No
volvemos a comentar nada del tema boda. Se lo agradezco. A pesar del amor que
nos tenemos, somos dos titanes y nuestros encontronazos sé que nos asustan. Nos
desorientan. Sé por PETER que NATALIE se marcha de nuevo a Londres. Cuanto más
lejos esté de mí, mejor.
Simona
y yo seguimos disfrutando de «Locura esmeralda». Estoy enganchadísima al
culebrón. PETER, cuando se entera, se mofa de mí. No puede creer que yo esté
enganchada a algo así. Yo tampoco. Pero lo cierto es que deseo que Carlos
Alfonso Halcones de San Juan reciba su merecido a manos de Luis Alfredo
Quiñones, y que Esmeralda Mendoza recupere a su bebé, se case con su amor y sea
por fin feliz. ¡Pa matarme!
Una
tarde, cuando llega PETER a casa, estoy trabajando en mi moto. Cuando oigo el
coche rápidamente le echo el plástico azul por encima y salgo del garaje. Corro
a mi habitación, pero antes me lavo las manos. Él no se percata de nada. Donde
está la moto no se ve, ya aunque yo respiro aliviada, cada día me es más
difícil ocultarle el secreto. Mi conciencia me dice que hago mal. Me martirizo,
pero no sé cómo decírselo.
El
sábado, PETER y yo nos dirigimos por la noche a la fiestecita privada del
Natch. Por fin voy a conocer ese conocido bar de intercambio de parejas. Cuando
entramos PETER me presenta a Heidi y Luigi. EUGE y NICO se unen a nosotros, y
poco después, PABLO llega con una amiga. Divertidos, tomamos algo cuando veo
que aparece Dexter. Me saluda y en mi oído murmura:
—Diosa,
qué chévere. Muero por verte sometida entre dos hombres.
Mi
estómago se contrae, y PETER, al imaginar lo que me ha dicho el otro, sonríe.
Una
copa tras otra, y el local se llena de gente. Todos parecen conocerse y charlan
con afabilidad. Le he prohibido a PETER que mencione que soy española. No
soporto que nadie más diga aquello de «¡olé, paella, torero!». PETER, risueño,
me propone bailar. Accedo. Entramos en un cuarto oscuro con una escasa luz
violeta.
—No
te soltaré. Tranquila.
Suena
Cry me a river en la voz de Michael Bublé. Eric me besa, y yo disfruto
de su cercanía. Bailamos casi a oscuras. Noto su excitación entre mis piernas y
en cómo besa mi cuello. De pronto siento unas manos detrás de mí. Alguien me
toca la cintura. No veo su rostro. Pero rápidamente sé quién es cuando escucho
en mi oído:
—Suena
nuestra canción, preciosa.
Sonrío.
Es PABLO. Al compás de la música bailamos como hicimos aquel día en su casa,
mientras yo dejo que sus manos vuelen por todo mi cuerpo. Sexy. Aquella canción
es sexy, excitante, y mis dos hombres me vuelven loca. PETER me besa, y con
posesión mete su mano por debajo de mi vestido, llega hasta mi tanga y de un
tirón lo arranca. Sonrío, y más
cuando
susurra en mi boca:
—Aquí
no lo necesitas.
¡Glups
y reglups!
Sonrío
y disfruto. Me siento lasciva. Caliente.
En
ese momento, PABLO me da la vuelta y mis pechos quedan a su disposición. Pasea su
boca por el escote de mi vestido y me muerde los pezones a través de él. Duros.
Así los pone. Después su boca besa mi cuello, mis mejillas, mi nariz, pero
cuando llega a la comisura de mi boca se para. No traspasa el límite que sabe
que no debe. Mientras, PETER me sube el vestido y toca mi trasero en la
oscuridad. Me aprieta contra él. PABLO, excitado, hace lo mismo. PETER vuelve a
darme la vuelta, y ahora es PABLO quien me aprieta las nalgas.
Calor...,
tengo un calor tremendo.
El
cuarto oscuro se comienza a llenar de gente. La música cambia y la voz de
Mariah Carey cantando My All llena la estancia. Las manos de PABLO
desaparecen mientras PETER continúa mordisqueándome los labios. Escucho gemidos
a nuestro alrededor. Imagino lo que la gente hace y me excita, en tanto mi
hombre, mi Iceman, mi amor, susurra:
—Eres
muy excitante, cariño. Estoy tan duro que creo que voy a hacerte mía aquí
mismo.
Sonrío
y, sin ver por la oscuridad que nos rodea, murmuro:
—Soy
tuya. Haz conmigo lo que quieras.
Escucho
su risa en mi oreja.
—Cuidado,
pequeña. Oírte decir eso es peligroso. Ya me he dado cuenta de que el sexo, el
morbo y los juegos te gustan tanto o más que a mí, ¿verdad?
Asiento.
Tiene razón.
—Esta
noche estoy muy caliente.
—Me
gusta saberlo. Yo también —consigo decir mientras respiro con dificultad.
—Eres
mi fantasía, morenita. Mi loca fantasía.
Superexcitada
por lo que me dice, le agarro las nalgas, le aprieto contra mí y murmuro,
deseosa de juegos calientes y morbosos:
—Me
gusta ser tu fantasía. ¿Qué quieres probar hoy conmigo?
