Después
de veinte días en nuestro paraíso particular, donde
todo
es mágico y divertido, cuando llegamos a México DF, miro
sorprendida
desde la ventanilla del coche las calles abarrotadas
de
gente. PETER habla por el móvil con su habitual gesto serio,
mientras
el chófer conduce la impresionante limusina.
Al
llegar a un edificio de lo más moderno, un hombre de uniforme
nos
abre la puerta. Saluda a PETER y rápidamente llama el
ascensor.
Cuando nos paramos en el piso dieciocho y las puertas
se
abren, veo que Dexter acude a nuestro encuentro. Su cálida
sonrisa
me hace ver lo contento que está por nuestra visita.
—Míralos,
qué relindos y morenos llegan los novios. —Todos
sonreímos
y el mexicano, cogiéndome las manos, añade—:
Diosa,
qué alegría volver a verte.
—¿Y
conmigo qué pasa? —protesta PETER al oírlo.
Dexter
choca su mano contra la de él y, con complicidad,
cuchichea:
—Lo
siento, güey, pero tu mujer me gusta más que tú.
Divertida,
me acerco a él, me agacho, pues va en silla de ruedas,
y
le doy dos besos en la mejilla. Dexter, feliz por nuestra
llegada,
tras saludarnos mira a una mujer que está a su lado y
nos
la presenta:
—Ella
es Graciela, mi asistente personal. A PETER ya lo
conoces.
—Bienvenido,
señor LANZANI —dice la muchacha
morena.
PETER
le da la mano y, con una candorosa sonrisa, responde:
—Encantado
de volver a verte, Graciela. ¿Todo bien con este
pesado?
La
joven de pelo oscuro mira a Dexter con una tímida sonrisa
y
murmura:
—Ahorita
mismo todo perfecto, señor.
Dexter,
divertido, tras escucharla me mira y dice:
—LALI
es la mujer de PETER y han pasado a visitarnos tras su
luna
de miel.
—Encantada,
señora LANZANI, y enhorabuena por su
reciente
boda —me felicita la muchacha, mirándome.
—Por
favor —digo rápidamente, mientras me estiro la minifalda—,
llámame
LALI, ¿te parece?
La
joven mira a Dexter, él asiente y yo añado:
—No
lo mires a él ni a mi marido. No hace falta que te den su
beneplácito
para que me puedas llamar por mi nombre, ¿de
acuerdo?
Sonrío.
La mujer sonríe y PETER concluye:
—Ya
lo sabes, Graciela... llámala LALI.
—De
acuerdo, señor LANZANI. —La muchacha sonríe y,
mirándome,
añade—: Encantada, JLALI.
Ambas
sonreímos y eso me tranquiliza.
Que
me llamen continuamente señora, o señora LANZANI,
no
es algo que me vuelva loca. Es más, me suena a carcamal
con
olor a rancio.
Aclarado
esto, observo a Graciela y deduzco que debe de
tener
pocos años más que yo. Su aspecto es pulcro y, desde mi
punto
de vista, es guapa. Pelo oscuro, ojos cautivadores y una
dulzura
que relaja. Eso sí, su fuerte no es la moda. Va demasiado
chapada
a la antigua para ser una joven de mi edad.
Una
vez nos hemos saludado todos, entramos a un salón diáfano.
Nada
de obstáculos, para que Dexter se pueda mover bien
por
allí con su silla de ruedas.
Durante
una hora, los cuatro hablamos cordialmente y
recordamos
la boda. Dexter me pregunta por mi hermana y
cuando
la nombra por cuarta vez, lo miro y aclaro:
—Dexter...,
a mi hermana ni te acerques.
PETER
y él sueltan una carcajada que yo en cierto modo
entiendo.
No quiero ni pensar lo que ocurriría si a Dexter se le
ocurriera
tener una cita con mi hermana y proponerle alguna de
sus
cosas. El bofetón se lo lleva seguro. Me río sólo de pensarlo.
PETER,
que sabe lo que pienso, al ver mi gesto risueño dice:
—Tranquila,
LALI. Dexter sabe muy bien con quién debe o no
salir.
Asiento.
Quiero que eso quede claro cuando el jodido de
Dexter
pregunta:
—Diosa,
¿celosita de tu linda hermana?
Divertida,
lo miro.
¿Yo
celosa de mi hermana?
Por
favorrrrrrrrrrrrrrrrr... ¡si adoro a Raquel!
Y
dispuesta a dejarlo claro, respondo:
—No.
Simplemente cuido de ella.
Dexter
sonríe.
—Tú
eres relinda, mi querida LALI.
—Gracias,
relindo —me mofo—. Pero por tu integridad física
deja
a mi hermana a un lado. El que avisa no es traidor.
¡Recuérdalo!
Los
tres nos reímos, conscientes de a lo que nos referimos y,
de
pronto, me doy cuenta de que Graciela no lo hace. No sonríe.
Sus
ojos se llenan momentáneamente de lágrimas y mira al
suelo.
Tras dos inspiraciones, vuelve a levantar la cabeza y sus
ojos
vuelven a estar normales.
Vaya...
qué capacidad de recuperación y, sobre todo, ¡qué
fuerte
lo que acabo de intuir!
¡Viva
el sexto sentido de las mujeres!
Sólo
me han hecho falta unos minutos con Graciela para
darme
cuenta de que está coladita por Dexter. Pobrecita. Me da
hasta
pena.
Instantes
después, la joven se despide y se va.
Cuando
nos quedamos los tres a solas en el enorme salón,
Dexter
nos pregunta cómo nos han tratado en el hotel durante
la
luna de miel. Mi chico me mira y yo sonrío como una tonta.
