lunes, 26 de octubre de 2015

CAPITULO 3

Después de veinte días en nuestro paraíso particular, donde
todo es mágico y divertido, cuando llegamos a México DF, miro
sorprendida desde la ventanilla del coche las calles abarrotadas
de gente. PETER habla por el móvil con su habitual gesto serio,
mientras el chófer conduce la impresionante limusina.
Al llegar a un edificio de lo más moderno, un hombre de uniforme
nos abre la puerta. Saluda a PETER y rápidamente llama el
ascensor. Cuando nos paramos en el piso dieciocho y las puertas
se abren, veo que Dexter acude a nuestro encuentro. Su cálida
sonrisa me hace ver lo contento que está por nuestra visita.
—Míralos, qué relindos y morenos llegan los novios. —Todos
sonreímos y el mexicano, cogiéndome las manos, añade—:
Diosa, qué alegría volver a verte.
—¿Y conmigo qué pasa? —protesta PETER al oírlo.
Dexter choca su mano contra la de él y, con complicidad,
cuchichea:
—Lo siento, güey, pero tu mujer me gusta más que tú.
Divertida, me acerco a él, me agacho, pues va en silla de ruedas,
y le doy dos besos en la mejilla. Dexter, feliz por nuestra
llegada, tras saludarnos mira a una mujer que está a su lado y
nos la presenta:
—Ella es Graciela, mi asistente personal. A PETER ya lo
conoces.
—Bienvenido, señor LANZANI —dice la muchacha
morena.
PETER le da la mano y, con una candorosa sonrisa, responde:
—Encantado de volver a verte, Graciela. ¿Todo bien con este
pesado?
La joven de pelo oscuro mira a Dexter con una tímida sonrisa
y murmura:
—Ahorita mismo todo perfecto, señor.
Dexter, divertido, tras escucharla me mira y dice:
—LALI es la mujer de PETER y han pasado a visitarnos tras su
luna de miel.
—Encantada, señora LANZANI, y enhorabuena por su
reciente boda —me felicita la muchacha, mirándome.
—Por favor —digo rápidamente, mientras me estiro la minifalda—,
llámame LALI, ¿te parece?
La joven mira a Dexter, él asiente y yo añado:
—No lo mires a él ni a mi marido. No hace falta que te den su
beneplácito para que me puedas llamar por mi nombre, ¿de
acuerdo?
Sonrío. La mujer sonríe y PETER concluye:
—Ya lo sabes, Graciela... llámala LALI.
—De acuerdo, señor LANZANI. —La muchacha sonríe y,
mirándome, añade—: Encantada, JLALI.
Ambas sonreímos y eso me tranquiliza.
Que me llamen continuamente señora, o señora LANZANI,
no es algo que me vuelva loca. Es más, me suena a carcamal
con olor a rancio.
Aclarado esto, observo a Graciela y deduzco que debe de
tener pocos años más que yo. Su aspecto es pulcro y, desde mi
punto de vista, es guapa. Pelo oscuro, ojos cautivadores y una
dulzura que relaja. Eso sí, su fuerte no es la moda. Va demasiado
chapada a la antigua para ser una joven de mi edad.
Una vez nos hemos saludado todos, entramos a un salón diáfano.
Nada de obstáculos, para que Dexter se pueda mover bien
por allí con su silla de ruedas.
Durante una hora, los cuatro hablamos cordialmente y
recordamos la boda. Dexter me pregunta por mi hermana y
cuando la nombra por cuarta vez, lo miro y aclaro:
—Dexter..., a mi hermana ni te acerques.
PETER y él sueltan una carcajada que yo en cierto modo
entiendo. No quiero ni pensar lo que ocurriría si a Dexter se le
ocurriera tener una cita con mi hermana y proponerle alguna de
sus cosas. El bofetón se lo lleva seguro. Me río sólo de pensarlo.
PETER, que sabe lo que pienso, al ver mi gesto risueño dice:
—Tranquila, LALI. Dexter sabe muy bien con quién debe o no
salir.
Asiento. Quiero que eso quede claro cuando el jodido de
Dexter pregunta:
—Diosa, ¿celosita de tu linda hermana?
Divertida, lo miro.
¿Yo celosa de mi hermana?
Por favorrrrrrrrrrrrrrrrr... ¡si adoro a Raquel!
Y dispuesta a dejarlo claro, respondo:
—No. Simplemente cuido de ella.
Dexter sonríe.
—Tú eres relinda, mi querida LALI.
—Gracias, relindo —me mofo—. Pero por tu integridad física
deja a mi hermana a un lado. El que avisa no es traidor.
¡Recuérdalo!
Los tres nos reímos, conscientes de a lo que nos referimos y,
de pronto, me doy cuenta de que Graciela no lo hace. No sonríe.
Sus ojos se llenan momentáneamente de lágrimas y mira al
suelo. Tras dos inspiraciones, vuelve a levantar la cabeza y sus
ojos vuelven a estar normales.
Vaya... qué capacidad de recuperación y, sobre todo, ¡qué
fuerte lo que acabo de intuir!
¡Viva el sexto sentido de las mujeres!
Sólo me han hecho falta unos minutos con Graciela para
darme cuenta de que está coladita por Dexter. Pobrecita. Me da
hasta pena.
Instantes después, la joven se despide y se va.
Cuando nos quedamos los tres a solas en el enorme salón,
Dexter nos pregunta cómo nos han tratado en el hotel durante
la luna de miel. Mi chico me mira y yo sonrío como una tonta.