El
pene de PETER está duro. Tremendo. Enorme. Lo siento contra mi tripa y, tras
besarme, dice sobre mi boca mientras bailamos al compás de la música:
—Quiero
hacer de todo. ¿Estás dispuesta? —Asiento, y murmura, acalorándome más—: Deseo verte
con otra mujer. Te miraré. Te observaré. Y cuando tus gemidos me enloquezcan te
follaré, y después haré que dos hombres te follen mientras yo miro y me follo a
esa mujer. ¿Qué te parece?
Jadeo...,
cierro los ojos.
Me
humedezco, y cuando voy a responder, siento unas manos alrededor de la cintura
de PETER. Son finas y cuidadas. Una mujer. Las toco. Me toca, y noto un anillo
grande que parece una margarita.
¿Será
ésta la mujer con la que PETER quiere verme?
En
la oscuridad, dejo que la desconocida recorra el cuerpo de mi amor mientras él
me besa. Le excita tener dos mujeres a su alrededor. Su excitación es mi
excitación, y disfruto mientras siento cómo la desconocida toca su erección.
Cojo su mano y hago que le apriete. Las dos le apretamos, y PETER jadea.
Así
estamos durante un buen rato. Pero PETER en ningún momento se da la vuelta.
Deja que ella lo toque, pero se recrea en mi boca, en apretar mi trasero. Se
recrea sólo en mí. Cuando la canción acaba, olvidándonos de la mujer salimos
del cuarto oscuro y
entramos
en otra sala diferente de la primera.
Veo
a PABLO con la chica que ha venido y sonrío al ver cómo él y Dexter la hacen
reír mientras los dos le tocan los pechos. PETER me lleva hasta la barra. Miro
alrededor y no veo a EUGE ni a NICO. Pedimos algo de beber. Tengo la boca seca.
Con mimo, mi amor me mira. Pasea sus nudillos por mi rostro y leo su boca
cuando dice «te quiero». Después acerca un taburete y me siento.
Segundos
más tarde, varias personas se acercan a nosotros. PETER me los presenta. Una de
ellas, al escucharme hablar, se da cuenta de que soy española y dice «¡olé!».
¡Qué
cansinos, por favor!
En
un momento dado, una de las mujeres sonríe ante algo que comenta PETER, y mi
amor me ordena:
—Abre
las piernas, LALI.
Lo
hago. Aquella desconocida toca mis piernas. Sube su mano por mis muslos hasta
llegar a mi vagina, donde posa su palma, y musita.
—Me
gustan depiladas.
PETER
asiente, y tras dar un trago a su bebida, añade:
—Está
totalmente depilada.
La
mujer se pasa la lengua por la boca, sonríe y, llevando su otra mano a uno de
mis pechos, los toca por encima del vestido y murmura mientras los aprieta:
—Tú
y yo lo vamos a pasar muy bien.
El
morbo me puede. Asiento.
—Me
gustan mucho..., mucho las mujeres. Y tú me gustas —insiste ella.
Abro
más las piernas y la mujer mete un dedo en mí sin importarme que lo haga en esa
sala llena de gente. Levanto el mentón. Me echo hacia adelante en el taburete
para que ella tenga más accesibilidad, y PETER murmura en mi oído:
—Ésta
va a ser la mujer que va a jugar contigo, ¿te gusta?
Paseo
mi mirada por ella y asiento. La otra saca su mano de entre mis piernas, se
chupa el dedo que ha estado en mi interior y sonríe.
Yo
hago lo mismo y escucho decir a mi chico:
—Os
esperamos en la habitación negra.
Sin
más, la mujer se aleja, y mi chico, mirándome, pregunta:
—¿Dispuesta
a jugar?
Asiento.
Estoy
tan excitada que los labios me tiemblan al sonreír. De su mano, camino por el
local.
Traspasamos
una puerta, caminamos por un pasillo y veo a EUGE y a NICO sobre la cama de una
habitación abierta. EUGE no me ve, está totalmente entregada disfrutando entre
las piernas de una mujer, mientras ella le hace una felación a NICO y otro
hombre penetra a EUGE.
Excitante.
PETER
y yo los miramos. Seguimos nuestro camino. Él abre una puerta. Entramos en la
habitación. No veo nada, y mi amor dice:
—No
te muevas.
Instantes
después, la habitación se ilumina tenuemente en lila al proyectarse en una de
sus paredes una película porno. Curiosa, observo la estancia. Hay una cama
redonda, un sillón, una especie de encimera y, al fondo, una mampara con una
ducha. PETER me abraza. Me besa la oreja y me la chupa mientras observamos las
imágenes calientes que se
proyectan
en la pared. Cinco minutos después, la puerta se abre. Aparece la mujer que
anteriormente me ha tocado, desnuda y con un vibrador doble en sus manos. Entra
y nos comunica:
—Ahora
vienen.
PETER
asiente. Yo no sé quiénes vienen, pero no me importa. Mi respiración
entrecortada me hace saber lo excitada que estoy cuando PETER se sienta en la cama.
—Diana,
desnuda a mi mujer —dice.
No
me muevo.
Me
dejo hacer.
Me
excita esa sensación.
Los
ojos de mi amor se nublan de deseo mientras la mujer me desabrocha el vestido.
Las manos de ella vuelan por todo mi cuerpo en tanto PETER nos observa. Mi
vestido cae al suelo y quedo sólo vestida con las medias de liguero, los
tacones y el sujetador. El tanga me lo ha roto PETER minutos antes.
