En
Alemania ha caído una gran nevada y hace un frío de mil demonios. Al llegar nos
espera un coche oscuro. PETER saluda al chófer y, tras presentármelo y saber
que se llama Norbert, nos montamos en el vehículo.
Observo
las calles nevadas y vacías mientras PETER habla por teléfono con su madre y
promete ir a su casa mañana. Nadie juega con la nieve ni pasea de la mano.
Cuando el coche, media hora después, se para ante una gran verja de color acero
intuyo que ya hemos llegado. La verja se abre y veo junto a ella una pequeña
casita. PETER me indica que ésa es la vivienda del matrimonio que trabaja en su
casa. El coche continúa a través de un bonito y helado jardín. Pestañeo
alucinada al contemplar el precioso y enorme caserón que aparece ante mí.
Cuando el coche se para, PETER me ayuda a bajar y, al ver cómo miro a mi
alrededor, dice:
—Bienvenida
a casa.
Su
voz, su gesto y cómo me mira hacen que se me ponga toda la carne de gallina. Me
agarra de la mano con decisión y tira de mí. Lo sigo y, cuando una mujer de
unos cincuenta años nos abre la puerta rápidamente, PETER la saluda y me la
presenta:
—LALI,
ella es Simona. Se ocupa de la casa junto con su marido.
La
mujer sonríe, y yo hago lo mismo. Entramos en el enorme vestíbulo cuando llega
hasta nosotros el hombre que nos ha recogido en el aeropuerto.
—Norbert
es su marido —señala PETER.
Ni
corta ni perezosa, les planto dos besazos en la cara que los dejan trastocados
y digo en mi perfecto alemán:
—Estoy
encantada de conoceros.
El
matrimonio, alucinado por mi efusividad, intercambia una mirada.
—Lo
mismo decimos, señorita.
PETER
sonríe.
—Simona,
Norbert, márchense a descansar. Es tarde.
—Subiremos
antes el equipaje a su habitación, señor —indica Norbert.
Una
vez que se marchan con nuestro equipaje, PETER me dedica una mirada burlona y
cuchichea:
—En
Alemania no somos tan besucones y los ha sorprendido.
—¡Vaya!,
lo siento.
Con
una candorosa sonrisa, clava sus bonitos ojos en mí y murmura mientras me toca
el óvalo de la cara con delicadeza:
—No
pasa nada, LALI. Estoy seguro de que tu manera de ser les va a gustar tanto
como a mí.
Muevo
la cabeza a modo de aprobación y doy un paso atrás para alejarme de él, o no
respondo de mis actos.
Miro
a mi alrededor en busca de una salida, y al ver la escalera doble por la que el
matrimonio ha subido, susurro mientras él me coge de la mano:
—Impresionante.
—¿Te
gusta? —pregunta, inquieto.
—¡Dios,
PETER...! ¿Cómo no me va a gustar? Pero..., pero si esto es alucinante. Enorme.
Precioso.
—Ven,
te enseñaré la casa —dice sin soltarme de la mano—. Estamos solos, a excepción
de Simona y Norbert, pero ya se van. Flyn está en la casa de mi madre. Mañana
lo recogeremos.
Me
gusta el tacto de su mano, y sentir su felicidad rompe poco a poco la coraza de
frialdad que hay en mi corazón. Entramos en un maravilloso salón donde una gran
y señorial chimenea encendida invita a calentarse frente a un sillón color
chocolate. Me fijo en todo. Muebles oscuros y sobriedad. Es una casa de
hombres. Ni una foto. Ni un detalle femenino. Nada.
Cogida
de su mano, me enseña todas las estancias de la primera planta: dos preciosos
baños, una increíble cocina de diseño, un lavadero. Camino a su lado
sorprendida por todo lo que veo. Recorremos un pasillo, abre una puerta y
salimos a un enorme e impoluto garaje.
¡Dios!
¡El sueño de mi padre!
Hay
aparcados un Mitsubishi todoterreno azul oscuro, un Maybach Exelero gris claro,
un Audi A6 negro y una moto BMW 1.100 gris oscura. Lo miro todo atónita, y
cuando creo que ya no puedo asombrarme más, al regresar por el pasillo, abre
otra puerta y ante mí aparece una espectacular y rectangular piscina que me
deja totalmente boquiabierta.
Piscina
interior. ¡Qué lujazo!
PETER
sonríe. Parece divertido al ver mis gestos de sorpresa. Intento retenerlos,
pero no lo consigo. ¡Soy así de exagerada!
Una
vez que salimos de la estancia azulada donde está la piscina, seguimos por el
pasillo y entramos en un despacho. Su despacho. Todo es de roble oscuro y hay
una enorme librería con una escalerita móvil de esas que siempre veo en las
películas. ¡Qué chulada!
Sobre
la mesa descansa un portátil de veinte pulgadas y en una mesa auxiliar una
impresora y varios aparatos informáticos más. A la derecha de la mesa, hay una
chimenea encendida y, a la izquierda, una vitrina de cristal que contiene
varias pistolas.
—Son
tuyas, ¿verdad? —pregunto después de acercarme a la vitrina.
