Tras salir de la oficina llego a casa como si me hubieran metido un petardo en el culo. Miro las cajas embaladas y se me parte el corazón. Todo se ha ido a la mierda. Mi viaje a Alemania está anulado y mi vida, de momento, también. Meto cuatro cosas en una mochila y desaparezco antes de que PETER me encuentre. Mi teléfono suena, y suena, y suena. Es él, pero me niego a cogerlo. No quiero hablar con PETER.
Dispuesta a desaparecer de mi casa, me voy a una cafetería y llamo a mi hermana. Necesito hablar con ella. Le hago prometer que no le dirá a nadie dónde estoy y quedo con ella.
Mi hermana acude a mi llamada y, tras abrazarme como sabe que necesito, me escucha. Le cuento parte de la historia, sólo parte o sé que la dejaría sin palabras. Omito el tema del sexo y tal, pero CANDE es ¡CANDE!, y cuando las cosas no le cuadran comienza con eso de «¡Estás loca!», «¡Te falta un tornillo!», «¡PETER es un buen partido!» o «¿Cómo has podido hacer eso?». Al final me despido de ella y a pesar de su insistencia no le revelo adónde voy. La conozco y se lo dirá a PETER en cuanto la llame.
Cuando consigo despegarme de mi hermana, llamo a mi padre. Después de tener una breve conversación con él y hacerle entender que en unos días iré a Jerez y le explicaré todo lo que me pasa, me monto en el coche y me voy a Valencia. Allí me alojo en un hostal y durante tres días paseo por la playa, duermo y lloro. No tengo nada mejor que hacer. No le cojo el teléfono a PETER. No..., no quiero.
Al cuarto día me subo al coche y algo más relajada me voy a Jerez, donde papá me recibe con los brazos abiertos y me da todo su cariño y amor. Le cuento que mi relación con PETER se ha acabado para siempre, y él no me quiere creer. PETER le ha llamado varias veces preocupado y, según mi padre, ese hombre me ama demasiado como para dejarme escapar. Pobrecillo. Mi padre es un romántico empedernido.
Al día siguiente, cuando me levanto, PETER ya está en casa de mi padre.
Papá lo ha llamado.
Cuando me ve, intenta hablar conmigo, pero me niego. Me pongo hecha una furia; grito, grito y grito, y le reprocho todo lo que tengo en mi interior antes de darle con la puerta en las narices y encerrarme en mi habitación. Al final, oigo que mi padre le pide que se marche, y de momento me deja respirar. Sabe que ahora soy incapaz de razonar y que en lugar de solucionar las cosas lo que voy es a liarlas más.
PETER se acerca a la puerta de la habitación donde me he encerrado y con voz cargada de tensión e ira me indica que se va. Pero que se va a Alemania. Tiene que resolver ciertos asuntos allí. Insiste una vez más en que salga, pero al ver mi negativa finalmente se marcha.
Pasan dos días y mi angustia es persistente.
Olvidar a PETER me es imposible, y más cuando él me llama continuamente. No le contesto. Pero, como soy una masoquista pura y dura, escucho nuestras canciones una y otra vez para martirizarme y regodearme en mi pena, penita..., pena. Lo positivo de todo este asunto es que sé que está muy lejos y, además, que tengo mi moto para desfogarme, embarrándome y saltando por los campos de Jerez.
Transcurridos unos días me llama Miguel, mi ex compañero en Müller, y me deja a cuadros. PETER ha despedido a mi ex jefa. Incrédula, escucho cómo Miguel me cuenta que PETER tuvo una tremenda discusión con ella cuando la pilló en la cafetería mofándose de mí. Resultado: al paro. ¡Toma ya! Por perra.
Lo siento, no debería alegrarme de ello, pero la malvada que existe en mi interior se regodea con que esa mala víbora por fin haya recibido su merecido. Como dice muy sabiamente mi padre, «el tiempo pone a cada uno en su lugar», y a ésa el tiempo la ha puesto donde se merece, en la puñetera calle.