Ha sido todo fantástico. El mejor viaje de mi vida. PETER me
adora como nunca pensé que un hombre me pudiese adorar y yo
estoy completamente coladita por él.
Entre risas y cuchicheos, Dexter nos pregunta si hemos
jugado en nuestra luna de miel, a lo que yo respondo que hemos
jugado mucho... mucho..., pero que han sido juegos sólo entre
mi marido y yo.
Oh Dios..., sólo de recordarlo me pongo cardiaca.
El hotel...
La cama...
Sus ojos... sus manos...
Aquellas conversaciones calientes y morbosas...
Al escucharme y, en especial ver mi cara, PETER sonríe. Dice
que en mi expresión se ve claramente lo que pienso y sin duda
alguna ha adivinado mis pensamientos. Al ver cómo nos
miramos, Dexter, guasón como siempre, me guiña un ojo y murmura,
mirando mis bronceadas piernas.
—Diosa..., cuando tú quieras, me tienes listo para jugar.
Eso me hace acalorar aún más.
Los juegos de Dexter son calentitos y morbosos y al ver el
gesto de PETER sonrío. Mi marido siempre está dispuesto. Pero
nuestra excitante conversación se corta cuando suena un teléfono
y, segundos después, Graciela entra con él en la mano.
Dexter contesta y PETER, acercándose a mí, comenta:
—Te veo acalorada, cariño, ¿pasa algo?
Pero qué sinvergüenza es el tío.
Sin poder evitarlo, sonrío y, antes de que pueda responder,
me pasa la mano por las piernas y murmura en tono meloso:
—Si tú quieres, yo estoy dispuesto...
Guauuu, ¡qué calor... qué calor!
Sé a lo que se refiere y me entran los sofocos de la muerte.
¡Sexo!
Como siempre que la ocasión se presenta, mi estómago se
contrae y mi vagina se lubrica en décimas de segundo. Al final
PETER va a tener razón y me estoy convirtiendo en una bestia
sexual.
¡Qué fuerte!
¿Quién me iba a decir a mí que me encantaría este juego?
Definitivamente, me estoy volviendo una loca del sexo.
Pero lo cierto es que me gusta y apetece. Mi deseo crece en
un instante y con sólo observar cómo me mira mi recién
estrenado maridito, ya estoy a cien y quiero jugar.
Mi chico sonríe. Yo también. Y dispuesta a pasarlo bien,
susurro con sensualidad, sin que Graciela me oiga.
—Rómpeme el tanga.
Oh, Diossssssssssss, ¿qué he dicho?
La mirada azulada de mi Iceman de pronto se torna intensa
y morbosa.
¡Guauuu! De cien ya he pasado a doscientos y, por cómo me
mira, sé que él a quinientos.
Soy consciente de que lo vuelve loco mi descaro y mi
entrega. Sonrío como sé que le calienta más la sangre y, guasón,
murmura algo que los mexicanos dicen mucho:
—¡Sabrosa!
Cuando Dexter termina la llamada y le entrega el teléfono a
Graciela, ésta se marcha y PETER dice:
—Dexter..., ¿a qué hora llegan los invitados para la cena?
Sus miradas se encuentran y sé que se han entendido a la
perfección. ¡Vaya dos!
—Faltan tres horas —responde encantado.
Yo sonrío. Dexter levanta las cejas y, con complicidad, tras
pasear sus ojos con descaro por mis pezones erectos, pregunta.
—¿Qué os parece si vamos a un lugar más íntimo?
Tuchúnnnnnnn... Tuchúnnnnnn... Mi corazón se desboca.
¡Sexo!
Nerviosa, me levanto y PETER me coge de la mano con fuerza.
Me gusta esa sensación. Caminamos tras Dexter y me sorprendo
cuando veo que entramos en su despacho. Yo creía que iríamos
a una habitación.
Una vez PETER cierra las puertas, me quedo boquiabierta
cuando el mexicano aprieta un botón de la librería y ésta se
desplaza hacia la derecha. Debo de tener tal cara que Dexter
dice:
—Diosa..., bienvenida a la habitación del placer.
Sin soltarme la mano, PETER me guía. Entramos en ese oscuro
lugar y, cuando la librería se cierra detrás de nosotros, una luz
tenue y amarillenta se enciende.
Morbo en estado puro.
Mis ojos se adaptan a la penumbra y veo un espacio de unos
treinta metros con una cama, un jacuzzi, una mesa redonda, una
cruz en la pared, cajoneras y varias cosas colgadas en las
paredes. Al acercarme, veo que son cuerdas y juguetes sexuales.
¡Sado! Yo no quiero sado.
Mi cara debe de ser un poema, pues PETER, acercándose más a
mí, pregunta:
—¿Asustada?
Niego con la cabeza. Con él no me asusta nada. Sé que nunca
permitiría que yo sufriera y menos aún me dejaría hacer nada
que no quiero.
Dexter, sentado en su silla, se acerca a un equipo de música y
pone un CD. Instantes después, la habitación se inunda de una
música instrumental muy sensual. Calentita. Luego se acerca a
la mesa redonda y PETER me besa. Mete su lengua en el interior de
mi boca y yo disfruto... disfruto y disfruto, mientras planta sus
manos en mi trasero y me lo aprieta con deleite.
El calor vuelve a la carga y mi cuerpo reacciona ante su contacto
en décimas de segundo.