—Sí.
Observo
las pistolas con repelús.
—Nunca
me han gustado las armas. —Y antes de que diga nada, continúo—: ¿Sabes
utilizarlas?
Como
siempre, me mira..., me mira y, al final, dice:
—Un
poco. Practico tiro olímpico.
Sin
dejarme preguntar más me vuelve a tomar de la mano y salimos del despacho.
Entramos en una segunda estancia, donde hay multitud de juguetes y un
escritorio. Me indica que es la habitación de juegos y estudios de Flyn. Todo
está pulcramente ordenado. No hay nada fuera de lugar, y eso me sorprende. Si
mi sobrina o yo misma dispusiéramos de una habitación de juegos sería el caos
personificado.
No
expreso nada de lo que pienso, y salimos de la habitación para entrar en otra.
Ésta
se encuentra parcialmente vacía, a excepción de una cinta para correr y cajas,
muchas cajas.
—Esta
estancia es para ti. Para tus cosas —dice de pronto.
—¿Para
mí?
PETER
asiente y prosigue:
—Aquí
podrás tener tu propio espacio personal, algo que sé que quieres y te gusta.
—Voy a decir algo cuando añade—: Como has visto, Flyn tiene su espacio y yo
tengo el mío. Es justo que tú también tengas el tuyo para lo que quieras.
Ante
lo que dice, no sé qué responder. Estoy tan bloqueada que prefiero callarme a
soltar algo de lo que sé que luego me arrepentiré. PETER se acerca más a mí, me
da un beso en la frente y murmura:
—Ven.
Continuaré enseñándote la casa.
Ensimismada
por toda la amplitud y el lujo que hay aquí, subo por la impresionante escalera
doble del vestíbulo. PETER me indica que en esa planta hay siete habitaciones,
cada una con baño incluido.
La
habitación de PETER es impresionante. ¡Enorme! Es en tonos azules y en el
centro tiene una cama gigante, lo que hace que mi corazón se dispare tanto como
mi tensión. El baño es otra maravilla: jacuzzi, ducha de hidromasaje.
Todo lujo.
Al
regresar a la habitación me fijo en la lámpara que hay en una de las mesillas y
sonrío. Es la lamparita que compramos en El Rastro, con mis labios marcados. No
pega en este dormitorio ¡ni con cola! Demasiado informal. Sin mirarlo, sé que
PETER me está observando y eso me altera. Con disimulo miro hacia otro lado de
la habitación y veo mi equipaje. Eso me pone más cardíaca, pero, como puedo,
disimulo.
Salimos
de la habitación de PETER y entramos en la de Flyn. Aviones y coches
perfectamente colocados. ¿Tan ordenado es este niño? Esto me vuelve a
sorprender. La estancia es bonita pero impersonal. No parece que un crío viva
aquí.
Una
vez que salimos me enseña las cinco habitaciones restantes. Son grandes y
bonitas pero sin vida. Se nota que nadie las usa. Vistas las habitaciones, me
coge de nuevo de la mano y tira de mí escaleras abajo. Entramos en la increíble
cocina en color acero y madera con una isla central. Abre una nevera americana,
saca una coca-cola fresquita para mí y una cerveza para él.
—Espero
que la casa te guste.
—Es
preciosa, PETER.
Sonríe
y da un trago a su cerveza.
—Es
tan grande que... ¡Uf! —digo, mirando alrededor y tocándome la frente—. Vaya pedazo
de casa que tienes. Si la ve mi padre alucina en colores. Pero..., pero si mi
casa es más pequeña que uno de los cuartos de baño de esta planta. —PETER
sonríe, y pregunto—: ¿Cómo no me lo habías dicho nunca?
Se
encoge de hombros, echando un vistazo a lo que nos rodea.
—No
sé. Nunca me has preguntado por mi casa.
Sonrío.
Parezco tonta, pero soy incapaz de dejar de sonreír. PETER me gusta. La casa me
gusta. Estar con él aquí me gusta. Todo..., absolutamente todo lo que tenga que
ver con él ¡me gusta! Y antes de que me pueda retirar, siento sus manos en mi
cintura y me sube a la encimera. Se mete entre mis piernas y pregunta en tono
dulzón cerca de mi boca:
—¿Me
has levantado el castigo ya?
Esa
pregunta y su rápida cercanía me pillan tan de sorpresa que vuelvo a no saber
qué decir. Por un lado, tengo que ser la tía dura que sé que soy y hacerle
pagar los malos
días
que me ha hecho pasar, pero por otro lo necesito tanto que soy capaz de
perdonarle absolutamente todo para el resto de su vida y gritarle que me folle
aquí mismo.
Durante
lo que parece una eternidad nos miramos.
Nos
calentamos.
Nos
besamos con la mirada.
Y
como es normal en mí comienzo a desvariar. ¿Lo perdono? ¿No lo perdono?
Pero
harto de la espera posa su tentadora boca sobre la mía. Siento sus labios arder
encima de los míos cuando dice:
—Bésame...
No
me muevo.
No
lo beso.
Estoy
tan paralizada por el deseo que apenas si puedo respirar.
