Las
despedidas nunca me han gustado y menos si son de mi
padre,
mi hermana y mis sobrinas. Alejarme de ellos de nuevo
me
parte el corazón, pero ahí está mi PETER para hacerme sonreír
y
prometerme que los veremos siempre que yo quiera.
En
el aeropuerto de Jerez nos espera el jet. Mi sobrina se
empeña
en subir. Quiere chocolatinas y la azafata se las da
encantada.
Pero el reloj avanza y tenemos que irnos, por lo que
finalmente
no queda más remedio que despedirnos.
—Escucha,
morenita —dice mi padre mientras me abraza—,
eres
muy feliz. Lo veo. PETER siempre me gustó, desde el minuto
uno,
lo sabes, ¿verdad? —Yo asiento—. Pues entonces sonríe y
disfruta
de la vida y yo disfrutaré también.
Hago
lo que mi padre dice, pero respondo:
—Papá,
es que os echo tanto de menos. Y esto de no saber
cuándo
os voy a volver a ver me mata y...
Mi
padre sonríe, me pone un dedo en los labios y dice:
—Le
he prometido a PETER que las próximas Navidades las
pasaremos
todos juntos en Alemania. Ese muchacho te quiere y
no
ha parado de pedírmelo hasta que me ha convencido.
—¿En
serio?
Mi
sonrisa se ensancha y vuelvo a abrazar a mi padre. Mientras
estoy
entre sus brazos, miro a PETER, que en ese momento se
despide
de mi hermana y sonríe. Nunca imaginé que un hombre
como
él se preocuparía tanto por mi bienestar. Pero ahí está, ese
alemán
algo cuadriculado que me enamoró, consiguiendo que
yo
vuelva a sonreír.
Una
vez me separo de mi padre, es mi hermana la que se
acerca
a mí y, con cara de patito tristón, murmura:
—Todavía
no te has ido y ya te echo de menos.
Sonrío,
la abrazo y soy yo la que dice:
—Ay,
mi cuchufletaaaaaaaaaaaa, ¡cuánto te quiero!
Ambas
nos reímos e insisto:
—Pórtate
bien con el mexicano. Y, aunque quieras ser moderna,
piensa
las cosas antes de hacerlas, que tú de moderna
tienes
muy poco, ¿vale?
Mi
loca hermana sonríe y, acercándose más a mi oído,
cuchichea:
—Me
ha pedido que lo acompañe a Madrid.
—¿En
serio? —CANDE asiente y yo pregunto—: ¿Cuándo?
—Dentro
de tres semanas. Mañana se irá para Barcelona y
cuando
regrese le he prometido acompañarlo. Oye, en el fondo
me
viene bien ir, así me traigo cosas que necesito de Luz y, tranquila,
soy
moderna, pero no me acostaré con él. ¡No estoy tan
desesperada!
—Al ver mi cara de guasa, añade—: Anoche le
comenté
a papá el viaje y le pareció bien. Es más, me dijo que el
mexicano
le gusta. Que es un hombre que se viste por los pies.
Eso
me hace reír. Mi padre y sus hombres que se visten por
los
pies.
Es
lo mismo que me dijo a mí de PETER cuando lo conoció.
Debe
de ser que los hombres tienen un código especial que no
conocemos
las mujeres y en VICTORIO ve la seriedad que vio
en
PETER para sus alocadas hijas.
—Escucha,
CANDE, ¿estás segura de lo que vas a hacer?
Ella
sonríe. Mira hacia donde está VICTORIO y el resto del
grupo
y dice:
—No,
cuchu. Pero necesito hacer algo loco. Nunca he sido
espontánea
y me apetece vivir algo diferente con este hombre.
Lo
nuestro durará el tiempo que él esté en España, pero...
—CANDE,
vas a sufrir cuando él se marche. ¡Te conozco!
Mi
hermana asiente y, con una serenidad que últimamente
me
deja alucinada, responde:
—Lo
sé, cuchu..., pero el tiempo que esté aquí, quiero disfrutarlo.
Soy
consciente de mi situación y de que tengo dos
niñas,
creo que pocas emociones locas le puedo pedir a la vida.
Por
ello, ¡a disfrutar, que son dos días!
Sonrío,
pero me apena que piense así. Es demasiado joven
para
creer que su vida ya no será emocionante y, cuando le voy a
decir
algo, PETER se acerca y, agarrándome de la cintura, dice:
—Chicas,
siento interrumpir este momento vuestro, pero el
piloto
dice que tenemos que marcharnos.
En
ese momento se acerca hasta nosotros el tan mencionado
mexicano
y, mientras mi hermana y PETER se despiden, lo miro,
pero
antes de que yo pueda decir nada, él afirma:
—Lo
sé. No te preocupes. Yo me ocuparé que ella y de que
todos
estén bien. Por cierto, a PETER ya se lo he dicho, pero gracias
a
ti también por dejarme Villa Morenita.
No
puedo decir nada.
No
puedo reprocharle nada.
Y,
sonriendo, le doy con el puño en el pecho.
—Ya
sabes, güey, cómo me las gasto si algo no me gusta.
¿Entendido?
—le advierto.
El
rollito salvaje de CANDE sonríe y me da dos besos. Cuando
me
separo de él, vuelvo a abrazar a mi padre, a mi hermana,
beso
a mi Luz, que lloriquea porque se va Flyn, ¡pa matarla!, y
cuando
beso a mi pequeña Lucía y le vuelvo a hablar en balleno,
mi
padre dice:
—Recuerda,
morenita, quiero más nietos y si es un chicote,
¡mejor!
—Yo
prefiero otra morenita —balbucea mi marido.
No
respondo.
Mi
cara lo dice todo.
Ambos
sonríen y yo pongo los ojos en blanco mientras me
rasco
el cuello.
¡Hombres!
Porfavor que lali cambie de opinion con respecto al tema hijos
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