Durante varios minutos nos besamos y nos tocamos. Soy
consciente de que Dexter nos observa y disfruta. Y cuando estoy
total y completamente excitada por mi guapo marido, éste abandona
mi boca y dice, mientras se sienta en la cama:
—Desnúdate, cariño.
Los ojos de ambos hombres me comen, mientras observo
que PETER no se desnuda ni Dexter tampoco. Sólo me miran y
esperan que yo haga lo que él me ha pedido.
Sin dudarlo un instante, me desabrocho el botón y la cremallera
de la minifalda y la prenda cae al suelo.
Los dos clavan la vista en mi tanga, pero no me lo quito.
Dexter hace un movimiento con la mano y, al entenderlo,
giro sobre mí y les enseño mi trasero.
—Mamacitaaaaaaaaaaaaaaaaaaa —murmura el mexicano.
Cuando vuelvo a mirarlos de frente, me quito lentamente la
camiseta de tirantes que llevo y me quedo ante ellos vestida sólo
con la ropa interior y los zapatos de tacón. Los conozco y sé que
les encanta que lleve los zapatos puestos.
—Ponte las manos en la cintura y separa un poquito las
piernas —dice Dexter.
Hago lo que me pide, mientras mi respiración se acelera y
PETER dice:
—Tócate los pechos.
Con sensualidad, llevo mis manos hasta ellos y, por encima
del sujetador, me los estrujo y masajeo mientras los dos me
recorren entera con la mirada y yo ardo de deseo.
Estoy siendo observada por dos hombres que quieren
penetrarme.
Estoy siendo observada por dos hombres que quieren
saborearme.
Estoy siendo observada y quiero que me observen, porque
me excita.
Mi respiración se acelera. Deseo que me toquen. Dexter se
acerca y, sin moverse, murmura:
—Aún recuerdo cómo aquella mujer en Alemania disfrutaba
de tu cuerpo y tú jadeabas. Fue padrísimo. No veo el momento
de volverlo a ver.
Recordar eso me hace jadear. Diana, la mujer alemana de la
que habla Dexter, me gusta. Su manera de poseerme es tan exigente
que pensar en ella me lubrica más.
PETER lo sabe.
Le pone. Le excita saberlo.
Lo hemos hablado durante nuestra luna de miel y está tan
deseoso como yo de volver a quedar con ella. Ahora, al ver mi
gesto, dice:
—Lo verás, amigo. Me consta que LALI está deseando
repetirlo.
Dexter resopla y asiente. Después se dirige hacia un lateral
de la habitación donde hay una pequeña nevera y veo que saca
una botella de agua y un botecito con algo rojo. Mi curiosidad
me puede y pregunto:
—¿Qué hay en el bote?
Dexter lo destapa y, enseñándomelo, contesta:
—Guindas rojas. ¡Me encantan!
Sin más, se mete una en la boca, la mastica, saborea y
murmura:
—Hum... qué dulce.
PETER, al ver mi expresión, sonríe y Dextrer, tras dejar el agua
y el bote de guindas sobre la mesa, abre uno de los cajones de la
mesilla, saca una caja y un antifaz y, entregándoselo a PETER, dice:
—Pónselo.
PETER coge el antifaz, se acerca a mí y, tras mirarme de aquella
forma que me vuelve loca, me besa y me lo pone. Mi mundo se
vuelve oscuro. No veo nada y oigo a Dexter que pide:
—Siéntala en la mesa.
Mi chico me guía y, cuando me siento donde Dexter ha
dicho, sus manos ya están en mis rodillas. Las toca y lo oigo
decir:
—Túmbate cariño.
Vuelvo a hacer lo que me pide.
La mesa está dura y no veo nada. No sé dónde está PETER y eso
me desconcierta un poco. Un dedo pasea en ese momento por
mi tanga y mi estómago se deshace. Estoy caliente. Excitada y
totalmente expuesta a ellos, mientras oigo cómo la silla de ruedas
de Dexter da vueltas alrededor de la mesa.
—Diosa..., tu olor a sexo me vuelve loco, pero quiero que sea
tu hombre quien te quite las bragas para mí y me invite a tomar
de ti todo lo que me apetezca.
Instantes después, siento la boca de PETER en mi ombligo. La
reconozco. Me lo besa. Deja un reguero de besos desde ahí hasta
el principio de mi tanga, toca mis muslos con deleite y, después,
me lo quita.
Acelerada y con la respiración entrecortada, tengo la boca
seca y murmuro:
—Tengo sed.
Un cubito de hielo recorre de pronto mis labios. Abro la
boca, dispuesta a que su frescor me reconforte y PETER dice cerca,
muy cerca de mí:
—Dexter, te invito a tomar lo que quieras de mi mujer.
—Gracias, güey, lo haré encantado.
Mi boca, húmeda por el hielo, se seca en cuestión de segundos
cuando de pronto siento cómo me cae agua fresquita sobre
el sexo. Una suave toalla me seca y la voz de PETER murmura:
—Ahora estás lista, mi amor.
El corazón se me va a salir por la boca. Estoy tremendamente
excitada y, parapetada bajo el antifaz, pregunto:
—¿Te gusta lo que ves?
Con delicadeza, PETER se tumba sobre mí en la mesa, me desabrocha
el sujetador y, al quitármelo y quedar mis pechos al
aire, contesta tras besarlos:
—Me vuelve loco, pequeña.
Cuando me quedo totalmente desnuda en la mesa, siento
que PETER se aleja y en su lugar es Dexter el que se coloca entre
mis piernas, sentado en su silla. Me las agarra, se las pone sobre
los hombros y dice:
—Qué rico manjar me ofreces, preciosa.
