Durante
los días del tratamiento no va a trabajar. No puede. Desde casa yo le ayudo con
los e-mails y respondo como una buena secretaria a todo lo que él me
pide. Cuando recibe algún correo de NATALIE, siento ganas de degollarla.
¡Bruja! Con curiosidad cotilleo los mensajes entre ellos dos y me parto de risa
al leer uno de meses atrás en el que PETER le exige que cambie su actitud en
cuanto a él. Le explica que es un hombre con pareja y que su pareja para él es
lo primero. ¡Olé y olé mi Iceman! Me gusta ver que le ha dejado las cosas
claras a esa lagarta.
En
varias ocasiones, deseo meterle la cabeza en la papelera o graparle las orejas
a la mesa cuando se pone tonto y gruñón. ¡Es insoportable! Pero, cuando se le
pasa, ¡lo adoro y me lo como a besos!
Sonia,
su madre, viene a visitarlo y, cuando PETER no está pendiente de nosotros, me
anima para que vaya a por la moto de Hannah. Decididamente, voy a ir a por
ella. Tras los días de tensión que estoy pasando con PETER, necesito
desfogarme. Y saltar con una moto de motocross, para mí, es la mejor opción.
El
día de la operación se acerca. A PETER le sube la tensión y yo intento
relajarlo de la mejor manera que sé. ¡Con sexo! Una de las noches en las que mi
Iceman está tumbado en la cama con un antifaz de gel frío sobre los ojos para
que le descanse la vista, decido sorprenderle para que no piense en la
operación. Cariñosa, me tumbo sobre él y susurro sobre su boca:
—¡Hola,
señor LANZANI!
PETER
se va a quitar el antifaz y yo le sujeto las manos.
—No...,
no te lo quites.
—No
te veo, cariño.
Acercando
mi boca a su oído, musito para ponerle la carne de gallina:
—Para
lo que voy a hacer, no me tienes que ver.
Sonríe,
y yo también.
—Vamos
a jugar a varios juegos quieras o no quieras.
—Vale...,
pues quiero —dice con humor.
Lo
beso. Me besa, y paladeo su pasión.
—Te
explico cómo se juega, ¿te parece? —PETER asiente—. El primer juego se llama
«La pluma». Yo la paso por tu cuerpo, y si estás más de dos minutos sin reírte,
sin hablar y sin quejarte, haré lo que me pidas, ¿de acuerdo?
—De
acuerdo, pequeña.
—El
segundo juego se llama «La caja de los deseos y los castigos».
—Sugerente
nombre. Éste creo que me va a gustar —asevera, riendo mientras me
agarra
por la cintura posesivamente.
Divertida,
le quito las manos de mi cintura.
—Céntrate,
cariño. En una cajita he metido cinco deseos y cinco castigos. Tú eliges uno,
lo leo, y si no me concedes ese deseo, te impongo un castigo. —PETER ríe, y
prosigo—: Y el tercer juego trata de que tú te dejes hacer. Por lo tanto,
quietecito que yo te hago. ¿Qué te parece?
—Perfecto
—dice, alegre.
—Genial.
Si veo que no te estás quietecito, te ataré, ¿entendido?
PETER
suelta una carcajada y asiente.
—Muy
bien, señor LANZANI, lo primero que voy a hacer es desnudarlo.
Con
mimo, le quito la camiseta blanca y el pantalón de algodón negro que lleva.
Cuando le voy a quitar los calzoncillos, ¡guau!, ya está empalmado, y la boca
se me reseca inmediatamente. PETER es tentador; muy, muy tentador. Sin decirle
nada, enciendo la cámara de vídeo; quiero que luego se vea en los juegos. Estoy
segura de que le gustará y le hará reír.
Una
vez que lo tengo desnudo, cojo una pluma que he encontrado en la cocina.
Comienzo a pasársela por el cuerpo. Delicadamente le rozo el cuello, y luego
bajo la pluma hasta los pezones, y éstos se ponen duros ante el contacto.
Sonrío. La pluma continúa por sus abdominales, rodeo su ombligo, y cuando llego
a su pene, un jadeo hueco sale de su boca. Continúo divirtiéndome y los minutos
pasan mientras sigo moviendo la pluma por su maravilloso cuerpo. Finalmente,
coge mi mano.
—Señorita
Flores, creo que he ganado. Ya han pasado más de dos minutos. No sea tramposa.
Miro
el reloj y, sorprendida, me doy cuenta de que han pasado siete. ¡Cómo se me
pasa el tiempo mientras disfruto de mi adicción! Sonrío y suelto la pluma.
—Tiene
razón, señor. ¿Qué desea que haga por usted?
Con
un dedo dice que me acerque a él. Sonrío y me agacho.
—Quiero
que te desnudes, del todo.
Lo
hago. Me quito el pijama y las bragas y, cuando estoy totalmente desnuda, le
informo:
—Deseo
cumplido, señor.
Sin
que pueda verme a causa del antifaz, me busca con las manos, hasta que me
encuentra. Su mano toca mi estómago y después sube lentamente hasta mi pecho.
Lo rodea y aprieta un pezón con sus dedos.
—Muy
bien. Ya he cumplido su deseo. Pasemos al juego siguiente.
—¿El
de deseo o castigo? —pregunta.
—¡Ajá!
Cojo
la cajita donde he metido varios papelitos y la pongo ante él. Tomo su mano y
la introduzco en la caja.
—Coge
un deseo, y yo lo leeré.
