Al
día siguiente, PETER no aparece por la oficina. Llamo a PABLO y me indica que
está en Múnich. Me tranquiliza saberlo. El viernes por la tarde, cuando salgo
de la oficina, tomo un vuelo a Alemania. Marta me va a buscar, y aunque se
enfada, insisto en que quiero ir a un hotel a dormir. Si PETER y yo nos
arreglamos quiero tener dónde llevarlo. El sábado por la mañana quedo con EUGE.
Me cuenta que PABLO prepara una fiesta en su casa esa noche, y PETER cree que
yo voy a aparecer. Niego con la cabeza. No pienso ir. No quiero jugar sin él.
Por
la tarde, voy a casa de Sonia. La mujer me abraza con cariño y se emociona al
verme. Cuando menos me lo espero aparece Simona, que al saber que había viajado
a Múnich decide ir a visitarme. Cuando me ve, me abraza con cariño y, entre
risas, me cuenta cómo va el culebrón de «Locura esmeralda». Pero uno de los
mejores momentos es cuando aparece Flyn. No sabe que yo estoy allí y, cuando me
ve, corre a mis brazos. Me ha echado de menos. Tras varios achuchones y besos,
me enseña su brazo. Está totalmente recuperado y me cuchichea que Laura y él
ahora se hablan. Ambos nos reímos, y Sonia disfruta de las risas de su nieto.
Después
de comer, cuando estamos Flyn y yo jugando con la Wii, aparece PETER. Su gesto
al verme es frío. Se ha afeitado y vuelve a estar tan guapo como siempre. Se
acerca a mí, y cuando me da dos besos y su mejilla toca la mía, tiemblo. Cierro
los ojos y disfruto de ese delicado roce entre los dos. Marta y Sonia, varios
minutos después, se llevan a Flyn a la cocina. Desean dejarnos solos. En cuanto
nadie está a nuestro alrededor, PETER pregunta:
—¿Has
venido a la fiestecita de PABLO?
No
contesto. Simplemente lo miro y sonrío.
PETER
maldice, y sin darme tiempo a nada más se marcha. No me da la oportunidad de
hablar. Me enfado conmigo misma. ¿Por qué he sonreído? Con tristeza, a través
de los cristales veo que ha venido en su BMW gris. Lo veo marcharse. Suspiro.
Marta al verme me agarra de los hombros y murmura:
—Este
hermano mío, como siga así, se va a volver loco.
Yo
también me voy a volver loca..., pienso. Al final, vuelvo a jugar con Flyn ante
el gesto triste de Sonia. A las siete, vamos al hotel. Me cambio de ropa y, a
diferencia de lo que piensa PETER, me voy de fiesta con Marta. No quiero jugar
con nadie que no sea él. No puedo. Nos vamos al Guantanamera. Aquí están
esperándonos Arthur, Anita, Reinaldo y varios amigos.
Nada
más entrar exijo ¡mojitos! para olvidarme de PETER y, tras varios, ya sonrío mientras
bailo salsa con Reinaldo. Esas personas que han sido mis amigas todos esos
meses en Alemania me reciben con cariño, abrazos y mucho amor.
A
las once de la noche recibo un mensaje de EUGE: «PETER está aquí».
Me
inquieto. Se me corta el rollo.
Saber
que PETER está en una fiestecita privada sin mí me altera. ¿Jugará con otras
mujeres? A las once y media, me llama. Miro él móvil, pero no se lo cojo. No
puedo. No sé qué decirle. Tras varias llamadas de él que no cojo, a las doce es
EUGE quien lo hace. Corro a los baños para escucharla.
—¿Qué
ocurre?
—¡Aisss,
LALI! PETER está muy cabreado.
—¿Por
qué? ¿Por qué yo no esté en la fiestecita?
EUGE
ríe.
—Está
cabreado porque no sabe dónde estás. ¡Madre mía!, la que se ha liado, LALI. Eso
de saber que estás en Múnich y no tenerte controlada lo está matando.
Pobrecito.
—EUGE,
¿PETER ha participado en algún juego?
—Pues
no, cariño. No tiene cuerpo para eso, aunque ha venido acompañado.
Eso
me enerva. ¡¿Acompañado?! Saber eso me cabrea mucho. Entonces, EUGE dice:
—¿Por
qué no vienes? Seguro que si te ve...
—No...,
no... voy a ir.
—Pero
LALI, ¿no quedamos en que se lo ibas a poner fácil? Cariño, me confesaste que
lo querías, y ambas sabemos que él te quiere y...
—Sé
lo que dije —gruño, furiosa, por saber que ha ido acompañado—. Y por favor, no
le digas dónde estoy.
—LALI,
no seas así...
—Prométemelo,
EUGE. Prométeme que no le vas a decir nada.
Tras
conseguir una promesa de la buena de EUGE, cuelgo. El móvil me vuelve a sonar.