Ha
sido todo fantástico. El mejor viaje de mi vida. PETER me
adora
como nunca pensé que un hombre me pudiese adorar y yo
estoy
completamente coladita por él.
Entre
risas y cuchicheos, Dexter nos pregunta si hemos
jugado
en nuestra luna de miel, a lo que yo respondo que hemos
jugado
mucho... mucho..., pero que han sido juegos sólo entre
mi
marido y yo.
Oh
Dios..., sólo de recordarlo me pongo cardiaca.
El
hotel...
La
cama...
Sus
ojos... sus manos...
Aquellas
conversaciones calientes y morbosas...
Al
escucharme y, en especial ver mi cara, PETER sonríe. Dice
que
en mi expresión se ve claramente lo que pienso y sin duda
alguna
ha adivinado mis pensamientos. Al ver cómo nos
miramos,
Dexter, guasón como siempre, me guiña un ojo y murmura,
mirando
mis bronceadas piernas.
—Diosa...,
cuando tú quieras, me tienes listo para jugar.
Eso
me hace acalorar aún más.
Los
juegos de Dexter son calentitos y morbosos y al ver el
gesto
de PETER sonrío. Mi marido siempre está dispuesto. Pero
nuestra
excitante conversación se corta cuando suena un teléfono
y,
segundos después, Graciela entra con él en la mano.
Dexter
contesta y PETER, acercándose a mí, comenta:
—Te
veo acalorada, cariño, ¿pasa algo?
Pero
qué sinvergüenza es el tío.
Sin
poder evitarlo, sonrío y, antes de que pueda responder,
me
pasa la mano por las piernas y murmura en tono meloso:
—Si
tú quieres, yo estoy dispuesto...
Guauuu,
¡qué calor... qué calor!
Sé
a lo que se refiere y me entran los sofocos de la muerte.
¡Sexo!
Como
siempre que la ocasión se presenta, mi estómago se
contrae
y mi vagina se lubrica en décimas de segundo. Al final
PETER
va a tener razón y me estoy convirtiendo en una bestia
sexual.
¡Qué
fuerte!
¿Quién
me iba a decir a mí que me encantaría este juego?
Definitivamente,
me estoy volviendo una loca del sexo.
Pero
lo cierto es que me gusta y apetece. Mi deseo crece en
un
instante y con sólo observar cómo me mira mi recién
estrenado
maridito, ya estoy a cien y quiero jugar.
Mi
chico sonríe. Yo también. Y dispuesta a pasarlo bien,
susurro
con sensualidad, sin que Graciela me oiga.
—Rómpeme
el tanga.
Oh,
Diossssssssssss, ¿qué he dicho?
La
mirada azulada de mi Iceman de pronto se torna intensa
y
morbosa.
¡Guauuu!
De cien ya he pasado a doscientos y, por cómo me
mira,
sé que él a quinientos.
Soy
consciente de que lo vuelve loco mi descaro y mi
entrega.
Sonrío como sé que le calienta más la sangre y, guasón,
murmura
algo que los mexicanos dicen mucho:
—¡Sabrosa!
Cuando
Dexter termina la llamada y le entrega el teléfono a
Graciela,
ésta se marcha y PETER dice:
—Dexter...,
¿a qué hora llegan los invitados para la cena?
Sus
miradas se encuentran y sé que se han entendido a la
perfección.
¡Vaya dos!
—Faltan
tres horas —responde encantado.
Yo
sonrío. Dexter levanta las cejas y, con complicidad, tras
pasear
sus ojos con descaro por mis pezones erectos, pregunta.
—¿Qué
os parece si vamos a un lugar más íntimo?
Tuchúnnnnnnn...
Tuchúnnnnnn... Mi corazón se desboca.
¡Sexo!
Nerviosa,
me levanto y PETER me coge de la mano con fuerza.
Me
gusta esa sensación. Caminamos tras Dexter y me sorprendo
cuando
veo que entramos en su despacho. Yo creía que iríamos
a
una habitación.
Una
vez PETER cierra las puertas, me quedo boquiabierta
cuando
el mexicano aprieta un botón de la librería y ésta se
desplaza
hacia la derecha. Debo de tener tal cara que Dexter
dice:
—Diosa...,
bienvenida a la habitación del placer.
Sin
soltarme la mano, PETER me guía. Entramos en ese oscuro
lugar
y, cuando la librería se cierra detrás de nosotros, una luz
tenue
y amarillenta se enciende.
Morbo
en estado puro.
Mis
ojos se adaptan a la penumbra y veo un espacio de unos
treinta
metros con una cama, un jacuzzi, una mesa redonda, una
cruz
en la pared, cajoneras y varias cosas colgadas en las
paredes.
Al acercarme, veo que son cuerdas y juguetes sexuales.
¡Sado!
Yo no quiero sado.
Mi
cara debe de ser un poema, pues PETER, acercándose más a
mí,
pregunta:
—¿Asustada?
Niego
con la cabeza. Con él no me asusta nada. Sé que nunca
permitiría
que yo sufriera y menos aún me dejaría hacer nada
que
no quiero.
Dexter,
sentado en su silla, se acerca a un equipo de música y
pone
un CD. Instantes después, la habitación se inunda de una
música
instrumental muy sensual. Calentita. Luego se acerca a
la
mesa redonda y PETER me besa. Mete su lengua en el interior de
mi
boca y yo disfruto... disfruto y disfruto, mientras planta sus
manos
en mi trasero y me lo aprieta con deleite.
El
calor vuelve a la carga y mi cuerpo reacciona ante su contacto
en
décimas de segundo.