Me estremezco. Sé lo que va a ocurrir y ya suelto un gemido.
Sin darme tregua, Dexter pasea su mano por mi tatuaje y,
cuando presupongo que lo ha leído, susurra:
—Te pido que te entregues a mí.
Enloquecida por sentirme tan deseada, me muevo sobre la
mesa a la espera de que me devore, cuando de pronto dice:
—Pon los pies en el suelo. Date la vuelta y túmbate sobre la
mesa.
Hago lo que me pide. Me doy la vuelta y, cuando mi cara
toca la madera y mi culo queda expuesto, me da varios azotitos.
—Enrojecido... así... rojito para mí.
El trasero me escuece tras los azotes. Sé que PETER mira y controla
y de pronto siento que la mano de Dexter me separa las
cachas del culo y dice, mientras aplica gel en mi ano:
—Hoy vamos a jugar a otra cosa.
¿Otra cosa? ¿Qué cosa?
Estoy a punto de protestar, cuando noto las manos de PETER
en mis hombros y susurra en mi oído lentamente:
—No te muevas.
Su voz me tranquiliza y noto cómo Dexter introduce algo en
mi ano mientras, con voz cargada de morbo, susurra:
—Estas bolas anales aumentarán tu y nuestro placer... Ya lo
verás.
Tumbada sobre la mesa, dejo que introduzca bola a bola en
mi interior, mientras, excitada por ello, me dejo hacer.
Dios... ¡cómo me gusta ser su juguete!
Dexter se recrea con mi ano y las bolas. A cada una que
introduce, azotito que me da, seguido de un tierno mordisquito
y masaje en las nalgas. Oh, sí... me gusta lo que hace.
Una vez acaba, siento mi ano repleto. Es una sensación rara,
pero me gusta.
—Diosa, túmbate de nuevo sobre la mesa como estabas
antes.
Con el trasero enrojecido, lleno de bolitas y el antifaz puesto,
hago lo que me pide.
—PETER... ¿puedo saborear ahora a tu mujer?
Mi corazón, tuchún... tuchún..., se acelera más cada
segundo.
Ellos son dos morbosos y expertos jugadores y me están
volviendo loca sin haberme casi tocado aún. Abro la boca para
respirar y suelto un jadeo cuando le oigo decir a PETER:
—Saboréala todo lo que quieras.
No veo sus ojos...
No veo su mirada...
No veo su expresión...
Pero me los imagino y su tono de voz me hace saber lo
mucho que disfruta este momento. Yo jadeo enloquecida y mis
fuertes respiraciones se oyen en la habitación.
50/500
Oh, sí... sí...
No quiero que paren.
Quiero que jueguen.
Quiero que me saboreen.
Quiero que me follen.
Dexter me abre los muslos y quedo totalmente expuesta ante
él; entonces noto que algo redondo y pringoso se pasea por mi
clítoris y Dexter dice:
—Guindas rojas y LALI. Una explosiva y riquísima mezcla.
Y, sin más, noto cómo sus dientes aprisionan la guinda y
comienzan a apretarla contra mí. La dureza y suavidad de la piel
de la fruta golpea y resbala con deleite por mi clítoris y yo jadeo
mientras Dexter mueve la boca con destreza y la guinda me calienta
y estimula en décimas de segundo. Noto que suelta la
guinda y ésta corre por mi sexo, mientras él me toca el clítoris
con la lengua para luego volver a coger la fruta y repetir la
acción.
Oh, Dios... ¡Oh, Diossssssssss!
Mi cuerpo reacciona.
Jadeo... y enloquezco cuando la boca de PETER toma la mía.
Me besa...
Me disfruta...
Me vuelve loca...
Mientras, Dexter succiona mi hinchado clítoris y yo levanto
la pelvis de la mesa, dispuesta a ofrecérselo más.
—Así..., amor..., así... —murmura PETER, al notar mi entrega.
Durante varios minutos soy el manjar de ellos dos sin yo
poder ver nada. Sólo sé que uno disfruta entre mis piernas y el
otro disfruta con mi boca. Pero lo mejor es que yo disfruto de
ambos.
¡Qué maravilla!
De pronto, PETER se retira de mi boca. Levanto el cuello en su
busca, pero no le encuentro y, con el antifaz, no lo veo.
Quiero sus besos...
Quiero su contacto...
Y cuando siento que me echan agua de nuevo sobre el sexo,
sé que el juego va a cambiar. Dexter se retira y oigo cómo la silla
rodea la mesa hasta llegar a la altura de mi cabeza. Me coge las
manos y, tras besarme los nudillos, murmura:
—Ahora te van a dar lo que yo no te puedo proporcionar.
Las manos de PETER me tocan. Las reconozco. Sonrío y,
cogiéndome con fuerza de los muslos, me los separa con contundencia
y me penetra de una certera estocada.
Su gruñido varonil me vuelve loca.
Mi respiración se acelera. Dexter me suelta las manos y PETER,
levantándome de la mesa, dice, quitándome el antifaz:
—Acóplate a mí.
Tiemblo...
Jadeo...
Enloquezco...
Mientras, el hombre que adoro me penetra una y otra vez
con fuerza y yo lo miro a los ojos sin necesidad de que me lo
pida.
¡Oh, Dios, su mirada!