La
mujer me toca. Pasea sus manos por mi cuerpo y me pide que me siente en la
encimera que hay en un lateral. PETER se levanta, me coge en brazos y me sube.
Me tumba en ella y me separa los muslos. La boca de la mujer va directa a mi
vagina y, con brusquedad, mete su lengua dentro de mí.
Exige.
Exige mucho mientras me abre la vagina con sus manos y me devora.
PETER
nos observa. Yo lo miro y jadeo mientras veo que se desnuda. Se toca su duro
pene y grito de placer al sentir lo que la mujer me hace. Me acaba de meter uno
de los lados del doble consolador. ¡Calor!
Lo
mueve con destreza y práctica mientras su boca juguetea con mi clítoris. Cierro
los ojos. Disfruto..., me abro para ella... y muevo las caderas en busca de
más. La mujer sabe lo que se hace y estoy disfrutando mucho. Muchísimo.
Abro
los ojos. PETER nos observa y, de pronto, ella se sube a la encimera de un
salto, sin sacar el consolador de mi cuerpo, se introduce la otra parte y con
maestría y técnica se tumba sobre mí, me coge por las caderas y me comienza a
follar. El consolador doble entra en mí y en ella al mismo tiempo, y nuestros
jadeos son acompasados. Su ritmo se intensifica mientras mi excitación se
acrecienta. Como si de un hombre se tratara, toma mi cuerpo, mientras sin
apenas moverme yo tomo el suyo, hasta que las dos nos arqueamos y nuestros
orgasmos nos hacen gritar.
Miro
a mi amor. No se mueve, y Diana, con maña, saca el consolador doble de ambas,
se baja de la encimera y dice, abriéndome a tope las piernas:
—Dame
tu jugo..., dámelo.
Su
boca ansiosa me lame. Quiere mi orgasmo. Me chupa con pericia, y yo me vuelvo
loca de nuevo. Nunca me ha pasado eso anteriormente. Nunca habría imaginado que
una mujer pudiera hacer que me corriera dos veces en menos de dos minutos. Pero
ella, Diana, con desenvoltura, lo consigue, y yo me entrego a ella dispuesta a
que lo logre mil veces más. PETER se acerca; yo extiendo la mano y me la besa
mientras ella disfruta de mí.
Me
siento como una muñeca entre sus brazos cuando mi amor me agarra y me baja de
la encimera. Su duro pene choca con mis piernas y sonrío. Me posa en la cama.
Se sienta a mi lado, y la mujer al otro. Me tocan. Cuatro manos recorren mi
cuerpo, y yo jadeo. La puerta se abre y entra un hombre desnudo. Observa
nuestro juego mientras yo me fijo en cómo su pene crece mientras nos contempla.
Paramos.
El recién llegado se presenta como Jefrey, y PETER se agacha y pregunta:
—¿Te
ha gustado Diana?
—Sí...
—susurro como puedo.
Sonríe.
Me besa, y cuando abandona mi boca, pregunto, extasiada:
—¿Puedo
pedirte algo?
Mi
amor me retira el pelo de la frente y asiente.
—Lo
que quieras.
Acalorada,
me levanto de la cama. Tumbo a PETER y, sentándome sobre él, murmuro:
—Quiero
que Jefrey te masturbe.
Jefrey
accede al segundo. Mi alemán no dice nada. Tumbado me mira. Su gesto me muestra
que eso no le gusta, y entonces susurro antes de besarlo:
—Soy
tu mujer, ¿verdad? —PETER asiente—. Y tú eres mi marido, ¿verdad?
Vuelve
a asentir y con sensualidad le beso los labios.
—Entrégate
a mí y a mis fantasías, cariño. Sólo te masturbará. Te lo prometo.
Veo
que cierra los ojos. Piensa en mi proposición, y cuando los abre, asiente. Lo
beso. Sé lo que supone eso para él y me agrada. Me siento a un lado, le toco
los pezones y murmuro:
—Jefrey,
haz que disfrute mi marido.
Sin
dudar un segundo, Jefrey se arrodilla en la cama, coge el duro pene de PETER y
lo masajea. Lo mueve de arriba abajo, y PETER cierra los ojos. No quiere verlo.
La mujer se pone a mi lado y toca mis pechos. Le gusto y me lo hace saber
mientras él sigue masturbando a mi amor. Le toca, tira de él, hasta que se mete
la totalidad del pene en la boca. PETER se arquea. Jadea. Gustosa de ver
aquello, me acerco a su boca.
—Abre
las piernas, cariño.
Me
hace caso. Jefrey se acomoda entre las piernas de PETER para lamer, chupar y
excitar al hombre al que amo. Indico a la mujer que me toca que le chupe los
pezones. Lo hace y asiento, gozosa de controlar la situación. Me gusta ordenar,
tanto como ser ordenada. Jefrey, con la boca ocupada, pasea sus manos libres
por el trasero de mi amor, y éste se contrae. Disfruta con las caricias. Cierra
los ojos, y yo exijo:
—Mírame.
Obedece.
Clava su azulada mirada en mí mientras siento que el vello del cuerpo se le
eriza ante lo que ese hombre le hace. PETER se arquea. El placer rudo que le
ocasiona Jefrey y que nunca había probado lo aviva. De pronto, soy consciente
de que PETER tiene una de sus manos sobre la cabeza de Jefrey. Lo empuja a
bajar sobre su pene. Quiere más. Sonrío. Mi amor jadea y, loca de excitación,
hago que Jefrey se quite, me siento a horcajadas sobre él y me empalo.
