Cuando
me despierto por la mañana me cuesta reconocer dónde estoy, pero el olor de
PETER inunda mis fosas nasales y, cuando abro totalmente los ojos, está tumbado
a mi lado.
—Buenos
días, preciosa.
Encantada
con su presencia en la cama a esas horas, sonrío.
—Buenos
días, precioso.
PETER
se acerca para besarme en la boca, pero le paro. Su cara es un poema, hasta que
digo:
—Déjame
que me lave los dientes, al menos. Al despertar me doy asco a mí misma.
Sin
esperar respuesta, abandono la cama, entro en el baño, me lavo los dientes en
cero coma un segundo y, sin preocuparme de mi pelo, salgo del baño, salto de
nuevo a la cama y lo abrazo.
—Ahora
sí. Ahora bésame.
No
se hace de rogar. Me besa mientras sus manos se enredan en mi cuerpo, y yo,
encantada, me enredo en el suyo. Varios besos después, murmuro:
—Oye,
cariño, he estado pensando...
—¡Hum,
qué peligro cuando piensas! —se mofa PETER.
Divertida,
le pellizco en el culo y, al ver que me sonríe, prosigo:
—He
pensado que como ahora yo estoy aquí no hace falta que contrates a nadie para
que acompañe a Flyn cuando tú no estás. ¿Qué te parece la idea?
PETER
me mira, me mira, me mira..., y contesta:
—¿Estás
segura, pequeña?
—Sí,
grandullón. Estoy segura.
Durante
un buen rato, charlamos abrazados en la cama, hasta que de pronto se abre la
puerta.
¡Adiós
intimidad!
Flyn
aparece con el gesto fruncido. No se sorprende al verme e imagino que PETER ya
le ha dicho que estaba aquí. Sin mirarme se acerca a la cama.
—Tío,
tu móvil suena.
PETER
me suelta, coge el móvil y, levantándose de la cama, se acerca a la ventana
para hablar. Flyn sigue sin mirarme, pero yo estoy dispuesta a ganármelo.
—¡Hola,
Flyn!, qué guapo estás hoy.
El
crío me mira, ¡oh, sí!, pasea sus achinados ojos por mi cara y suelta:
—Tú
tienes pelos de loca.
Y
sin más, se da la vuelta y se marcha.
¡Olé
el chino! ¡Uisss, no...!, coreano-alemán.
Convencida
de que el pequeño va a ser duro de roer, me levanto, voy al baño y me miro en
el espejo. Realmente, ¡tengo pelos de loca! Mi pelo se mojó anoche y no es ni
ondulado ni liso; es un refrito.
PETER
entra en el baño, me abraza por detrás y, mientras lo observo a través del
espejo, apoya su barbilla en mi coronilla.
—Pequeña...,
debes vestirte. Nos esperan.
—¿Nos
esperan? —pregunto, asombrada—. ¿Quién nos espera?
Pero
PETER no responde y me da un nuevo beso en la coronilla antes de marcharse.
—Te
espero en el salón. Date prisa.
Cuando
me quedo sola en el baño, me miro en el espejo. ¡PETER y sus secretitos! Al
final, decido darme una ducha. Al entrar de nuevo en el dormitorio, sonrío al
ver que PETER ha dejado sobre la cama mis pantalones vaqueros secos y mi
camisa. ¡Qué mono! Una vez vestida, recojo mi melena en una coleta alta y,
cuando llego al salón, PETER se levanta y me entrega un abrigo azulón que no es
mío, pero sí de mi talla.
—Tu
abrigo continúa húmedo. Ponte éste. Vamos....
Voy
a preguntar adónde vamos cuando aparece Flyn con su abrigo, gorro y guantes
puestos. Sin abrir la boca y cogida de la mano de PETER, llego hasta el garaje.
Nos montamos en el Mitsubishi los tres y nos ponemos en camino. Al pasar junto
a los cubos de basura de la calle, miro con curiosidad y veo tumbado en un
lateral, sobre la nieve, un perro. Me da penita. ¡Pobrecito, qué frío debe de
tener!