¡PETER! No lo cojo. Cuando regreso a la pista, Marta, ajena a todo eso, me
entrega otro mojito, e intentando ser feliz, grito, dispuesta a pasarlo bien:
—¡Azúcar!
Llego
al hotel sobre las siete de la mañana. Estoy destrozada y caigo muerta en la
cama. Cuando me despierto son las dos de la tarde. La cabeza me da vueltas. La
noche anterior bebí demasiado. Miro mi móvil. Está sin batería. Saco de mi
maleta el cable y lo enchufo a la corriente. Cuando comienza a cargar, pita.
PETER. Decido cogérselo.
—¿Dónde
estás? —grita.
Estoy
por mandarlo paseo, pero respondo:
—En
este momento, en la cama. ¿Qué quieres?
Silencio.
Silencio. Silencio. Hasta que finalmente pregunta:
—¿Sola?
Miro
a mi alrededor y, revolcándome en la enorme cama, murmuro:
—Y
a ti ¿qué te importa, PETER?
Resopla.
Maldice. Y gruñe.
—LALI,
¿con quién estás?
Me
siento en la cama y, retirándome el pelo de la cara, respondo:
—Vamos
a ver, PETER, ¿qué quieres?
—Dijiste
que ibas a ir a la fiesta de PABLO y no fuiste.
—Yo
no dije eso —siseo—. Te equivocas. Yo dije que iba a ir a una fiesta, pero no precisamente
a la de PABLO. Te dejé claro que él para mí es sólo un buen amigo.
Silencio.
Ninguno habla, y PETER murmura:
—Quiero
verte, por favor.
Eso
me gusta. El que me pida algo así puede conmigo, y claudico.
—A
las cuatro en el Jardín Inglés, al lado del puesto donde compramos los bocatas
el día en que fuimos con Flyn, ¿vale?
—De
acuerdo.
Cuando
cuelgo, sonrío. Tengo una cita con él. Me ducho. Me pongo una falda larga, una
camiseta y el abrigo de cuero. Cojo un taxi, y cuando llego, lo veo
esperándome. El corazón me palpita con fuerza. Si me abraza y me pide que
vuelva con él, no voy a poder decirle que no. Lo quiero demasiado a pesar de lo
enfadada que estoy con él por no haberme contado lo de mi hermana y saber que
acudió acompañado a la fiesta. Cuando llego a su altura, lo miro y, dispuesta a
ponérselo fácil, digo:
—Aquí
me tienes. ¿Qué quieres?
—Tienes
cara de haber descansado poco.
Divertida
por aquella observación, lo miro y respondo:
—Tú
tampoco tienes muy buen aspecto.
—¿Dónde
estuviste anoche, y con quién?
—Pero
¿otra vez estamos con eso?
—LALI...
¡Dios!,
¡Dios!, me ha llamado LALI...
—Vale...,
contestaré a tu pregunta cuando tú me digas quién era la mujer que anoche te
acompañó a la fiestecita de PABLO.
Mi
pregunta le sorprende y no contesta. Mi enfado sube de tono, e, intentando
manejar la misma frialdad en la mirada que él, aclaro:
—Mi
avión sale a las siete y media. Por lo tanto, date prisita en lo que quieras
hablar conmigo, que tengo que pasar por el hotel, pillar la maleta y coger mi
vuelo.
Maldice.
Me mira, ofuscado.
—¿No
me vas a contar con quién estuviste anoche?
—¿Has
respondido tú a mi pregunta? —No responde; sólo me mira y siseo—: Quiero que
sepas que sé que me mentiste.
—¿Cómo?
—pregunta, descolocado.
—Me
ocultaste la separación de mi hermana y luego tuviste la poca vergüenza de
enfadarte conmigo porque yo te escondía cosas de tu familia.
—No
es lo mismo —se defiende.
Con
frialdad, esa frialdad que él me ha enseñado, lo miro y siseo:
—Eres
un embustero, un ser frío y deplorable que no ve la viga en su ojo. Sólo ve la
paja en el ojo ajeno. Y en respuesta a con quién he pasado la noche, sólo te
diré que soy libre para pasar la noche con quien quiera, como lo eres tú. ¿Te
vale mi contestación?
Me
mira, me mira, me mira, y finalmente, se levanta y dice:
—Adiós,
LALI.
Se
va. ¡Se marcha!
Mi
cara de estupefacción es tremenda. Se marcha dejándome sola en medio del Jardín
Inglés.
Con
la adrenalina por los aires, observo cómo se aleja. Él nunca dará su brazo a
torcer. Es demasiado orgulloso, y yo también. Al final me levanto, cojo un
taxi, voy al hotel, recojo mi maleta y me voy al aeropuerto. Cuando el avión
despega, cierro los ojos y murmuro:
—¡Maldito
cabezón!
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