PETER
coge mis caderas y me aprieta contra él en busca de su loco orgasmo, mientras
Jefrey y la mujer nos observan. Cuando mi amor da un sórdido gemido, me aprieto
contra él, y entonces, sólo entonces, se deja ir.
Tumbada
sobre él lo abrazo. Lo beso y pregunto:
—¿Todo
bien, cariño?
PETER
me mira. Cabecea y murmura:
—Sí,
pequeña. Al final, lo has conseguido.
Eso
me hace reír. De pronto, la puerta se abre. Dexter entra con un hombre desnudo.
PETR se levanta y se mete en la ducha mientras yo me quedo sentada en la cama.
La mujer que está a mi lado no se puede resistir y comienza a tocarme. El
mexicano sonríe, se acerca a mí y me enseña la cadenita de los pezones. Sin
necesidad de que me lo pida, acerco mis pechos a él y los pellizca con las
pinzas. Luego, tira de las cadenas y murmura:
—Diosa...,
hazme disfrutar.
PETER
regresa con nosotros y se sienta en una butaca. Sé que quiere observar. Lo sé.
La mujer que está a mi lado me susurra que quiere de nuevo mi vagina. Accedo.
Abro mis piernas tumbada en la cama y guío su cabeza hasta ella. Con exigencia,
la agarro por el pelo mientras me chupa, y soy yo la que en ese momento marca
la intensidad. Ella coge la cadena que hay entre mis pechos y cada vez que con
sus labios tira de mi clítoris tira de la cadena, y yo grito.
Somos
el espectáculo caliente y morboso de cuatro hombres. Me gusta serlo. Ellos nos
miran, y observo que Jefrey y el otro se ponen preservativos. Dexter respira
con irregularidad, y PETER me come con la mirada. Los hombres disfrutan de lo
que ven entre nosotras, y yo disfruto de ser mirada.
Cuando
el orgasmo me hace convulsionar, la mujer vuelve a chuparme con avidez. Desea
mi esencia. Yo dejo que tome toda la que quiera. Venero cómo me chupa. PETER la
llama, la aleja de mí y le pide que se siente a horcajadas sobre él.
Como
un dios, todopoderoso mi dueño me mira. Yo lo miro y lo oigo decir:
—Quiero
ver cómo te follan.
Miro
a los dos hombres que me observan. Ambos se suben a la cama y comienzan a
tocarme mientras PETER se deja hacer por la mujer.
Dexter
se acerca a mí, me agarra de la cadenita y, tirando de ella hasta estirarme los
pezones al máximo, sisea, quitándomela:
—...
déjame ponerte el trasero rojo.
Me
doy la vuelta, le ofrezco mi culo y, tras besarlo, me da seis azotes. Tres en
cada lado. Después, acerca su cara a las cachas de mi trasero y, al sentir su
calor, murmura:
—Ahora
sí, diosa..., ahora ya estás preparada.
Jefrey
me tumba en la cama. Se pone sobre mí y me chupa mis doloridos pezones. Por
extraño que parezca a pesar de estar doloridos el hormigueo que siento ante los
lametazos me hace disfrutar. La demanda de Jefrey en sus movimientos es
excitante, y cuando él lo considera oportuno, me pone sobre él. Yo me dejo.
—Ofrécele
tus pechos —pide PETER.
Me
agacho sobre Jefrey y mis pechos van a su boca. Los chupa, los lame y los
endurece, mientras el otro hombre me toca la cintura y me muerde con mimo las
costillas. Así estamos unos minutos, hasta que Jefrey, ante la atenta mirada de
mi amor, me penetra. A su antojo me zarandea y yo jadeo. Agarrado a mi cintura
me desplaza de adelante atrás, y su pene entra sin piedad en mí. Disfruto. Me
sofoco, y PETER no me quita ojo.
De
pronto, siento que el otro hombre me da un azote, me abre las nalgas y me llena
de lubricante. Con firmeza, mete un dedo en mi ano y lo comienza a mover mientras
Jefrey me penetra sin parar. Yo jadeo. PETER se levanta. Se sube a la cama y,
acercándose a mí, murmura:
—¿Estás
preparada, cariño?
Ardorosa,
asiento, y entonces aquel desconocido pone su erección en el agujero de mi ano
y comienza a entrar en mí hasta que me empala completamente. Yo resoplo al
sentirme totalmente follada ante los ojos de mi amor. Mi ano está dilatado. No
hay dolor. Sólo placer. Una y otra vez aquellos hombres entran y salen de mí, y
yo disfruto. Diana se tumba en la cama, coge la enorme erección de PETER y se
la mete en la boca. Lo chupa. Lo disfruta.
—Así,
cariño..., así..., arquéate... —murmura PETER extasiado por lo que ve, hasta
que da un grito varonil y se corre en la boca de aquella mujer.
Esos
desconocidos continúan hundiéndose en mí y mi cuerpo los acepta. Dexter
pide
a Jefrey que me muerda los pezones y, al que está detrás, que me azote. Lo
hacen al mismo tiempo que me follan. Una vez..., y otra..., y otra más, hasta
que me corro y ellos también.