Esa tarde aparece mi hermana con AGUSTIN y Luz, y nos sorprenden con la noticia de que van a ser padres de nuevo. ¡Embarazo a la vista! Mi padre y yo nos miramos con complicidad y sonreímos. Mi hermana está feliz, mi cuñado también y a mi sobrina Luz se la ve ilusionada. ¡Va a tener un hermanito!
Al día siguiente, se presenta en casa BENJAMIN. Al vernos nos damos un largo y significativo abrazo. Por primera vez desde que nos conocemos no nos hemos comunicado en meses, y eso nos da a entender a los dos que lo nuestro, aquello que nunca existió, por fin se ha acabado.
No me pregunta por PETER.
No hace la más mínima mención de él, pero intuyo que imagina que lo nuestro o se ha terminado, o pasa algo. Por la tarde, mientras mi hermana, BENJAMIN y yo tomamos un tentempié en el bar de la Pachuca, le pregunto:
—BENJAMIN, si yo te pidiera un favor, ¿me lo harías?
—Depende del favor.
Ambos sonreímos, y le aclaro, dispuesta a conseguir mi propósito:
—Necesito la dirección de dos mujeres.
—¿Qué mujeres?
Doy un trago a mi coca-cola y respondo:
—Una se llama Marisa de la Rosa y vive en Huelva. Está casada con un tipo llamado Mario Rodríguez, que es cirujano plástico; sé poco más. Y la otra se llama PAULA y fue novia durante un par de años de PETER LANZANI.
—LALI —protesta mi hermana—, ¡ni hablar!
—Cállate, CANDE.
Pero mi hermana comienza su perorata y ya no hay quien la calle. Tras discutir con ella, vuelvo a mirar a BENJAMIN, que no ha abierto la boca.
—¿Puedes conseguirme lo que te he pedido, o no?
—¿Para qué lo quieres? —me contesta.
No estoy dispuesta a contarle lo que ha ocurrido.
—BENJAMIN, no es para nada malo —puntualizo—, pero si pudieras ayudarme, te lo agradecería.
Durante unos segundos me mira con solemnidad mientras CANDE, a mi lado, sigue despotricando. Al final asiente, se levanta, se aleja y veo que habla por el móvil. Esto me inquieta. Diez minutos después, se acerca a mí con un papel y dice:
—Sobre PAULA sólo te puedo decir que está en Alemania pero no cuenta con una
residencia fija, y la dirección de la otra aquí la tienes. Por cierto, tus amigas se mueven en un ambiente de altos vuelos y comparten los mismos juegos que PETER LANZANI.
—¿De qué juegos habláis? —pregunta CANDE.
BENJAMIN y yo nos miramos. ¡Se traga los dientes como diga algo más!
Nos entendemos bien y le indico que no se le ocurra contestar a mi hermana, o se las verá conmigo, y él me hace caso. Es un excelente amigo. Finalmente, BENJAMIN se resigna y señala:
—Ni una tontería con ellas, ¿de acuerdo, LALI?
Mi hermana niega con la cabeza mientras resopla. Yo, emocionada, cojo el papel y le doy un beso en la mejilla.
—Gracias. Muchas..., muchas gracias.
Esa noche, cuando estoy a solas en mi habitación, me siento furiosa. Saber que al día siguiente, con un poco de suerte, me voy a echar a la cara a Marisa me pone cardíaca. Esa mala bruja se va a enterar de quién soy yo.
Por la mañana me despierto a las siete. Llueve.
Mi hermana ya está levantada y, en cuanto ve que me preparo para ir de viaje, se pega a mí como una lapa y comienza su incesante chorreo de preguntas.
Intento esquivarla.
Voy a Huelva a hacerle una visitilla a Marisa de la Rosa. Pero CANDE ¡es mucha CANDE! Y al final, al ver que no me la puedo quitar de encima, accedo a que me acompañe. Aunque durante el trayecto me arrepiento y siento unos deseos asesinos de tirarla a la cuneta. Es tan cansina y repetitiva que saca de sus casillas a cualquiera.