Durante
varios minutos nos besamos y nos tocamos. Soy
consciente
de que Dexter nos observa y disfruta. Y cuando estoy
total
y completamente excitada por mi guapo marido, éste abandona
mi
boca y dice, mientras se sienta en la cama:
—Desnúdate,
cariño.
Los
ojos de ambos hombres me comen, mientras observo
que
PETER no se desnuda ni Dexter tampoco. Sólo me miran y
esperan
que yo haga lo que él me ha pedido.
Sin
dudarlo un instante, me desabrocho el botón y la cremallera
de
la minifalda y la prenda cae al suelo.
Los
dos clavan la vista en mi tanga, pero no me lo quito.
Dexter
hace un movimiento con la mano y, al entenderlo,
giro
sobre mí y les enseño mi trasero.
—Mamacitaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
—murmura el mexicano.
Cuando
vuelvo a mirarlos de frente, me quito lentamente la
camiseta
de tirantes que llevo y me quedo ante ellos vestida sólo
con
la ropa interior y los zapatos de tacón. Los conozco y sé que
les
encanta que lleve los zapatos puestos.
—Ponte
las manos en la cintura y separa un poquito las
piernas
—dice Dexter.
Hago
lo que me pide, mientras mi respiración se acelera y
PETER
dice:
—Tócate
los pechos.
Con
sensualidad, llevo mis manos hasta ellos y, por encima
del
sujetador, me los estrujo y masajeo mientras los dos me
recorren
entera con la mirada y yo ardo de deseo.
Estoy
siendo observada por dos hombres que quieren
penetrarme.
Estoy
siendo observada por dos hombres que quieren
saborearme.
Estoy
siendo observada y quiero que me observen, porque
me
excita.
Mi
respiración se acelera. Deseo que me toquen. Dexter se
acerca
y, sin moverse, murmura:
—Aún
recuerdo cómo aquella mujer en Alemania disfrutaba
de
tu cuerpo y tú jadeabas. Fue padrísimo. No veo el momento
de
volverlo a ver.
Recordar
eso me hace jadear. Diana, la mujer alemana de la
que
habla Dexter, me gusta. Su manera de poseerme es tan exigente
que
pensar en ella me lubrica más.
PETER
lo sabe.
Le
pone. Le excita saberlo.
Lo
hemos hablado durante nuestra luna de miel y está tan
deseoso
como yo de volver a quedar con ella. Ahora, al ver mi
gesto,
dice:
—Lo
verás, amigo. Me consta que LALI está deseando
repetirlo.
Dexter
resopla y asiente. Después se dirige hacia un lateral
de
la habitación donde hay una pequeña nevera y veo que saca
una
botella de agua y un botecito con algo rojo. Mi curiosidad
me
puede y pregunto:
—¿Qué
hay en el bote?
Dexter
lo destapa y, enseñándomelo, contesta:
—Guindas
rojas. ¡Me encantan!
Sin
más, se mete una en la boca, la mastica, saborea y
murmura:
—Hum...
qué dulce.
PETER,
al ver mi expresión, sonríe y Dextrer, tras dejar el agua
y
el bote de guindas sobre la mesa, abre uno de los cajones de la
mesilla,
saca una caja y un antifaz y, entregándoselo a PETER, dice:
—Pónselo.
PETER
coge el antifaz, se acerca a mí y, tras mirarme de aquella
forma
que me vuelve loca, me besa y me lo pone. Mi mundo se
vuelve
oscuro. No veo nada y oigo a Dexter que pide:
—Siéntala
en la mesa.
Mi
chico me guía y, cuando me siento donde Dexter ha
dicho,
sus manos ya están en mis rodillas. Las toca y lo oigo
decir:
—Túmbate
cariño.
Vuelvo
a hacer lo que me pide.
La
mesa está dura y no veo nada. No sé dónde está PETER y eso
me
desconcierta un poco. Un dedo pasea en ese momento por
mi
tanga y mi estómago se deshace. Estoy caliente. Excitada y
totalmente
expuesta a ellos, mientras oigo cómo la silla de ruedas
de
Dexter da vueltas alrededor de la mesa.
—Diosa...,
tu olor a sexo me vuelve loco, pero quiero que sea
tu
hombre quien te quite las bragas para mí y me invite a tomar
de
ti todo lo que me apetezca.
Instantes
después, siento la boca de PETER en mi ombligo. La
reconozco.
Me lo besa. Deja un reguero de besos desde ahí hasta
el
principio de mi tanga, toca mis muslos con deleite y, después,
me
lo quita.
Acelerada
y con la respiración entrecortada, tengo la boca
seca
y murmuro:
—Tengo
sed.
Un
cubito de hielo recorre de pronto mis labios. Abro la
boca,
dispuesta a que su frescor me reconforte y PETER dice cerca,
muy
cerca de mí:
—Dexter,
te invito a tomar lo que quieras de mi mujer.
—Gracias,
güey, lo haré encantado.
Mi
boca, húmeda por el hielo, se seca en cuestión de segundos
cuando
de pronto siento cómo me cae agua fresquita sobre
el
sexo. Una suave toalla me seca y la voz de PETER murmura:
—Ahora
estás lista, mi amor.
El
corazón se me va a salir por la boca. Estoy tremendamente
excitada
y, parapetada bajo el antifaz, pregunto:
—¿Te
gusta lo que ves?
Con
delicadeza, PETER se tumba sobre mí en la mesa, me desabrocha
el
sujetador y, al quitármelo y quedar mis pechos al
aire,
contesta tras besarlos:
—Me
vuelve loco, pequeña.
Cuando
me quedo totalmente desnuda en la mesa, siento
que
PETER se aleja y en su lugar es Dexter el que se coloca entre
mis
piernas, sentado en su silla. Me las agarra, se las pone sobre
los
hombros y dice:
—Qué
rico manjar me ofreces, preciosa.