Suena
la radio, pero para mi disgusto ¡no conozco esas canciones ni esos grupos
alemanes!
Media
hora después, tras aparcar el coche en un parking privado, entramos en un
ascensor. Se abren las puertas en el quinto piso y un hombre alto, de aspecto
impoluto, grita, abriendo los brazos:
—¡PETER!
¡Flyn!
El
pequeño se tira a sus brazos, y PETER le da la mano, sonriendo. Segundos
después, los tres me miran.
—Orson,
ella es LALI, mi novia —me presenta PETER.
El
tal Orson es un tiarrón rubio y descolorido. Vamos, alemán, alemán, de esos que
en verano se ponen del color de la sandía. Dejando a Flyn en el suelo, se
acerca a mí.
—Encantado
de conocerte.
—Lo
mismo digo —respondo con educación.
El
hombre me observa y sonríe.
—¿Española?
—pregunta, dirigiéndose a PETER. Mi amor asiente, y el otro dice—: ¡Oh, España!
¡Olé, toro, castañetas!
Ahora
sonrío yo. Escuchar eso me hace gracia.
—¡Qué
española más guapa!
—Es
preciosa, entre otras muchas cosas —asegura PETER, fusionando su mirada con la
mía, sonriente.
Voy
a decir algo cuando Orson me agarra por la cintura.
—Ésta
es tu casa desde este instante. —Y, sin dejarme responder, prosigue—: Ahora ya
sabes, relájate y disfruta. Desnúdate, y yo te proporcionaré todo lo que
necesites.
Sin
entender nada, miro a PETER. ¿Que me desnude?
PETER
sonríe ante mi gesto.
¡Por
el amor de Dios, Flyn está con nosotros!
Quiero
hablar, protestar, pero mi gigante se acerca a mí y con complicidad me besa en
los labios.
—Deseo
que lo pases bien, pequeña. Vamos..., desnúdate y disfrútalo.
Me
va a dar un patatús. Pero ¿se ha vuelto loco? ¿Qué pretende que haga?
—Vamos,
sígueme, preciosa —me apremia Orson. Y mirando a PETER y Flyn, dice—: Vosotros
si queréis os podéis marchar. Yo me ocupo de ella y de todas sus necesidades.
Calor.
Me va a dar algo. Estoy indignada. Voy a gritar, a explotar como una posesa,
cuando aparece una joven con un perchero lleno de ropa. Mira a PETER y se
ruboriza; después, me mira a mí y pregunta:
—Ella
es la clienta que viene a probarse ropa, ¿verdad?
PETER
suelta una carcajada, y yo, al aclarar de pronto todo el entuerto que me estaba
formando yo solita en mi cabeza, le doy un puñetazo en el estómago y me río.
PETER coge de la mano a su sobrino y me da un beso en los labios.
—Necesitas
ropa, cuchufleta. Vamos, ve con Orson y Ariadna, y cómprate todo, absolutamente
todo, lo que tú quieras. Flyn y yo tenemos cosas que hacer.
Encantada
de la vida, le devuelvo el beso y sigo a Orson y a la chica del perchero.
Entramos
en una habitación con grandes espejos y varios percheros con todo tipo de ropa.
Sorprendida, miro a mi alrededor.
—PETER
me ha dicho que necesitas de todo —me informa Orson—. Por lo tanto, disfruta.
Pruébate todo lo que quieras, y si no te convence nada, avísame y te traeremos
más.
Boquiabierta,
veo que el hombre se marcha. La joven me mira y sonríe.
—¡Empezamos!
—exclama.
Durante
más de dos horas me pruebo toda clase de pantalones, vestidos, faldas, camisas,
botas, zapatos, abrigos y conjuntos de lencería. Todo es precioso, y lo peor,
¡tiene un precio prohibitivo!