PETER
hace lo que le pido. Suelto la caja e, inventándome lo que pone, digo:
—Deseo
una moto. ¿Le importa señor que me traiga la mía de España?
Su
gesto cambia.
—Sí,
me importa. No quiero que te mates.
Eso
me hace soltar una carcajada. Y como no quiero discutir con él, digo
rápidamente:
—Muy
bien, señor LANZANI. Como no va a satisfacer mi deseo, le toca coger un
papelito
de castigo.
Sonríe.
Vuelve a hacer lo que le pido y leo:
—Su
castigo por no querer cumplir mi deseo es estarse quieto y no tocarme mientras
yo hago lo que quiero con su cuerpo.
Asiente.
Sé que lo de la moto le ha cortado un poco el rollo, pero así sé yo por dónde
cogerlo para cuando me traiga la moto de su hermana.
Con
un pincel y chocolate líquido, comienzo a pintarle el cuerpo. La cámara graba,
y PETER sonríe mientras yo rodeo sus pezones con chocolate. Luego, hago un
camino que rodea sus abdominales, pasa por su ombligo y acaba en sus oblicuos.
Mojo el pincel en más chocolate y ahora llego hasta su duro pene. Sonríe y se
mueve. Lo pinto con delicadeza y noto su inquietud. Su impaciencia. Una vez que
dejo el pincel llevo mi boca hasta sus pezones y los chupo. Paladeo el gusto a
chocolate junto a su delicioso sabor. Me deleito. Sigo el sendero que he
marcado. Bajo mi lengua por sus abdominales, y PETER hace ademán de tocarme.
Cojo sus manos y las retiro de mí mientras me quejo:
—No...,
no..., no..., no puede usted tocarme. ¡Recuérdelo!
PETER
se mueve nervioso. Le estoy provocando. Rodeo con mi lengua su ombligo, y
después, ansiosa, chupo sus oblicuos. Y cuando mi lengua llega a su pene y lo
chupo, finalmente jadea. Paso mi lengua con deleite por donde sé que le vuelve
loco una y otra vez. Se contrae. Rodeo con mimo su pene y muerdo con delicadeza
el aparatito que me hace locamente feliz. Así estoy durante un buen rato, hasta
que no puede más y, aún con el antifaz puesto, me exige:
—Fin
del juego, pequeña. Ahora fóllame.
Encantada
de la vida, hago lo que me pide. Me siento a horcajadas sobre él y, mientras me
empalo en su duro, ardiente y maravilloso pene, suspiro; el olor a chocolate y
sexo nos rodea. Subo y bajo en busca de nuestro placer con mimo en tanto me
abro poco a poco para recibirlo. Pero la impaciencia de mi Iceman puede con él.
Se quita el antifaz, lo tira al suelo y, antes de que me dé cuenta, me ha
tumbado sobre la cama y, mirándome a los ojos, murmura:
—Ahora
el mando lo tomo yo. Pasamos al tercer juego. Ya sabes, amor: estate quietecita
o te tendré que atar.
Sonrío.
Me besa. Me abre las piernas con sus piernas y sin piedad me vuelve a penetrar,
y yo jadeo. Intento moverme, pero su peso me tiene inmovilizada mientras se
aprieta con fuerza dentro de mí.
—Una
grabación muy excitante —susurra al ver la cámara frente a nosotros.
No
puedo hablar. No me deja. Vuelve a meter su lengua en mi boca y me hace suya
mientras mueve sus caderas una y otra vez, y yo jadeo enloquecida. El juego le
ha sobreexcitado, le ha hecho olvidar la operación y, subiendo mis piernas a
sus hombros, comienza a bombear dentro de mí con pasión. Con deleite.
Esa
noche PETER duerme abrazado a mí. Hemos visto la grabación y nos hemos reído.
Lo he sorprendido con mis juegos y, antes de dormirme, me dice al oído:
—Me
debes la revancha.
Dos
días después, lo operan.
Marta
y su equipo le hacen en los ojos el microbypass trabecular. Sólo decir el
nombre me da miedo. Junto a su madre, aguardo en la sala de espera del
hospital. Estoy nerviosa. Mi corazón late acelerado. Mi amor, mi chico, mi
novio, mi alemán, está sobre la mesa de un quirófano y sé que no lo está
pasando bien. No lo dice, pero sé que está asustado.
Sonia
me toma las manos, me da fuerzas y yo se las doy a ella. Ambas sonreímos.
Espero...,
espero..., espero... El tiempo pasa lentamente, y yo espero.
Cuando
para mí ha transcurrido una eternidad, Marta sale del quirófano y nos mira con
una amplia sonrisa. Todo ha ido estupendamente bien, y aunque el alta es
inmediata, ella ha mentido a PETER y le ha dicho que tiene que pasar la noche
allí. Yo asiento. Sonia se relaja, y las tres nos abrazamos.
Insisto
en quedarme esta noche con él en el hospital. En la oscuridad de la habitación
lo miro. Lo observo. PETER está dormido, y yo no puedo dormir. No me imagino
una vida sin él. Estoy tan enganchada a mi amor que pensar en que algún día lo
nuestro pueda terminar me rompe el corazón. Cierro los ojos, y finalmente,
agotada, me duermo.
Cuando
despierto, me encuentro directamente con la mirada de mi chico. Postrado en la
cama me observa y, al ver que abro los ojos, sonríe. Yo lo imito.
Esa
mañana le dan el alta y regresamos a nuestra casa. A nuestro hogar.
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