Ella no sabe lo que nos ha ocurrido realmente a PETER y a mí, y no para de desvariar con sus suposiciones. Si supiera la verdad se quedaría de pasta de boniato. Una mentalidad como la de mi hermana no entendería mis juegos con PETER. Pensaría que somos unos depravados, entre otras muchas cosas aún peores.
El día en que pasó todo, cuando quedé con ella, le deformé la realidad. Le conté que esas mujeres habían metido cizaña en nuestra relación y que por eso habíamos discutido y habíamos roto PETER y yo. No pude decirle otra cosa.
Cuando entro en Huelva, extrañamente no estoy nerviosa.
Para nervios los de mi hermanísima.
Al llegar a la calle que pone en el papel aparco mi coche. Observo la urbanización y veo que Marisa vive muy..., muy bien. La urbanización es de lujo.
—Todavía no sé qué hacemos en este lugar, cuchu —protesta mi hermana, bajándose del coche.
—Quédate aquí, CANDE.
Pero, omitiendo mi exigencia, cierra la puerta con decisión y contesta:
—Ni lo pienses, mona. Donde vayas tú, allí que voy yo.
Resoplo y gruño.
—Pero vamos a ver, ¿es que acaso necesito un guardaespaldas?
Se pone a mi lado.
—Sí. No me fío de ti. Eres muy mal hablada y a veces te pones muy bruta.
—¡Joder!
—¿Lo ves? Ya has dicho «¡joder!» —repite ella.
Sin responder comienzo a andar hacia el bonito portal que indica el papel. Llamo al portero automático, y cuando una voz de mujer contesta, digo sin dilación:
—Cartero.
La puerta se abre, y mi hermana, ojiplática, me mira.
—¡Aisss, LALI!, creo que vas a hacer una tontería. Tranquila, por favor, cariño; tranquila, que te conozco, ¿entendido?
Me río. La miro y murmuro mientras esperamos el ascensor:
—La tontería la hizo ella cuando me subestimó.
—¡Aisss, cuchuuuu...!
—Vamos a ver —siseo, malhumorada—, a partir de este momento, te quiero calladita. Éste es un asunto entre esa mujer y yo, ¿vale?
El ascensor llega. Nos montamos y oprimo el botón de la quinta planta. Cuando el ascensor para, busco la puerta D y llamo. Instantes después, la puerta la abre una desconocida vestida con uniforme de servicio.
—¿Qué desea? —pregunta la joven.
—¡Hola, buenos días! —respondo con la mejor de mis sonrisas—. Quisiera ver a la señora Marisa de la Rosa. ¿Está en casa?
—¿De parte?
—Dígale que soy Vanesa Arjona, de Cádiz.
La joven desaparece.
—¿Vanesa Arjona? —cuchichea mi hermana—. ¿Qué es eso de Vanesa?
Rápidamente, con un gesto seco, le ordeno callar.
Dos segundos más tarde aparece ante nosotras Marisa, monísima con un conjunto en color blanco roto. Al verme, su cara lo dice todo. ¡Se asusta! Y antes de que ella pueda hacer o decir nada, sujeto con fuerza la puerta para que no la cierre mientras suelto:
—¡Hola, pedazo de zorra!
—¡Cuchuuuuuuuuuuu! —protesta mi hermana.
A Marisa le tiembla todo. Miro a mi hermana para que guarde silencio.
—Sólo quiero que sepas que sé dónde vives —siseo—. ¿Qué te parece? —Marisa está blanca, pero continúo—: Tu juego sucio me ha hecho enfadar y, créeme, si me lo propongo, puedo ser más mala y dañina que tú o tus amigas.
—Yo..., yo no sabía que...
—¡Cierra el pico, Marisa! —gruño entre dientes. Ella calla, y yo prosigo—: Me da igual lo que me digas. Eres una mala bruja porque me utilizaste con un fin nada bueno. Y en cuanto a tu amiguita PAU, como estoy segura de que seguís en contacto, dile que el día en que me la cruce se va a enterar de quién soy yo.