Me
estremezco. Sé lo que va a ocurrir y ya suelto un gemido.
Sin
darme tregua, Dexter pasea su mano por mi tatuaje y,
cuando
presupongo que lo ha leído, susurra:
—Te
pido que te entregues a mí.
Enloquecida
por sentirme tan deseada, me muevo sobre la
mesa
a la espera de que me devore, cuando de pronto dice:
—Pon
los pies en el suelo. Date la vuelta y túmbate sobre la
mesa.
Hago
lo que me pide. Me doy la vuelta y, cuando mi cara
toca
la madera y mi culo queda expuesto, me da varios azotitos.
—Enrojecido...
así... rojito para mí.
El
trasero me escuece tras los azotes. Sé que PETER mira y controla
y
de pronto siento que la mano de Dexter me separa las
cachas
del culo y dice, mientras aplica gel en mi ano:
—Hoy
vamos a jugar a otra cosa.
¿Otra
cosa? ¿Qué cosa?
Estoy
a punto de protestar, cuando noto las manos de PETER
en
mis hombros y susurra en mi oído lentamente:
—No
te muevas.
Su
voz me tranquiliza y noto cómo Dexter introduce algo en
mi
ano mientras, con voz cargada de morbo, susurra:
—Estas
bolas anales aumentarán tu y nuestro placer... Ya lo
verás.
Tumbada
sobre la mesa, dejo que introduzca bola a bola en
mi
interior, mientras, excitada por ello, me dejo hacer.
Dios...
¡cómo me gusta ser su juguete!
Dexter
se recrea con mi ano y las bolas. A cada una que
introduce,
azotito que me da, seguido de un tierno mordisquito
y
masaje en las nalgas. Oh, sí... me gusta lo que hace.
Una
vez acaba, siento mi ano repleto. Es una sensación rara,
pero
me gusta.
—Diosa,
túmbate de nuevo sobre la mesa como estabas
antes.
Con
el trasero enrojecido, lleno de bolitas y el antifaz puesto,
hago
lo que me pide.
—PETER...
¿puedo saborear ahora a tu mujer?
Mi
corazón, tuchún... tuchún..., se acelera más cada
segundo.
Ellos
son dos morbosos y expertos jugadores y me están
volviendo
loca sin haberme casi tocado aún. Abro la boca para
respirar
y suelto un jadeo cuando le oigo decir a PETER:
—Saboréala
todo lo que quieras.
No
veo sus ojos...
No
veo su mirada...
No
veo su expresión...
Pero
me los imagino y su tono de voz me hace saber lo
mucho
que disfruta este momento. Yo jadeo enloquecida y mis
fuertes
respiraciones se oyen en la habitación.
50/500
Oh,
sí... sí...
No
quiero que paren.
Quiero
que jueguen.
Quiero
que me saboreen.
Quiero
que me follen.
Dexter
me abre los muslos y quedo totalmente expuesta ante
él;
entonces noto que algo redondo y pringoso se pasea por mi
clítoris
y Dexter dice:
—Guindas
rojas y LALI. Una explosiva y riquísima mezcla.
Y,
sin más, noto cómo sus dientes aprisionan la guinda y
comienzan
a apretarla contra mí. La dureza y suavidad de la piel
de
la fruta golpea y resbala con deleite por mi clítoris y yo jadeo
mientras
Dexter mueve la boca con destreza y la guinda me calienta
y
estimula en décimas de segundo. Noto que suelta la
guinda
y ésta corre por mi sexo, mientras él me toca el clítoris
con
la lengua para luego volver a coger la fruta y repetir la
acción.
Oh,
Dios... ¡Oh, Diossssssssss!
Mi
cuerpo reacciona.
Jadeo...
y enloquezco cuando la boca de PETER toma la mía.
Me
besa...
Me
disfruta...
Me
vuelve loca...
Mientras,
Dexter succiona mi hinchado clítoris y yo levanto
la
pelvis de la mesa, dispuesta a ofrecérselo más.
—Así...,
amor..., así... —murmura PETER, al notar mi entrega.
Durante
varios minutos soy el manjar de ellos dos sin yo
poder
ver nada. Sólo sé que uno disfruta entre mis piernas y el
otro
disfruta con mi boca. Pero lo mejor es que yo disfruto de
ambos.
¡Qué
maravilla!
De
pronto, PETER se retira de mi boca. Levanto el cuello en su
busca,
pero no le encuentro y, con el antifaz, no lo veo.
Quiero
sus besos...
Quiero
su contacto...
Y
cuando siento que me echan agua de nuevo sobre el sexo,
sé
que el juego va a cambiar. Dexter se retira y oigo cómo la silla
rodea
la mesa hasta llegar a la altura de mi cabeza. Me coge las
manos
y, tras besarme los nudillos, murmura:
—Ahora
te van a dar lo que yo no te puedo proporcionar.
Las
manos de PETER me tocan. Las reconozco. Sonrío y,
cogiéndome
con fuerza de los muslos, me los separa con contundencia
y
me penetra de una certera estocada.
Su
gruñido varonil me vuelve loca.
Mi
respiración se acelera. Dexter me suelta las manos y PETER,
levantándome
de la mesa, dice, quitándome el antifaz:
—Acóplate
a mí.
Tiemblo...
Jadeo...
Enloquezco...
Mientras,
el hombre que adoro me penetra una y otra vez
con
fuerza y yo lo miro a los ojos sin necesidad de que me lo
pida.
¡Oh,
Dios, su mirada!
Sus
ojos me traspasan, me hablan, me dicen que me quiere,
mientras
Dexter me da cachetes en el trasero y me lo enrojece,
como
a él le gusta.
