cierra los ojos, relájate y baila conmigo
nuestra canción.
Hago
lo que me pide. Cierro los ojos. Me relajo, y bailo con él. Lo disfruto.
Cuatro
días después le dan el alta a mi hermana y dos días más tarde a la pequeña
Lucía. A pesar de haber nacido antes de tiempo, la pequeña es fuerte como un
roble y una auténtica muñequita. Mi padre no para de decir que es igualita que
yo, y, la verdad, es morenita y tiene mi boca y mi nariz. Es una monada. Cada
vez que PETER coge a la niña me mira con ojos melosos. Yo niego con la cabeza,
y él se parte de risa. A mí no me hace gracia.
Los
días pasan y llega la boda.
La
mañana en cuestión estoy histérica. ¿Qué hago vestida de novia?
Mi
hermana es una plasta, mi sobrina una tocapelotas y, al final, mi padre es
quien tiene que poner orden entre nosotras. Vamos, lo de siempre cuando estamos
juntas. Estoy tan nerviosa por la boda que pienso incluso hasta en escapar. Mi
padre, al contárselo, me tranquiliza. Pero cuando entro en la abarrotada
iglesia de San Cayetano del brazo de mi emocionado padre vestida con mi bonito
traje de novia palabra de honor y veo a mi Iceman esperándome más guapo que en
toda su vida con ese chaqué, sé que no voy a tener un hijo, voy a tener
tropecientos mil.
La
ceremonia es corta. PETER y yo así lo hemos pedido, y cuando salimos, los
amigos y familiares nos cubren de arroz y pétalos de rosas blancas. PETER me besa,
enamorado, y yo soy feliz.
El
banquete lo celebramos en un bonito salón de Múnich. La comida es deliciosa;
mitad alemana, mitad española, y parece gustarle a todo el mundo.
PETER,
sorprendiéndonos, no ha reparado en gastos. No quiere que mi padre, mi hermana
y yo nos sintamos solos, y ha hecho venir a mi buen amigo Nacho, y de Jerez al
Bicharrón y el Lucena con sus mujeres, Lola la Jarandera, Pepi la de la Bodega,
la Pachuca y BENJAMIN con su novia valenciana. Según ellos, el Franfur se
puso en contacto con ellos y los invitó con todos los gastos pagados. Incluso
PETER ha invitado a las Guerreras Maxwell. ¡La locura!
¡Me
lo como! Yo a mi marido me lo como a besos.
De
Müller ha invitado a Miguel con su huracanada novia, a Gerardo con su mujer y a
Raúl y Paco, que al verme, aplauden emocionados.
Brindamos
con Moët Chandon rosado. PETER y yo entrelazamos nuestras copas y felices
bebemos ante todos. La tarta es de trufa y fresa, expreso deseo del novio y,
cuando la veo, los ojos me hacen chiribitas. Ni contar lo morada que me pongo.
Al
abrir el baile de nuevo, mi ya marido me vuelve a sorprender. PETER ha
contratado a la cantante Malú y en directo nos canta nuestra canción, Blanco
y negro. ¡Qué momentazo! Abrazada a él, disfruto la canción mientras nos
miramos enamorados. ¡Dios, cuánto le quiero!
Tras
aquello, una orquesta ameniza el baile. Sonia, mi padre y mi hermana están
pletóricos de felicidad. Marta y Arthur aplauden. Flyn y Luz, divertidos,
corren por el salón, y Simona y Norbert no pueden parar de sonreír. Todo es
romántico. Todo es maravilloso y disfrutamos de nuestro bonito día.
Risueña,
bailo con Reinaldo y Anita la Bemba colorá mientras gritamos «¡Azúcar!».
Y PETER no puede parar de reír. Soy su felicidad.
Con
Sonia, PABLO, EUGE y NICO nos desmelenamos al bailar September, y cuando
la canción acaba, Dexter pilla el micrófono y a capela nos canta un bolero
mexicano dedicado a PETER y a mí. Yo sonrío y aplaudo.
Tengo
unos excelentes amigos dentro y fuera de la habitación. Son personas como yo a
las que les gusta el morbo y los juegos calientes entre cuatro paredes, pero
que cuando salen de ellas son atentas, cariñosas, educadas y muy divertidas.
Todos ellos me hacen dichosa y feliz.
El
baile dura horas, y cuando veo a Dexter hablando animadamente con mi hermana,
alarmada, miro a PETER, y éste me indica que no me preocupe. Al final, sonrío.
La
fiesta acaba a las cuatro de la mañana, y por la noche mi padre y mi hermana
con las niñas y Flyn se van a dormir a casa de Sonia. Quieren dejarnos la casa
enterita para nosotros.
Cuando
llegamos, PETER se empeña en cogerme en brazos para traspasar el umbral.
Encantada dejo que me coja y, cuando lo traspasamos me suelta, y, dichoso,
susurra:
—Bienvenida
al hogar, señora LANZANI.
Encantada
le beso. Saboreo a mi marido y le deseo.
Cuando
entramos y cierro la puerta, sin hablar, le quito el chaqué, la pajarita, la
camisa, los pantalones y los calzoncillos. Lo desnudo para mí y sonrío al
decir:
—Ponte
la pajarita, Iceman.
Divertido,
lo hace. ¡Dios!, mi alemán desnudo y con la pajarita es mi fantasía. Mi loca
fantasía. Tiro de él y, al llegar a la puerta del despacho, lo miro y susurro:
—Quiero
que me rompas el tanga.
—¿Segura,
cariño? —pregunta riendo mi amor.
—Segurísima.
PETER,
excitado, comienza a subir tela, y más tela..., y más tela. La falda del
vestido es interminable. Al final, lo detengo entre risas.
—Ven...,
siéntate en tu sillón.
Se
deja guiar por mí. Hace lo que le pido y me mira.
Excitada,
desabrocho la falda de mi bonito vestido de novia, y ésta cae a mis pies.
Vestida sólo con el corpiño y el tanga, me siento con sensualidad sobre la mesa
de mi enloquecido marido.
—Ahora,
¡rómpelo!
Dicho
y hecho.
PETER
rasga el blanco tanga, y cuando pasa sus manos por mi tatuado y siempre
depilado monte de Venus, murmura con voz ronca:
—Pídeme
lo que quieras.
Cuando
dice eso cierro los ojos y me emociono.
Todo
comenzó entre nosotros cuando me dijo esas palabras aquel día en el archivo de
la oficina. Sonrío al recordar mi cara la primera vez que me llevó al Moroccio,
o vi aquella grabación en el hotel, o le metí el chicle de fresa en la boca.
Recuerdos. Recuerdos calientes, morbosos y divertidos pasan por mi mente
mientras mi loco y ardiente marido me
toca.
Y dispuesta a sellar para siempre lo que un día comenzó, lo beso, agarro su
erecto pene con mi mano, lo guío hasta mi húmeda hendidura, me empalo en él y,
cuando mi amor jadea, lo miro a esos maravillosos ojos azules que siempre me
han vuelto loca y susurro locamente enamorada:
—Señor
LANZANI, pídeme lo que quieras, ahora y siempre.
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