Marisa tiembla. Mira hacia el interior de la casa y sé que teme lo que pueda decir.
—Por favor —suplica—, están mis suegros y...
—¿Tus suegros? —la interrumpo, y aplaudo—. ¡Genial! Preséntamelos. Estaré encantada de conocerlos y contarles cuatro cositas de su angelical nuera.
Descontrolada, Marisa niega con la cabeza. Tiene miedo. Siento pena por ella. Aunque es una mala bruja, yo no lo soy. Al final decido dar por terminada mi visita.
—Si me vuelves a subestimar, tu bonita y relajada vida con tus suegros y tu famoso maridito se va a acabar —concluyo—, porque yo misma me voy a encargar de que así sea, ¿entendido?
Pálida como la cera, asiente. No me esperaba aquí y menos con ese talante. Cuando ya he dicho todo lo que tenía que decir y me voy a dar la vuelta para marcharme, escucho que mi hermana pregunta:
—¿Ésta es la guarrilla que venías buscando?
Hago un gesto afirmativo, y sorprendiéndome como siempre hace CANDE, la oigo
decir:
—Si te vuelves a acercar a mi hermana o a su novio, te juro por la gloria bendita de mi madre que está mirándonos desde el cielo que la que regresa aquí soy yo con el cuchillo jamonero de mi padre y te saco los ojos, ¡pedazo de zorra!
Marisa, tras el chorreo de palabras de mi querida CANDE, cierra la puerta en nuestras narices. Aún boquiabierta, miro a mi hermana y murmuro en tono alegre mientras caminamos hacia el ascensor:
—Menos mal que la bruta y mal hablada de la familia soy yo. —Y al verla reír, añado—: ¿No te había dicho que te quería calladita?
—Mira, cuchufleta, cuando se meten con mi familia o le hacen daño, saco la choni poligonera que hay en mí y, como dice la Esteban, MA-TO.
Entre risas, volvemos al coche y regresamos a Jerez.
Cuando llegamos, mi padre y mi cuñado nos preguntan por nuestro viaje. Las dos nos miramos y reímos. No decimos nada. Este viaje ha sido algo entre CANDE y yo.
Dispuesta a desaparecer de mi casa, me voy a una cafetería y llamo a mi hermana. Necesito hablar con ella. Le hago prometer que no le dirá a nadie dónde estoy y quedo con ella.
Mi hermana acude a mi llamada y, tras abrazarme como sabe que necesito, me escucha. Le cuento parte de la historia, sólo parte o sé que la dejaría sin palabras. Omito el tema del sexo y tal, pero CANDE es ¡CANDE!, y cuando las cosas no le cuadran comienza con eso de «¡Estás loca!», «¡Te falta un tornillo!», «¡PETER es un buen partido!» o «¿Cómo has podido hacer eso?». Al final me despido de ella y a pesar de su insistencia no le revelo adónde voy. La conozco y se lo dirá a PETER en cuanto la llame.
Cuando consigo despegarme de mi hermana, llamo a mi padre. Después de tener una breve conversación con él y hacerle entender que en unos días iré a Jerez y le explicaré todo lo que me pasa, me monto en el coche y me voy a Valencia. Allí me alojo en un hostal y durante tres días paseo por la playa, duermo y lloro. No tengo nada mejor que hacer. No le cojo el teléfono a PETER. No..., no quiero.
Al cuarto día me subo al coche y algo más relajada me voy a Jerez, donde papá me recibe con los brazos abiertos y me da todo su cariño y amor. Le cuento que mi relación con PETER se ha acabado para siempre, y él no me quiere creer. PETER le ha llamado varias veces preocupado y, según mi padre, ese hombre me ama demasiado como para dejarme escapar. Pobrecillo. Mi padre es un romántico empedernido.
Al día siguiente, cuando me levanto, PETER ya está en casa de mi padre.
Papá lo ha llamado.