De
nuevo, PETER me penetra y, en ese instante, Dexter tira de
la
cuerdecita de las bolas anales. Saca una y me da un azote.
Boquiabierta
por lo que he sentido, suelto un grito. Eso los
enloquece.
PETER
sonríe y, agarrándome con fuerza, me vuelve a penetrar.
Nueva
arremetida.
Nuevo
tirón de las bolas y cachete.
Nuevo
grito mío.
Una
a una, las suaves bolitas salen de mí y yo me entrego
enloquecida,
mientras PETER, que me tiene entre sus brazos, me
mira
y murmura:
—Así...,
cariño..., así... Mírame y disfruta.
Cuando
salen de mí todas las bolas anales que Dexter me ha
metido,
éste se va hacia un lado y PETER toma la iniciativa de
nuestro
momento. Camina hacia la pared, me apoya en ella y,
devorándome
la boca como sólo él sabe hacer, me penetra una...
y
otra... y otra vez... Su fuerza me parte en dos, pero me gusta.
Sus
manos me estrujan el trasero mientras yo le recibo y me
abro
más y más para él.
Nuestro
gozo es inmenso. No quiero que acabe. Quiero que
sus
penetraciones duren eternamente. Sus gruñidos secos me
enloquecen
y cuando creo que los dos vamos a explotar,
soltamos
un gemido al mismo tiempo y, tras una última
embestida,
gozosos nos dejamos llevar por el placer.
Con
su pene todavía alojado en mi interior, agotada apoyo la
cabeza
en su cuello. Adoro su olor. Su contacto. Cierro los ojos y
me
abrazo más a él, mientras mi amor me abraza a su vez y sé
que
siente todo lo que siento yo.
Al
cabo de unos instantes en los que nuestras respiraciones
se
normalizan, como siempre, pregunta en mi oído:
—¿Todo
bien?
Asiento
y sonrío.
PETER
camina hasta la mesa y me deja sobre ella. Cuando se
separa
de mí, Dexter se acerca y, cogiéndome la mano, me besa
los
nudillos y murmura:
—Gracias,
diosa.
Yo
sonrío y sin pizca de vergüenza por mi desnudez, cojo el
tanga,
que está sobre la mesa, y mientras me lo pongo deseosa
de
una ducha, respondo:
—Gracias
a ti, relindo.
Dos
horas más tarde, tras darnos una duchita en la habitación
que
nos han asignado y vestirnos para la cena, mi chicarrón
y
yo regresamos al salón, que ya está a reventar de gente.
No
conozco a nadie, pero todos me saludan con una amplia
sonrisa.
Son la familia y los amigos de Dexter. PETER conoce a
todo
el mundo y me sorprende verlo tan dicharachero y feliz.
Desde
luego, cuando quiere, ¡el jodío es un amor!
La
familia de Dexter es encantadora y sus padres maravillosos.
Por
cómo tratan a PETER, se ve que lo aprecian mucho y
cuando
él me presenta como su mujer, me abrazan y, con su
dulce
acento mexicano, me miman y me dicen cosas preciosas.
Sin
demora, todos me saludan, tíos, primos y amigos de
Dexter
y me hacen sentir muy especial. Me recuerdan a mi gente
de
Jerez, cercana y cariñosa. Sonrío al ver que PETER coge en
brazos
al bebé de la hermana de Dexter y me mira.
Oh,
Dios, ¡cómo me pica el cuello!
Al
ver que me rasco, mi Iceman suelta una carcajada y yo
sonrío
también.
De
pronto, veo una cara amiga, ¡el primo de Dexter!
Con
una encantadora sonrisa, VICTORIO saluda a PETER,
ambos
se acercan a mí y el recién llegado, mirándome,
pregunta:
—¿Puedo
saludarte sin que peligre mi vida?
Yo
sonrío.
Cada
vez que recuerdo las cosas que le dije ese día al pobre
me
tengo que reír, pero me gusta ver que él se lo ha tomado
bien.
Si fuera yo, con la mala leche que tengo, seguro que aún lo
tendría
crucificado.
La
reunión con esas personas es agradable y de pronto me
fijo
en Graciela, la asistente de Dexter. La joven permanece en
un
segundo plano. En ese momento, se acerca hasta nosotros
Cristina,
la madre de Dexter, y, cogiendo del brazo a su sobrino
VICTORIO,
al que llaman cariñosamente VICO, le pregunta:
—¿Es
cierto que te vas a España pasado mañana con ellos?
—Sí,
tía.
—¿Y
a qué vas? Si se puede saber.
VICTORIO
sonríe y, con cariño, responde:
—Quiero
visitar España y algunos países de Europa, para ver
si
puedo expandir mi negocio.
—Pero
luego regresarás, ¿verdad? —insiste la mujer.
—Claro
que regresaré, tía. Mi empresa está aquí y mi vida en
México.
Veo
que la mujer cabecea. No sé qué pensará, pero no parece
muy
convencida de ello, cuando oigo que Dexter dice divertido:
—Yo
también voy, mamita.
Me
río. Me parto con Dexter y sus caras de pilluelo.
—A
qué irás tú, sinvergüenza. Te pasas media vida fuera.
—Mamá...
mamita linda, mi empresa es internacional y
requiere
que viaje mucho. Es más, esta vez, para que te quedes
más
tranquila, Graciela me acompañará.
La
cara de la mujer se transforma. ¡Sonríe! Y, encantada,
dice:
—Oh...
eso me gusta más. Ella dará normalidad a tus
horarios.
Me
vuelvo a reír.