Sus ojos me traspasan, me hablan, me dicen que me quiere,
mientras Dexter me da cachetes en el trasero y me lo enrojece,
como a él le gusta.
De nuevo, PETER me penetra y, en ese instante, Dexter tira de
la cuerdecita de las bolas anales. Saca una y me da un azote.
Boquiabierta por lo que he sentido, suelto un grito. Eso los
enloquece.
PETER sonríe y, agarrándome con fuerza, me vuelve a penetrar.
Nueva arremetida.
Nuevo tirón de las bolas y cachete.
Nuevo grito mío.
Una a una, las suaves bolitas salen de mí y yo me entrego
enloquecida, mientras PETER, que me tiene entre sus brazos, me
mira y murmura:
—Así..., cariño..., así... Mírame y disfruta.
Cuando salen de mí todas las bolas anales que Dexter me ha
metido, éste se va hacia un lado y PETER toma la iniciativa de
nuestro momento. Camina hacia la pared, me apoya en ella y,
devorándome la boca como sólo él sabe hacer, me penetra una...
y otra... y otra vez... Su fuerza me parte en dos, pero me gusta.
Sus manos me estrujan el trasero mientras yo le recibo y me
abro más y más para él.
Nuestro gozo es inmenso. No quiero que acabe. Quiero que
sus penetraciones duren eternamente. Sus gruñidos secos me
enloquecen y cuando creo que los dos vamos a explotar,
soltamos un gemido al mismo tiempo y, tras una última
embestida, gozosos nos dejamos llevar por el placer.
Con su pene todavía alojado en mi interior, agotada apoyo la
cabeza en su cuello. Adoro su olor. Su contacto. Cierro los ojos y
me abrazo más a él, mientras mi amor me abraza a su vez y sé
que siente todo lo que siento yo.
Al cabo de unos instantes en los que nuestras respiraciones
se normalizan, como siempre, pregunta en mi oído:
—¿Todo bien?
Asiento y sonrío.
PETER camina hasta la mesa y me deja sobre ella. Cuando se
separa de mí, Dexter se acerca y, cogiéndome la mano, me besa
los nudillos y murmura:
—Gracias, diosa.
Yo sonrío y sin pizca de vergüenza por mi desnudez, cojo el
tanga, que está sobre la mesa, y mientras me lo pongo deseosa
de una ducha, respondo:
—Gracias a ti, relindo.
Dos horas más tarde, tras darnos una duchita en la habitación
que nos han asignado y vestirnos para la cena, mi chicarrón
y yo regresamos al salón, que ya está a reventar de gente.
No conozco a nadie, pero todos me saludan con una amplia
sonrisa. Son la familia y los amigos de Dexter. PETER conoce a
todo el mundo y me sorprende verlo tan dicharachero y feliz.
Desde luego, cuando quiere, ¡el jodío es un amor!
La familia de Dexter es encantadora y sus padres maravillosos.
Por cómo tratan a PETER, se ve que lo aprecian mucho y
cuando él me presenta como su mujer, me abrazan y, con su
dulce acento mexicano, me miman y me dicen cosas preciosas.
Sin demora, todos me saludan, tíos, primos y amigos de
Dexter y me hacen sentir muy especial. Me recuerdan a mi gente
de Jerez, cercana y cariñosa. Sonrío al ver que PETER coge en
brazos al bebé de la hermana de Dexter y me mira.
Oh, Dios, ¡cómo me pica el cuello!
Al ver que me rasco, mi Iceman suelta una carcajada y yo
sonrío también.
De pronto, veo una cara amiga, ¡el primo de Dexter!
Con una encantadora sonrisa, VICTORIO saluda a PETER,
ambos se acercan a mí y el recién llegado, mirándome,
pregunta:
—¿Puedo saludarte sin que peligre mi vida?
Yo sonrío.
Cada vez que recuerdo las cosas que le dije ese día al pobre
me tengo que reír, pero me gusta ver que él se lo ha tomado
bien. Si fuera yo, con la mala leche que tengo, seguro que aún lo
tendría crucificado.
La reunión con esas personas es agradable y de pronto me
fijo en Graciela, la asistente de Dexter. La joven permanece en
un segundo plano. En ese momento, se acerca hasta nosotros
Cristina, la madre de Dexter, y, cogiendo del brazo a su sobrino
VICTORIO, al que llaman cariñosamente VICO, le pregunta:
—¿Es cierto que te vas a España pasado mañana con ellos?
—Sí, tía.
—¿Y a qué vas? Si se puede saber.
VICTORIO sonríe y, con cariño, responde:
—Quiero visitar España y algunos países de Europa, para ver
si puedo expandir mi negocio.
—Pero luego regresarás, ¿verdad? —insiste la mujer.
—Claro que regresaré, tía. Mi empresa está aquí y mi vida en
México.
Veo que la mujer cabecea. No sé qué pensará, pero no parece
muy convencida de ello, cuando oigo que Dexter dice divertido:
—Yo también voy, mamita.
Me río. Me parto con Dexter y sus caras de pilluelo.
—A qué irás tú, sinvergüenza. Te pasas media vida fuera.
—Mamá... mamita linda, mi empresa es internacional y
requiere que viaje mucho. Es más, esta vez, para que te quedes
más tranquila, Graciela me acompañará.
La cara de la mujer se transforma. ¡Sonríe! Y, encantada,
dice:
—Oh... eso me gusta más. Ella dará normalidad a tus
horarios.
Me vuelvo a reír.