Tras
eso, PETER me besa. Hace salir de mí a
los
hombres, me coge de la cintura y
me
lleva entre sus brazos hasta la ducha. El agua cae sobre nuestros cuerpos y no
hablamos. Mi vagina y mi ano aún tiemblan. Todo ha sido tan morboso y excitante
que apenas puedo pronunciar palabra. Mi Iceman pasa su mano por mi cara y
murmura:
—¿Todo
bien, cariño?
Asiento
y sonrío. Ha sido alucinante.
Nuestras
bocas se encuentran. Se devoran, y PETER, embravecido me vuelve a penetrar. Se
ha recuperado y su erección me necesita. Me coge entre sus brazos y, bajo el
chorro de la ducha, me hace suya. Aprisionada contra la pared, mi amor se hunde
en mí, una y otra vez, mientras mis piernas se enredan en su cintura deseosa de
más y más. Nos decimos al oído palabras calientes, y acrecentamos nuestro
deseo. Palabras salvajes, mirándonos a los ojos para enloquecernos más. Y
cuando nuestro orgasmo nos hace gritar, nos quedamos apoyados en la pared, y
PETER murmura en mi oído:
—Me
vas a matar, pequeña...
Yo
sonrío. Me muevo, y PETER me posa en el suelo. El agua sigue cayendo sobre
nuestros cuerpos. Nos miramos y sonreímos. Cuando salimos de la ducha me fijo
en las otras personas que están en la habitación, y al ver que es ahora la
mujer la que está en la cama con los otros dos y Dexter la toca enloquecido,
pregunto:
—¿Esto
es siempre así?
PETER
asiente, y acercándome a su cuerpo, murmura:
—Siempre.
Uno encuentra lo que desea. Son fantasías. Recuérdalo.
Diez
minutos después, PETER y yo, vestidos, regresamos a la segunda sala donde hemos
estado. Me besa, disfruta de mí y yo disfruto de él. Somos felices. Estamos
compenetrados ¿Qué más puedo pedir?
Tras
beber un par de cubatas mi vejiga está que explota. Le indico que tengo que ir
al baño. Me dice dónde está y me encamino a él. Al entrar hay dos mujeres
besándose, me miran, las miro y sonrío. Entro en una de las cabinas y suspiro
gustosa mientras hago pis. Oigo entrar más gente al baño. Risas. Unas mujeres
cuchichean y escucho:
—¡Oh,
sí! El viernes que viene tengo una cena con Raimon Grüher y sus padres. Por
fin, he conseguido mi objetivo. Me va a pedir que me case con él.
Chilliditos
de satisfacción. Me río. Y otra voz dice:
—¿Dónde
has quedado con ellos?
—A
las siete en la Trattoria de Vicenzo. Un sitio ideal, ¿verdad?
—Maravilloso.
—Y
exclusivo.
—Y
carísimo.
Risas
de nuevo.
—Pero,
oye, creía que Raimon no era tu tipo. A ti te gustan más jovencitos.
—Y
no lo es, querida, pero su dinero sí. —Ambas ríen, y yo resoplo. ¡Menuda
lagarta!—. No es un hombre que me vuelva loca en la cama. A su edad, ¿qué
esperas? Pero eso ya lo he solucionado con su primo Alfred y mis propios
amigos. Al fin y al cabo, todo queda en familia, ¿no crees?
—¡Oh,
PAULA! Eres terrible.
¡¿PAULA?!
¿Ha
dicho PAULA?
El
corazón me comienza a palpitar cuando oigo:
—Mira
quién va a hablar. Ni que tú fueras una santa cuando te lo pasas de vicio en
este local sin tu marido. Si Stephen se enterara te iba a dar lo tuyo.
La
risa me confirma que es ella. ¡PAULA! Su risa de cerdo pachón es indiscutible.
Me bajo el vestido, ya que bragas no llevo, pues PETER me las ha roto, y abro
la puerta del baño. Ellas me miran y observo que PAULA no se sorprende al verme
en el local. Por su gesto, intuyo que ya sabía que yo estaba allí. Y antes de
que yo pueda hacer nada, me da un empujón que me lanza contra la pared. Pero yo
soy rápida, la agarro del vestido y tiro de ella. Cae de bruces contra el
suelo. Su amiga comienza a chillar y sale en busca de auxilio. Las dos mujeres
que se besaban salen corriendo. Nos dejan solas.
Al
caer a mi lado miro su mano. Veo un anillo en forma de margarita y, furiosa,
grito:
—Le
has tocado, maldita cerda. ¿Has tocado a PETER?
Sonríe
con malicia.
—Me
ha parecido que os gustaba a los dos cuando lo he hecho, ¿no?
Su
afirmación me deja sin palabras. ¡La mato! Le propino un bofetón y después otro
ante la cara de horror de una mujer que entra en ese momento en el aseo. PAULA
se levanta del suelo, y yo la sigo. Ella es más alta que yo, pero yo soy mucho
más ágil y rápida que ella, y cuando va a escapar, la tiro contra la pared y,
aprisionándola contra ella, siseo:
—¿Cómo
te atreves a tocarlo? —grito.
Ella
no responde. Sólo ríe, y acalorada siseo:
—Te
dije que no te quería ver cerca de PETER.
—Lo
que tú me digas me importa bien poco.
¡Oh,
Dios, le arranco las extensiones! Y mirándola, clamo muy enfadada:
—Te
dije que si me buscabas, me encontrarías, ¡zorra!