Cuando me ve, intenta hablar conmigo, pero me niego. Me pongo hecha una furia; grito, grito y grito, y le reprocho todo lo que tengo en mi interior antes de darle con la puerta en las narices y encerrarme en mi habitación. Al final, oigo que mi padre le pide que se marche, y de momento me deja respirar. Sabe que ahora soy incapaz de razonar y que en lugar de solucionar las cosas lo que voy es a liarlas más.
PETER se acerca a la puerta de la habitación donde me he encerrado y con voz cargada de tensión e ira me indica que se va. Pero que se va a Alemania. Tiene que resolver ciertos asuntos allí. Insiste una vez más en que salga, pero al ver mi negativa finalmente se marcha.
Pasan dos días y mi angustia es persistente.
Olvidar a PETER me es imposible, y más cuando él me llama continuamente. No le contesto. Pero, como soy una masoquista pura y dura, escucho nuestras canciones una y otra vez para martirizarme y regodearme en mi pena, penita..., pena. Lo positivo de todo este asunto es que sé que está muy lejos y, además, que tengo mi moto para desfogarme, embarrándome y saltando por los campos de Jerez.
Transcurridos unos días me llama Miguel, mi ex compañero en Müller, y me deja a cuadros. PETER ha despedido a mi ex jefa. Incrédula, escucho cómo Miguel me cuenta que PETER tuvo una tremenda discusión con ella cuando la pilló en la cafetería mofándose de mí. Resultado: al paro. ¡Toma ya! Por perra.
Lo siento, no debería alegrarme de ello, pero la malvada que existe en mi interior se regodea con que esa mala víbora por fin haya recibido su merecido. Como dice muy sabiamente mi padre, «el tiempo pone a cada uno en su lugar», y a ésa el tiempo la ha puesto donde se merece, en la puñetera calle.
Esa tarde aparece mi hermana con AGUSTIN y Luz, y nos sorprenden con la noticia de que van a ser padres de nuevo. ¡Embarazo a la vista! Mi padre y yo nos miramos con complicidad y sonreímos. Mi hermana está feliz, mi cuñado también y a mi sobrina Luz se la ve ilusionada. ¡Va a tener un hermanito!
Al día siguiente, se presenta en casa BENJAMIN. Al vernos nos damos un largo y significativo abrazo. Por primera vez desde que nos conocemos no nos hemos comunicado en meses, y eso nos da a entender a los dos que lo nuestro, aquello que nunca existió, por fin se ha acabado.
No me pregunta por PETER.
No hace la más mínima mención de él, pero intuyo que imagina que lo nuestro o se ha terminado, o pasa algo. Por la tarde, mientras mi hermana, BENJAMIN y yo tomamos un tentempié en el bar de la Pachuca, le pregunto:
—BENJAMIN, si yo te pidiera un favor, ¿me lo harías?
—Depende del favor.
Ambos sonreímos, y le aclaro, dispuesta a conseguir mi propósito:
—Necesito la dirección de dos mujeres.
—¿Qué mujeres?
Doy un trago a mi coca-cola y respondo:
—Una se llama Marisa de la Rosa y vive en Huelva. Está casada con un tipo llamado Mario Rodríguez, que es cirujano plástico; sé poco más. Y la otra se llama PAULA y fue novia durante un par de años de PETER LANZANI.
—LALI —protesta mi hermana—, ¡ni hablar!
—Cállate, CANDE.
Pero mi hermana comienza su perorata y ya no hay quien la calle. Tras discutir con ella, vuelvo a mirar a BENJAMIN, que no ha abierto la boca.
—¿Puedes conseguirme lo que te he pedido, o no?
—¿Para qué lo quieres? —me contesta.
No estoy dispuesta a contarle lo que ha ocurrido.
—BENJAMIN, no es para nada malo —puntualizo—, pero si pudieras ayudarme, te lo agradecería.