¡A Dexter no lo normaliza ni Dios! Y cuando creo que la
mujer se va a marchar, me mira y dice:
—Querida..., búscale una buena mujercita a mi sobrino. Mi
VICO necesita una bonita esposa cariñosa, que lo cuide y lo
mime.
—Oye..., de paso que me busque a mí otra —se mofa Dexter.
Su madre lo mira y, ante todos, baja la voz y cuchichea:
—Tú, si quisieras, ya la tendrías. Te lo he dicho mil veces.
Dexter pone los ojos en blanco y, tras mirar a Graciela, que
tiene al hijo de la hermana de Dexter en brazos, murmura:
—Mamita, no sigas con eso.
VICTORIO, al oírlo, mira a su tía y, señalando a un par de
amigas de Dexter que hay allí, dice:
—Tía, lo que yo menos necesito es una esposa. Ahora que
vuelvo a estar soltero, puedo tener muchas y...
—Déjate de pendejas facilonas y búscate una mujer en condiciones.
¡Eso es lo que necesitas! —sisea la mujer y, mirándome,
añade—: Yo no sé qué le pasa a esta juventud. Ninguno quiere
tener algo tan bonito como lo que tienes tú con PETER.
—Es que LALI es un amor, Cristina —aclara PETER, agarrándome
por la cintura—. Mujeres como mi pequeña no hay
muchas... créeme. Por eso, cuanto la conocí, la amarré a mi lado
hasta que conseguí que fuera mi mujer.
¡Plofffffff!
Y ¡reploffffffffffff!
Por favorrrrrrrrrrrr...
¡Si me cortan con un cuchillo, no sangro!
Pero qué cosa más bonita y romántica ha dicho mi marido.
Es que me lo como... ¡Me lo comooooooooooo a besos!
Enamorada hasta las trancas y más allá, apoyo la cabeza en
su brazo y respondo al ver la tierna expresión de la mujer:
—Lo bonito es encontrar a alguien especial y yo tuve la
suerte de conocer a PETER.
Mi chico, al escucharme, me aprieta más contra él y Cristina
pregunta:
—No tendrás una hermana para mi Dexter, ¿verdad?
La carcajada que suelta PETER es tan monumental que Dexter
dice:
—Sí, mamá, la tiene, pero según LALI, su hermana no me
conviene.
—¿Tan mala es?
Ahora la que se ríe a carcajadas soy yo y respondo:
—No, Cristina. Precisamente es demasiado buena e inocente
para tu hijo.
Antes de que me pregunte más sobre mi hermana, Dexter se
lleva a su madre de mi lado y todos nos sentamos a la mesa para
cenar.
Durante la velada, varias amigas de Dexter, por cierto unas
lagartas de mucho cuidado, nos acompañan. Para mi gusto son
algo escandalosas y creo que para el gusto de Cristina, la madre
del anfitrión, también. La manera que tienen de acercarse a
Dexter o a VICTORIO no es la correcta y cuando lo intentan
con PETER, las miro con actitud de «te arranco los ojos». Y al final
lo rodean. PETER  sonríe.
Tras la cena, todos pasamos al enorme salón, donde
bebemos y hablamos. Y, como suele ocurrir en esas fiestas
familiares, al final, Dexter saca una guitarra, la coge su padre
por banda y su madre se arranca y nos canta una ranchera.
Estoy segura de que si la fiesta fuera en España, mi padre
cantaría una bulería con el Bicharrón.
¡Qué arte tienen!
Alucinada, escucho a la madre de Dexter y su voz me
recuerda a la tristemente desaparecida Rocío Dúrcal.
¡Qué fuerza tenía esa mujer para cantar lo que se propusiera!
Mi padre tiene todos sus discos y sonrío al recordar cómo los
canturreaba con mi madre. ¡Qué bonitos recuerdos!
Una vez acaba la canción, aplaudo y, ni corta ni perezosa, le
pido que cante Si nos dejan. PETER me mira y yo sonrío. Oficialmente,
es la canción de nuestra luna de miel.
Cristina no lo duda ni un segundo y Dexter se le une.
Oh, Dios... ¡qué pasote! Vaya voces tan lindas tienen.
Sentada sobre mi marido, que me agarra con fuerza, escucho
esa bonita, romántica y apasionada canción. Cuando terminan,
PETER me besa y murmura en mi oído:
—Te quiero, pequeña.
Después de varias canciones más, me hacen cantar a mí.
¡Soy la española!
Madre... madre, la que voy a liar.
PETER me mira y sonríe. Sabe que, metida en juerga, soy un
terremoto. Les canto la Macarena y todos se parten de risa. ¡Se
la saben!
Una vez acabamos la divertida canción con su correspondiente
bailecito, el padre de Dexter, que sabe tocar muy bien la
guitarra, toca una rumbita y yo, más alegre que unas
castañuelas, me lanzo y, al más estilo Rosarillo Flores, me toco
el pelo y saco todo el arte que llevo dentro.
¡Viva el poderío español!
Una vez acabo, PETER aplaude orgulloso y todos lo felicitan por
el arte que tiene su mujercita.
Cuando todos estamos más tranquilos, me fijo en Graciela y
veo cómo sigue con su mirada a Dexter por el salón. Me da penita.
Sé lo que es sufrir por tu jefe y no poder hacer nada por
remediarlo.
Mientras PETER habla con los padres de Dexter, decido darme
un garbeo por la fiesta y acabo al lado de Graciela, que me mira
y sonríe, aunque en su mirada veo algo que no he visto por la
mañana: resentimiento. Eso sí, cuando mira a Dexter, lo hace
con auténtica adoración.