—Bésame,
pequeña —insiste.
Al
ver que no hago nada, posa sus manos en mi cabeza y hace eso que me vuelve loca:
me repasa con su lengua el labio superior y después el inferior, terminando el
momento con un mordisquito delicioso. Su respiración se acelera. La mía parece
una locomotora, y entonces me besa. No espera más. Me posee con su boca de tal
manera que ya estoy dispuesta a absolutamente todo lo que él me pida.
Mientras
me besa, siento cómo una de sus manos baja de mi cabeza a mi cuello y luego
llega a mi espalda. Sus dedos se hunden en mi carne y me arrastra hacia él
hasta sentir sobre mi vagina su dulce, tentadora y exquisita erección.
¡Oh,
Dios! Menos mal que llevo vaqueros; si no fuera así, PETER ya me habría
arrancado las bragas, o mejor dicho, ya me las habría arrancado yo misma.
Inconscientemente, cierro los ojos y echo para atrás la cabeza. Él, al ver mi
disfrute y el cambio de mi respiración, primero me muerde la barbilla y,
bajando su húmeda lengua por mi garganta, murmura:
—Vamos
a la habitación, cariño. Necesito desnudarte y poseerte como llevo días
deseando hacer. Quiero abrir tus piernas para mí y, tras saborearte, hundirme
en ti una y otra vez hasta que tus gemidos calmen el ansia viva que siento por
ti.
Escuchar
eso me marea. «¡Ansia viva!»
Instantáneamente,
me siento borracha de él y, como siempre, quiero más. Pero no, no debo. Lucho
con determinación contra mi deseo y mi excitación, y con las fuerzas que aún
tengo a mi favor me echo para atrás, me separo de él y dejo escapar, a
sabiendas de lo que pasará:
—No...,
no estás perdonado.
—LALI...,
te deseo.
—No...,
no debes.
—LALI...,
cariño —protesta.
—Dime
cuál es mi habitación y...
Sin
terminar la frase, oigo su frustración cuando se separa de mí. Su gesto está
tan tenso como la entrepierna de su pantalón. Cierra los ojos y se apoya en la
encimera. Sus nudillos están blancos, y sin mirarme, finalmente sisea:
—De
acuerdo, continuemos con tu juego. Sígueme.
Esta
vez, sin darme la mano, comienza a andar hacia la escalera y lo sigo. Miro su
ancha espalda, sus fuertes piernas y su trasero. PETER es tentador. Pura
tentación y, ¡uf!, soy consciente de a lo que acabo de decir que no.
Al
llegar a la primera planta camina con decisión hacia su habitación, abre la
puerta,
coge
mi equipaje y sale de nuevo al pasillo.
—¿En
qué habitación quieres dormir?
—En...
una que esté libre —consigo responder.
PETER,
con furia y decisión, camina hacia el fondo del pasillo y abre una puerta, la
más alejada de su habitación. Ambos entramos, deja mi equipaje junto a la cama
y, tras decirme sin mirarme ni besarme «buenas noches», cierra la puerta y se
marcha.
Durante
unos segundos me quedo como una imbécil contemplando la puerta mientras mi
pecho sube y baja por la excitación del momento. ¿Qué he hecho? Acaso me estoy
volviendo majareta perdida. Pero incapaz de hacer o decir nada más, me desnudo,
me pongo un pijama y me acuesto en la bonita cama. No quiero pensar, así que
conecto mi iPod y canturreo: «Convénceme de ser feliz, convénceme».
Al
final, apago la luz. Será mejor que me duerma.
Pero
mi subconsciente me traiciona.
Sueño
y en mi sueño húmedo y morboso PETER me besa mientras abre mis piernas y da
acceso a que otro me penetre. Alzo mis caderas en busca de más profundidad, y
el hombre, al que no veo el rostro, acelera sus acometidas dentro y fuera de
mí, hasta que no puede más y se deja ir. Jadeo y suplico más. El desconocido me
libera, y PETER, mi Iceman, morboso, sexy y cautivador, toma su lugar.
Me
toca los muslos... ¡Oh, sí!
Me
abre las piernas... ¡Sí!
Clava
su impactante mirada en mí para que yo también lo mire, y dice en un morboso
tono de voz: «Pídeme lo que quieras». Y antes de que pueda contestar, mi amor,
mi hombre, mi Iceman, de una sola, certera y ardiente acometida, me penetra y
me hace gritar de placer. ¡PETER!
Él
y sólo él me da lo que verdaderamente necesito.
Él
y sólo él sabe lo que me gusta.
Una...,
dos..., tres..., veinte veces se hunde en mí dispuesto a volverme loca. Grito,
jadeo, le araño la espalda, mientras el hombre al que amo me penetra hasta
llevarme al más dulce, maravilloso y devastador de los orgasmos.
Me
despierto sobresaltada. Estoy sola en la cama, sudando, y soy consciente de mi
sueño. No sé hasta cuándo voy a poder seguir infligiendo este terrible castigo
de abstinencia sexual, pero lo que sí sé es que necesito a PETER y me muero por
estar entre sus brazos.
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