¡A
Dexter no lo normaliza ni Dios! Y cuando creo que la
mujer
se va a marchar, me mira y dice:
—Querida...,
búscale una buena mujercita a mi sobrino. Mi
VICO
necesita una bonita esposa cariñosa, que lo cuide y lo
mime.
—Oye...,
de paso que me busque a mí otra —se mofa Dexter.
Su
madre lo mira y, ante todos, baja la voz y cuchichea:
—Tú,
si quisieras, ya la tendrías. Te lo he dicho mil veces.
Dexter
pone los ojos en blanco y, tras mirar a Graciela, que
tiene
al hijo de la hermana de Dexter en brazos, murmura:
—Mamita,
no sigas con eso.
VICTORIO,
al oírlo, mira a su tía y, señalando a un par de
amigas
de Dexter que hay allí, dice:
—Tía,
lo que yo menos necesito es una esposa. Ahora que
vuelvo
a estar soltero, puedo tener muchas y...
—Déjate
de pendejas facilonas y búscate una mujer en condiciones.
¡Eso
es lo que necesitas! —sisea la mujer y, mirándome,
añade—:
Yo no sé qué le pasa a esta juventud. Ninguno quiere
tener
algo tan bonito como lo que tienes tú con PETER.
—Es
que LALI es un amor, Cristina —aclara PETER, agarrándome
por
la cintura—. Mujeres como mi pequeña no hay
muchas...
créeme. Por eso, cuanto la conocí, la amarré a mi lado
hasta
que conseguí que fuera mi mujer.
¡Plofffffff!
Y
¡reploffffffffffff!
Por
favorrrrrrrrrrrr...
¡Si
me cortan con un cuchillo, no sangro!
Pero
qué cosa más bonita y romántica ha dicho mi marido.
Es
que me lo como... ¡Me lo comooooooooooo a besos!
Enamorada
hasta las trancas y más allá, apoyo la cabeza en
su
brazo y respondo al ver la tierna expresión de la mujer:
—Lo
bonito es encontrar a alguien especial y yo tuve la
suerte
de conocer a PETER.
Mi
chico, al escucharme, me aprieta más contra él y Cristina
pregunta:
—No
tendrás una hermana para mi Dexter, ¿verdad?
La
carcajada que suelta PETER es tan monumental que Dexter
dice:
—Sí,
mamá, la tiene, pero según LALI, su hermana no me
conviene.
—¿Tan
mala es?
Ahora
la que se ríe a carcajadas soy yo y respondo:
—No,
Cristina. Precisamente es demasiado buena e inocente
para
tu hijo.
Antes
de que me pregunte más sobre mi hermana, Dexter se
lleva
a su madre de mi lado y todos nos sentamos a la mesa para
cenar.
Durante
la velada, varias amigas de Dexter, por cierto unas
lagartas
de mucho cuidado, nos acompañan. Para mi gusto son
algo
escandalosas y creo que para el gusto de Cristina, la madre
del
anfitrión, también. La manera que tienen de acercarse a
Dexter
o a VICTORIO no es la correcta y cuando lo intentan
con
PETER, las miro con actitud de «te arranco los ojos». Y al final
lo
rodean. PETER sonríe.
Tras
la cena, todos pasamos al enorme salón, donde
bebemos
y hablamos. Y, como suele ocurrir en esas fiestas
familiares,
al final, Dexter saca una guitarra, la coge su padre
por
banda y su madre se arranca y nos canta una ranchera.
Estoy
segura de que si la fiesta fuera en España, mi padre
cantaría
una bulería con el Bicharrón.
¡Qué
arte tienen!
Alucinada,
escucho a la madre de Dexter y su voz me
recuerda
a la tristemente desaparecida Rocío Dúrcal.
¡Qué
fuerza tenía esa mujer para cantar lo que se propusiera!
Mi
padre tiene todos sus discos y sonrío al recordar cómo los
canturreaba
con mi madre. ¡Qué bonitos recuerdos!
Una
vez acaba la canción, aplaudo y, ni corta ni perezosa, le
pido
que cante Si nos dejan.
PETER me mira y yo sonrío. Oficialmente,
es
la canción de nuestra luna de miel.
Cristina
no lo duda ni un segundo y Dexter se le une.
Oh,
Dios... ¡qué pasote! Vaya voces tan lindas tienen.
Sentada
sobre mi marido, que me agarra con fuerza, escucho
esa
bonita, romántica y apasionada canción. Cuando terminan,
PETER
me besa y murmura en mi oído:
—Te
quiero, pequeña.
Después
de varias canciones más, me hacen cantar a mí.
¡Soy
la española!
Madre...
madre, la que voy a liar.
PETER
me mira y sonríe. Sabe que, metida en juerga, soy un
terremoto.
Les canto la Macarena y todos se parten de risa. ¡Se
la
saben!
Una
vez acabamos la divertida canción con su correspondiente
bailecito,
el padre de Dexter, que sabe tocar muy bien la
guitarra,
toca una rumbita y yo, más alegre que unas
castañuelas,
me lanzo y, al más estilo Rosarillo Flores, me toco
el
pelo y saco todo el arte que llevo dentro.
¡Viva
el poderío español!
Una
vez acabo, PETER aplaude orgulloso y todos lo felicitan por
el
arte que tiene su mujercita.
Cuando
todos estamos más tranquilos, me fijo en Graciela y
veo
cómo sigue con su mirada a Dexter por el salón. Me da penita.
Sé
lo que es sufrir por tu jefe y no poder hacer nada por
remediarlo.
Mientras
PETER habla con los padres de Dexter, decido darme
un
garbeo por la fiesta y acabo al lado de Graciela, que me mira
y
sonríe, aunque en su mirada veo algo que no he visto por la
mañana:
resentimiento. Eso sí, cuando mira a Dexter, lo hace
con
auténtica adoración.