Ay, qué riquiña. Eso me hace sonreír y pregunto, centrándome
en ella:
—¿Llevas mucho tiempo trabajando para Dexter?
La joven me mira directamente y responde:
—Unos cuatro años.
Asiento. Cuatro años son muchos años para desesperarse y,
curiosa, pregunto:
—¿Y qué tal es Dexter como jefe?
Se retira con coquetería el pelo de la cara y, con resignación,
dice:
—Es buen jefe. Me ocupo de que esté bien en su casa y que
no le falte de nada.
Sonrío, consciente de que aunque fuera un tirano nunca me
lo confesaría. Un dolor en mi tripa me hace maldecir. ¡Me cago
en la mar! Seguro que me viene la regla. Y cuando estoy sumida
en mis pensamientos, la joven añade en voz baja:
—En ocasiones es algo desconcertante, pero ahorita mismo,
con su visita y esta fiesta, está muy feliz. Los aprecia mucho.
Su sonrisa, su gesto, su mirada me hacen saber que es una
buena muchacha e, intentando afianzar los lazos que me pueden
unir a ella, añado:
—¿Sabes?, PETER también era mi jefe y se comportaba como
dices que se comporta Dexter.
Eso la sorprende y, prestándome toda su atención,
pregunta:.
—¿El señor LANZANI era tu jefe?
—Sí, pero yo trabajaba en su oficina, no en su casa.
Su actitud cambia. De pronto me ve como a una igual.
—Entonces me alegra doblemente que su amor pudiera ser
real. ¡Qué relindo!
—Gracias, Graciela.
PETER y Dexter nos miran desde el grupo donde están. Sé que
cuchichean y yo sonrío mientras Gabriela se sonroja. Me gustaría
preguntarle a esta joven muchas cosas, pero me contengo.
No quiero ser una cotilla como mi hermana, o ni yo misma me
lo perdonaría. Por eso, para cortar mi vena de detective, digo
para alejarme:
—Tengo que ir al baño, ¿me dices dónde está?
Graciela asiente.
—Yo te acompañaré.
Caminamos por un pasillo muy amplio cuando se para, abre
una puerta y dice:
—Te esperaré aquí para regresar las dos juntas, ¿te parece?
Asiento y entro en el cuarto de baño.
La madre del cordero, ¡me ha venido la regla!
Consciente de que siempre es inoportuna, abro la puerta y
digo:
—Graciela, ¿me podrías dejar alguna compresa?
—Ahorita mismo. En seguida te las traigo.
La joven desaparece. Yo me quedo en el baño, acordándome
de todos los familiares de la tan famosa regla y, cuando Graciela
vuelve y me entrega lo que le he pedido, sonrío. De momento no
me duele, pero estoy convencida de que dentro de unas horas
estaré doblándome de dolor.
Una vez acabo, abro la puerta y salgo. La joven me mira.
Conozco esa mirada. Sé que desea algo y le pregunto
directamente:
—Quieres saber algo, ¿verdad?
Ella asiente y, dispuesta a resolver sus dudas, la animo:
—Vamos... pregunta.
Mirando a los lados, Graciela baja la voz y, colorada como un
tomate, dice:
—Dexter va mucho por Alemania. ¿Hay allí alguien especial?
Ay, pobre. Ahora entiendo todavía más su angustia y,
deseando abrazarla, contesto:
—Si te refieres a una mujer, no. No hay ninguna especial.
Su gesto cambia. Mi respuesta la hace sonreír y, agarrándola
del brazo, decido dejarme de medias tintas; la meto en el baño
y, una vez la puerta está cerrada, le digo:
—Sólo me han hecho falta unas horas para darme cuenta de
lo mucho que te gusta Dexter.
—¿Tanto se nota?
—Intuición femenina, Graciela. Ésa pocas veces falla. Ya
sabes que las mujeres tenemos algo de brujillas.
Ambas sonreímos. Somos conscientes de nuestro sexto
sentido.
—En cuanto a tu pregunta, te diré que en Alemania no hay
nadie especial. Y te lo digo porque lo sé de buena tinta.
Roja a más no poder, asiente. Le he quitado un gran peso de
encima y, sin poder evitarlo, pregunto:
—¿Él lo sabe?
Avergonzada, se encoge de hombros y responde:
—No lo sé. A veces pienso que sí por cómo me trata, pero
otras veces, sinceramente, creo que ni sabe que existo. Me gustó
desde el primer instante en que lo vi postrado en la cama. Me
fijé en él porque me recordó a un cantante mexicano llamado
Alejandro Fernández. ¿Lo conoces?
—Uy, sí... pedazo de hombre.
Ambas asentimos y, divertidas por nuestro gesto, prosigue:
—Yo trabajaba de enfermera en el hospital y cuando su
familia me propuso este trabajo, no lo dudé. Era una manera de
seguir estando cerca de él. Fue un amor a primera vista. —Sonríe—.
Pero creo que él nunca se ha fijado en mí. Me trata bien,
es correcto con todo lo que necesito, pero nada más.
Sorprendida por esa profesionalidad de Dexter, pregunto:
—¿Nunca se te ha insinuado?
—No.
—¿Ni siquiera un poquito?
—Nada.
—Pero ¿nada de nada?
—Nada de nada. Y no será porque yo no lo haya intentado.
Suelto una carcajada. No me imagino a Dexter obviando proposiciones
sexuales.