PAULA
grita. Se asusta cuando le retuerzo el brazo y, de pronto, PETER me agarra y,
separándome de ella, pregunta:
—¡Por
el amor de Dios, LALI!, ¿qué estás haciendo?
PAULA,
con el semblante arrugado y con una recriminadora mirada, chilla.
—Tu
novia es una asesina.
—¡Serás
zorra...! —grito, descompuesta.
—Me
ha visto y me ha atacado.
—Eres
una sinvergüenza. Tú me has atacado primero a mí.
—Mentirosa.
—Y mirando a PETER, murmura—: Cariño, no la creas. Yo estaba en el baño, y ella
llegó y...
—¡Cállate,
PAULA! —sisea PETER, enfurecido.
—¡¿Cariño?!
¿Le has dicho «cariño»? —grito, deshaciéndome de los brazos de PETER—. No le
llames «cariño», ¡perra!
PETER
me vuelve a sujetar. Soy una fiera. Me mira y dice:
—No
entres en su juego, cielo. Mírame, LALI. Mírame.
Pero
yo, dispuesta a sacarle los ojos a esa que me mira con diversión, grito:
—¿Cómo
has podido tocarnos? ¿Cómo has podido acercarte a él? ¿A nosotros?
—Éste
es un local público, bonita. No es un lugar exclusivo para PETER y para ti.
—PAULA,
¡basta! —grita PETER sin entender a lo que nos referimos.
La
mato. ¡Yo la mato!
PETER,
furioso, intenta tranquilizarme. No le presta atención a PAULA, no le interesa;
sólo
me la presta a mí, hasta que ella grita:
—Ya
es la segunda vez que me ataca en Múnich. ¿Qué le pasa a tu novia? ¿Es un
animal?
Eso
llama la atención de PETER y me pregunta:
—¿La
segunda vez?
No
respondo. Resoplo, y ella insiste:
—Sí.
En la tienda de Anita. Estaba tu hermana Marta, y ella también me atacó. Entre las
dos me acosaron y pegaron, y...
—¿Tú
hiciste eso? —pregunta PETER, airado.
Avergonzada
por reconocerlo y, en especial por cómo me mira, respondo:
—Sí.
Se la debía. Por su culpa tú y yo rompimos, y...
PETER
me suelta y se lleva las manos a la cabeza.
—¡Por
el amor de Dios, MARIANA!, somos adultos ¿Cómo se te ocurre hacer algo así?
Asombrada
por cómo él se lo está tomando, lo miro y siseo:
—El
que me la juega me la paga. Y esta zorra me la jugó.
EUGE,
alertada, entra en el baño. Al ver a PAULA no lo piensa. Se acerca a ella y le
da un bofetón.
—¡Zorra!,
¿qué haces aquí? —grita.
PAULA
mira a su alrededor. Nadie la ayuda. Todos conocen su historia con PETER y nos
amenaza a gritos, mirándonos:
—Voy
a llamar a la policía y os voy a denunciar a las dos.
—Llámala
—gritamos al unísono EUGE y yo.
Esa
imbécil saca su móvil de última generación y, tras intentarlo, chilla con
frustración:
—¿Por
qué aquí no hay cobertura?
EUGE
y yo reímos, e indico con chulería:
—Sal
del local. Seguro que fuera tienes. Vamos..., llama a la policía. Será genial
que tus futuros suegros y maridito se enteren de que estabas aquí.
NICO
llega, sujeta a su mujer y la reprende al verla chillar. EUGE protesta y sale
del baño, enfadada. No soporta a PAULA. PABLO, que hasta el momento había
permanecido en un lateral de la puerta, al ver a su amigo tan enfadado,
murmura:
—Esto
se acabó. Vamos, regresemos al local.
PETER,
sin decirme nada, sale del baño. PAULA sonríe. Y yo, incapaz de sujetar mi
instinto, le doy un empujón que la empotra contra los lavabos.
—Te
juro por mi padre que esto no se va a quedar aquí.
Una
vez que salgo del baño muy enfadada, PABLO me agarra del brazo, me hace mirarlo
y murmura:
—Así
no se arreglan las cosas, preciosa.
—¿De
qué hablas? ¡Yo no quiero arreglar nada con esa zorra!
Y
tras contarle lo que me había hecho en Madrid y la ruptura que había originado
entre PETER y yo, dice:
—No
me extraña que le pase lo que le pasa. Es más, estoy por entrar y darle yo
también otra bofetada.
Eso
me hace reír. PABLO, al ver mi gesto, sonríe y me abraza. En ese momento, PETER
llega hasta nosotros y, con furia en su mirada, sisea:
—Me
voy a casa. ¿Te vienes conmigo, o te quedas con PABLO para que continuéis
jugando?
Sorprendidos
lo miramos, y digo:
—Serás
gilipollas.
—LALI...
—sisea PETER.
—Ni
LALI ni leches. ¿Qué estás queriendo insinuar con lo que has dicho?
PETER
no responde. PABLO, divirtiéndose, me empuja hacia PETER y añade.
—Vamos,
tortolitos, ¡terminad la discusión en la cama de vuestra casa!
En
el coche no nos hablamos.
Ambos
estamos enfadados y no entiendo por qué él tiene ese enfado. Al fin y al cabo,
PAULA se lo merecía. Y encima ha tenido la poca vergüenza de tocarlo. De
tocarnos. De acercarse a nosotros. ¡Maldita mujer!