Ay,
qué riquiña. Eso me hace sonreír y pregunto, centrándome
en
ella:
—¿Llevas
mucho tiempo trabajando para Dexter?
La
joven me mira directamente y responde:
—Unos
cuatro años.
Asiento.
Cuatro años son muchos años para desesperarse y,
curiosa,
pregunto:
—¿Y
qué tal es Dexter como jefe?
Se
retira con coquetería el pelo de la cara y, con resignación,
dice:
—Es
buen jefe. Me ocupo de que esté bien en su casa y que
no
le falte de nada.
Sonrío,
consciente de que aunque fuera un tirano nunca me
lo
confesaría. Un dolor en mi tripa me hace maldecir. ¡Me cago
en
la mar! Seguro que me viene la regla. Y cuando estoy sumida
en
mis pensamientos, la joven añade en voz baja:
—En
ocasiones es algo desconcertante, pero ahorita mismo,
con
su visita y esta fiesta, está muy feliz. Los aprecia mucho.
Su
sonrisa, su gesto, su mirada me hacen saber que es una
buena
muchacha e, intentando afianzar los lazos que me pueden
unir
a ella, añado:
—¿Sabes?,
PETER también era mi jefe y se comportaba como
dices
que se comporta Dexter.
Eso
la sorprende y, prestándome toda su atención,
pregunta:.
—¿El
señor LANZANI era tu jefe?
—Sí,
pero yo trabajaba en su oficina, no en su casa.
Su
actitud cambia. De pronto me ve como a una igual.
—Entonces
me alegra doblemente que su amor pudiera ser
real.
¡Qué relindo!
—Gracias,
Graciela.
PETER
y Dexter nos miran desde el grupo donde están. Sé que
cuchichean
y yo sonrío mientras Gabriela se sonroja. Me gustaría
preguntarle
a esta joven muchas cosas, pero me contengo.
No
quiero ser una cotilla como mi hermana, o ni yo misma me
lo
perdonaría. Por eso, para cortar mi vena de detective, digo
para
alejarme:
—Tengo
que ir al baño, ¿me dices dónde está?
Graciela
asiente.
—Yo
te acompañaré.
Caminamos
por un pasillo muy amplio cuando se para, abre
una
puerta y dice:
—Te
esperaré aquí para regresar las dos juntas, ¿te parece?
Asiento
y entro en el cuarto de baño.
La
madre del cordero, ¡me ha venido la regla!
Consciente
de que siempre es inoportuna, abro la puerta y
digo:
—Graciela,
¿me podrías dejar alguna compresa?
—Ahorita
mismo. En seguida te las traigo.
La
joven desaparece. Yo me quedo en el baño, acordándome
de
todos los familiares de la tan famosa regla y, cuando Graciela
vuelve
y me entrega lo que le he pedido, sonrío. De momento no
me
duele, pero estoy convencida de que dentro de unas horas
estaré
doblándome de dolor.
Una
vez acabo, abro la puerta y salgo. La joven me mira.
Conozco
esa mirada. Sé que desea algo y le pregunto
directamente:
—Quieres
saber algo, ¿verdad?
Ella
asiente y, dispuesta a resolver sus dudas, la animo:
—Vamos...
pregunta.
Mirando
a los lados, Graciela baja la voz y, colorada como un
tomate,
dice:
—Dexter
va mucho por Alemania. ¿Hay allí alguien especial?
Ay,
pobre. Ahora entiendo todavía más su angustia y,
deseando
abrazarla, contesto:
—Si
te refieres a una mujer, no. No hay ninguna especial.
Su
gesto cambia. Mi respuesta la hace sonreír y, agarrándola
del
brazo, decido dejarme de medias tintas; la meto en el baño
y,
una vez la puerta está cerrada, le digo:
—Sólo
me han hecho falta unas horas para darme cuenta de
lo
mucho que te gusta Dexter.
—¿Tanto
se nota?
—Intuición
femenina, Graciela. Ésa pocas veces falla. Ya
sabes
que las mujeres tenemos algo de brujillas.
Ambas
sonreímos. Somos conscientes de nuestro sexto
sentido.
—En
cuanto a tu pregunta, te diré que en Alemania no hay
nadie
especial. Y te lo digo porque lo sé de buena tinta.
Roja
a más no poder, asiente. Le he quitado un gran peso de
encima
y, sin poder evitarlo, pregunto:
—¿Él
lo sabe?
Avergonzada,
se encoge de hombros y responde:
—No
lo sé. A veces pienso que sí por cómo me trata, pero
otras
veces, sinceramente, creo que ni sabe que existo. Me gustó
desde
el primer instante en que lo vi postrado en la cama. Me
fijé
en él porque me recordó a un cantante mexicano llamado
Alejandro
Fernández. ¿Lo conoces?
—Uy,
sí... pedazo de hombre.
Ambas
asentimos y, divertidas por nuestro gesto, prosigue:
—Yo
trabajaba de enfermera en el hospital y cuando su
familia
me propuso este trabajo, no lo dudé. Era una manera de
seguir
estando cerca de él. Fue un amor a primera vista. —Sonríe—.
Pero
creo que él nunca se ha fijado en mí. Me trata bien,
es
correcto con todo lo que necesito, pero nada más.
Sorprendida
por esa profesionalidad de Dexter, pregunto:
—¿Nunca
se te ha insinuado?
—No.
—¿Ni
siquiera un poquito?
—Nada.
—Pero
¿nada de nada?
—Nada
de nada. Y no será porque yo no lo haya intentado.
Suelto
una carcajada. No me imagino a Dexter obviando proposiciones
sexuales.