Durante unos segundos me mira con solemnidad mientras CANDE, a mi lado, sigue despotricando. Al final asiente, se levanta, se aleja y veo que habla por el móvil. Esto me inquieta. Diez minutos después, se acerca a mí con un papel y dice:
—Sobre PAULA sólo te puedo decir que está en Alemania pero no cuenta con una
residencia fija, y la dirección de la otra aquí la tienes. Por cierto, tus amigas se mueven en un ambiente de altos vuelos y comparten los mismos juegos que PETER LANZANI.
—¿De qué juegos habláis? —pregunta CANDE.
BENJAMIN y yo nos miramos. ¡Se traga los dientes como diga algo más!
Nos entendemos bien y le indico que no se le ocurra contestar a mi hermana, o se las verá conmigo, y él me hace caso. Es un excelente amigo. Finalmente, BENJAMIN se resigna y señala:
—Ni una tontería con ellas, ¿de acuerdo, LALI?
Mi hermana niega con la cabeza mientras resopla. Yo, emocionada, cojo el papel y le doy un beso en la mejilla.
—Gracias. Muchas..., muchas gracias.
Esa noche, cuando estoy a solas en mi habitación, me siento furiosa. Saber que al día siguiente, con un poco de suerte, me voy a echar a la cara a Marisa me pone cardíaca. Esa mala bruja se va a enterar de quién soy yo.
Por la mañana me despierto a las siete. Llueve.
Mi hermana ya está levantada y, en cuanto ve que me preparo para ir de viaje, se pega a mí como una lapa y comienza su incesante chorreo de preguntas.
Intento esquivarla.
Voy a Huelva a hacerle una visitilla a Marisa de la Rosa. Pero CANDE ¡es mucha CANDE! Y al final, al ver que no me la puedo quitar de encima, accedo a que me acompañe. Aunque durante el trayecto me arrepiento y siento unos deseos asesinos de tirarla a la cuneta. Es tan cansina y repetitiva que saca de sus casillas a cualquiera.
Ella no sabe lo que nos ha ocurrido realmente a PETER y a mí, y no para de desvariar con sus suposiciones. Si supiera la verdad se quedaría de pasta de boniato. Una mentalidad como la de mi hermana no entendería mis juegos con PETER. Pensaría que somos unos depravados, entre otras muchas cosas aún peores.
El día en que pasó todo, cuando quedé con ella, le deformé la realidad. Le conté que esas mujeres habían metido cizaña en nuestra relación y que por eso habíamos discutido y habíamos roto PETER y yo. No pude decirle otra cosa.
Cuando entro en Huelva, extrañamente no estoy nerviosa.
Para nervios los de mi hermanísima.
Al llegar a la calle que pone en el papel aparco mi coche. Observo la urbanización y veo que Marisa vive muy..., muy bien. La urbanización es de lujo.
—Todavía no sé qué hacemos en este lugar, cuchu —protesta mi hermana, bajándose del coche.
—Quédate aquí, CANDE.
Pero, omitiendo mi exigencia, cierra la puerta con decisión y contesta:
—Ni lo pienses, mona. Donde vayas tú, allí que voy yo.
Resoplo y gruño.
—Pero vamos a ver, ¿es que acaso necesito un guardaespaldas?
Se pone a mi lado.
—Sí. No me fío de ti. Eres muy mal hablada y a veces te pones muy bruta.
—¡Joder!
—¿Lo ves? Ya has dicho «¡joder!» —repite ella.
Sin responder comienzo a andar hacia el bonito portal que indica el papel. Llamo al portero automático, y cuando una voz de mujer contesta, digo sin dilación:
—Cartero.
La puerta se abre, y mi hermana, ojiplática, me mira.
—¡Aisss, LALI!, creo que vas a hacer una tontería. Tranquila, por favor, cariño; tranquila, que te conozco, ¿entendido?
Me río. La miro y murmuro mientras esperamos el ascensor:
—La tontería la hizo ella cuando me subestimó.
—¡Aisss, cuchuuuu...!
—Vamos a ver —siseo, malhumorada—, a partir de este momento, te quiero calladita. Éste es un asunto entre esa mujer y yo, ¿vale?