—No soy de piedra, LALI, y tengo mis necesidades. Pero
está claro que, como mujer, a él no le atraigo. No existo.
Su dulce tono de voz me llega al corazón y pregunto:
—Tú no eres mexicana, ¿verdad?
Ella sonríe y murmura.
—Nací en Chile, concretamente de un precioso lugar llamado
Concepción. Aunque llevo muchos años trabajando en México.
Mi padre era de aquí. Soy una mezcla de chilena y mexicana.
Divertida, miro a la joven que sin apenas conocerme se ha
sincerado tras saber que PETER era mi jefe. Es una muchacha
agradable a la vista, pero totalmente asexual. El vestido que
lleva y el moño tan tirante no la favorecen nada.
—Escucha, Graciela, yo no sé si tú sabes que Dexter no
puede...
Abre los ojos.
—Lo sé. Recuerda que lo conocí en el hospital. Lo sé todo
sobre él.
—¿Sabes que no puede... eso... y aun así quieres algo con él?
Más colorada que segundos antes, asiente.
—En esta vida, no todo es el sexo convencional.
Vaya... vaya... vaya... con la asexual.
Boquiabierta al ver que es menos inocente de lo que yo creía,
pregunto:
—¿Ah, no?
Ella niega con la cabeza y, acercándose más, susurra:
—Alguna que otra ocasión, lo he visto con alguna de sus amigas
y amigos en su despacho, o en el cuarto que hay dentro de
su despacho. —Yo la miro y ella añade—: En el cuarto donde
habéis estado hoy los tres. Sé muy bien lo que allí pasa.
—¿Lo sabes?
Graciela asiente.
Ahora la que debe de estar roja como un tomate soy yo y
entiendo su mirada de reproche.
Pero sin importarle lo que yo piense, mira al techo y dice:
—Oh, Dios, ¡¡Dexter es tan caliente... tan fogoso!! —Y al ver
que yo suelto una carcajada de incredulidad, la pobre dice rápidamente—:
Por favor... por favor... pero ¿qué estoy diciendo?
¿Qué hago contándote esto? Perdón... perdón...
Al ver que, horrorizada, se tapa la cara con las manos, me da
pena y, acercándome, digo:
—Tranquila, Graciela. No pasa nada. —Y, dispuesta a saber
cuánto sabe, pregunto—: ¿Y qué te parecen los juegos que practica
Dexter con sus amigos?
Graciela suspira, sonríe y murmura:
—Morbosos y excitantes.
Toma yaaaaaaaaaaaaa... con la mojigata dulce. ¿Quién me lo
iba a decir?
—¿Y tú has jugado alguna vez a lo que juega él?
Nerviosa, suspira, y, dispuesta a darle toda la confianza del
mundo, reconozco:
—Yo sí he jugado, aunque fuera de estas paredes negaré
haberlo dicho. ¿Y tú?
Sorprendida por lo que acabo de decir, parpadea y finalmente
responde:
—Después de ver lo que él hacía, investigué y conocí a unas
personas con las que juego y fantaseo que es él. Pero con Dexter
nunca me he atrevido.
—Pero ¿lo harías?
Asiente sin pizca de duda y yo sonrío. Está claro que el
morbo y el sexo a todos nos gusta. Como dice PETER, hay quienes
los disfrutan y hay quienes se pasan media vida obviando lo que
les gustaría.
Al final, y tras ver la cara de circunstancias de Graciela, finalmente
digo:
—Tranquila, tú me has confiado un secreto y yo no soy nadie
para desvelarlo. Espero que el mío también lo guardes.
—No lo dudes, LALI.
—Ahora bien, si te gusta Dexter —insisto—, creo que debes
hacer algo para llamar su atención.
—Lo he hecho todo, pero no se fija en mí.
Sin querer ofenderla, añado:
—Quizá si te vistieras de otra manera, eso cambiaría, ¿no
crees?
Tocándose el tirante moño, dice:
—Si tengo que llevar la pinta que llevan las pendejas de sus
amiguitas para que se fije en mí, ¡no lo haré!
—No me refiero a eso, Graciela —la corto y pregunto—: ¿Es
cierto que en este viaje acompañarás a Dexter a España y después
a Alemania?
Emocionada, asiente, y, dispuesta a ayudarla, digo:
—¡Genial! Pues entonces, mañana tú y yo tenemos día de
chicas. Nos iremos de compras mientras ellos hablan de negocios,
¿te apetece?
—¿Harías eso por mí?
—Pues claro que sí. Las mujeres estamos para ayudarnos,
aunque a veces parezca lo contrario —respondo, convencida de
estar metiéndome donde no me llaman.
En ese momento, unos golpecitos suenan en la puerta. Al
abrir, veo que es PETER, que, con cara de preocupación, pregunta:
—¿Por qué tardas tanto? ¿Ocurre algo?
Cuando salimos del baño, miro a mi chico y, dándole un
cariñoso beso en los labios, respondo:
—Cariño, me ha venido la regla. —El pobre arruga el entrecejo.
Sabe que me vuelvo una borde cuando estoy así—. Por
cierto, mañana iré con Graciela de compras, ¿algún problema?
Sorprendido por esa repentina amistad, me mira. Sabe que
estoy tramando algo. Lo veo en sus ojos y responde:
—Por mi parte ninguno y creo que por parte de Dexter tampoco
lo habrá.
Al oírlo, sonrío. Pero qué listo es el jodío. Inteligencia alemana.

No se le escapa una.

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