Suenan
unos golpes en la puerta. Instantes después se abre y aparece PETER. Estoy
vestida con un sexy vestido negro de gasa muy parecido al que luce Shakira en
su canción Gitana. Me encanta el vestido y a PETER, por su gesto, veo
que también. Eso me hace sonreír. Ariadna, al verlo entrar, desaparece de la
habitación, y nos quedamos los dos solos.
Con
coquetería me doy una vueltecita ante él.
—¿Qué
te parece?
PETER
se acerca..., se acerca..., me agarra por la cintura y sonríe.
—Que
no veo el momento de arrancártelo, pequeña.
Voy
a protestar pero me besa. ¡Oh, Dios, cómo me gustan sus besos!
—Estás
preciosa con este vestido —afirma cuando se separa de mí—. Cómpralo.
Inconscientemente,
miro la etiqueta y me escandalizo.
—PETER
es un... ¡Dios! Pero si cuesta dos mil seiscientos euros. ¡Ni loca! Vamos, por
favor, no gano yo eso ni echando tropecientas mil horas extras.
Él
sonríe y me agarra de la barbilla.
—Sabes
que el dinero no es un problema para mí. Cómpralo.
—Pero...
—Necesitas
un vestido para la fiesta de mi madre del día cinco, y con éste estás
increíblemente bella.
La
puerta se vuelve a abrir. Entran Ariadna y Orson. Este último me mira y da un
silbido de aprobación.
—Este
vestido está hecho para ti, LALI.
Sonrío.
PETER sonríe.
—Bueno,
LALI, ¿has visto cosas que te gusten? —inquiere Orson.
Boquiabierta,
miro a mi alrededor. Todo es fantástico.
—Creo
que me gusta todo —contesto con gesto de guasa.
Orson
y PETER se miran, y mi Iceman dice:
—Envíanoslo
todo a casa.
Horrorizada,
intervengo rápidamente.
—PETER,
¡por Dios, ni se te ocurra! ¿Cómo vas a comprar todo esto?
Divirtiéndose
con mis caras, el hombre que me tiene completamente enamorada acerca su rostro
al mío y susurra:
—Pues
si no quieres que lo envíen todo a casa, elige algo. Y cuando digo algo, me
refiero a... ¡varias prendas, incluidos zapatos y botas! Las necesitas hasta
que lleguen tus cosas desde España, ¿de acuerdo?
¡Guau!
Eso me puede volver loca. Me encanta la ropa.
—Pero
¿estás seguro, PETER? —insisto.
—Totalmente
seguro, pequeña.
—PETER...,
me da apuro. Es mucho dinero.
Mi
Iceman sonríe y me besa la punta de la nariz.
—Tú
vales muchísimo más, cariño. Vamos, dame el gusto de verte disfrutar de esto.
Coge absolutamente todo lo que tú quieras sin mirar el precio. Sabes que puedo
permitírmelo. Por favor, hazme feliz.
De
reojo, miro a Orson, y éste sonríe. ¡Vaya pedazo de compra que PETER le va a
hacer! Finalmente, claudico. Estoy viviendo el sueño que cualquier mujer de la
Tierra quisiera vivir. ¡Comprar sin mirar el precio! Tomo aire, me vuelvo hacia
las cosas que me han cautivado, dispuesta a darle el gusto, aunque mejor dicho
el gustazo me lo voy a dar yo. ¡Madre..., madre..., qué peligro tengo!
Ariadna
se pone a mi lado para que le pase lo que quiero, y entonces lo hago. Sin
pensar en el precio, cojo varios vaqueros, camisetas, vestidos, faldas largas y
cortas, zapatos, botas, medias, bolsos, ropa interior, un abrigo largo, gorros,
bufandas, guantes, un plumón rojo y varios pijamas.
Una
vez que acabo, con el corazón acelerado, miro a PETER.
—Deseo
todo esto, incluido el vestido que llevo.
PETER
sonríe. Está encantado, feliz.
—Deseo
concedido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario