Es
día 5 y hoy toca cena de Reyes en la casa de la madre de PETER. Durante estos
días he visto que mi alemán trabaja desde casa, pero no habla de ir a la oficina.
Quiero conocerla, pero prefiero que sea él quien me proponga ir.
Flyn
sigue sin darme tregua. Todo lo que hago le molesta, y eso ocasiona que PETER y
yo tengamos algún que otro roce. Eso sí, reconozco que es PETER quien da
siempre su brazo a torcer para que la discusión no vaya a más. Sabe que el niño
no lo está haciendo bien, e intenta entenderme.
Mi
relación con Susto progresa muy adecuadamente. Ya no huye cuando me ve.
Nos hemos hecho amigos. Se ha dado cuenta de que soy de fiar y deja que lo
toque. Tiene una tos perruna que no me gusta y le he confeccionado una bufanda
para el cuello. ¡Qué guapo está!
Susto
es una
maravilla. Tiene una cara de bueno que no puede con ella, y cada vez que salgo
sin que PETER se dé cuenta a rehacerle la caseta y llevarle comida, el pobre me
lo agradece como mejor sabe: con lametazos, movidas de rabito y piruetas.
Por
la noche, cuando llegamos a la casa de Sonia, Marta, la hermana de PETER, nos
recibe con una estupenda sonrisa.
—¡Qué
bien!, ¡ya estáis aquí!
PETER
tuerce el gesto. Este tipo de fiestecitas que organiza su madre no le van, pero
sabe que no debe faltar. Lo hace por Flyn, no por él. PETER me presenta al
resto de las personas que hay en el salón como su novia. Veo el orgullo en su
mirada y en cómo me agarra con posesión.
Minutos
después, comienza a hablar con varios hombres sobre negocios y decido buscar a
Marta. Pero al separarme de él, un joven me saluda.
—¡Hola!,
soy Jurgen. Eres LALI, ¿verdad? —Asiento, y él dice—: Soy el primo de PETER. —Y
cuchicheando, añade—: El que hace motocross.
La
cara se me ilumina y, encantada, comienzo a hablar con él. Menciona varios
sitios donde la gente se reúne para practicar este deporte, y yo prometo ir. Me
anima a utilizar la moto de Hannah. Sonia le ha comentado que yo practico
motocross y está entusiasmado. Con el rabillo del ojo observo que PETER me mira
y, por su cara, debe de imaginar sobre lo que hablamos. En dos segundos, ya
está a mi lado.
—Jurgen,
¡cuánto tiempo sin verte! —saluda PETER mientras me vuelve a agarrar por la
cintura.
El
primo sonríe.
—¿Será
porque tú no te dejas ver mucho?
PETER
cabecea.
—He
estado muy ocupado.
Jurgen
no vuelve a mencionar el tema motocross y casi de inmediato ambos se sumergen
en una aburrida conversación. De nuevo, decido buscar a Marta. La encuentro
fumando en la cocina.
Cuando
me acerco a ella, me ofrece un cigarrillo. No suelo fumar, pero con ella
siempre me apetece, y cojo uno.
Así,
vestidas con glamour, las dos fumamos mientras charlamos de nuestras cosas.
—¿Qué
tal con Flyn?
—¡Uf!,
me tiene declarada la guerra —me mofo, divertida.
Marta
asiente y, acercando su cabeza a la mía, cuchichea:
—Si
te sirve de consuelo, nos la tiene declarada a todas las mujeres.
—Pero
¿por qué?
La
joven sonríe.
—Según
el psicólogo, se debe a la pérdida de su madre. Flyn piensa que las mujeres
somos personas circunstanciales que vamos y venimos en su vida. Por eso intenta
no demostrar su afecto hacia nosotras. Con mamá y conmigo se comporta igual.
Nunca nos demuestra su afecto y, si puede, nos rechaza. Pero bueno, nosotras ya
nos hemos acostumbrado a ello. Al único que quiere por encima de todos es a
PETER. Por él siente un amor especial; en ocasiones, para mi gusto, enfermizo.
Durante
un par de segundos ambas callamos, hasta que yo ya no puedo más.
—Marta,
me gustaría decirte algo en referencia a lo que has dicho, pero quizá te pueda
molestar. No soy nadie para dar mi opinión en un tema así, pero es que si no lo
digo, ¡reviento!
—Adelante
—responde, sonriente—. Prometo no enfadarme.
Primero
doy una calada al cigarrillo y expulso el humo.
—Desde
mi punto de vista, el niño se agarra a PETER porque es el único que nunca lo
abandona. Y antes de que me digas nada más, ya sé que tú o tu madre no lo
habéis abandonado, pero me refiero a que quizá PETER es el único que se enfada
con él en ocasiones e intenta hacerlo razonar, y en fechas tan importantes,
como por ejemplo la Nochevieja, no se aleja de él. Flyn es un niño, y los niños
sólo buscan cariño. Y si él, por lo ocurrido con su madre, es reacio a querer a
una mujer, sois vosotras las que tenéis que hacer todo lo posible para que él
se dé cuenta de que su madre se ha marchado, pero que vosotras seguís aquí. Que
nunca lo abandonaréis.
—LALI,
te aseguro que mamá y yo hemos hecho de todo.
—No
lo dudo, Marta. Pero quizá deberíais cambiar la táctica. No sé..., si una cosa
no funciona, probad algo diferente.
El
silencio que sobreviene me pone la carne de gallina.
—La
muerte de Hannah nos rompió el corazón a todos —dice finalmente Marta.
—Lo
imagino. Tuvo que ser terrible.
Sus
ojos se llenan de lágrimas, y yo la tomo del brazo. Marta sonríe.
—Ella
era el motor y el centro de la familia. Era vitalista, positiva y...
—Marta...
—susurro al ver una lágrima rodar por su mejilla.
—Te
hubiera encantado, LALI, y estoy convencida de que os habríais llevado muy bien
las dos.
—Seguro
que sí.
Ambas
damos sendas caladas a nuestros cigarrillos.
—Nunca
olvidaré la cara de PETER esa noche. Ese día no sólo vio morir a Hannah,
también
perdió a su padre y a la que era su novia en aquel momento.
—¿Todo
en el mismo día? —pregunto, curiosa.
Nunca
he hablado demasiado de este tema con PETER. No puedo. No quiero hacerle
recordar.
—Sí.
El pobre, al no poder contactar con su padre para contarle lo ocurrido, se
presentó en su casa y lo encontró en la cama con esa imbécil. Fue terrible.
Terrible.
Se
me pone la carne de gallina.
—Te
juro que pensé que PETER nunca se repondría —prosigue Marta—. Demasiadas cosas
malas en tan pocas horas. Tras el entierro de Hannah, durante dos semanas no
supimos de él. Desapareció. Nos preocupó muchísimo. Cuando regresó, su vida era
un caos. Se tuvo que enfrentar a su padre y a PAULA. Fue terrible. Y para
colmo, Leo, el hombre que vivía con mi hermana Hannah y Flyn, por cierto ¡otro
imbécil!, nos dijo que no quería hacerse cargo del pequeño. De pronto, no lo
consideraba su hijo. El niño sufrió mucho al principio, y entonces PETER tomó
las riendas de su vida. Dijo que él se ocuparía de Flyn y, como habrás visto,
lo está haciendo. En cuanto al tema de Nochevieja, sé que tienes razón, pero
quien rompió la tradición fue PETER, llevándose a Flyn el primer año al Caribe.
Al año siguiente, nos dijo a mamá y a mí que prefería que esa noche pasara sin
mucha celebración, y así han transcurrido los años. Por eso, ella y yo hacemos
nuestros planes.
—¿En
serio? —pregunto, sorprendida.
Justo
en este momento se abre la puerta de la cocina, y el pequeño Flyn nos observa
con su mirada acusadora. Instantes después se va.
—¡Joder!
—protesta Marta—. Prepárate.
—¿Que
me prepare?
Apoyada
en el quicio de la puerta de cristal, sonríe.
—Va
a chivarse a PETER de que estamos fumando.
Yo
me río. ¿Chivarse? Por favor, que somos adultas.
Pero
antes de que pueda contar hasta diez, la puerta de la cocina se abre de nuevo,
y mi alemán, seguido por su sobrino, pregunta mientras camina hacia nosotras
con actitud intimidatoria:
—¿Estáis
fumando?
Marta
no contesta, pero yo asiento con la cabeza. ¿Por qué he de mentir? PETER mira
mi mano. Pone mala cara y me quita el cigarrillo. Eso me enoja y, con un tono
de voz nada tranquilo, siseo:
—Que
sea la última vez que haces lo que acabas de hacer.
La
frialdad de los ojos de PETER me traspasa.
—Que
sea la última vez que tú haces lo que acabas de hacer.
El
aire puede cortarse con un cuchillo.
España
contra Alemania. ¡Esto pinta mal!
No
comprendo su enfado, pero sí entiendo mi indignación. Nadie me trata así. Y,
sin pensarlo dos veces, cojo la cajetilla de tabaco que está sobre la mesita,
saco un pitillo y me lo enciendo. Para chula, ¡yo!
Boquiabierto,
PETER me mira mientras Marta y Flyn nos observan. Instantes después, PEER me
quita de nuevo el cigarrillo de las manos y lo tira al fregadero. Pero no. Eso
no va a quedar así. Cojo otro cigarrillo y lo vuelvo a encender. Él repite la
misma acción.
—Pero
bueno, ¿queréis acabar con todo mi suministro de tabaco? —protesta Marta
mientras recoge el paquete.
—Tío,
LALI ha hecho algo malo —insiste el pequeño.
Su
voz de niño de las tinieblas me encoge el corazón, y al ver que ni Marta ni
PETER le dicen nada, lo miro, enfadada.
—Y
tú, ¿cómo eres tan chivato?
—Fumar
es malo —dice.
—Mira,
Flyn. Eres un niño y deberías cerrar esa boquita, y...
PETER
me corta.
—No
la tomes con el niño, LALI. Él sólo ha hecho lo que tenía que hacer.
—¿Chivarse
es lo que tenía que hacer?
—Sí
—responde con seguridad. Y luego, mirando a su hermana, añade—: Me parece fatal
que fumes e incites a LALI a fumar. Ella no fuma.
¡Ah,
no!, eso sí que no. Yo fumo cuando me sale del bolo, e incapaz de no decir
nada, atraigo su mirada y farfullo muy molesta:
—Estás
muy equivocado, PETER. Tú no sabes si fumo o no.
—Pues
nunca te he visto fumar en todo este tiempo —asegura, malhumorado.
—Si
no me has visto fumar es porque no soy una fumadora empedernida —lo recrimino—.
Pero te aseguro que en ciertos momentos me gusta fumarme algún que otro
cigarrito. Ni éste es el primero de mi vida ni por supuesto será el último, te
pongas como te pongas.
Me
mira. Lo miro. Me reta. Lo reto.
—Tío,
tú dijiste que no se puede fumar, y ella y Marta lo estaban haciendo —insiste
el pequeño monstruito.
—¡Que
te calles, Flyn! —protesto ante la pasividad de Marta.
Con
la mirada muy seria, mi chico, no latino, indica:
—LALI,
no fumarás. No te lo voy a permitir.
¡Buenooooo,
lo que acaba de decir!
El
corazón me bombea la sangre a un ritmo que me hace presuponer que esto no va a
terminar bien.
—Venga
ya, hombre, no me jorobes. Ni que fueras mi padre y yo tuviera diez años.
—LALI...,
¡no me enfades!
Ese
«¡no me enfades!» me hace sonreír.
En
este instante mi sonrisa advierte como un gran cartel luminoso la palabra
¡CUIDADO!, y en tono de mofa, la miro y respondo ante la cara de incredulidad
de Marta:
—PETER...,
tú ya me has enfadado.
En
este instante, aparece la madre de PETER y, al vernos a los tres ahí, pregunta:
—¿Qué
ocurre? —De pronto, ve el paquete de cigarrillos en las manos de su hija y
exclama—: ¡Oh, qué bien! Dame un cigarrito, cariño. Me muero por fumarme uno.
—¡Mamá!
—protesta PETER.
Pero
Sonia arruga el entrecejo y, mirando a su hijo, suelta:
—¡Ay,
hijo!, un poquito de nicotina me relajará.
—¡Mamá!
—protesta de nuevo PETER.
Una
sonrisa escapa de mi boca cuando Sonia explica:
—La
insoportable mujer de Vichenzo, hijo mío, me está sacando de mis casillas.
—Sonia,
¡no se fuma! —recrimina Flyn.
Marta
y su madre se comunican con los ojos y, al final, la primera, no dispuesta a
seguir en la cocina, agarra del brazo a su madre y dice, mientras tira de Flyn,
que se resiste a marcharse con ellas:
—Vamos
a por algo de beber... Lo necesitamos.
Una
vez que nos quedamos PETER y yo solos en la cocina, dispuesta a presentar
batalla, aclaro:
—No
vuelvas a hablarme así delante de la gente.
—LALI...
—No
vuelvas a prohibirme nada.
—LALI...
—¡Ni
LALI ni leches! —exploto, furiosa—. Me has hecho sentir como una niñata ante tu
hermana y el pequeño chivato. Pero ¿quién te crees que eres para hablarme así?
¿No te das cuenta de que entras en el juego de Flyn para que tú y yo nos
enfademos? ¡Por el amor de Dios, LALI!, tu sobrino es un pequeño demonio y,
como no lo pares, el día de mañana será un ser horripilante.
—No
te pases, LALI.
—No
me paso, PETER. Ese niño es un viejo prematuro para sólo tener nueve años.
Yo..., yo es que al final le...
Acercándose
a mí, coge con sus manos el óvalo de mi cara y me dice:
—Escucha,
cariño, yo no quiero que fumes. Es sólo eso.
—Vale,
PETER, eso lo puedo entender. Pero ¿qué tal si me lo dices cuando estemos tú y
yo a solas en nuestra habitación? O es que es necesario dejar ver a Flyn que me
regañas porque él así lo ha decidido. ¡Joder, PETER!, con lo listo que resultas
a veces, parece mentira que luego puedas ser tan tonto.
Me
doy la vuelta y miro por la cristalera. Estoy enfadada. Muy enfadada. Durante
unos segundos maldigo a todo bicho viviente, hasta que siento que PETER se pone
detrás de mí. Pasa sus brazos por mi cintura, me abraza y posa su barbilla en
mi hombro.
—Lo
siento.
—Siéntelo
porque te has comportado como un ¡gilipollas!
Esa
palabra hace reír a PETER.
—Me
encanta ser tu gilipollas.
Me
asaltan ganas de reír, pero me contengo.
—Siento
ser tan tonto y no haberme dado cuenta de lo que has dicho. Tienes razón, he
actuado mal y me he dejado llevar por lo que Flyn buscaba. ¿Me perdonas?
Lo
que dice y en especial cómo me abraza me relajan. Me pueden. Vale..., soy una
blanda, pero es que lo quiero tanto que sentir que necesita que lo perdone
puede con mi enfado y con todo lo demás.
—Claro
que te perdono. Pero repito: no vuelvas a prohibirme nada, y menos delante de
nadie, ¿entendido?
Noto
cómo mueve su cara en mi cuello, y entonces soy yo la que se da la vuelta y lo
besa. Lo beso con ardor, pasión y morbo. Me levanta entre sus brazos y me
aprisiona contra la cristalera, mientras sus manos buscan el final de mi
vestido para investigar. Quiero que siga. Quiero que continúe, pero cuando voy
a desintegrarme de placer me separo de él unos milímetros y murmuro cerca de su
boca:
—Cariño,
estamos en la cocina de tu madre y tras la puerta hay invitados. Creo que no es
sitio ni lugar para continuar con lo que estamos pensando.
PETER
sonríe. Me deja en el suelo. Yo me recoloco la falda de mi bonito vestido de
noche y, mientras nos dirigimos hacia el salón cogidos de la mano, cuchichea,
haciéndome sonreír:
—Para
mí cualquier lugar es bueno si estoy contigo.
Regresamos
de madrugada a casa. Truena y diluvia, y a pesar de las incesantes
ganas
que tengo de hacer el amor con PETER, me retengo. Sé que el niño, el viejo
prematuro, dormirá con nosotros, y ante eso, nada puedo hacer.
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