En
el camino, nuestros móviles pitan. Hemos recibido varios mensajes. Ninguno de
los dos los mira. No estamos de humor. Seguro que son EUGE y PABLO para ver
cómo estamos. Cuando llegamos a casa y metemos el coche en el garaje, doy tal
portazo que PETER me mira, y yo, deseosa de montar gresca, grito:
—¿Qué
pasa?
PETER
se acerca a grandes zancadas a mí.
—Podrías
no ser tan bruta y cerrar con cuidado.
—No.
Levanta
una ceja sorprendido y repite:
—¡¿No?!
—Exacto.
¡No, no quiero tener cuidado! Y no quiero tenerlo porque estoy muy enfadada
contigo. Primero, por gritarme delante de la subnormal esa de PAULA, y segundo
por la idiotez que has dicho en referencia a PABLO.
PETER
cierra los ojos.
—¿Por
qué no me contaste lo de PAULA?
—Porque
no lo vi necesario. Es algo entre ella y yo.
—¿Entre
tú y ella?
—Exacto.
Y antes de que añadas nada más, déjame decirte que mi padre me enseñó a...
—¿Ya
estamos con tu padre? ¿Quieres dejar a tu padre al margen de todo esto?
Indignada
por su furia, grito:
—Pero
bueno..., ¿y por qué no voy a poder hablar de mi padre cuando me dé la gana?
—Porque
estamos hablando de PAULA, no de tu padre.
—Eres
un imbécil, ¿lo sabías?
PETER
no contesta. Y cuando no puedo retener lo que pienso, lo dejo ir:
—Iba
a decir que mi padre me enseñó a no dejarme avasallar por las malas personas.
Esa imbécil, por no decir algo peor, me la jugó. Fue una arpía y buscó
complicarme la vida. ¿Qué pretendes?, ¿que cuando la vea la felicite? Mira,
no..., eso no te lo crees tú ni ¡jarto de Moët del rosa!
Sin
mirarme, se toca la frente.
—No
pretendo que la aplaudas. Sólo pretendo que no tengas nada que ver con ella.
Aléjate de PAULA, y podremos vivir en paz.
—¿Y
qué me dices de esta noche? Esa..., esa... zorra ha tenido la poca vergüenza de
acercarse a nosotros en el cuarto oscuro. Te ha tocado. Ha pasado sus sucias
manos por tu cuerpo, y yo la he incitado sin darme cuenta de que era ella. Te
ha tocado delante de mí. Me ha vuelto a provocar. De nuevo ella ha jugado
sucio. ¿Crees que debo perdonárselo otra
vez?
PETER
no contesta. Lo que acaba de escuchar lo sorprende.
—Ella
ha sido la mujer que...
—Sí,
ella. Esa asquerosa. ¡Ella ha sido la del cuarto oscuro! —grito, desesperada.
Lo
oigo maldecir. Camina hacia un lado; después, hacia otro, y al final, murmura:
—Es
tarde. Vámonos a la cama.
—Y
una mierda. Estamos hablando. Me da igual la hora que sea. Tú y yo estamos
teniendo una conversación de adultos, y no voy a dejar que la cortes porque tú
no quieras seguir hablando del tema. Te acabo de decir que esa zorra ha vuelto
a engañarnos. Ha jugado sucio.
Nervioso,
se mueve por el garaje. Blasfema.
De
pronto, se fija en algo. Veo mi casco amarillo de la moto. ¡Oh, no! Cierro los
ojos y maldigo. ¡Dios, ahora no! PETER camina hacia su objetivo y grita cuando
quita el plástico azul.
—¿Qué
hace esta moto aquí?
Resoplo.
La noche va de mal en peor. Me acerco hasta él y respondo:
—Es
mi moto.
Incrédulo,
me mira, mira la moto y sisea:
—Es
la moto de Hannah. ¿Qué hace aquí?
—Me
la ha regalado tu madre. Ella sabe que hago motocross y...
—¡Esto
es increíble! ¡Increíble!
Consciente
de lo que piensa, suavizo mi tono de voz.
—Escucha,
PETER. A Hannah le gustaba el mismo deporte que a mí, y yo aquí no tengo mi
moto, y...
—Tú
no necesitas esa moto porque aquí no vas a hacer motocross. ¡Te lo prohíbo!
Eso
me subleva. Me pica el cuello.
¿Quién
es él para prohibirme nada? Y dispuesta a presentar batalla, contesto:
—Te
equivocas, chato. Voy a seguir haciendo motocross. Aquí, allí y donde me dé la
real gana. Y para que lo sepas: he ido alguna mañana con tu primo Jurgen y sus
amigos a correr. ¿Me ha pasado algo? Nooooooooooooo..., pero tú, como siempre,
tan dramático.
Sus
ojos echan fuego. No lo estoy haciendo bien. Sé que estoy metiendo la pata
hasta el fondo, pero ya nada puedo hacer. ¡Soy una bocazas! PETER me mira.
Asiente con la cabeza. Se muerde el labio.
—¿Has
estado ocultándomelo?
—Sí.
—¿Por
qué? Creo que lo primero que nos pedimos cuando retomamos nuestra relación fue
sinceridad, ¿no, LALI?
No
respondo. No puedo. Tiene razón. Soy lo peor. Me pica el cuello. ¡Los
ronchones! De pronto, la puerta del garaje se abre y aparecen Sonia y Marta.
Nos miran, y Sonia dice:
—Vosotros,
¿para qué tenéis los móviles?