—No
soy de piedra, LALI, y tengo mis necesidades. Pero
está
claro que, como mujer, a él no le atraigo. No existo.
Su
dulce tono de voz me llega al corazón y pregunto:
—Tú
no eres mexicana, ¿verdad?
Ella
sonríe y murmura.
—Nací
en Chile, concretamente de un precioso lugar llamado
Concepción.
Aunque llevo muchos años trabajando en México.
Mi
padre era de aquí. Soy una mezcla de chilena y mexicana.
Divertida,
miro a la joven que sin apenas conocerme se ha
sincerado
tras saber que PETER era mi jefe. Es una muchacha
agradable
a la vista, pero totalmente asexual. El vestido que
lleva
y el moño tan tirante no la favorecen nada.
—Escucha,
Graciela, yo no sé si tú sabes que Dexter no
puede...
Abre
los ojos.
—Lo
sé. Recuerda que lo conocí en el hospital. Lo sé todo
sobre
él.
—¿Sabes
que no puede... eso... y aun así quieres algo con él?
Más
colorada que segundos antes, asiente.
—En
esta vida, no todo es el sexo convencional.
Vaya...
vaya... vaya... con la asexual.
Boquiabierta
al ver que es menos inocente de lo que yo creía,
pregunto:
—¿Ah,
no?
Ella
niega con la cabeza y, acercándose más, susurra:
—Alguna
que otra ocasión, lo he visto con alguna de sus amigas
y
amigos en su despacho, o en el cuarto que hay dentro de
su
despacho. —Yo la miro y ella añade—: En el cuarto donde
habéis
estado hoy los tres. Sé muy bien lo que allí pasa.
—¿Lo
sabes?
Graciela
asiente.
Ahora
la que debe de estar roja como un tomate soy yo y
entiendo
su mirada de reproche.
Pero
sin importarle lo que yo piense, mira al techo y dice:
—Oh,
Dios, ¡¡Dexter es tan caliente... tan fogoso!! —Y al ver
que
yo suelto una carcajada de incredulidad, la pobre dice rápidamente—:
Por
favor... por favor... pero ¿qué estoy diciendo?
¿Qué
hago contándote esto? Perdón... perdón...
Al
ver que, horrorizada, se tapa la cara con las manos, me da
pena
y, acercándome, digo:
—Tranquila,
Graciela. No pasa nada. —Y, dispuesta a saber
cuánto
sabe, pregunto—: ¿Y qué te parecen los juegos que practica
Dexter
con sus amigos?
Graciela
suspira, sonríe y murmura:
—Morbosos
y excitantes.
Toma
yaaaaaaaaaaaaa... con la mojigata dulce. ¿Quién me lo
iba
a decir?
—¿Y
tú has jugado alguna vez a lo que juega él?
Nerviosa,
suspira, y, dispuesta a darle toda la confianza del
mundo,
reconozco:
—Yo
sí he jugado, aunque fuera de estas paredes negaré
haberlo
dicho. ¿Y tú?
Sorprendida
por lo que acabo de decir, parpadea y finalmente
responde:
—Después
de ver lo que él hacía, investigué y conocí a unas
personas
con las que juego y fantaseo que es él. Pero con Dexter
nunca
me he atrevido.
—Pero
¿lo harías?
Asiente
sin pizca de duda y yo sonrío. Está claro que el
morbo
y el sexo a todos nos gusta. Como dice PETER, hay quienes
los
disfrutan y hay quienes se pasan media vida obviando lo que
les
gustaría.
Al
final, y tras ver la cara de circunstancias de Graciela, finalmente
digo:
—Tranquila,
tú me has confiado un secreto y yo no soy nadie
para
desvelarlo. Espero que el mío también lo guardes.
—No
lo dudes, LALI.
—Ahora
bien, si te gusta Dexter —insisto—, creo que debes
hacer
algo para llamar su atención.
—Lo
he hecho todo, pero no se fija en mí.
Sin
querer ofenderla, añado:
—Quizá
si te vistieras de otra manera, eso cambiaría, ¿no
crees?
Tocándose
el tirante moño, dice:
—Si
tengo que llevar la pinta que llevan las pendejas de sus
amiguitas
para que se fije en mí, ¡no lo haré!
—No
me refiero a eso, Graciela —la corto y pregunto—: ¿Es
cierto
que en este viaje acompañarás a Dexter a España y después
a
Alemania?
Emocionada,
asiente, y, dispuesta a ayudarla, digo:
—¡Genial!
Pues entonces, mañana tú y yo tenemos día de
chicas.
Nos iremos de compras mientras ellos hablan de negocios,
¿te
apetece?
—¿Harías
eso por mí?
—Pues
claro que sí. Las mujeres estamos para ayudarnos,
aunque
a veces parezca lo contrario —respondo, convencida de
estar
metiéndome donde no me llaman.
En
ese momento, unos golpecitos suenan en la puerta. Al
abrir,
veo que es PETER, que, con cara de preocupación, pregunta:
—¿Por
qué tardas tanto? ¿Ocurre algo?
Cuando
salimos del baño, miro a mi chico y, dándole un
cariñoso
beso en los labios, respondo:
—Cariño,
me ha venido la regla. —El pobre arruga el entrecejo.
Sabe
que me vuelvo una borde cuando estoy así—. Por
cierto,
mañana iré con Graciela de compras, ¿algún problema?
Sorprendido
por esa repentina amistad, me mira. Sabe que
estoy
tramando algo. Lo veo en sus ojos y responde:
—Por
mi parte ninguno y creo que por parte de Dexter tampoco
lo
habrá.
Al
oírlo, sonrío. Pero qué listo es el jodío. Inteligencia alemana.
No
se le escapa una.
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