El ascensor llega. Nos montamos y oprimo el botón de la quinta planta. Cuando el ascensor para, busco la puerta D y llamo. Instantes después, la puerta la abre una desconocida vestida con uniforme de servicio.
—¿Qué desea? —pregunta la joven.
—¡Hola, buenos días! —respondo con la mejor de mis sonrisas—. Quisiera ver a la señora Marisa de la Rosa. ¿Está en casa?
—¿De parte?
—Dígale que soy Vanesa Arjona, de Cádiz.
La joven desaparece.
—¿Vanesa Arjona? —cuchichea mi hermana—. ¿Qué es eso de Vanesa?
Rápidamente, con un gesto seco, le ordeno callar.
Dos segundos más tarde aparece ante nosotras Marisa, monísima con un conjunto en color blanco roto. Al verme, su cara lo dice todo. ¡Se asusta! Y antes de que ella pueda hacer o decir nada, sujeto con fuerza la puerta para que no la cierre mientras suelto:
—¡Hola, pedazo de zorra!
—¡Cuchuuuuuuuuuuu! —protesta mi hermana.
A Marisa le tiembla todo. Miro a mi hermana para que guarde silencio.
—Sólo quiero que sepas que sé dónde vives —siseo—. ¿Qué te parece? —Marisa está blanca, pero continúo—: Tu juego sucio me ha hecho enfadar y, créeme, si me lo propongo, puedo ser más mala y dañina que tú o tus amigas.
—Yo..., yo no sabía que...
—¡Cierra el pico, Marisa! —gruño entre dientes. Ella calla, y yo prosigo—: Me da igual lo que me digas. Eres una mala bruja porque me utilizaste con un fin nada bueno. Y en cuanto a tu amiguita PAU, como estoy segura de que seguís en contacto, dile que el día en que me la cruce se va a enterar de quién soy yo.
Marisa tiembla. Mira hacia el interior de la casa y sé que teme lo que pueda decir.
—Por favor —suplica—, están mis suegros y...
—¿Tus suegros? —la interrumpo, y aplaudo—. ¡Genial! Preséntamelos. Estaré encantada de conocerlos y contarles cuatro cositas de su angelical nuera.
Descontrolada, Marisa niega con la cabeza. Tiene miedo. Siento pena por ella. Aunque es una mala bruja, yo no lo soy. Al final decido dar por terminada mi visita.
—Si me vuelves a subestimar, tu bonita y relajada vida con tus suegros y tu famoso maridito se va a acabar —concluyo—, porque yo misma me voy a encargar de que así sea, ¿entendido?
Pálida como la cera, asiente. No me esperaba aquí y menos con ese talante. Cuando ya he dicho todo lo que tenía que decir y me voy a dar la vuelta para marcharme, escucho que mi hermana pregunta:
—¿Ésta es la guarrilla que venías buscando?
Hago un gesto afirmativo, y sorprendiéndome como siempre hace CANDE, la oigo
decir:
—Si te vuelves a acercar a mi hermana o a su novio, te juro por la gloria bendita de mi madre que está mirándonos desde el cielo que la que regresa aquí soy yo con el cuchillo jamonero de mi padre y te saco los ojos, ¡pedazo de zorra!
Marisa, tras el chorreo de palabras de mi querida CANDE, cierra la puerta en nuestras narices. Aún boquiabierta, miro a mi hermana y murmuro en tono alegre mientras caminamos hacia el ascensor:
—Menos mal que la bruta y mal hablada de la familia soy yo. —Y al verla reír, añado—: ¿No te había dicho que te quería calladita?
—Mira, cuchufleta, cuando se meten con mi familia o le hacen daño, saco la choni poligonera que hay en mí y, como dice la Esteban, MA-TO.
Entre risas, volvemos al coche y regresamos a Jerez.
Cuando llegamos, mi padre y mi cuñado nos preguntan por nuestro viaje. Las dos nos miramos y reímos. No decimos nada. Este viaje ha sido algo entre CANDE y yo.
Hola. Tenés la adaptación completa?
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