Me
sorprendo al verlas aquí. ¿Qué hora es? Pero PETER grita:
—¡Mamá,
¿cómo has podido darle la moto a LALI?!
La
mujer me mira. Yo suspiro.
—Hijo,
vamos a ver, relájate. Esa moto en casa no hacía nada, y cuando LALI me dijo
que ella hacía motocross como Hannah, lo pensé y decidí regalársela.
PETER
resopla y grita otra vez:
—¡¿Cómo
tengo que deciros que no os metáis en mi vida?! ¡¿Cómo?!
—Perdona,
PETER... ¡Es mi vida! —aclaro ofendida.
Marta,
al ver el genio de su hermano, lo mira y grita, señalándole:
—Punto
uno: a mamá no le grites así. Punto dos: LALI es mayorcita para saber lo que
puede o no puede hacer. Punto tres: que tú quieras vivir en una burbuja de
cristal no quiere decir que los demás lo tengamos que hacer.
—¡Cállate,
Marta! ¡Cállate! —sisea PETER.
Pero
su hermana se acerca a él, y añade:
—No
me voy a callar. Os hemos estado escuchando desde el interior de la casa. Y te
tengo que decir que es normal que LALI no te contara ni lo de la moto ni otras
cosas. ¿Cómo te lo iba a contar? Contigo no se puede hablar. Eres don Ordeno y
Mando. Hay que hacer lo que a ti te gusta, o montas la de Dios. —Y mirándome,
dice—: ¿Le has contado lo mío y lo de mamá?
Niego
con la cabeza, y Sonia, llevándose las manos a la boca, susurra:
—Hija,
por Dios..., cállate.
PETER,
sin dar crédito, nos mira. Su gesto cada vez es más oscuro. Finalmente, se
quita el abrigo. Tiene calor. Lo deja sobre el capó del coche, se pone las manos
en la cintura y, mirándome intimidatoriamente, pregunta:
—¡¿Qué
es eso de si me has contado lo de mi madre y mi hermana?! ¡¿Qué más secretos me
ocultas?!
—Hijo,
no grites así a LALI. Pobrecilla.
No
puedo hablar. Tengo la lengua pegada al paladar, y Marta, ni corta ni perezosa,
dice:
—Para
que lo sepas, mamá y yo llevamos meses recibiendo un curso de paracaidismo.
¡Ea!, ya te lo he dicho. Ahora enfádate y grita; eso se te da de lujo,
hermanito.
La
cara de PETER es todo un poema.
—¡¿Paracaidismo?!
¿Os habéis vuelto locas?
Las
dos niegan con la cabeza y, de pronto, Simona, con gesto descompuesto, entra en
el garaje.
—Señor,
Flyn está llorando. Quiere que suba usted.
PETER
mira a la mujer y dice:
—¿Qué
hace Flyn despierto a estas horas? —Da un paso, pero se para en seco. Mira a su
hermana y a su madre, y pregunta—: ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estáis aquí
vosotras a estas horas?
No
les da tiempo a contestar. Sale escopeteado hacia la habitación de Flyn. Sonia
va tras él. Marta me mira y, asustada, pregunto:
—¿Qué
pasa?
Marta
suspira y me mira.
—Cielo,
siento decirte que mi sobrino se ha caído con el skate y se ha roto un
brazo.
Cuando
escucho eso las piernas se me doblan. No. ¡No puede ser verdad!
—¿Cómo?
—Os
hemos llamado por teléfono mil veces, pero no lo cogíais.
Blanca
como la pared, miro a Marta.
—No
había cobertura donde estábamos. ¿Está bien?
—Sí,
aunque no hace más que repetir que PETER se va a enfadar contigo.
Mientras
entramos en el interior de la casa, mi corazón bombea con fuerza. PETER no
me
perdonará nada de todo esto. Todos los secretos que me martirizaban han salido
a la luz al mismo tiempo. Eso le enfadará mucho. Lo sé. Lo conozco.
Cuando
entro en la habitación de Flyn, el pequeño está escayolado. Me mira, y cuando
me voy a acercar a él, PETER se pone delante y sisea:
—¿Cómo
has podido desobedecerme? Te dije que no al skate.
Tiemblo.
Tiemblo descontroladamente y con un hilo de voz susurro:
—Lo
siento, PETER.
Con
el gesto totalmente desencajado, me mira con desprecio.
—No
lo dudes, LALI. Por supuesto que lo vas a sentir.
Cierro
los ojos.
Sabía
que esto sucedería algún día, pero jamás pensé que PETER reaccionaría tan a la
tremenda. Estoy tan desorientada que no sé qué decir. Sólo veo su fría mirada.
Echándome a un lado, me acerco al niño y le beso en la frente.
—¿Estás
bien?
El
crío asiente.
—Perdóname,
LALI. Me aburría, cogí el skate y me caí.
Con
cariño, sonrío y murmuro:
—Lo
siento, cielo.
El
pequeño asiente con tristeza. PETER me coge del brazo, me saca de la habitación
junto a su madre y a su hermana, y dice con furia:
—Idos
a dormir. Ya hablaré con vosotras. Yo me quedo con Flyn.
Esa
noche, cuando entro en nuestra habitación, no sé qué hacer. Me siento en la
cama y me desespero. Quiero estar con PETER y con Flyn. Quiero acompañarlos,
pero PETER no me lo permite.
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